Panelistas
Silvia
Bleichmar
Susana
L. de Ferrer
José
Valeros
María
Esther García Arzeno
Coordinador:
Eduardo
Mandet
Organizadores:
Alicia
Muzzio
Lydia
G. Storti
Licenciado
Eduardo Mandet:
El
psicoanálisis de niños en todos estos años se ha debatido en
corrientes, en posiciones a veces muy extremas, desde acentuar por ejemplo
el genetismo, o el estructuralismo, acentuar el mundo interno o el mundo
externo. Pienso que estas posiciones radicales se han notado más en el
psicoanálisis de niños que en el psicoanálisis de adultos, entre otras
razones por el sentido ético que se despierta en cuanto trabajamos con un
sujeto que tiene el aparato psíquico en estructuración.
Creo
de todas maneras que este momento es un momento de replanteos, de
reestructuraciones, de reformulaciones con respecto a las problemáticas
en que nos encontramos y justamente para esta mesa redonda sobre
Indicaciones y Contraindicaciones se pensó en reunir psicoanalistas que
pudieran dar cuenta de distintas líneas de pensamiento. Cada uno hace una
exposición de quince o veinte minutos y luego sigue una discusión. Si
les parece podemos empezar con la lectura de la presentación de María
Esther García Arzeno, quien no está presente.
(En
ausencia de la licenciada María Esther García Arzeno hizo lectura del
trabajo la licenciada Lydia G. Storti.)
Licenciada
M. E. García Arzeno:
Agradezco
al licenciado Mandet haberme invitado a brindar mis opiniones sobre este
tema y compartir este espacio con colegas tan destacados.
Este
tema despierta cada vez más atención y nos motiva para realizar
minuciosos análisis, cuestionamientos y fundamentaciones tanto teóricos
como clínicos.
Pienso
que ya pasó la época en la que el terapeuta no se cuestionaba el
comienzo del tratamiento del niño traído a consulta. El proverbio era:
"Hay que analizar al niño que los padres han traído".
En
los últimos años, el auge de la terapia familiar nos ha planteado la hipótesis
opuesta: "El niño enfermo es el emergente de una familia enferma y
debemos tratar a la familia".
Entonces
yo me pregunto: ¿y si realmente el niño necesita su propio espacio terapéutico
aparte del familiar?; ¿qué sucede si esto no se toma en cuenta?
Recordemos
con todo cariño y respeto a Arminda Aberastury. Ella decía que al entrar
el niño en tratamiento psicoanalítico, éste podía producir
modificaciones en toda su familia. Por supuesto, ella no se equivocaba.
Pero esto no sucedía siempre. A veces terminaba con el abandono del
tratamiento por las resistencias familiares intensificadas. Otras
veces se ponía el equilibrio patológico preexistente y el terapeuta del
niño "cargaba" injustamente con toda la responsabilidad del
malestar desatado. Finalmente, en otros casos, Arminda Aberastury tenía
razón y se producían modificaciones muy positivas y saludables en el
resto.
Si
tomamos en cuenta la posición opuesta, las terapias familiares plantean
que si tratamos a la Gestalt familiar, cada uno de sus miembros
también mejorarán. Esto encierra algo de verdad. Pero desgraciadamente
he observado el progresivo deterioro esquizofrénico con aparición de
alucinaciones flagrantes en hijos que presentaban patología seria y
fueron abordados exclusivamente desde la perspectiva familiar, durante años.
Por ejemplo, fueron años perdidos irremediablemente, a mi entender, para
la recuperación de una niña transformada hoy en una adolescente con una
caracteropatía psicótica irreversible.
Pienso
que el tema que hoy nos preocupa no puede dilucidarse desde una sola
perspectiva teórica. Es más, si ése fuera el objetivo, bastaría con
hacer una exhaustiva consulta bibliográfica al estilo de la del doctor
Carlos Paz en su libro Analizabilidad, por ejemplo.
Creo
que todos tratamos de estudiar, escuchar y ensayar todo aquello que nos
parece científicamente válido.
Por
eso, según mi opinión, creo que lo más importante es intercambiar
opiniones acerca de lo que hacemos cuando estamos ante determinado
paciente y en circunstancias contextuales precisas.
Pensemos
psicoanalíticamente y aceptemos que también en nuestro quehacer
profesional respondemos según nuestras series complementarias:
1)
Todos descendemos de alguien: nuestros padres terapéuticos. Nuestra
genealogía, como la llamaba Heinrich Racker.
2)
Todos tenemos nuestra propia historia personal, según la cual asimilamos
y compartimos ciertas teorías y técnicas psicoanalíticas mejor que
otras.
3)
El caso recién llegado a consulta funciona como elemento desencadenante,
y, si logramos escuchar con atención flotante, tarde o temprano
vislumbraremos un panorama más o menos claro acerca de la problemática,
el diagnóstico y la estrategia terapéutica más adecuada.
En
mi opinión, ninguna teoría da cuenta cabal de la patología de todos los
casos ni nos provee de una herramienta terapéutica válida para todos los
casos.
Pero
mi propuesta no es caer en un eclecticismo confusional e inocuo o iatrogénico,
según el caso. Más bien, se trata de no
funcionar con anteojeras idealizando determinadas escuelas y subestimando
otras que han demostrado ser válidas.
Propongo
que ante cada caso nos ubiquemos según los tres puntos siguientes: 1)
realizando un estudio diagnóstico lo más minucioso posible; 2) preguntándonos
qué opinarían las distintas escuelas psicoanalíticas y cuál de ellas
daría cuenta cabal del caso; 3) abordando el tratamiento desde el enfoque
más efectivo de la terapia del caso o derivándolo si no es de nuestro
dominio.
Cada
Escuela psicoanalítica tiene sus propios criterios acerca de la indicación
y la contraindicación de análisis. No hay coincidencia entre los
criterios de Anna Freud, Melanie Klein, Donald Winnicott, Françoise Dolto
o Maud Mannoni, por nombrar a los más destacados. Pienso que también
podríamos aplicar aquí el principio de continuidad genética: cada
escuela nace en función de otra precedente, se desarrolla, encuentra sus
propias limitaciones y da lugar al nacimiento de otra teoría que la
superará y que a la vez será superada. Pero si han sido producto del
esfuerzo de una mente profunda, rigurosa y metódica, algo de verdad habrá
en cada una de ellas y así sobrevivirán al paso del tiempo y no serán
invalidadas por nuevas teorías.
Cuando
recibo un pedido de consulta, trato pues de escuchar lo más abiertamente
posible y de estar atenta a mis propias asociaciones e hipótesis
presuntivas.
Todos
los que me conocen saben que acostumbro a realizar un psicodiagnóstico clínico
completo incluyendo tests proyectivos y objetivos y por lo menos una
entrevista familiar diagnóstica y una entrevista de devolución a los
padres, al hijo y/o a toda la familia, según el caso. De esta manera
dispongo de varios parámetros para llegar a la decisión acerca de
recomendar análisis o no.
Trataré
ahora de enunciar algunas de las indicaciones más frecuentes en mi
experiencia clínica:
1)
Recomendación de orientación a padres (no análisis al niño) cuando se
trata de conductas reactivas a la de los padres o de pautas que a éstos
le preocupan pero que están dentro de las variaciones de la normalidad,
como diría Anna Freud.
2)
Terapia breve de base psicoanalítica (no psicoanálisis) cuando se trata
de momentos evolutivos difíciles acompañados de regresiones al servicio
del desarrollo (Peter Blos) tales como crisis de angustia, "síntomas"
hipocondríacos, fobias, etcétera. (Véase al respecto lo expuesto en mi
libro El síndrome de la niña púber.)
3)
Cuando el punto máximo de maduración de la pareja parental ha quedado
detenido en el mismo nivel en el que se produce la consulta por el hijo,
recomiendo esclarecimiento para los padres, como ayuda única o paralela a
la que recibe el hijo.
4)
Cuando es obvio que el conflicto del hijo es el fiel reflejo y producto de
un vínculo patológico de la pareja mi recomendación es terapia de
pareja para ellos y un chequeo periódico al niño. La recomendación de
terapia familiar quedará reservada para los casos en que el niño
"engancha" en la patología de los padres y toda la familia
comparte una dinámica enferma. Aunque no soy autoridad para opinar como
especialista, pienso que no siempre es sano mezclar a padres e hijos,
quienes pasan a transformarse en padres de sus padres, en jueces
despiadados, o en "voyeurs" de escenas primarias sádicas
o perversas.
5)
Recomiendo tratamiento psicoanalítico cuando el motivo latente de la
consulta constituye realmente un "síntoma" y, por lo tanto, hay
conflicto intrasistémico. Esto no quita que también los padres necesiten
esclarecimiento o terapia paralela.
La
edad cronológica del niño obliga a hacer algunas salvedades. Si el niño
es un pre-latente la indicación se mantiene aunque se registre: a)
ausencia de sufrimiento por el síntoma; b) predomino del beneficio
secundario sobre el sufrimiento mental (A. Freud); c) fuertes resistencias
del niño a concurrir al consultorio.
Si
en tales casos la alianza terapéutica con los padres es fuerte y sin
ambivalencias, el trabajo analítico será posible y habrá que trabajar
con la interpretación de la transferencia negativa desde el comienzo (M.
Klein).
Si
el niño es ya un púber que no sufre, que saca buenos beneficios
secundarios y sus padres son reticentes para convencerlo de la necesidad
del análisis, éste resultará imposible y será mejor recomendar un
tiempo de espera hasta que el propio niño sienta que lo necesita. La
recomendación de análisis sería correcta desde el punto de vista clínico,
pero sería contraproducente si quedara inscripta como un fracaso del niño
o como su triunfo maníaco sobre un terapeuta impotente.
6)
Cuando el diagnóstico supera los límites de las neurosis y entramos en
el terreno de las psicosis, cuadros borderline, enfermedades
psicosomáticas, psicopatías y perversiones, la recomendación de
tratamiento psicoanalítico es imprescindible pero no será efectiva sin
algunos otros complementos y sin variaciones considerables en la técnica.
El niño que ha enfermado "antes de la palabra", como dijo Dolto
en su visita a la Argentina, necesitará una terapia de "holding"
hasta que se hayan creado las condiciones óptimas para los fenómenos
transicionales (Winnicott) y pueda acceder a "escuchar al otro"
y asimilar una interpretación de su juego. El niño entremezclado en una
red confusa de identificaciones proyectivas con su madre debería ser
tratado en una terapia psicoanalítica vincular incluyéndola, como única
forma de desarticular esa "folie á deux" o psicosis
simbiótica (Mahier).
El
niño borderline tiene una madre también borderline,
sostienen Kernberg y Masterson y recomiendan que el tratamiento psicoanalítico
transcurra combinado con intervenciones directivas y apoyo.
En
casos de adicción sabemos que la efectividad del psicoanálisis es
limitada y que, aun cuando está indicado, debe complementarse con grupos
de apoyo y técnicas de fortalecimiento del yo.
En
todas estas patologías de pronóstico reservado, el psicoanálisis
individual es necesario pero no suficiente para curar a un niño (o
adolescente o adulto). Lo es porque ya se ha instalado un conflicto
intrasistémico y sabemos que el psicoanálisis es la herramienta por
excelencia para hacer consciente lo inconsciente y superar el conflicto.
Pero no es suficiente si hay una estructura familiar patológica que
"necesita" mantener la patología del hijo "designado"
como paciente, es decir, como depositario (P. Riviére) y que ofrecerá un
frente de fuertes resistencias al cambio. En tales casos pienso que deberíamos
dar prioridad al tratamiento familiar y dejar para un segundo momento el
análisis de la problemática intrapsíquica del hijo.
No
creo haber agotado todo lo que el tema sugiere pero dejo aquí por una razón
de espacio y de tiempo.
Doctora
Silvia Bleichmar:
De algún
modo, la primera intervención
que acabo de escuchar me hace pensar que esto que escribí antes de venir,
desde la soledad reflexiva sin el diálogo previo, no está desencaminado
de las preocupaciones que tenemos hoy en el psicoanálisis de niños en el
sentido de cómo dar respuesta a la cuestión de la especificidad del
psicoanálisis infantil; en momentos en que aparecería como una práctica
en riesgo de ser capturada por otras múltiples prácticas.
Tal
vez podría partir de una broma que hice hace unos años a un amigo que me
decía que el psicoanálisis de niños no existía, yo le respondí:
"Bueno, el psicoanálisis de niños no existirá pero los
psicoanalistas de niños existimos". Tuve miedo de que en ese momento
él soplara y yo desapareciera. (Risas.) Es a partir de esto que escribí
algunas cuestiones que quisiera leerles, lo cual hice para ordenar un poco
mi cabeza y porque además sentí que era una oportunidad que me brindaba
este encuentro: exponer algunas ideas que vengo procesando y presentarles
también algunos gráficos sobre cómo pienso que se podría racionalizar
un poco esta cuestión.
El
título con el que fuimos convocados era "Indicaciones y
contraindicaciones en psicoanálisis de niños", yo tomé
estrictamente lo de psicoanálisis teniendo en cuenta las posibilidades de
todas las prácticas fronterizas del psicoanálisis de niños,
fundamentalmente las prácticas de las psicoterapias analíticas que
forman parte de nuestro campo, pero que tienen que ser deslindadas del carácter
específico del psicoanálisis de niños.
Inicialmente,
pensé que la cuestión a la cual nos convoca esta mesa redonda podría
definirse como enmarcada en la problemática de la responsabilidad analítica,
es decir, en la del psicoanálisis entendido como una práctica
comprometida con el proceso de la cura y, evidentemente, con las
alternativas a las que su iniciación nos invita a esclarecer. Tomo acá
lo de práctica en el doble sentido que plantean los griegos, por un lado
tiene que ver con el quehacer (con el hacer) y por el otro con la ética y
la moral.
La
praxis, más que la práctica, implica este doble sentido, y pienso que el
propósito de definir parámetros con los cuales operar hoy está regido
por una preocupación clínica que en última instancia (tal como se
presenta el psicoanálisis en estos años) es también una preocupación
ética. Coincido con lo que se ha leído de María Esther García Arzeno
en un aspecto: los años perdidos de infancia son años irrecuperables, y
agregaría que los psicoanalistas que operamos constantemente –como dice
Jean Louis Lang– en la frontera de las psicosis infantiles, no nos
podemos dar el lujo de dar palos de ciego y de empezar nuestros
procesamientos sin saber adónde vamos.
En
los años setenta cuando yo inicié mi proceso de investigación acerca
del psicoanálisis de niños, el predominio del estructuralismo dio lugar
a excesos teorético-prácticos (tal como los señala Jean Laplanche en el
prólogo a mi libro) que fueron desconcertantes. El niño quedaba como
desposeído de su neurosis o de su psicosis en beneficio de la red
relacional preexistente a su devenir y a su existencia. Al emigrar a la
estructura del Edipo la búsqueda fundante de la sintomatología infantil
y al reificarse el campo del lenguaje (no sólo como campo específico de
la operancia de la interpretación sino como manifestación del
Inconsciente), la propuesta kleiniana que había facilitado la apertura de
una técnica, sufrió no tanto el cuestionamiento sino incluso el
relegamiento al silencio y la prohibición inquisitorial (por parte de un
gran número de analistas) que en su dogmatismo confundieron objeto y método.
Acabaron
por subordinar las posibilidades de operar a una supuesta pureza teórica,
que devino más sistema de racionalización y ocultamiento de la
ignorancia, que verdadera nueva fuente de productividad teórico-clínica.
Fue desde esas premisas que la predominancia de entrevistas familiares o
de prolongados procesos de análisis de pareja, a partir de consultas
provocadas por sintomatología infantil, se extendió por el campo analítico,
haciéndose una fácil homologación entre estructura del Edipo y familia
real; y determinaciones intersubjetivas del conflicto con pareja parental.
Creo
tal vez necesario ser más explícita, el hecho de que haya una correlación
entre el inconsciente del niño, o su estructuración psíquica, y las
aportaciones de Lacan sobre el valor constituyente de la estructura del
Edipo, no da derecho a homologar dicha estructura (definida por su carácter
simbólico) con la familia real, ni tampoco con el discurso manifiesto de
los padres. El descubrimiento de estructura constituyente, al perderse su
especificidad y los sistemas de mediaciones por los cuales opera la
metabolización de los sistemas deseantes y de prohibiciones de los padres
en la estructura psíquica del niño, se diluyó en un fácil
interaccionalismo que no está muy distante de ciertas propuestas sistémicas
desplegadas por los americanos en los últimos años.
Paradójicamente,
en el campo del psicoanálisis de niños, el estructuralismo que
presentaba vertientes muy ricas (cuyos avances y limitaciones señalaré
luego), operó en amplias propuestas como una reducción inmovilizante que
culminó en una pérdida de la especificidad clínica del psicoanálisis
de niños, sin que esto haya sido nunca explicitado ni puesto de
manifiesto en la discusión. Sólo lo podemos palpar a través de sus
efectos o de ciertas propuestas, que asumen más un carácter denegatorio
que afirmativo.
A
quién responde Maud Mannoni cuando en El niño, su enfermedad y los
otros afirma: "El psicoanálisis de niños es psicoanálisis".
Tal es la convicción de Freud al ocuparse en 1909 de la cura de un niño
de cinco años afectado por una neurosis fóbica. Sin embargo, esta
afirmación toma casi un carácter denegativo, porque si hay que afirmar
que el psicoanálisis de niños es psicoanálisis es porque de algún lado
salió la idea de que no lo era (sin que haya sido nunca explicitado), si
no no hay por qué decirlo a esta altura de la historia cuando tenemos más
de cincuenta años de psicoanálisis infantil. Estamos en 1987 y el
Coloquio o el Simposio sobre Análisis de niños se realizó en 1926; en
él se produjo la famosa confrontación entre Melanie Klein y Anna Freud,
sesenta años han pasado.
Digo
que esta afirmación queda entrampada ante un desarrollo que la acompaña.
Según Maud Mannoni, la adaptación de la técnica a la situación
particular que representa para el adulto el aproximarse a un niño, no
altera el campo sobre el cual opera el analista, ese campo es el del
lenguaje incluso cuando el niño todavía no habla; el discurso que rige
abarca a los padres, al niño y al analista. Se trata de un discurso
colectivo (destaco discurso colectivo) constituido alrededor del síntoma
que el niño presenta.
¿Se
puede definir la especificidad sintomal a partir de un discurso colectivo?
¿No es hacer tabla rasa con el postulado freudiano fundamental de que el
síntoma es un producto transaccional, efecto del conflicto entre los
sistemas psíquicos, conflicto definido por la represión y en última
instancia por el carácter de las representaciones sexuales de los
representantes representativos pulsionales, que operan atacando
constantemente al sujeto del yo o del preconsciente bajo el modo de la
compulsión de repetición, es decir, de la pulsión de muerte?
Si
la neurosis infantil queda definida en los marcos de un discurso
colectivo, no estamos muy lejos de la liquidación misma del concepto de
inconsciente y, junto a ello, del carácter intrasubjetivo del conflicto
psíquico que da lugar al síntoma. El inconsciente es arrastrado a su
desaparición al confundirse las determinantes de la constitución psíquica
con la estructura constituida productora de determinaciones y productos
sintomales; esto es así, para el conjunto del psicoanálisis sea de
adultos o de niños.
Es
inevitable entonces que cierta vertiente del lacanismo más
estructuralista, termine proponiendo modelos de hecho interaccionalistas,
y de tal modo, para ellos, la pregunta que nos hacemos en esta oportunidad
no tiene valor alguno. Para que haya indicaciones o contraindicaciones del
análisis infantil hay que comenzar por reconocer el carácter altamente
específico del niño en tanto sujeto psíquico,
y a partir de ello plantearse en el momento de la consulta ante qué
formaciones neuróticas nos encontramos y cuáles son las posibilidades de
operar en torno a ellas.
¿Cómo
se ha intentado resolver esta cuestión entre los lacanianos que podríamos
considerar más psicoanalistas, es decir, más preocupados por la
recuperación de la problemática del inconsciente y la especificidad del
análisis? A través de una derivación fácil a la cuestión de la
demanda analítica, si hay o no demanda en el niño parecería ser un
nuevo caballito de batalla que se extiende hoy a través de las
publicaciones analíticas, y ello, si bien no me parece desestimable,
pienso sin embargo que debe ser colocado en el lugar adecuado. Es decir,
en la subordinación de tal demanda a las premisas básicas de la
analizabilidad: la demanda de análisis no es sino la inauguración de una
posibilidad de abrir el ejercicio analítico, cuyas condiciones se
complican en gran medida en razón de que, como todos sabemos, en general,
en el campo del análisis de niños no opera a partir del potencial
paciente sino de un familiar (predominantemente los padres) que toma a su
cargo el pedido de consulta.
No
quiero decir con ello que no haya múltiples formas (directas o
indirectas) por las cuales el niño realice un pedido de análisis, pero
esto no implica, sino en muy pequeño número de casos y fundamentalmente
en el radio de espacios imbuidos de cultura analítica, que el niño pueda
verbalizar tal pedido. Todo esto ha generado una serie de discusiones más
filosóficas que teóricas acerca de cuál debe ser la postura del
analista de niños ante la demanda del paciente, discusiones que, en mi
opinión, de no ser recentradas ocultan más que favorecen el
despejamiento del campo, que la indicación de tratamiento debe poner en
juego.
A
partir de aquí retomo la pregunta inicial (indicaciones y
contraindicaciones) y dejo entre paréntesis por ahora la posibilidad de
que el consultante pueda, a su vez, asumir el juego que se abre ante la
consulta o el proceso diagnóstico y el futuro análisis que éste puede o
no inaugurar. En mi opinión, es obligación del analista determinar las
condiciones de analizabilidad y las posibilidades de analizabilidad, a
partir de eso es derecho del consultante definir si se analiza o no, pero
la práctica analítica no puede quedar subordinada a la demanda (como
ninguna práctica terapéutica).
La
perspectiva que vengo investigando hace ya varios años consiste en
someter las premisas de la clínica a la metapsicología, y a partir de ésta
como eje conductor poner a trabajar y revisar los aportes tanto de Melanie
Klein como los de Lacan. Señalo Melanie Klein y Lacan no porque no crea
que tenemos que trabajar (coincido con María Esther García Arzeno) con
la riqueza acumulada en la historia del psicoanálisis, no sólo de niños.
Creo que hay una tendencia en estos años a creer en cada escuela que el
psicoanálisis ha nacido por generación espontánea, a descubrir todos
los días la pólvora de nuevo y a abandonar no sólo la lectura de
Winnicott, de Malher, de Kohut, de grandes del psicoanálisis, sino
olvidar que alguna vez existieron Federn, Víctor Tausk, Abraham, Ferenczi,
a los que podríamos llamar los pioneros, los grandes del sillón.
Hay
una tendencia a redescubrir cosas y a reactivar polémicas que, incluso
revisando las Minutas de Viena, ya fueron zanjadas. Peto retomo lo de
Lacan y Melanie Klein porque realizaron, desde mi punto de vista, más que
enriquecimientos parciales al tronco fundador del freudismo, un cuerpo
coherente de teoría que implica tanto una propuesta de modelos de
funcionamiento psíquico como una técnica de ella derivada. En este
sentido, pienso que constituyen escuelas madres a partir de Freud; por
supuesto, la propuesta de Anna Freud también, pero yo he trabajado
centralmente la de Lacan y Melanie Klein.
Quiero
señalar cuáles son los ejes alrededor de los cuales podría centrarse
hoy la indicación de un análisis infantil. En primer lugar, parto de
considerar un sujeto en estructuración definido por las condiciones
particulares que la estructura del Edipo otorga para la instauración de
su singularidad (destaco singularidad). Es decir que sólo se
constituye como sujeto sexuado en el marco de la relación con el otro
humano (función paterna), cuyos momentos de inauguración no son
fundamentalmente cronológicos pero sí definidos por una temporalidad y
una posibilidad de historización.
Momento
de la instauración de la represión originaria, es decir, del clivaje que
inaugura la diferencia entre el proceso psíquico primario y el secundario
(correlativo a la fundación del yo), precursores (instauración de los
primeros movimientos específicos defensivos del psiquismo, transformación
en lo contrario y vuelta contra la persona propia) y destinos (instauración
de la represión secundaria ligada al superyó). Creo que tal vez sea
necesario aclarar que a cada uno de estos movimientos yo he intentado
cercarlos clínicamente en mi trabajo, que no es solamente lo que estoy
formulando teóricamente sino que intento rescatar los movimientos
fundadores en su temporalidad histórica (a partir de la explotación clínica),
arrancándolos de la idea de que son momentos míticos.
Son
momentos constitutivos estructurantes pero pueden ser cercados en el
proceso diagnóstico, y a partir de su cercamiento se pueden definir los
momentos de operancia en análisis infantil. Esta idea de considerar al
sujeto en estructuración con momentos fundantes derivados de la
estructura del Edipo, pero no reflejo homotético de la misma (voy a
volver después sobre esta cuestión de la homotecia), abre las
posibilidades mediante la explotación de la estructura psíquica de saber
si hay condiciones (en sentido estricto) de operar psicoanalíticamente.
Es decir, si hay formación de síntomas, y, por ende, si el sufrimiento
al cual nos confrontamos en el momento de la consulta, indica el
funcionamiento de un aparato psíquico clivado en dos sistemas en
conflicto, única posibilidad de considerar las formaciones sintomales.
Esto
me plantea puntos de encuentros y disidencias tanto en el psicoanálisis
de niños llamado lacaniano como en las propuestas de Melanie Klein. En
relación con el primero (el lacaniano) rescato el orden de
determinaciones del Edipo como estructura constituyente, el carácter
fundante de la cultura en la humanización del cachorro humano y las
determinaciones identificatorias en la constitución de las instancias psíquicas,
identificación, incorporación primordial previa a la constitución de un
adentro y un afuera.
En
relación con Melanie Klein retorno el carácter específico del fantasma
como objeto del trabajo analítico, el carácter singular del
inconsciente, su abordaje prioritario en la práctica clínica con niños
y, como elemento fundante, el compromiso por librar el combate contra los
ataques de la pulsión de muerte, definida por la operancia de los objetos
parciales; es decir, de todo lo que constituye la sexualidad pregenital
que ataca la constitución del yo.
Lo
curioso de esto es que habría acá un punto de encuentro entre este
concepto de pulsión de muerte en Melanie Klein y lo que Lacan ha
planteado cuando, en un Seminario muy hermoso, dice que el inconsciente es
el fracaso del amor; en el sentido de que el yo o el amor están siempre
en riesgo frente a los embates de la pulsión de muerte, que opera como
sexualidad desintegrante, disgregante desde los objetos parciales
(retomando a Melanie Klein), que atenta contra el sujeto de amor. Carácter
carnívoro y carnicero del inconsciente (recuperando a Melanie Klein) más
que espiritualismo del deseo y versión logicizada de su funcionamiento.
Es decir, retomo el carácter carnívoro y carnicero del inconsciente y lo
contrapongo, desde la clínica y la teoría misma, a un espiritualismo del
deseo y a un intento de operar con una versión logicizada de su
funcionamiento.
En
relación con Lacan, creo necesario señalar desacuerdos con la impronta a
un estructuralismo, que sobre la base de la sustitución de la barra
respecto a la represión despoja al inconsciente de sus contenidos específicos
sexuales, dejándolo sometido al mero juego formal del significante. En
relación con Melanie Klein, el carácter de un inconsciente que opera
desde una mitología biológica; aclaro, no un biologismo como se ha
pretendido. Desde mi punto de vista, no hay el menor biologismo en Melanie
Klein, hay más una mitología biológica que es el
intento
extremo (en un momento polémico del psicoanálisis) por reencarnar al
inconsciente en los objetos corporales. Lo cual obliga a concebir al
inconsciente como actuando desde los orígenes, transforma las vicisitudes
del sujeto en meros movimientos de soldaduras y desgajamientos fantasmáticos.
Al
mismo tiempo, el abandono de la metapsicología freudiana y específicamente
del carácter transaccional del síntoma, a partir de no tomar en cuenta
la represión como clivaje fundamental del aparato, no posibilita la
ubicación tópica de las posiciones como modalidades de los procesos
primarios y secundarios. No es éste el lugar para desarrollar estas ideas
(lo hice ya en otros trabajos), pero lo marco porque tiene consecuencias
en el diagnóstico. Si señalo estos acuerdos y diferencias es en función
no de poner a confrontar posiciones, sino de explicitar en qué orden de
racionalidad se inscribe mi propuesta; estoy totalmente de acuerdo con María
Esther García Arzeno respecto a que nada se produce en psicoanálisis que
no se ubique en la línea de las generaciones, lo que Laplanche llama
romper y reanudar, retomar y recomponer en la ruptura.
Señalé
anteriormente la importancia de ubicar en el proceso en estructuración el
carácter de la formación de síntomas como efecto del clivaje en el
interior del aparato definido por la operancia de la represión. Ahora
introduciré una conclusión derivada: una indicación de análisis en la
infancia, o la elección de otra estrategia terapéutica avalada por una
perspectiva psicoanalítica, no puede ser sino el producto del diagnóstico
de un corte del aparato psíquico en el momento de la consulta y de la
lectura en sus determinaciones; ambas conjugadas nos darán oportunidades
de ubicar un pronóstico. Marco con relación a ello que tanto las
propuestas de binomio como otras indicaciones del mismo tipo no pueden ser
elegidas al azar sino derivadas de un diagnóstico de este carácter.
Diferenciar
síntoma y trastorno en sentido psicoanalítico, y ubicar los tiempos de
constitución del aparato (respecto a los tiempos descriptos por Lacan
para el Edipo) como movimientos por los cuales circula el sujeto en relación
con las figuras primordiales (que harán a sus desidentificaciones), y
cuyo residuo constituirá las instancias, será prioritario en el
ordenamiento de una racionalidad de la indicación de una estrategia terapéutica.
Tanto el concepto de prepsicosis como los abrochamientos simbióticos y
los fracasos del principio de realidad, podrán ser reinscriptos en la
lectura de estos movimientos constitutivos. Ello permitirá al analista no
sólo operar con un mayor índice de cientificidad, sino también reducir
el grado de imprevisibilidad que atenta siempre contra el análisis de niños.
Señalé
que concibo el proceso diagnóstico como una exploración del aparato psíquico
en constitución, en un corte que dé cuenta de su funcionamiento y
posibilite la lectura de indicios, que tendremos que definir como
trastorno o síntoma de acuerdo con la operancia de la represión o de los
grandes movimientos defensivos estructurantes anteriores a ella. Poner en
conjunción represión y conflicto, me coloca en una dimensión
estrictamente definida por la subordinación de todo otro tipo de
conflicto a aquel del orden de lo intrasubjetivo. A partir de ello, el
conflicto intersubjetivo de todo tipo, tanto el que se genera en el
interior de las relaciones familiares como conyugales, queda subordinado a
las zonas de intersección del conflicto intrasubjetivo.
No
nos apartamos así en modo alguno de las propuestas fundantes del psicoanálisis,
nada de lo real permanece en el aparato psíquico ni es capaz de producir
efectos sino por su posibilidad de devenir fuente de excitación, a partir
de atravesar el polo perceptivo. Nada opera como conflicto sino por la
contraposición que se establece entre representaciones enfrentadas entre
los diversos sistemas psíquicos. Premisas entonces del psicoanálisis
tanto de su teoría como de su práctica, el abordaje del conflicto
intrapsíquico, es decir, intersistémico.
Primer
problema cercado y segundo problema abierto.
La
indicación de un análisis se define por la operancia del conflicto
intrasubjetivo y por el hecho de que un sistema sufre a costa de la
conservación del goce en otro. De modo que el sufrimiento psíquico por
la emergencia de angustia, o por los subrogados sintomales que de ella
derivan, es el primer indicador de las posibilidades de analizabilidad de
un sujeto. Dije primer problema cercado y segundo problema abierto porque
lo que acabo de expresar parte de la premisa de un aparato psíquico
clivado, es decir, definido por la represión originaria y por el
enfrentamiento y la colaboración de los sistemas psíquicos, de un
aparato funcionando.
¿Cómo
explorarlo desde esta constitución? En primer lugar, a partir de
considerar el síntoma en el estricto sentido psicoanalítico, es decir,
como formación transaccional producto no sólo de los enfrentamientos
entre los sistemas, sino de su colaboración en la elaboración de
soluciones, podríamos decir, espontáneas. Es evidente que ello es
indefinible en sí mismo y sólo puede abordarse a partir del
reconocimiento diagnóstico de la operancia de los sistemas, en la medida
en que (como lo señala Freud) el inconsciente solamente es cognoscible a
través de sus efectos y modificable a través del proceso secundario
(remito acá a "Lo inconsciente"), a través de la perlaboración
de las representaciones inconscientes en la cadena del preconsciente (como
única capaz de otorgar significación). La palabra funcionará como el
elemento privilegiado que caracteriza la inscripción y el valor del
proceso secundario, para el reconocimiento de la estructura psíquica.
El
abordaje del proceso secundario implica la instauración de la lógica, la
temporalidad, el lenguaje –en tanto estructura significante– y la
memoria. Creo necesario señalar la diferencia entre inscripción de
huellas mnémicas y memoria: el inconsciente es sólo el reservorio de la
memoria, es el conjunto de huellas que si no son recordadas (recapturadas
por la conciencia) operan por compulsión de repetición. Es el
preconsciente el que tiene a su cargo la memoria como tal, en la medida en
que recordar es precisamente la ligazón de las representaciones en el
orden de la historia.
Formaciones
neuróticas en la infancia entonces, a partir de la vigencia de los
sistemas psíquicos y de la emergencia de las formaciones del
inconsciente, indefinibilidad de la neurosis infantil en sí misma sino
por contraposición a las formaciones anteriores a la represión
originaria o secundaria, según el momento de abordaje del psiquismo. Es
evidente que a esta altura está implícito en mis desarrollos la
imposibilidad de considerar análisis, en el sentido estricto del término,
a aquellas intervenciones terapéuticas (necesarias) anteriores a la
fundación del aparato psíquico.
En
esa medida se inaugura el tercer problema para el tema que hoy encaramos,
antes de que se constituyan las formaciones sintomales en sentido
estricto, antes de que se produzcan los clivajes definitivos
estructurantes del aparato psíquico. ¿Se puede considerar que no hay
sujeto con el cual operar? Y entonces, ¿estaría contraindicada la
intervención con carácter analítico en la primera infancia? ¿Sería
necesario remitir a la estructura fundante del Edipo tales intervenciones
y, en esa medida, no se podría actuar sino con otras técnicas, sea
binomio, sea familia, sea entrevistas de pareja?
Voy
a mostrarles algunos gráficos que pensé en relación con esta cuestión
de estructura determinante-formación de síntomas.
La
homotecia estructuralista es un concepto matemático, y consiste en que a
cada punto de un cuerpo le correspondería un mismo punto reflejado en el
espacio.
Ésta
es la concepción con la que se ha manejado, en estos años
fundamentalmente, la propuesta lacaniana del psicoanálisis de niños. Se
escucha el deseo de la madre (que además es imposible de ser oído)
porque para escuchar el deseo de la madre, la madre tendría que ser
paciente del analista, nunca el deseo puede ser explorado a través del
discurso manifiesto, es decir a través del discurso de una primera
consulta. Se pueden encontrar elementos subrogados del deseo pero jamás
el deseo materno.
Entonces
se toma en un traslado directo y se tiende a operar en el análisis sobre
el primer triángulo, es decir el psiquismo infantil sería (si ustedes
quieren) la realización del deseo materno. Ésta es básicamente la
propuesta estructuralista, pero yo planteo varias cosas que se diferencian
de esta propuesta.
En
primer lugar lo siguiente: los padres son sujetos clivados (supongamos que
los padres están interactuando), es decir, son sujetos ellos mismo de
inconsciente y están operando en sus relaciones a través de aspectos
preconscientes e inconscientes, tanto la madre como el padre. De manera
que sus interacciones son interacciones que incluyen aspectos
preconscientes e inconscientes de su propia estructura. En función de
esto: en la relación con el hijo, si nosotros pensamos (y volvemos al
modelito freudiano del aparato psíquico), vamos a ver cómo se producen
inscripciones de ambos padres que operan del siguiente modo.
Es
decir que operan fundando en el aparato psíquico del niño
representaciones tanto preconscientes como inconscientes; van a definirse
sistemas de cargas y contracargas a partir de los aparatos psíquicos de
los padres. Ustedes ven que inicialmente este triángulo quedó invertido;
entonces, en lugar de ser un triángulo que se refleja idéntico es un triángulo
que se invierte en la constitución del aparato psíquico infantil.
Se
invierte porque el sistema con el cual se estructura es un sistema
fundamentalmente de cargas y contracargas, de deseos y prohibiciones, de
mensajes y contramensajes. Lo que salva al niño del doble vínculo, en el
sentido de los americanos, es que los mensajes y contramensajes (si los
padres no están demasiado enfermos) obedecen a clivajes entre lo
inconsciente y lo preconsciente y los clivajes yoicos. Los clivajes yoicos
son los que producen lo que los americanos llamaron el doble vínculo.
De
manera que estamos acá, en este primer movimiento el triángulo se
invirtió; cuando nosotros estamos en el momento de la consulta tenemos
una primera estructuración, aproximación "estructurativa",
donde tenemos padre, madre e hijo y, en lo manifiesto, sistemas de
interacciones en conflicto. Algunos que no atañen al hijo (o que no atañen
intelectualmente), otros que lo atañen, otros que forman parte de las áreas
parciales de los intercambios.
Cuando
nosotros pensamos en operar psicoanalíticamente, pensamos en el clivaje
del aparato del niño, con lo cual lo que ocurre en el momento de operar
es que si el orden de determinaciones del triángulo originario era éste
(A), el orden de proyecciones de la neurosis infantil es éste (B). Es
decir que el niño se constituye a partir de este sistema y reinvierte
sobre las figuras parentales (como lo plantea muy claramente Melanie Klein)
esto. Lo que yo estoy planteando es que lo que planteó Melanie Klein
acerca de la constitución de las proyecciones sobre los padres no surge
de la nada sino que vuelve en espejo, a partir de la metabolización de
este primer triángulo constituyente.
Con
lo cual estamos en el orden de la neurosis cuando nos encontramos con este
clivaje en el aparato psíquico del niño y con la inversión de este
sistema de proyecciones, cuando el niño ya no es un síntoma de los
padres (en el sentido de emergentes como lo hubiera dicho Pichon), sino
cuando el niño es un producto psíquico diferencial y tiene constituidos
los sistemas de conflicto intersistémicos, es decir, intrapsíquicos.
Ése
es el momento en que el analista tiene que intervenir para operar,
definiendo la analizabilidad infantil. Éste es el punto central que he
querido plantear en relación con las neurosis. La inversión del triángulo
marca el pasaje de lo intrasubjetivo a lo intersubjetivo; es decir que lo
que se ha constituido intrasubjetivo aparece en el momento de la consulta
como intersubjetivo, pero al analista no le corresponde operar sobre lo
intersubjetivo sino sobre la estructura determinante de lo intersubjetivo
que en este momento ya no es la originaria sino ésta. ¿Es claro?
En
los momentos previos a la constitución de la represión originaria sí se
opera sobre este triángulo, y ahí es donde se opera en el sistema de
determinaciones. Ahí diferencio determinantes de la estructura del Edipo
de sistemas del conflicto intrapsíquico constituido en el niño. Entonces
tenemos dos movimientos, uno que hace a la analizabilidad con conflictos y
otro que hace al momento de la estructuración.
La
indicación de análisis deriva entonces de la existencia de esta zona de
conflicto (intrapsíquico), cuyos efectos intersubjetivos son ya sistemas
de proyecciones de objetos, ya no son las operancias de los conflictos
intersistémicos.
Doctor
José Valeros: Nos parece importante subrayar este punto. Si el
analista asumiera que tiene la posibilidad de conocer más de lo recortado
y parcial que de lo que de hecho puede saber, estaría funcionando con una
actitud mágica. A menudo estamos tentados a tomar una postura mágica
precisamente porque las pocas entrevistas de evaluación nos enfrentan a
una multitud de situaciones psicológicas que sólo reconocemos como en
tinieblas. Es claramente angustiante sostener la situación de indicación
a partir de tanto desconocimiento. Otro motivo para que el analista asuma
una actitud mágica frente a la evaluación es la seducción por parte de
los pacientes y de sus padres a que participe con ellos en tal clase de
expectativas.
Destacamos
este punto porque nos parece marcadamente diferente que el analista
enfrente la tarea de indicación desde una posición mágica o que lo haga
desde una postura racional y de máxima "tentatividad". La
situación psicológica del analista en este sentido es compleja y difícil.
Debe saber que es inevitable que el paciente y sus padres tengan
expectativas mágicas respecto del tratamiento. Que esas expectativas son,
en gran medida, el sostén del posible tratamiento; que son la fuente dinámica
de las resistencias que encontrará en el camino de su labor. Es claro que
el analista debe respetar y valorar estas motivaciones, pero en la medida
de lo posible no debería participar de las mismas. Si el analista
comparte inconscientemente este tipo de motivaciones, facilitará una
clase de proceso terapéutico que a poco de empezar va a interrumpirse en
forma explosiva. Después de pocos meses de entusiasmo exaltado tendrá
que enfrentar a pacientes y padres que interrumpen el tratamiento
defraudados y furiosos porque el niño no salvó el año escolar; porque
todavía se hace encima; porque sigue agresivo; porque no obedece a los
padres; porque la niña adolescente se quedó embarazada; porque el joven
adolescente está fumando marihuana; etcétera. En cambio, si la conducta
del analista está de acuerdo con lo parcial de su conocimiento, a todo lo
que desconoce y a lo tentativo de sus opiniones y recursos clínicos,
generará un clima y un contrato menos dominado por las expectativas mágicas.
Esto,
a su vez, no es solución mágica para nada, simplemente mejora las
condiciones del trabajo del analista y las posibilidades de
aprovechamiento del paciente.
La
condensación de tantas expectativas y transacciones que ocurren en el
corto tiempo de una evaluación es, tal vez, una razón para que la
indicación sea la parte del proceso analítico que menos sistematizada
está en la literatura y, consecuentemente, más relegada al área del
arte analítico. Una gran parte de los trabajos sobre indicación tienden
a relacionarla con diagnósticos nosológicos. Este tipo de enfoque ha
rendido algunos frutos pero es, intrínsecamente, muy limitado por estar
alejado de la realidad psicológica de la indicación.
No
hay tal situación clínica donde el analista pueda decir que el
tratamiento psicoanalítico está indicado para tal clase de enfermedad.
Si así fuera, la indicación sería sencilla. Lo que hay son niños
dentro de familias, con padres que traen a sus hijos a tratamiento por
motivos complejos y diferentes a los del niño. Muchos de esos motivos son
mágico-mitológicos en su naturaleza.
Hay
poco tiempo, hay muchas expectativas mágicas y se requiere el máximo del
arte analítico para determinar una indicación: cuál tratamiento, para
quién y en qué condiciones.
Para
ejemplificarlo, relataremos una consulta en forma simplificada.
(Agradecemos a la Licenciada Ana María Nuñez, quien nos autorizó la
publicación de este material de supervisión.)
Los
padres piden una evaluación de Jorge, de 6 años, por sugerencia del
colegio en donde el niño concurre a primer grado. El colegio informa que
es agresivo, le pega a los compañeros y está todo el tiempo interesado
en hacer luchas con palos. Se ha apoderado de un auto y no deja que nadie
lo toque. El padre concibe a su hijo como bueno de corazón y entiende que
la agresión de Jorge es "reactiva" ante situaciones de
conflicto. A lo largo de las entrevistas el papá muestra una valoración
especial del "saber defenderse" como una de las características
más apreciadas de una persona. Por el contrario, considera que el
someterse es lo más negativo. Estrechamente relacionada con estas
valoraciones de rasgos de personalidad, el padre manifiesta la de estar
"decididamente en contra" del psicoanálisis. Su actitud se basa
en la convicción de que el psicoanálisis es un procedimiento por el cual
el analista aconseja y dirige al paciente.
Esta
postura frente al análisis se relaciona en parte con la conducta de su
esposa, quien está en el análisis desde hace varios años y que en forma
manifiesta y subliminal da a entender que ella se guía por los consejos y
las directivas que recibe de su analista. Para el padre, someterse de ese
modo al analista es la principal característica de una identidad
negativa, mientras que resolver los problemas por sí mismo es sinónimo
de identidad propia y positiva.
La
madre, en cambio, considera que la agresividad de su hijo es innata, parte
de sus características esenciales. El nacimiento del hijo representó
para ella una grave perturbación de su existencia. Sintió que el bebé
le impedía su vida profesional y que las demandas del niño la
torturaban. El llanto del bebé la desesperaba y lo consideraba
inconsolable. Se ocupó tres meses de su hijo y luego retomó su profesión
"full-time".
Desde
los tres meses, el niño es cuidado por empleadas, desde las siete de la
mañana hasta las ocho de la noche. Los padres han cambiado las empleadas
frecuentemente porque están disconformes con la manera en que están
criando a Jorge. Por las noches, cuando los padres están en su casa, es
el padre quien se ocupa de bañar, dar de comer y hacer dormir al niño.
La madre critica ácidamente el modo en que su esposo realiza estos
cuidados. Ella considera que lo hace en forma infantilizante, que malcría
y no estimula la autonomía del hijo.
En
el momento de la consulta los padres están en pleno proceso de separación.
La separación fue propuesta unilateralmente por la esposa debido a la
agresividad verbal del marido.
Jorge
tiene un hermanito, Natalio, de 3 años, a quien maltrata físicamente en
forma continuada.
Jorge
entra a la primera entrevista de evaluación con resolución y confiado, y
le declara a la analista: "Vos tenés que venir conmigo a vivir a mi
casa. Vamos a construir rifles y vamos a matar a mi papá y a la
mucama". Luego pide a la analista que construya escopetas con piezas
Rasti. A partir de ese momento, en toda la primera entrevista, y en las
dos restantes, se dedica a hacer juegos de "matar monstruos".
Alternativamente él y la analista son el monstruo a quien el otro
persigue y mata con la escopeta. A lo largo de los juegos muestra gran
facilidad para entrar en un estado mental de ilusión. Hay momentos en que
el juego se interrumpe porque la realidad psicológica del juego adquiere
una convicción alucinatoria para Jorge y esto le provoca excesiva
ansiedad. Se siente literalmente un monstruo y entonces se mira y se toca
el cuerpo para corregir esa percepción. A pesar de la interrupción, el
paciente logra reiniciar el juego a los pocos minutos.
Estos
padres han venido a consultar por la amenaza, ligeramente velada, del
colegio de echar a su hijo por mala conducta. ¿Cuánto tiempo y hasta qué
punto puede esta motivación sostener un proceso analítico del hijo? En
cierto modo la amenaza del fracaso escolar es legítima motivación, en la
medida en que significa una marginación oficial de la vida cultural y una
confirmación social de un fracaso estrepitoso de la función de crianza
parental. Decimos hasta cierto punto porque para los padres el fracaso
escolar es mínimamente una problemática personal del hijo.
Para
el padre, el problema reside fundamentalmente en las maestras que, según
él, tienden a fomentar la sumisión de los niños y no valoran el mérito
de autorrealización personal que tiene la agresión.
Para
la madre, los problemas de socialización del hijo son básicamente una
responsabilidad de su esposo, a quien ve fomentando los aspectos más
regresivos en la conducta de Jorge.
El
analista, por su parte, ha obtenido una visión definida pero muy parcial
de la personalidad del niño. Ha podido comprobar una relación inicial de
confianza del niño en la persona del analista y en el setting, de
los que se apoderó de inmediato y con firmeza. Además de la confianza,
Jorge se puso rápidamente en una posición de dependencia de la analista
al requerirla para participar activamente en sus juegos, como también
mostró su necesidad perentoria de jugar para resolver su acuciante
conflictiva interna.
El
niño mostró una persistente capacidad de juego que la analista valoró
como un factor positivo, a la vez que desplegó una fantasía dominada por
ansiedades persecutorias que se consideraron un rasgo negativo de su
personalidad. El valor negativo de las ansiedades persecutorias se
relacionó con la extensión en que dominaban la vida del niño y con que
sobrepasaban sus posibilidades de elaboración. Estas consideraciones son
la base de la impresión clínica de que este niño podría beneficiarse
de un psicoanálisis individual.
Por
nuestra experiencia, pensamos que el despliegue de las fantasías
persecutorias en la relación analítica permitirá posiblemente una mejor
elaboración e integración de la agresión en la persona del niño.
Creemos,
por otra parte, que el conocimiento del niño y de los padres es muy
parcial y que toda conjetura sobre las posibilidades de establecer un
tratamiento y sobre los eventuales beneficios del mismo son tentativas e
imprecisas. Uno de los pocos desarrollos que podríamos anticipar como
probable, es que el niño, a poco de comenzado un proceso analítico,
pierda su capacidad de integrar la agresión y las ansiedades
persecutorias y que recurra al ataque literal al analista y a su setting,
tal como lo hace en su casa y en el colegio.
Esto
no es considerado como un problema para el curso del análisis en sí,
pero puede anticiparse que las luchas dentro de la sesión y los controles
de la conducta agresiva que serían necesarios podrían despertar severas
reacciones por parte del padre que seguramente las percibirá como
esfuerzos coercitivos del analista para someter a su hijo.
Sobre
los datos de la evaluación de Jorge, hacemos las siguientes preguntas:
1)
¿Cómo escuchará este padre la recomendación clínica de psicoanálisis
para su hijo?
2)
¿Hasta qué grado prevalecerá su preconcepción de que el análisis
somete a los pacientes a las directivas y los consejos del analista?
3)
¿Puede el analista corregir en unas pocas entrevistas la valoración que
tiene este papá de la relación analista-paciente?
4)
Si el padre, a pesar de su visión del análisis, aceptase la recomendación
de análisis para su hijo, ¿qué motivaciones tendría para hacerlo?
5)
Estas motivaciones, hasta ahora desconocidas, ¿sería oportuno
investigarlas?
6)
¿Cuántas posibilidades y cuán útil al futuro proceso analítico del niño
tendría el hecho de detenerse a esclarecer las motivaciones profundas del
padre?
7)
Dada su especial valoración de la agresividad, ¿sería útil advertirle
al padre que en el curso del tratamiento el hijo podría mostrar menos
agresión manifiesta?
8)
¿En qué medida la oposición al análisis de este padre es un
desplazamiento de sus conflictos con su esposa? Si fuese así, ¿en qué
medida es posible o conveniente averiguarlo?
9)
¿Qué criterios podrían usarse para decidir la mejor indicación para
Jorge y para su familia?
10)
¿Cómo escuchará la mamá de Jorge la posible recomendación de análisis
para su hijo?
11)
¿Significará para ella una confirmación de su visión sobre el efecto
nocivo del maternaje que realiza su esposo?
12)
¿Será, posiblemente, un alivio y reparación para la tarea de matemación
que ella no realiza?
13)
¿Tendrá la expectativa de que el analista cambie la "esencia"
agresiva de su hijo y quizá vicariamente la de su esposo, que tanto le
cuesta tolerar?
14)
¿Verá en la indicación de análisis una confirmación o una refutación
a su diagnóstico de agresión "innata"?
15)
¿Podrá sentir que el analista reemplazará a su esposo en los cuidados
maternales del hijo?
Esta
lista de preguntas es incompleta, no incluye todas las posibles conjeturas
que sería factible plantear en esta evaluación. Es sólo lo
suficientemente extensa como para expresar la enorme complejidad de la
situación psicológica de indicación de tratamiento.
Por
su parte, el analista no cuenta con ningún conocimiento sistematizado que
le facilite la indicación. Sabe que hay varias formas de psicoterapia
individual y grupal y de tratamientos institucionales y medicamentosos.
Sabe también que no hay estudios comparativos sistemáticos que le
faciliten la indicación de tratamiento. No tiene otro recurso que usar
sus criterios personales surgidos de su experiencia. Nuevamente nos parece
importante que el analista reconozca su situación. La alternativa, que
nos preocupa, es la de desconocerla y adoptar en consecuencia una postura
mágico-mitológica de seudoconocimiento, porque esto entorpecería la
creación de la situación analítica. Podría, en cambio, llevar a la
creación de un campo psicológico dominado por el control, la fuerza, el
dominio, las convicciones.
La
idea central de este trabajo es simple: no hay recursos racionales ni mágicos
para resolver las complejidades psicológicas de la indicación; que deben
quedar por necesidad no resueltas; que el único instrumento para
delimitar la indicación del tratamiento es la brevedad en el tiempo.
Si
bien es típico de la indicación de psicoanálisis que las complejidades
psicológicas del período de evaluación quedan no resueltas, hay un
recurso que nos parece trascendente. Éste consiste en que el analista
facilite con su actitud de "tentatividad", desconocimiento y
relatividad, la iniciación de un clima psicológico y una modalidad de
relación de mutua dependencia que pueda eventualmente facilitar el
establecimiento de la situación analítica. Lo opuesto, y hacia lo que
advertimos, es la instalación de una relación de control o coerción
mutua basada profundamente en el pensamiento mágico y no conducente al
desarrollo de la situación analítica.
La
indicación no queda establecida de una vez. Tanto para el paciente como
para sus padres, el curso del análisis les presentará sucesivos momentos
en que necesariamente van a rectificarse las motivaciones y expectativas
conscientes e inconscientes que sostienen el tratamiento.
La
experiencia clínica nos sugiere que el curso profundo del proceso analítico
está conducido por las activaciones y desilusiones de las expectativas
inconscientes. Y si bien esto importa centralmente para el paciente, también
es cierto, aunque más periféricamente, para los padres.
En
la realidad clínico-psicológica de la indicación, el analista hace dos
determinaciones principales. En base a su experiencia personal decide si
el análisis podría serle beneficioso a su paciente. Y luego evalúa si
el paciente y los padres pueden aceptar su encuadre del tratamiento analítico.
Si se dan esas dos condiciones, el tratamiento puede comenzar y en el
transcurso se irán develando y resolviendo algunas de las complejidades
que inicialmente estaban en tinieblas.
Pero
tan relativa es la posición del analista que, aun en aquellas cuestiones
que se resuelvan favorablemente, podrá tener el conocimiento certero de
muy pocas.
Hemos
descripto y subrayado limitaciones al conocimiento y al control por parte
del analista a lo largo de este ensayo. Nos importa, finalmente, destacar
que no consideramos a esta situación del analista como negativa.
Simplemente nos parece que es intrínseca y esencial a la naturaleza del
proceso analítico.
Doctora
Susana L. de Ferrer: Desde ya quiero dejar sentado que no es
justamente una posición privilegiada ser la cuarta en la intervención,
porque se corre el riesgo de que muchas cosas pensadas en la soledad de la
reflexión (como decía muy bien Silvia) ya hayan sido dichas y que otras
eventualmente se salgan del marco de lo señalado anteriormente.
Yo
quisiera atenerme en forma bastante ceñida al tema que nos convocó, o
sea el de "Indicaciones y contraindicaciones en el tratamiento
psicoanalítico de niños", y enfatizo lo del tratamiento psicoanalítico
de niños porque quisiera trazar una diferenciación entre lo que yo
entiendo que es pensar psicoanalíticamente al niño y desplegar una
terapia con una estrategia psicoanalítica, tal como nos las ha enseñado
Freud en la aplicación de su método con pacientes adultos, traspolándolo
luego al tratamiento de niños y adolescentes.
Quisiera
darle un enfoque muy clínico a esta temática, y desde ya parto del punto
de vista de una total legitimación del tratamiento psicoanalítico para
la psicopatología infantil. Como lo hemos visto esta noche, pienso que
coincidimos todos en el reconocimiento de que el tema es muy debatido, que
es un tema que ha sido abordado por las distintas escuelas con características
muy diferentes y llegando a conclusiones muy disímiles. Sin embargo, creo
que la confrontación de los distintos enfoques es factible y, además,
muy estimulante.
Pienso
que no está de más decir que desde 1905, cuando Freud empezó a pensar
en Juanito (porque el padre sometía las notas que hacía de Juanito
psicoanalíticamente antes que éste desarrollara su fobia), hasta 1909,
cuando nos presenta el enfoque de la fobia de Juanito desde la perspectiva
de una metapsicología psicoanalítica, hemos aprendido a pensar en el niño
sano y en el niño enfermo desde una perspectiva diferente. A partir de
allí hemos visto muy bien esta noche que las distintas escuelas han
desarrollado distintas estrategias en cuanto al abordaje de la
psicopatología infantil, enfocando la problemática ya sea desde el punto
de vista del discurso familiar, de la problemática de la madre, del
padre, de la pareja combinada y de la situación ambiental en la cual el
niño ha estado inserto.
Esto
hace que en la historia de los tratamientos y de las técnicas de abordaje
psicoanalítico del niño encontramos una gran anarquía de enfoques.
Esta
anarquía queda totalmente reducida cuando podemos pensar al niño desde
su enfoque evolutivo, teniendo en cuenta el comportamiento de sus
instancias psíquicas (comprendidas en términos de yo, superyó y ello),
y la interacción entre estas instancias, así como la interacción de su
persona con el medio ambiente. De este modo, podemos apreciar en qué
medida el niño se puede adecuar a las exigencias de su ello, a las
demandas que su mundo ambiental le exige, y comprender el recurso en función
del cual logra un equilibrio (inestable por cierto, pero un equilibrio al
fin) para poder funcionar en el medio ambiente en el cual le es dado
vivir.
Si
tenemos en cuenta lo que nos dice Sigmund Freud, Anna Freud, Melanie Klein
y muchos otros colegas que se han dedicado a la aplicación del psicoanálisis
al tratamiento de la psicopatología del niño, si tenemos en cuenta que
el psicoanálisis puede brindarle al niño las mismas ventajas y los
mismos privilegios que a un adulto y que sólo varían las técnicas de
comunicación con las cuales el niño va a expresar su conflictiva (léase
expresándose a través de la actividad lúdica, de la gráfica, de la mímica,
de la verbal y de la combinación de todos estos canales de comunicación),
tenemos que aceptar que en estos momentos el criterio de indicación o
contraindicación del tratamiento psicoanalítico para un niño y el
criterio de analizabilidad de un niño deben ser evaluados en función de
un tiempo diagnóstico, dando al terapeuta la oportunidad de trazar un
perfil que, a su vez, permita trazar una estrategia y una orientación
terapéutica.
Esto
que de alguna manera constituyó un consenso en esta mesa, porque creo que
estuvimos todos de acuerdo en que este tiempo diagnóstico es un
instrumento valiosísimo para poder evaluar la indicación o la
contraindicación de un tratamiento, no ha sido un supuesto aceptado desde
los comienzos de la historia del psicoanálisis. Si ustedes recuerdan los
primeros tratamientos descriptos por Anna Freud o Melanie Klein, los de
Hughs Helmuth o Sophie Morgenstern y otros precursores de la técnica en
psicoanálisis de niños, prescindían del tiempo diagnóstico. Analizaban
niños que eventualmente provenían de otros colegas o de hijos de
analistas, quienes los llevaban directamente con indicación para terapia.
En
estos casos, la entrevista diagnóstica era obviada; si rastreáramos los
casos que Melanie Kein trae en su libro Psicoanálisis de niños,
veríamos que son niños que han pasado directamente a un tratamiento
psicoanalítico. El hecho de pensar al niño psicoanalíticamente hace que
cada vez más se reconozcan con mayor frecuencia distintos tipos de
disturbios, que no han consolidado una patología neurótica sino que son
alteraciones de la conducta o manifestaciones psicosomáticas
transitorias. Esto impone una evaluación diagnóstica previa.
Tanto
los pediatras como los educadores y los padres denuncian hoy en día
precozmente un síntoma que da cuenta de un funcionamiento conflictivo del
aparato psíquico. Nos damos cuenta de que no podemos encuadrar en la
indispensabilidad de un tratamiento psicoanalítico propiamente dicho
todas las consultas que se nos dispensa en relación con síntomas o
conductas conflictivas que el niño pone de manifiesto.
Esto
nos conduce a pensar en la utilidad de la creación de un perfil diagnóstico
que nos permita adecuar la estrategia del tratamiento en cada caso
particular.
Pensar
psicoanalíticamente en el niño, implica pensar en él desde el punto de
vista metapsicológico, pensar en él desde el punto de vista de las
características evolutivas en cada una de sus etapas de estructuración
y, por supuesto, en la forma en que interacciona con el medio ambiente.
Siguiendo
el perfil metapsicológico que nos propone Anna Freud, del cual pienso que
constituye una de las clasificaciones psicopatológicas más psicoanalíticas
que están a nuestra disposición, creo que nos vamos a encontrar yendo
desde las manifestaciones menos comprometidas a las más comprometidas,
con distintos niveles de alteración de la evolución y de la conducta en
el niño.
Desde
lo menos severo a lo más severo, vamos a tropezar con variaciones del
desarrollo evolutivo normal, donde la consulta corresponde a momentos en
los cuales los padres, los pediatras o los educadores consideran que
determinado logro evolutivo se está demorando, quieren conocer la causa
por la cual esto está aconteciendo y cómo puede modificarse el retraso o
la variación que se está dando. Sin ir más lejos y en un ejemplo muy
simple, un niño que atrasa su deambulación o retrasa su lenguaje o su
control de esfínteres es muy a menudo objeto de una consulta.
Es
evidente que en una situación de esta naturaleza la exploración histórica
de la evolución del niño, la exploración ambiental de su
desenvolvimiento y las entrevistas diagnósticas a través de las horas de
juego que se dispensen con él, nos darán la pauta de si esa variación
de la normalidad es una variación dependiente de factores poco
trascendentes, con lo cual, modificados estos factores, la función se va
a integrar, o si hay una traba más trascendente, que requiere
eventualmente una intervención nuestra (por más pequeño que sea el niño)
y quizá una atención interdisciplinaria.
Me
refiero aquí a la intervención del neurólogo, el endocrinólogo, el
psicopedagogo, el psicolingüista, el psicomotricista, etcétera, o sea de
distintos especialistas que pueden hacer aportes útiles para la solución
de la problemática.
Hay
otro tipo de trastornos que pueden ser rubricados y que son frecuentes en
la consulta, se trata de los trastornos transitorios del desarrollo. Son
trastornos de funciones que ya habiéndose logrado sufren una regresión
(el niño vuelve regresivamente a situaciones previas). En estos casos con
mucha evidencia salta a la consideración del terapeuta un motivo: la
enfermedad de una persona muy próxima al niño, una mudanza, la separación
de los padres u otro tipo de situación que hizo perder un logro ya
adquirido en forma transitoria.
Pienso
que no es el momento de decir qué estrategia emplearíamos para actuar
sobre este tipo de problemáticas, pero tal vez lo podamos hacer en una
segunda vuelta.
Llegamos
así a los trastornos en los cuales notamos
una estable y continua regresión o detenimiento del desarrollo del yo,
del superyó y, eventualmente, también de la pulsión instintiva. Pienso
que este nivel de patología es el que requiere indefectiblemente un
apuntalamiento psicoanalítico.
Un
apuntalamiento psicoanalítico diferente de la técnica que Freud usó con
Juanito, un tratamiento en el cual se crea un espacio terapéutico con
todo lo que esto implica desde el punto de vista del consentimiento de los
padres y de la creación de un encuadre, en el cual el niño puede
desplegar (así como lo haría un adulto) sus fantasías, sus ensueños,
sus contenidos oníricos, su conducta en general, independientemente de
que ésta esté expresada a un nivel lúdico, gráfico, verbal, mímico o
con todas estas expresiones alternativas y concomitantes.
Es
misión del terapeuta poder comprenderlas, interpretarlas a través de la
verbalización a partir de una situación transferencial que se instala
indefectiblemente, y se instala incluso una neurosis de transferencia.
Hemos visto a través de reiteradas observaciones y experiencias que esa
neurosis de transferencia se instala y que también existe una fuerte
corriente contratransferencial.
Avanzando
más en la patología, hablaremos de aquellos chicos que presentan una
regresión intensa de su aparato psíquico, tanto en términos del
desarrollo del yo como del superyó y del ello; demuestran sintomatologías
que pueden ser agrupadas, ya sea dentro del rubro de las psicopatías, de
las perversiones y de las psicosis. Pienso que en este nivel de patología
el tratamiento psicoanalítico es el único elemento que puede asegurar
una reversibilidad de la patología, una eventual restitución de la
organización del aparato psíquico. Generalmente, el tratamiento
psicoanalítico individual no es suficiente, y se requiere de atención
interdisciplinaria y atención del grupo familiar.
Otro
nivel más grave lo constituyen aquellos trastornos que implican un
compromiso orgánico, tales como la disfunción cerebral, la epilepsia,
las disfunciones perceptivas de distintos niveles (hipoacusias, trastornos
de la visión) y otros elementos de compromiso orgánico que tienen una
trascendencia enorme sobre la organización del aparato psíquico. En
estos casos es muy compleja la configuración de la estrategia de abordaje
terapéutico, porque implica la convocatoria de un equipo de trabajo en el
cual el tratamiento psicoanalítico per se está indicado en
concomitancia con otros abordajes interdisciplinarios.
No
quisiera terminar esta exposición sin volver al tema de la aplicación
del psicoanálisis de niños con distintas estrategias, porque, como ya he
dicho, pensar psicoanalíticamente en el niño nos abre una compuerta que
es un privilegio de nuestra época, pues podemos abordar distintas
situaciones conflictivas con estrategias que eventualmente no son las de
un tratamiento psicoanalítico propiamente dicho, pero son estrategias
derivadas del tratamiento psicoanalítico.
En
nuestra época, la orientación terapéutica hecha a los padres es una
estrategia nada desdeñable, que conjuntamente con el seguimiento y la
observación periódica del niño puede ser de enorme utilidad.
La
terapia grupal, sobre todo en púberes y en adolescentes, pero también en
niños con distinto tipo de somatizaciones y con distintos tipos de
conflictivas en la conducta, está hoy a la orden del día como lo están
también los tratamientos de tiempo y objetivos limitados, inspirados en
un enfoque psicoanalítico (en el más amplio sentido de la palabra) pero
de hecho no con una estrategia psicoanalítica tal como la recomendamos en
un niño con un trastorno neurótico, una caracteropatía, una psicopatía
o un niño con trastornos de tipo psicopático.
Pienso
que las distintas estrategias deben tomar en cuenta también las terapias
que incluyen una estrategia familiar y el abordaje de las situaciones
vinculares (intrafamiliares). Creo, sin embargo, que un tratamiento con un
encuadre estable en una relación bipersonal que permita establecer una
relación transferencial y contratransferencial, una regresión que
facilite una reestructuración y resignificación de la conflictiva del niño,
es el abordaje terapéutico ideal para la psicopatología infantil.
Licenciado
Eduardo Mandet: Realmente las exposiciones han sido profundas. Voy a
intentar buscar ciertos puntos nodulares de cada una de las exposiciones,
como para nombrarlos y pensar las cuestiones que cada una de las
exposiciones abren, para después proceder a la discusión.
De
la exposición de María Esther, creo que uno de los puntos básicos que
ella toma es cómo escuchar el pedido, desde dónde y cómo resolverlo. Es
decir, a ella le interesa sobremanera el tema del estudio diagnóstico
profundo del paciente, y a partir de ahí determinar las estrategias. Hizo
referencias a las distintas perspectivas teóricas y a las dificultades
que pueden llevar a caer en eclecticismos o en posturas demasiado
opuestas.
Se
refirió también a la importancia de poder tener en cuenta no sólo lo
que puede ser todo lo que tenga que ver con la historia del paciente, sino
también todo lo que puede tener que ver con respecto al psicoanálisis y
las distintas corrientes.
Con
respecto a Silvia son muchos temas y muchas las preguntas, creo que es muy
interesante cómo vos podés ir tomando, descifrando, distintas corrientes
teóricas. A veces, los analistas nos preocupamos por cifrar determinado
autor y nos quedamos en esos ciframientos, como descubriendo algo muy
importante, y nos ceñimos exclusivamente; vos tratás de descifrar para,
a partir de distintas escuelas, ir encontrando distintos caminos.
Creo
que hay dos temas que te preocupan y que desarrollás: el tema de la
temporalidad –la memoria– y el de la ética. También el tema de cómo
actuar con el paciente que viene a la consulta.
Si
es una paciente analizable, cómo actuar; y cómo actuar si es un paciente
no analizable. Y considerando este último caso quisiere preguntarte si
podemos realizar aplicaciones del análisis sin que pensemos que eso es un
análisis en el sentido estricto de aplicación del método psicoanalítico.
Un
punto que me gustaría que vos desarrollaras más es cómo te manejás con
esos momentos míticos a los cuales hiciste referencia y sobre ciertas
metabolizaciones que el chico tiene que hacer de esas determinaciones que
partirían desde los padres.
Es
como si vos desmitificaras de alguna manera todo este proceso a partir de
lo que puede ser el pedido de los padres y desde lo que puede ser el saber
que se supone tiene el psicoanalista; la importancia que tiene
el proceso y la creación de ese espacio que se tiene que ir dando. En
este sentido, me gustaría que pudieras desarrollar más el tema de la
desilusión inconsciente. ¿Cómo se efectuaría ese proceso de desilusión
inconsciente?
Con
respecto a Susana creo que hay dos puntos importantes: el enfoque
metapsicológico y evolutivo (con respecto al paciente, con respecto a la
familia) y cómo se interrelaciona con el crecimiento armónico del niño.
Entiendo que hay una verdadera preocupación por poder trazar un perfil
diagnóstico del chico, en función de distintas áreas que van a dar
lugar a distintas estrategias, las cuales no sólo incluyen a lo psicoanalítico
sino también a otros campos.
Otro
tema importante de tu exposición es la aplicación del psicoanálisis a
otras áreas. Al respecto, yo te quería preguntar: ¿cómo se puede
guardar cierta especificidad del psicoanálisis cuando se aplica en otras
áreas?
Les
pido disculpas por el recorte que hice, pero es para intentar un primer
abordaje.
Doctor
Ezequiel Jaroslavsky: Silvia, en el
esquema te referís a que hay un momento de constitución desde los
padres, en el cual se arma la fantasmática, la estructura psíquica. La
vuelta proyectiva hacia el exterior, ¿es un
espejo o hay un proceso?
Doctora
Silvia Bleichmar: Ahí está la
metabolización.
Licenciada
Susana V. de Jaroslavsky: Un elemento
remarcado por Susana es la realidad externa. ¿De qué manera aparecería
en tu gráfico la interrelación del grupo familiar en la constitución
del niño y toda la situación psicosocial en donde está inmerso ese niño?
Doctora
Silvia Bleichmar: La primera cuestión,
respecto de la teoría, no es algo que se me ocurre a mi. Con Laplanche y
con otros psicoanalistas, pero fundamentalmente a partir de la propuesta
de Laplanche, la idea es hacer trabajar la teoría. Hacer trabajar la teoría
quiere decir someter la teoría al juego de sus propias exigencias.
Voy
a tomar el ejemplo de los trastornos de aprendizaje para plantear de qué
manera yo podría coincidir y discrepar con algo de lo que plantea Susana.
Coincido
totalmente con la preocupación respecto de los trastornos evolutivos y
creo que hay que volver a recuperarlos como problemática central del
psicoanálisis de niños. En la medida en que está en juego, además, la
sublimación como problema central de la constitución infantil, pasaje
del ejercicio pulsional puro a la sublimación. Creo que fue una
preocupación central de Anna Freud y de la gente que ha trabajado en
relación con ello.
A
partir de esta cuestión, me planteo: ¿qué es lo que no me permite
compartir la forma en que es visto el trastorno de aprendizaje como
trastorno sintomal o no? Entonces señalo lo siguiente: intento trabajar
desde una perspectiva freudiana, en la cual no sólo tengo que dar cuenta
de las fallas de la estructuración de las funciones, sino de su
funcionamiento normal. Así, parto de la idea de que las funciones no se
constituyen por evolución, sino que se constituyen por producciones del
aparato psíquico en la instauración del proceso secundario.
Cuando
me encuentro con un problema de aprendizaje (retomando la preocupación de
Alberto) dentro del campo analítico me planteo una primera bifurcación,
es una inhibición en el sentido planteado por Freud (en Inhibición, síntoma
y angustia), es decir, efecto de la operancia de la represión, o es
un trastorno en la constitución del aparato, donde hay fallas en el
proceso secundario y a partir de las cuales se producen los trastornos del
pensamiento y de la lógica.
Ésta
es una preocupación que Melanie Klein nunca podría haber tenido porque,
para ella, el inconsciente opera desde los orígenes, con lo cual nunca se
le hubiera planteado el problema de la problemática del proceso
secundario. En la medida en que se ligaba la fantasmática, se pasaba a la
posición depresiva y la pulsión de muerte dejaba de disgregar al
aparato. ¿Entienden cómo voy planteando el movimiento teórico?
Entonces,
desde aquí yo digo: Anna Freud descubre una preocupación importante en
el análisis de niños, pero yo me planteo desde una perspectiva
metapsicológica cómo hago jugar estos momentos descubiertos en la
constitución del aparato, no como momentos de desarrollo sino como
momentos de estructuración a partir de la elaboración de las instancias.
Eso en relación con el problema de la teoría.
Ahora
bien, retomando la cuestión de los
problemas de aprendizaje, si yo no tengo una falla en la estructuración
del aparato estamos salvados: estoy frente a una estructura neurótica, no
tengo problemas severamente psicóticos con el niño. Entonces, yo tengo
que plantearme: ¿de qué es producto esta inhibición? ¿Es producto de
ejercicios de las contracargas de una represión que opera de tal modo que
no posibilita el aprendizaje, o es un producto de que algo desencadena en
los modelos pedagógicos esta imposibilidad de aprender, en este momento?
Pero
yo tengo que hacer todo un deslinde previo para no proponer acciones, como
un cambio de colegio, por ejemplo, hasta que no tenga claro qué es lo que
está operando en ese trastorno: trastorno en la constitución de la
estructura del aparato o síntoma con inhibición en caso del aparato
constituido. Y a partir de aquí, si hay síntoma con inhibición, ¿cuál
es la determinación actual del síntoma con inhibición?
Luego,
en relación con el problema de la temporalidad, la memoria y la ética
que vos planteás, yo te podría decir que tomando esta cuestión de la
exigencia teórica todo desarrollo teórico se juega entre algo que es la
motivación inconsciente y algo que es del orden de la racionalidad. Yo no
voy a dar cuenta acá de mis motivaciones inconscientes, pero sí puedo
dar cuenta de que tengo una preocupación muy marcada en este momento por
recuperar dos problemas en el interior del psicoanálisis.
Uno
es la expulsión del acontecimiento y la historia a partir de la impronta
del formalismo lógico en estos años (el formalismo estructuralista), y
entonces me preocupa centralmente el problema de la historia y la memoria.
En segundo lugar, el problema de la ética, en la medida en que se ha
subordinado la ética de la práctica terapéutica a una supuesta ética
del deseo, que en realidad es una antiética de la pulsión de muerte,
desde mi punto de vista, y una mala lectura además en última instancia
de Lacan. Quiero explicitarlo porque en ningún momento Lacan lo ha
planteado así en su Seminario de la ética. .
¿Anabilizabilidad
o qué? Cuando marco en el gráfico este movimiento constitutivo, intento
por supuesto otorgar una forma de racionalidad al diagnóstico; que no
haga caer en la ilusión mágica del analista que propone determinaciones,
pero que permita operar con un índice de conocimiento donde el analista,
en mi opinión, es alguien que sabe lo que sabe y no sabe lo que no sabe,
pero algo sabe. Yo no comparto las propuestas actuales acerca de la docta
ignorancia y la reificación del analista como el inverso del sujeto
supuesto saber.
El
sujeto supuesto saber es la imaginería del conocimiento del analista,
pero el analista sabe lo que sabe y hay cosas que no sabe. Comparto en ese
sentido con Valeros la preocupación de la diferencia entre saber y creer
saber, creo que para dejar de jugar a creer saber tenemos que empezar a
saber.
Hablé
de la transformación en lo contrario y la vuelta contra la persona propia
como los primeros grandes movimientos defensivos. Yo considero que no son
sólo defensivos sino estructurantes, y creo que dan origen en el plano de
la salud al orden de la creencia, y cuando se estructuran como patológicos
a la renegación (o a la desmentida como lo planteó Freud), a la escisión
y al clivaje longitudinal del yo.
De
manera que cuando me encuentro con un trastorno en la constitución de los
grandes movimientos defensivos previos a la represión originaria, veo
precursores que van a dificultar esta instauración y tengo que operar.
Ahora bien, debo saber dónde opero, porque entonces no puedo trabajar
como decía Freud rellenando las lagunas mnésicas y haciendo consciente
lo inconsciente, sino que tengo que operar de manera que aquello que está
en el orden de la confusión pase al inconsciente o al preconsciente y se
simbolice.
Ésta
es la preocupación, el análisis no es sólo una interpretación que
devele lo inconsciente, sino formas de simbolización de lo innombrable. Y
es a través de la simbolización de lo innombrable que se termina de
constituir el aparato. Pero no puedo decir que esto sea análisis, en el
caso de estos abrochamientos previos donde nosotros tenemos una
predominancia a veces del engolfamiento en la estructura materna, entonces
hay un periodo en que tendré que trabajar con binomio.
Pero
tengo que tener claro para crear las condiciones de analizabilidad que
ninguna falla estructurante del aparato queda sin secuela y que el pasaje
de una psicosis simbiótica tendrá derivaciones fóbicas graves y
posteriormente obsesivas severas. Laplanche me decía un día charlando
sobre Hans: si Freud hubiera tratado al Hombre de los Lobos en el momento
de Hans, se hubiera encontrado también con una fobia y si lo hubiera
tratado después con una neurosis obsesiva grave.
¿Por
qué? Porque el aparato tiende a soldar aquello que no puede reestructurar
y así yo tengo que prever en el momento del diagnóstico los posibles
movimientos reestructurantes, como lo planteó Susana, entre las pulsiones
y las modalidades defensivas. Entonces tengo que crear condiciones de
analizabilidad a futuro, pero esas condiciones de analizabilidad tienen
que pasar por la terminación de constitución del aparato. Ahí opero con
otras técnicas, incluyo entrevistas con padres, incluyo binomio; en fin,
lo voy definiendo según cómo se van produciendo las circulaciones edípicas.
En
relación con la metábola, éste es un concepto que retomo de Laplanche.
La idea es que el inconsciente del niño no es el reflejo de la estructura
edípica, ni mucho menos un deseo de la madre. Hay procesos complejos de
recomposición metabólica y lo que se reproyecta sobre la estructura
inicial no es idéntico a lo que se plasmó, sino que es algo que se
recompone y vuelve sobre lo real.
Creo
que en esto Melanie Klein era muy sabia. Ella planteaba que el superyó no
era el reflejo del superyó de los padres, sino precisamente su falla, loo
cual obligaba a complejos movimientos defensivos muy severos, para que el
sujeto pudiera enfrentarse a la no desestructuración del aparato.
Retomo
la cuestión del desarrollo evolutivo porque pienso que es la forma
en que en lo real se plasman los movimientos de la estructura; es decir,
si hay posibilidad de estructuración de las pérdidas a partir de la
estructura del Edipo, habrá posibilidad en determinado momento de
constituirse la pérdida de las heces y el control de esfínteres.
Esto
no es directo ni inmediato, pero pienso que hay determinantes
intersubjetivos de las modalidades de las renuncias pulsionales, entonces
retomo esta preocupación de Lacan por la constitución sexual en el
interior de la estructura del Edipo.
Yo
tengo una preocupación fundamental por entender de qué modo lo que
aparece como síntoma del desarrollo es síntoma de la constitución
general de la estructura. Doy un ejemplo: para mí, el no (la constitución
del no) es definitiva en la constitución del aparato psíquico, y
considero el negativismo como un movimiento precursor de la identidad.
Pero al mismo tiempo retomo la preocupación de Anna Freud por las fobias
infantiles, porque pienso que éstas son los movimientos constitutivos de
los primeros ataques de angustia y de las primeras simbolizaciones de la
angustia. Entonces, lo que intento,
si ustedes quieren, es retomar esta preocupación, pero dar cuenta de su
metapsicológica.
Doctora
Susana L. de Ferrer: Yo
creo que por más diversidad de criterios que nosotros tengamos, cuando
reflexionamos en torno a un material clínico como el que trajo José,
tenemos más coincidencias que discrepancias. En ese sentido, yo también
había traído un material clínico que me pareció especialmente
ilustrativo. En distintos momentos fui consultada por dos hermanos (con un
intervalo de cuatro años entre una consulta y la otra) a los fines de un
psicodiagnóstico y de una orientación terapéutica para cada uno de
ellos.
Uno
de los niños, al cual llamaremos Mario, presentaba un desarrollo que fue
definido por la madre como acelerado: un niño aparentemente brillante,
exitoso, muy querido por sus pares, muy gratificante en el hogar en el
cual se desarrollaba. Finalmente, se enuncia que la preocupación era su
enuresis primaria a los seis años. Esta situación había que articularla
con la consulta de cuatro años atrás por el hermano mayor, al cual
llamaremos Martín. En el momento de la consulta por Mario, Martín tenía
9 años. Había padecido una situación sumamente diferente, y, de alguna
manera, traía como contrapunto la problemática de Mario.
Cuando
cuatro años atrás había sido consultada por Martín (Mario tenía 4 años
en aquel entonces) sufría de un trastorno muy significativo del
desarrollo. Martín había tenido una hipsaritmia de lactante, una
epilepsia grave que trae habitualmente un daño cerebral importante si no
es atendida adecuadamente con antiepilépticos y cortisona. Trae
trastornos evolutivos concomitantes, con trastornos del lenguaje,
trastornos de las funciones cognoscitivas y trastornos del desarrollo en
general.
En
aquella oportunidad, orienté a Martín hacia un tratamiento neurológico,
psicopedagógico y psicoterapéutico. Martín tuvo una excelente evolución,
a tal punto que en estos momentos es un niño que transita por una
escolaridad normal (con un desfasaje de un año solamente con respecto al
nivel de escolaridad que le correspondería por su edad cronológica).
Como
contrapunto a esta situación, Mario (el hermano menor) presenta logros
evolutivos acelerados para su edad cronológica y una sintomatología tal
como es la enuresis, que motiva aparentemente la consulta de los padres en
esta oportunidad.
Digo
aparentemente porque en realidad lo que vimos que motivó la consulta fue
que se sospechaba una malformación renal en él (que no tenía nada que
ver con la enuresis, desde ya), y ésta debía exponer al niño a una
exploración de tipo diagnóstico (endoscópico) bastante traumática, al
punto que el urólogo mismo indicó psicodiagnótico a fin de ver en qué
medida se podía preparar al niño para que esta exploración fuera menos
traumática.
Vean
ustedes cuán polifacéticas son las motivaciones de la consulta, cuán
encubiertas son en cuanto al orden de prioridades que tienen; cómo lo
primero que los padres manifiestan es la aceleración de Mario, la
brillantez de este niño que definen como un enurético primario (a los 6
años de edad) y donde el motivo angustioso de la consulta está centrado
en torno a la proximidad de una exploración, que de por sí resulta truamática
y sumamente preocupante tanto desde el punto de vista del niño como desde
el punto de vista de los padres.
Cuando
yo hago las entrevistas diagnósticas con Mario me encuentro con un niño
hiperkinético, de una enorme dispersión, con una gran dificultad en su
concentración, con una gran dificultad para organizar cualquier tipo de
secuencia lúdica que pueda implementar con los elementos que están a su
alcance, con un disgrafismo notorio, con una seria perturbación de su
organización y de su estructura psíquica; indefectiblemente me llevaba a
decir que este niño con futuras exploraciones o sin futuras exploraciones
requería análisis, y análisis en el más estricto sentido de la
palabra. La aparente brillantez en su desarrollo es una especie de
restitución ilusoria que los padres quieren hacer, para dar cuenta de que
han tenido un hijo enfermo y ahora tienen un hijo brillante, un hijo sano
que tiene una demora en su control de esfínteres (que es la enuresis) y
que, bueno, va a ser sometido a una endoscopía: "Tantos chicos son
sometidos a una endoscopía".
En
el psicodiagnóstico vemos que este niño no se desenvuelve bien para su
edad y que, además, tiene un estancamiento o una demora en sus logros
evolutivos. En este caso es indicado el tratamiento psicoanalítico, ya
que está en juego la organización psíquica del niño.
Planteo
una situación que es la siguiente: cuando un niño y una pareja parental
han promovido la oportunidad de una consulta con un terapeuta, éste deberá
poder apreciar todas las problemáticas existentes y orientar hacia su
atención específica.
Yo
indicaría concomitantemente un tratamiento psicopedagógico al ver que un
niño está trabado en su operatoriedad. Si a determinada edad un chico no
opera al nivel que le correspondería por su edad cronológica,
conjuntamente con el desbloqueo afectivo pediría un entrenamiento de tipo
psicopedagógico, que como ustedes saben se rige con una técnica
completamente distinta a la psicoterapéutica.
Asimismo
aconsejaría un tratamiento de tipo psicolingüístico, un tratamiento de
apuntalamiento de la psicomotricidad (fina o gruesa según se trate) si
las circunstancias lo requieren. Pienso que cuando un niño tiene la
oportunidad de una entrevista diagnóstica o de un tiempo diagnóstico por
parte de un especialista de nuestras características, muestra tanto de su
funcionamiento, de su historia (y tanto de su historia muestran los
padres), que nos obliga a hacer indicaciones precisas.
No
conozco ningún profesional que se tome el tiempo que nos tomamos nosotros
para la confección de una historia evolutiva y evaluar los matices del
funcionamiento de un niño con su mundo objetal, en las entrevistas diagnósticas.
Entonces, si hemos utilizado el tiempo para realizarlo, es nuestra
responsabilidad hacer una orientación completa hacia sus oportunidades
terapéuticas (aunque trasciendan nuestra área); en todo caso, podemos
consultar quién puede proseguir la investigación, pero si tenemos la
suerte de tener una visión panorámica de ciertas disciplinas que atañen
al niño, tenemos que dispensar toda esta orientación.
Un
tiempo diagnóstico es algo así como una radiografía muy penetrante del
funcionamiento de un ser humano en evolución, y cualquiera fuese su traba
hay que ayudar al desbloqueo, en su forma concomitante o consecutiva o aun
previo a nuestro abordaje psicoterapéutico.
Doctor
Ezequiel Jaroslavsky: Pero de todas
maneras remarcarías que el campo estaría más determinado desde el
terapeuta que desde una subespecialidad, o sea que la concentración de la
información estaría por parte del especialista en niños. Porque a veces
el que decide es el pediatra, que envía al niño a un psicopedagogo sin
mediar el paso por un psicoterapeuta.
Doctora
Susana L. de Ferrer: De acuerdo,
sí.
Licenciado
Eduardo Mandet: Ahora
yo estaba pensando que hay algo en común en las tres presentaciones que
tiene que ver con desmitificar el lugar del terapeuta. Vos lo traés en
relación con lo que pueden ser las áreas propias del psicoanalista, en
donde no necesariamente a veces es un psicoanalista que aplica exactamente
el método psicoanalítico; donde hay una tarea creativa que es la que vos
proponés en ese trabajo de reconstrucción.
Creo
que vos lo traés con relación a que el psicoanalista tiene que ir dándose
todo un tiempo para poder ir pensando. Es decir que no tendría todas las
preguntas de entrada ni tiene que darlas inmediatamente en determinado
momento sino en un proceso.
Doctor
José Valeros: Voy
a tratar de volver a explicitar la misma idea que está en este trabajo,
comentando el punto de la desmitificación. Yo pienso que sí, que este
pequeño ensayo es un intento de desmitificar algo, ese algo yo creo que
lo puedo volver a tratar de decir en términos de lo que pasó esta noche
acá. Por ejemplo: si yo tomo lo que nos ha dicho Silvia, puedo decir que
tengo una idea de las preocupaciones teóricas de Silvia, que podría
repetir quizá los planteos esenciales que hizo sobre la evaluación (el
sistema conceptual que ella utiliza para evaluar a un chico y su definición
de psicoanálisis), yo creo que podría repetir esto bastante bien.
Pero
estoy convencido de que yo no sé, yo no sé cómo trabaja Silvia, no sé
qué son en la clínica, para ella, las evidencias y las situaciones
psicológicas que va a evaluar como manifestaciones o presencia de la
represión secundaria. Yo estoy convencido de que para saber lo que aporta
Silvia tendría que tener un contacto muy prolongado con ella. Tendría
que ver chicos con Silvia, tendría que ver cómo trabaja, tendría que
verla para saber lo que ella dice.
Si
yo me fuese a mi casa a tratar de evaluar un chico en base al hecho de cuánto
o cómo yo encuentro la instauración del aparato psíquico (en los términos
que ella dice de la represión secundaria), creo que me voy a mover mitológicamente
pues yo no sé esto.
Doctora
Silvia Bleichmar: No, estoy de acuerdo
pero doy por sentado algo que es que yo tengo todo un libro donde muestro
cómo hago esto.
Doctor
José Valeros: Podría estudiar el libro,
pero...
Doctora
Silvia Bleichmar: No, la idea de que sólo
se puede creer cuando uno ve es algo altamente discutido epistemológicamente.
Es decir, todos nos hemos formado y aprendido a través de lo que nos enseñaron
los libros, ¿verdad? Freud nos cuenta Juanito, vos contás Mary, Susana
tiene sus textos, creo que desmitificar es una cosa y entrar en el plano
de la incredulidad es otra. Ahí es donde entra el problema de la ideología;
en mi opinión, entiendo que estamos viviendo en un mundo que conduce a la
incredulidad pero creo que el psicoanálisis pasa precisamente por poder
recuperar la credulidad.
Por
eso me gustó tu libro, me gustó tu libro porque entiendo que abre las
puertas de la credibilidad psicoanalítica. Entonces, cuando digo "No
digo esto, trato de mostrarlo en la clínica", creo que hay una
diferencia entre poner a jugar el saber en la clínica o renunciar al
saber; son cuestiones distintas.
Doctor
José Valeros: Yo no renuncié, dije que
me va a llevar mucho tiempo, y contacto personal y directo, para saber qué
es todo esto que vos decís, qué es para mí esto. No es porque yo tenga
incredulidad, creo que la única forma de llegar a saberlo es a través de
un contacto personal y prolongado. Lo que tratamos de decir en este
trabajo es que lo mismo que me pasa a mí con tu aporte, me pasa cuando
viene el paciente y la familia.
Licenciado
Eduardo Mandet: Es lo que vos comentabas
en tu trabajo.
Doctor
José Valeros: Es exactamente igual. Para
llegar a saber las cosas que a mí mismo me importan yo necesito mucho
tiempo, y muchas no las voy a llegar a saber nunca.
Esto
es lo que tratamos de decir sobre el proceso psicológico de la indicación.
Doctora
Susana L. de Ferrer: Yo tengo la impresión
de que con el tema que nos convocó esta noche pusimos de manifiesto también
ciertas propuestas que cada uno tiene en cuanto al alcance de la
efectoriedad y de la utilidad del tratamiento psicoanalítico para un ser
humano en evolución (ya sea un niño o un adolescente).
Creo
que si desde la perspectiva psicoanalítica tratamos de sofisticar mucho
la conceptualización de lo que está ocurriendo, nos quedamos sin rendir
servicio. A mí me interesa enormemente rendir servicio al paciente por el
cual se me consulta, o sea que acepto totalmente la fractura de la
omnipotencia: si le puedo ayudar un poco, es mejor que si no le ayudo
nada; y si le puedo ayudar un poco más, es mejor que si le ayudo un poco.
La
interacción entre ambos polos (el polo terapéutico y el polo sufriente o
el polo consultante) dirá hasta dónde podemos llegar. Yo no sé hasta dónde
vamos a poder llegar, pero mi propuesta es poder poner mi conocimiento teórico
y mi experiencia al servicio de este ser por el cual se me consulta.
Haciendo lo más que pueda aunque ese más que pueda, eventualmente, de
pronto, no sea un tratamiento psicoanalítico propiamente dicho sino la
posibilidad de pensarlo psicoanalíticamente, de pensar la temática, la
historia y la problemática por la cual se me consulta psicoanalíticamente,
y desde allí poder sugerir la orientación terapéutica que le voy a dar.
Yo
creo que al tomar una propuesta así adquirimos una mayor comodidad en el
abordaje del paciente y una mayor creatividad en la estrategia que vamos a
desarrollar. Por ejemplo, de a ratos me parecía que el paciente que José
traía, presentaba una problemática sin salida.
La
situación de pronto aparece muy tremenda y como un callejón sin salida,
pero si me propongo hacer lo posible (y no lo imposible) y veo cómo actúa
ese niño en las entrevistas diagnósticas, con todos los parámetros que
vos dedujiste de esa conducta y que me parecen totalmente legítimos, yo
debo decir: "Vea, este niño es tratable". Para nosotros sería
que este niño es analizable, capaz de establecer un vínculo, capaz de
dramatizar su problemática, este niño se está mostrando sintomáticamente
en la entrevista diagnóstica de una manera mucho más frondosa de lo que
se mostraba en el motivo de consulta (porque tenía su ensoñación y tenía
todas las manifestaciones aparentemente incluso delirantes y paranoides
que vos mencionaste).
Entonces
yo me plantearía que a estos padres hay que mostrarles que el niño es
tratable, que la conducta antisocial que está ejerciendo es algo que va
muy en contra de él y que progresivamente le provocará más escollos de
los que ya le significaba esa conducta. Yo indicaría una orientación de
padres, mientras que el chico iniciaría un tratamiento psicoanalítico,
desglosaría ese diagnóstico, ese panorama, y les dejaría un tiempo para
que lo pensaran.
Haría
lo mínimo posible, aunque me consta que no es lo ideal, que no es lo
absoluto, que no es lo totalmente restitutivo y que a lo mejor esta
familia tiene un futuro problemático y conflictivo por delante, pero que
sea lo menos conflictivo posible aunque el conflicto no es posible de ser
ahuyentado totalmente.
Voy
a esto: en qué medida la indicación terapéutica apunta a una situación
ideal en la cual revertimos el conflicto y restituimos ad integrum
la organización de esta estructura psíquica, o en qué medida podemos
utilizar nuestro instrumento de trabajo de una manera no artística sino
artesanal, y hacer todo lo posible que podemos hacer con este instrumento.
Doctora
Silvia Bleichmar: Yo quisiera tomar un
problema previo: hace años que clínicos y teóricos no discuten
seriamente. Se ha producido una disociación en el campo psicoanalítico
que ha llevado a la reificación de un teoricismo abstracto, por un lado,
o a un empirismo práctico, por otro. Aquí se plantea un doble problema
ético, en mi opinión.
En
primer lugar, coincido totalmente con lo que plantea Susana respecto de la
responsabilidad terapéutica y apelar a toda la artillería en el mejor de
los sentidos; creo que en última instancia José también lo comparte, lo
que pasa es que hoy ha venido a poner el dedo en el ventilador con un tema
que a todos nos inquieta, que es la omnipotencia analítica. Lo comparte
porque lo muestra en su trabajo, parto de su texto.
Pero
pienso que hay otra responsabilidad ética, que no pasa solamente por la
que asumimos con el paciente, sino porque estamos sufriendo los estragos
de vicios no teoricistas, más bien de esnobismo psicoanalítico.
María
Esther García Arzeno, con mucha honestidad, planteaba el caso de niños
tratados, mal tratados, con malas indicaciones terapéuticas en un grupo
familiar con deterioro esquizofrénico posterior. Entonces, cuando yo
traigo el problema de la rigorización de la clínica a través de la
metapsicología, es porque me planteo que tengo un doble problema de
responsabilidad psicoanalítica: uno es respecto de mis pacientes y
concuerdo totalmente, otro es respecto del mundo analítico donde creo que
tenemos que abrir discusiones que desmitifiquen seriamente el esnobismo y
apuntar al rigor en el trabajo.
Porque
los efectos que estamos viendo es un descreimiento cada vez mayor del
campo analítico, un avance muy severo de otras estrategias no psicoanalíticas
irracionales totalmente, producto del irracionalismo de un sector
importante de los psicoanalistas. Entonces, entiendo que acá hay un doble
entroncamiento de responsabilidades: ante nuestros pacientes y ante el
campo analítico en general.
Doctora
Susana L. de Ferrer: Yo quería decir
algo en relación con lo que mencionaba Silvia recién, pues estoy
totalmente de acuerdo con la idea de la enorme responsabilidad que como
especialista de nuestro quehacer contraemos. Pienso que, de todas maneras,
el desarrollo del pensamiento psicoanalítico da lugar también a
diferentes estrategias que hoy en día se utilizan por motivos de la más
variada índole.
Quiero
además decir que la forma en la cual se fue desarrollando y
difundiendo el pensamiento psicoanalítico nos permite hoy en día
vislumbrar una ampliación del campo de acción del psicoanálisis de niños
de significativa importancia en cuanto a la prevención primaria y a la
atención primaria en salud mental. El hecho de que en la actualidad los
maestros manden a la consulta psicodiagnóstica a un chico agresivo en
lugar de castigarlo, de que los pediatras manden a una consulta psicodiagnóstica
a un chiquito que tiene manifestaciones alimenticias o trastornos
respiratorios de distinta naturaleza, de que padres consulten porque el niño
está agresivo o porque el chico está apático, así lo indica.
Esto
no se debe a las falencias de nuestra praxis, sino que es un logro de
nuestra praxis, es un reconocimiento comunitario de ayuda que el
pensamiento psicoanalítico ha brindado para el mejor desarrollo de los
integrantes de nuestra sociedad.
Yo
creo que, en ese sentido, la clara discriminación de cuándo una indicación
psicoanalítica del tratamiento psicoanalítico es pertinente y cuándo
no, es necesaria y muy importante. Porque ninguno de
nosotros desconoce el esfuerzo enorme de tiempo, el esfuerzo anímico, el
esfuerzo económico, que implica el tratamiento de un niño (como el
tratamiento de un adulto). Entonces, la prevención en función de un
pensamiento psicoanalítico, que a veces puede evitar un tratamiento y
otras lo hace necesario, es un problema de conciencia que es muy, muy, muy
importante tener en cuenta.
Doctor
Ezequiel Jaroslavsky: Yo
quería, como coordinador de la Comisión de Publicaciones, agradecer a
los expositores: García Arzeno "ausente", Silvia Bleichmar, José
Valeros, Susana Ferrer, ala coordinación de Eduardo Mandet, como así
también a las licenciadas Lydia G. Storti y Alicia Muzzio por la
organización de esta mesa redonda.
Una
pequeña reflexión: a mí la palabra desmitificación me gustó; me gustó
porque pensando en la ponencia de Silvia creo que da lugar a una
desmitificación de ciertas modas teóricas. Al escuchar a José Valeros
yo me encontré con otra desmitificación que es la del campo de la
escucha, la desmitificación del Jugar del analista como un supuesto saber
y la posibilidad de la posibilidad de escuchar con cierta
"ingenuidad" (entre comillas) al paciente y su familia.
Y
también hay una desmitificación que Susana L. de Ferrer nos aporta, en
cuanto a desmitificar el lugar del analista como un ser omnipotente, dando
lugar a la posibilidad de incorporar el aporte de lingüistas,
psicopedagogos, etcétera.
En
este sentido, creo que nos hemos enriquecido todos. En nombre de la Comisión
de Publicaciones y de la Escuela de Psicoterapia, muchas gracias.
Licenciado
Eduardo Mandet:Ahora
que vos decís esto, quiero recordar cuando Freud, en una de las
conferencias de Conferencias de introducción al psicoanálisis,
comenta con respecto a nuestra tarea como psicoanalistas que no somos
reformadores, pero si hay algo que es indiscutible con respecto al
analista es la observación y sobre todo la observación crítica. Esto es
algo que hoy estuvo presente en esta mesa.
DESCRIPTORES:
NIÑOS / PSICOANÁLISIS / PSICODIAGNÓSTICO /
DIAGNÓSTICO / ANALIZABILIDAD / CONTRAINDICACIONES / INDICACIONES /
ENTREVISTA / ESTRATEGIA TERAPÉUTICA / CASO CLÍNICO / ÉTICA /
INTERDISCIPLINA / SUJETO / METAPSICOLOGÍA / FAMILIA