Elsa
Susana Cartolano de Mandet
La
lectura de este libro me llevó a pensar en sucesos: sucesos de la vida
profesional, de la vida hospitalaria o de las instituciones, sucesos de la
vida del país. El libro no sólo recorre sucesos, como un fondo común
que los argentinos hemos atravesado en las últimas décadas, sino también
filiaciones, una genealogía de las ideas que ya se anticipa en la
dedicatoria de la primera página: "A aquellos con quienes
hemos aprendido...", y así se tiende una red de nombres entrañables
al texto y que reconocemos cercanos y singulares en el pensamiento
psicoanalítico argentino: Silvia Bleichmar, Luis Hornstein, Luis Kancyper,
Marilú Pelento, quienes, como otros, junto a diversas pertenencias
institucionales mantienen viva una independencia de pensamiento. El libro
constituye también un documento de la historia de las transmisiones.
"A aquellos con quienes hemos aprendido..." nos indica a
nosotros, los lectores, el itinerario de una deuda a una generación de
pensadores que con su producción teórica marcaron una posición con
relación al psicoanálisis y su práctica clínica. Aulagnier, Dolto, Kaës,
Masud Khan, Laplanche, Nasio, Mannoni, Pontalis. Se advierte también en
el libro la presencia de analistas y autores argentinos citados en las
bibliografías, todos ellos trabajadores del campo psicoanalítico de hoy
y provenientes de diversas instituciones y corrientes teóricas del
psicoanálisis. Es una presencia generosa, multidisciplinaria, pluralista,
que permite recorrer el libro en un estado de libertad. Solo quiero
señalar una de estas presencias que, en mi opinión, subtiende todos
los recorridos. Me refiero al pensamiento de Piera Aulagnier, que adquiere
en este libro una fuerza y vitalidad renovada. Con escasas citas –las
suficientes– los autores nos permiten llevar a cabo un trabajo de
lectura donde en cada texto es posible descubrir las derivaciones teóricas
y clínicas a las que la potencialidad creativa del pensamiento de Piera
Aulagnier hace posible desarrollar.
Finalmente,
la dedicatoria constituye también un reconocimiento a los protagonistas
de estas 13 variaciones, los pacientes, con sus nombres ficticios y sus
historias de "ficción" -como señala Eduardo Müller al
comienzo-, ficción que no retacea el impacto de una realidad que nos
permite reconocer rápidamente las huellas de nuestra historia. "A
mis pacientes –decía Winnicott en la primera página de uno de sus
libros-, de quienes tanto he aprendido".
No
sólo de analistas está tejida la urdimbre de este libro. También
novelistas, poetas, filósofos, historiadores y sociólogos "se
citan" en estas páginas. Cualidad que otorga al texto una
interesante textura a la vez que elude tecnicismos y recupera
singularidad. Este atravesamiento disciplinario produce un efecto, un modo
de pensar el padecimiento psíquico en un sujeto que forma parte de una
red social, cultural e histórica. Sin embargo, los fundamentos de nuestra
disciplina están aquí presentes, es más, son sometidos a un profundo análisis
de parte de cada uno de los autores en relación con la temática tratada.
El libro parece ser entonces una puesta en acto de resistencia al dogma y
a límites impuestos al conocimiento.
Podríamos
agregar que el "escribir compartido" agrega un plus, poniendo de
manifiesto el efecto que la operación psicoanálisis-escritura agrega al
ejercicio de pensar.
Tenemos
aquí un conjunto de autores con algo en común, como señala Ana Berezin
en la Introducción. Muchos de ellos, casi todos, son miembros de alguna
institución pública, de modo que en su escritura se advierte una marca
particular: saben de márgenes y fronteras. Se evidencia entonces un modo
de escuchar, de mirar, de acompañar. No se trata sólo de la búsqueda
del deseo inconsciente o del significante, sino también de una
experiencia en su conjunto, histórica y vivencial.
Reseñaré
algunos de los temas presentes en este libro agrupándolos bajo los
siguientes títulos:
Duelo
y herencia
Gloria
Abadi relata cómo una tragedia familiar devendrá en duelo y se pregunta
si la tramitación de ese duelo arrasará o no con la pareja que debe
cargar con el peso y el trabajo de la memoria. Pero Gloria Abadi comunica
qué escucha, qué piensa, con qué asocia, conjetura acerca de lo
perdido, se deja impactar por el progresivo distanciamiento de la pareja.
Está allí, qué duda cabe, violentada y participante de la escena. Está
allí con su contratransferencia; sin embargo, el término no viene a
suplir la descripción de su experiencia. Se pregunta si su mirada
pertenece a "lo exterior" o si, por el contrario, la construcción
de un relato conjunto diluye esa diferencia permitiendo un saber hasta el
momento ignorado.
De
algún modo, el texto de Delly Beller parece continuar las preguntas de
Gloria, pero ahora los interrogantes recaen sobre el tema de la herencia
que, como sabemos, bastante tiene que ver con el duelo. ¿Qué se recibe
con lo que se hereda?, se pregunta la autora, bordeando la idea de la
herencia y el nombre. "Solo no eres nadie -cita a Brecht-. Es preciso
que otro te nombre". Y con esta pregunta instala la idea que ella
toma de Kreszes acerca de la paradoja en el lazo filiatorio
(continuidad-discontinuidad) y la apuesta subjetiva que la tensión entre
ambos implica.
Otro
grupo bajo un título imaginado: Terror político-Políticas del terror
(trauma psíquico y duelo). A partir de su trabajo con sobrevivientes
del Holocausto, Ana Berezin remarca: "No [voy a] redundar sobre
saberes que ustedes seguramente ya poseen. Les voy a hablar de
algunas cosas que yo aprendí en todas estas tareas que fui realizando.
Lo primero es que un terapeuta tiene que ocupar el lugar del oteador o vigía",
aludiendo a aquellos que en los vagones de transporte, camino al campo de exterminio,
sabían relatar con acierto la existencia de un mundo verdadero, abriendo
puentes –como ella dice- "entre quien sufrió el trauma y otros
mundos posibles". La figura del "buen vigía" es una
buena propuesta para figurarse una intervención clínica de esta
naturaleza.
Implicación
en el modo de transmitir, implicación en la experiencia terapéutica.
Implicación,
quiero decir, en la convicción de la existencia de "otros mundos posibles".
"Una
clínica de la externación". "¿Usted anota para salir del
hospital? Porque yo quiero vivir afuera", ésta es la
pregunta aparentemente "desafectada" que un interno le "dispara"
a la psicóloga.
Bajo
este título se despliega un trabajo de investigación acerca de un
programa de externación asistida. Mercedes Cicalesi conjuga aquí
una rigurosidad metodológica con aquellos interrogantes que
recuerdan la condición desubjetivante de los internados en
instituciones manicomiales. Nuevamente la figura del "buen vigía"
parece posible.
Violencia
de la ausencia y violencias diagnósticas
En
su texto, Fabio Cohen se detiene en un punto: allí donde la violencia se manifiesta
de un modo brutal en un joven de 15 años, el analista encuentra un adolescente
desprotegido y aterrorizado, con varios tratamientos a cuestas y un diagnóstico
neurológico. Comienza su trabajo casi en forma paralela a un fino desciframiento
de las sensaciones y los afectos que también iban sucediendo en él, a la
vez que compartía estas impresiones con su paciente. La apuesta tuvo que
ver con ligaduras y representaciones. Al final del texto Fabio Cohen
dice que Andrés, su paciente, "no [...] quiere contar lo que
piensa, queda en silencio. Vos me ayudás, pero tengo miedo, miedo de
no permitirme la salida de mi propia cárcel". Silencio, no
ausencia. Silencio de a dos. Silencio estructurante.
"El
trabajo con esta paciente se ha caracterizado por estar en disponibilidad permanente,
incluido un intenso trabajo interpretativo como parte importante de ese
estar disponible", así se presenta Irene Chelger como analista de
una adolescente a quien llama Judy, en homenaje a Masud Khan y su
paciente.
Disponibilidad
para la transferencia y la producción de sueños en la pareja analítica,
relatando una experiencia clínica cuyos momentos de apertura y
cierre, podríamos decir, transcurre en la mente de ambas en un
"espacio onírico" y en la disponibilidad de la analista
para soñar sueños para su paciente. "Es una verdad –aclara
Irene Chelger, refiriéndose a la reconstrucción de la historia de Judy–,no
es la verdad definitiva". Seguramente no. No hay verdad
definitiva porque los deseos y los sueños crean sus propias
verdades. Y me parece que esta idea se refleja en la cita que la
autora toma de Masud Khan, quien a la vez la toma de "Ítaca",
de Cavally. Transcribo la cita: "Lestrigonianos, cíclopes / el
salvaje Poseidón, jamás te encontrarás con ellos / a menos que los
traigas en tu alma / a menos que tu alma los ponga ante ti".
"¿Vos
vas a hacerme un hijo?", pregunta Mauro, de 15 años, en los inicios
de su internación y en su primer encuentro con la terapeuta. Casi
podríamos tomar esta pregunta que Lila Feldman transcribe, como
indicador del penoso trayecto identificatorio que su paciente ha
tenido que atravesar, en consonancia con una realidad impuesta por el
deseo materno. Lila Feldman describe con minuciosa precisión los avatares
impuestos tempranamente a Mauro cuando éste era aún un niño y la deconstrucción
que ella realiza como analista sobre el discurso materno materializado
en la construcción de su delirio.
Lila
Feldman relata su apuesta a un cambio de posición en Mauro,
convocando al padre a ejercer una función hasta el momento ausente.
La autora toma fuertemente en consideración las teorías de Aulagnier
para dar cuenta de las vicisitudes de este análisis y encontrar en sus formulaciones
distintos niveles explicativos de la dinámica psíquica de esta familia.
Horacio
es un niño con discapacidad mental. Diego González Castañón presenta el
caso con el mito de Narciso y Eco. Y también, con una bellísima estrofa
inicial donde se pondera el valor del silencio. A lo cual sigue un
breve "decálogo" de mandatos silenciados que supuestamente
todo niño con discapacidad mental debe conocer. Como en otros
autores, la interrogación de Diego González comienza por sí mismo:
¿En qué serie los padres pretendían incluirlo? ¿Cómo digirir un tratamiento
y, a la vez, sortear todo tipo de imposición o coerción que pudiera acentuar
en el paciente el sentimiento de sentirse sojuzgado? En la búsqueda de estilos
de intervenciones, él construye un vínculo, y aquí señala algo interesante.
Diego González dice:"Al hablar de lo que siento, hago con palabras
que seamos dos, no uno; las posibilidades de alineación disminuyen,
sin desaparecer". En su relato se revelan sus detenimientos,
aquello que para el autor constituyen indicadores, por ejemplo, de la
construcción de algún proceso de pensamiento, en este caso algo
relativo a lo público y lo privado. Es muy sutil el modo en que Diego
González detecta y favorece el desarrollo de estos procesos.
Graciela
Szyber trae dos relatos clínicos que bordean la temática del padre en su relación
con la violencia y el maltrato infantil.
Del
texto de Graciela Szyber y sus citas se puede inferir el trabajo de
la memoria que se ha puesto en juego en el espacio terapéutico, un
trabajo destinado a recuperar algo propio de la niñez que ha sido
arrebatado por la violencia parental.
De
orígenes y de exilios
A
la búsqueda de "un lugar en el mundo", Daniel Slucki trabaja
con una adolescente que ha sufrido duelos, pérdidas, migraciones,
separaciones. Alguna "tibia escena" en medio de diluidos
recuerdos, desarraigada ella de sus orígenes y de su cuerpo.
Nuevamente tiene relevancia en este texto la apuesta al trabajo de la transferencia.
En
este tema se inscribe también el trabajo analítico que Irene Spivacow
realiza entre un niño y su madre, y el padecimiento de ambos a
partir de los efectos de una de esas migraciones tan frecuentes entre
países vecinos, motivadas en general por la búsqueda de trabajo o
de mejores condiciones de vida. La autora relata la vivencia de extrañeza
que madre e hijo transmiten a la analista; extrañeza que ella misma
padece al verse enfrentada a la dificultad de armar una "trama simbólica
de sostén" cuando la pérdida de los lugares, los orígenes y los
afectos alteran las referencias identificatorias y los lazos de las
genealogías.
Ser
o enloquecer en los estados de catástrofes
La
catástrofe social también está presente en este libro a través de las
reflexiones que suscitan en la autora la represión de Estado, la
guerra de Malvinas y el atentado a la AMIA. Susana Toporosi se
pregunta por la especificidad de estos duelos. Vincula aquí la idea
de un "discurso social amordazado" que tuvo vigencia en el
contexto de la guerra de Malvinas donde muchos adolescentes se suicidaron ante
la inexistencia de Otro que pudiera recubrir los efectos del sin sentido
del ideal tanático de la guerra. "¿Por qué nadie nos preguntó
por nosotros?", se plantean los ex combatientes. "Las
preguntas son siempre las mismas: ¿Les llegaron los chocolates y los
cigarrillos; ¿hacía frío?; ¿mataste a alguien?" Situaciones
que dejan en evidencia una sociedad que fracasa en la formulación de sus
interrogantes.
Finaliza
con la advertencia de que "el peso de las representaciones ligadas a
las circunstancias de catástrofes sociales constituye un polo de
atracción constante que podrá saturar rápidamente de sentido el
material clínico [...]".
Mariana
Wikinski coloca el acento en una "catástrofe" que, finalmente,
ya no es sólo social sino que también alude a aquellas vivencias de
derrumbe psíquico que amenazan desde silenciosas situaciones
familiares ligadas a pretéritos mandatos, fragmentos de la historia
infantil, activados por alguna situación de la realidad actual. Pero
aquí la autora nos advierte sobre un factor esencial, y es el posicionamiento
de su paciente, en el caso que ella relata, frente al sufrimiento que
le traía la convivencia familiar y el desafío que, de forma general,
trae para el analista la consideración de la "realidad"
del paciente.
Finalmente
podríamos afirmar que en este libro cada autor acerca al lector su singular
tramitación de una experiencia clínica, inmersa también en los sucesos que
como argentinos nos acontecen.