Tal vez, cuando las pasiones que rodean al psicoanálisis en su emplazamiento dentro del conjunto de la colectividad científica hayan decantado, y el inconsciente encontrado su ubicación exacta sin rechazos ni reificaciones, pueda el modelo freudiano ser rescatado como el aporte más fundamental ofrecido al conjunto del pensamiento contemporáneo. Para ello, primero deberá hacerlo la sociedad analítica, entendiendo por tal aquellos que de algún modo, tanto en la especificidad de la teoría como en sus derivaciones clínicas y en las impasses que una y otra se plantean, producen las reflexiones que en su totalidad constituyen lo que se llama "el movimiento psicoanalítico" -con sus tendencias dominantes y marginales, sus grandes y pequeños sufrimientos, sus compromisos y expectativas, sus diversas éticas y sus efectos, mayores o menores, sobre la sociedad civil.
Modelo de aproximación al conocimiento que hoy enfrenta, como señala Jean Laplanche, el tiempo de un inventario. Inventario por hacer y reubicación de la herencia por recibir de tres grandes dogmatismos en vías de
desaparición: la Ego Psychology, el kleinianismo y el lacanismo, a los cuales aproximarnos no por el placer de destruir revelando las debilidades y aporías de los sistemas, pero tampoco en el afán de rehacer un edificio ecléctico, ni en la pretensión de acampar tiritando sobre las ruinas de toda teoría, envueltos en la delgada tela remendada y llena de agujeros de la "clínica"
(1)
Porque ese inventario quizás surja en un tiempo en el cual no es ya necesario formular la pregunta de si puede la producción psicoanalítica ser arrancada del discurso estereotipado al que la compartimentación
tendencial la ha llevado, de la circulación de enunciados que funcionan más como un reconocimiento de identidad compartida que como una verdadera apertura al conocimiento, del vaciamiento de la consigna de retorno a Freud en un degradado recurso a Freud que opera más como cohartada garante de un pseudosaber que se reifica a sí mismo, sino de un tiempo para retomar la propuesta inicial, de poner a trabajar al psicoanálisis. ¿Y cómo podría poner trabajar el psicoanálisis, un psicoanalista que no dejara ver, en su propia producción, los movimientos de captura sintomal en los cuales su pensamiento mismo corre el riesgo de caer?
CONOCIMIENTO EN ESPIRAL:
APRÈS-COUP Y EXIGENCIA
Mi derrotero lo imagino, dice Jean Laplanche, por una espiral, en el sentido de que soy llevado a redecirme, a retomarme, pero a otro nivel y en principio, antes de redecirse, antes de retomarse, uno ha redicho y redice a Freud. Lo que entiendo por espiral -agrega- es que en el mismo punto de pasaje, en la misma vertical, uno espera encontrarse en una nueva vuelta o a varias vueltas del punto sobre el cual se proyecta; se insinúa así como una cierta progresión, que parecería ocurrir del mismo modo cuando abordamos la lectura de Freud en el movimiento mismo que guía su producción. A menudo su encaminamiento toma un giro con tales características. Plantea verdades provisorias para, a continuación, destruirlas, modificarlas, enmendarlas, complicarlas. Más que de una complejidad creciente, se trata de un verdadero derrotero dialéctico, suerte de espiral donde son retomadas las verdades primariamente expresadas, pero a un nivel
diferente(2).
Más que un proceso meramente acumulativo, vemos surgir el modelo de una resignificación, de un
après-coup simbolizante que ya no se definirá en términos verdadero-falso, sino que encuentra las determinaciones de lo manifiestamente falso para reubicar el contenido latente de la verdad que encierra.
En esta misma dimensión es que se puede plantear que no hay pensamiento verdadero que no deje ver al mismo tiempo cómo marcha. Y, en tal medida, un encaminamiento a través de verdades elementales, planteadas provisoriamente para ser destruidas, sigue probablemente mejor el itinerario del verdadero pensamiento que toda exposición dogmática. El "nosotros" que encontramos frecuentemente en los textos de Freud,
"nosotros vemos ahora...", "nos damos cuenta", no es un artificio de escritura o de conferencia, es un "nosotros" que invita a hacer, o a rehacer con él, una cierta experiencia psíquica, eventualmente una cierta experiencia teórica
(3).
Experiencia retomada por Laplanche para invitar al lector a acompañar un modo de aproximarse al conocimiento psicoanalítico. En él, las preguntas son formuladas no para dejarnos en la ambigüedad de una interrogación permanente, ni en el suspenso metaforizante e inasible de un inefable siempre ávido de pasiones transferencia les, sino para abrir guías, surcos a la reflexión. De ahí que la enseñanza no pretenda seguir los carriles de un dogmatismo que aporte conocimientos registrados y admitidos de una vez para siempre. Es, como él mismo lo formula, un encaminamiento personal que invita al analista (lector o escucha) a acompañarlo, en una espiral que se despliega desde hace años alrededor de ciertos temas que forman su eje y que se llaman: pulsión, angustia, castración, simbolización, sublimación, el inconsciente y el ello, trascendencia de la transferencia, la cubeta analítica... Cursos que se prosiguen desde 1962 en la Escuela Normal y en la Sorbona, y desde 1969 en el U E R (Unité d'études et recherche) de Ciencias Humanas Clínicas (Sorbona, Universidad de París VII), y en los cuales expone -como lo señala en su Advertencia a cada uno de los volúmenes que constituyen sus Problemáticas- en una enseñanza pública, un derrotero interpretativo que avanza por ciertos ejes principales de la teoría psicoanalítica.
¿Cómo evitar el "recurso a Freud" cuando, en cada giro espiralado, uno dice que antes de redecirse, se ha dicho y se redice a Freud? Al ubicar las elaboraciones científicas de Freud en su trabajo teorético, es decir, en sus elaboraciones científicas, sean clínicas, teóricas o aplicadas, lo dejamos ir hasta el fin de sus hipótesis, de sus especulaciones, pero también de sus contradicciones y aporías. Una metapsicología sometida a la prueba de la angustia es ver cómo juega esta metapsicología sometida al ataque de lo pulsional. La metapsicología misma, como el sujeto o el yo, debe dar cuenta de si sostenerse o estallar, perecer o modificarse.
Poner a trabajar a un gran psicoanalista -nos dice- es suponer que es él mismo trabajado por una exigencia que se refleja tanto en su experiencia teorética como en su experiencia práctica. ¿Habría entonces que sacar a luz, llevar a la palabra, para cada psicoanalista digno de ese nombre una exigencia individual, un "deseo" teorético puramente singular? La existencia, sin embargo, no es el deseo, y si bien al
poner a trabajar el psicoanálisis debemos beneficiarnos de la lección metodológica de la cura, no se trata, en última instancia, de hacer el análisis del psicoanalista. En toda lectura de un psicoanalista, y particularmente en la de Freud, podemos encontrar tres niveles: en un extremo, el de la racionalidad; en otro, el nivel, en última instancia, del análisis del sujeto mismo -análisis de Freud tal como intentaran reconstruirlo diversos autores, uno de cuyos ejemplos más ricos lo constituye la obra de Anzieu, acerca del autoanálisis de Freud-,; y, por último, un nivel intermedio que Laplanche designa como el de la exigencia.
Exigencia que lleva a Freud, después de veinticinco años de teorización, a reafirmar el carácter irreductible de la pulsión y del proceso primario, bajo el nuevo término de pulsión de muerte, o a retomar la seducción (abandonada como teoría a partir de
1897) en su carácter constituyente de toda sexualidad a partir de los cuidados que la seducción materna imprime al sujeto psíquico de los orígenes. Exigencia misma que lleva a Jean Laplanche a retomar el
Coloquio de Bonneval (veinte años después) para impulsar hasta sus últimas consecuencias la discusión con el estructuralismo formalista y recuperar el realismo del inconsciente frente a una fenomenología, ya sin excusas, no centrada en Politzer como exponente fundamental, sino en la vertiente de un lacanismo que reduce el inconsciente al mero juego formal del significante, expulsa la sexualidad del eje constituyente del sujeto psíquico y aniquila la historia en una homotecia estructuralista.
El realismo del inconsciente pasa, también, por su no reducción al descubrimiento psicoanalítico. Se nos dice -señala- que el hombre (y no una cierta idea del hombre) nació en el siglo
XVIII y muere en el XX; que la vida (y no la biología) no existía antes del siglo
XVIII o, incluso, que el inconsciente no significa nada con anterioridad a Freud. Confundir el descubrimiento del inconsciente en el plano de
la ciencia con su existencia misma, no está desligado de considerar a sus formaciones como actos puramente de lenguaje. Pero, siguiendo a Freud, Laplanche
concluye que el sueño no es en primera instancia diálogo, ni es ante todo el "relato de un sueño", así como el acto fallido o el síntoma, el sueño es un nudo que se sustrae a la comunicación, y este nudo es el que nos prueba, cuando lo descubrimos, particularmente en los sueños, que no fueron soñados para ser analizados ni contados, la existencia de una realidad
inconsciente(4).
La exigencia puede ser definida entonces como una refracción del deseo al contacto de una experiencia, enriquecida por una
Erlebnis que es precisamente el fondo común de todos los analistas. El postulado fundamental -de un optimismo
moderado- es que, haciendo trabajar toda experiencia individual auténtica (teorética y práctica), los analistas podrán reunir en alguna parte el suelo de la experiencia común. De tal modo podría ser superada la oposición estéril de las escuelas, verdadera plaga del mundo analítico.
De ningún modo por la vía de un eclecticismo o de una conciliación cómoda, sino profundizando cada una de ellas en su diferencia, en esa originalidad que las empuja a decir más allá de lo que pueden probar y que podrá conducir hacia una convergencia en alguna parte, asintóticamente, de las
exigencias(5).
Si la exigencia se determina entre racionalización y autoanálisis, la espiral a la cual hicimos referencia
antes puede ser concebida como la forma de esquematización de esa exigencia. Espiral (o
hélice) que opera como una curva en el espacio y no sólo en dos dimensiones, sino inscribiéndose, por ejemplo, en un cilindro. Lo que interesa de esa espiral no es saber si el pensamiento está en expansión o es pura y simplemente repetitivo, sino la idea de que si se traza una recta que corte la curva (radio vector de la espiral o generatriz del cilindro) se definen puntos que se proyectan los unos sobre los otros. Las consecuencias de esta graficación llevan a lo siguiente: por un lado, todo pensamiento es ciertamente repetitivo y, en el mejor de los casos, está relativamente en expansión o al menos se desarrolla en planos que, a pesar de todo, cambian por otra parte, que si uno se sitúa en la vertical de ciertos puntos, es obligado a tener una suerte de panorama hacia abajo, sobre una, dos, o "n" espirales precedentes. Desde una perspectiva tal, agregamos, un analista investigador, productor de teoría, podría ubicar no sólo su propio proceso de elaboración, sino emplazarlo en la serie de espirales cuyas problemáticas se juegan en la historia del psicoanálisis. Enfrentarse con esta actitud metodológica a una predominancia en la escritura psicoanalítica donde parecería que cada analista se ve obligado a reinventar todo permanentemente, renegando de la serie generacional en la cual inevitablemente está inscripto, desconociendo tanto la función paterna como su propia responsabilidad hacia las nuevas generaciones,
permitiría tal vez reubicar el tiempo de un balance en el cual tanto la producción como la transmisión del conocimiento
psicoanalítico no devengan magalomanía o perversión.
DE LA
TEORÍA DE LA SEDUCCIÓN RESTRINGIDA A LA TEORÍA DE LA SEDUCCIÓN GENERALIZADA
Quienes accedimos hace ya más de
quince años a ese pequeño texto que se convirtió en un modelo de lectura freudiana, no dejamos de tener presente en el espíritu el esquema que marcaba la predominancia de un desarrollo desplegado en dos direcciones.
Vida y muerte en psicoanálisis(6) puso de relieve, por un lado, el carácter traumático que constituye la seducción originaria como fundante de toda sexualidad; por otro, el desgajamiento de esa sexualidad del orden vital, el reemplazamiento de la sexualidad humana por relación a las bases autoconservativas del ser biológico. Y aún más, la toma a cargo, por parte del yo representación,
de esa misma autoconservación, la comprobación de su insuficiencia.
Sucesivas vueltas de espiral fueron dadas por Laplanche en estos años por relación a los fundamentos que allí desarrollaba. Cuando él mismo reflexiona al respecto, lo hace en los siguientes términos(7): se trataba entonces, dice, de un diedro con su línea de bisagra entre ambos planos: el de la sexualidad y el de la autoconservación, línea que se especificaba como siendo la del apuntalamiento o la de la fuente. Pero todo su desarrollo tendía a mostrar que esta noción de fuente pierde su
coherencia si se intenta aislarla del campo del fantasma propio al psicoanálisis, si se la interpreta, por ejemplo, diciendo que la fuente sería la autoconservación a partir de la cual surgiría la sexualidad. Si una interpretación restrictiva tal es
adoptada, uno se ve conducido a la idea de una anterioridad, de una autosuficiencia, de una autonomía de las funciones de autoconservación. Y es a partir de los malentendidos que Laplanche mismo se ve llevado a ampliar la polémica: la noción de función autónoma no es ajena al psicoanálisis, y,
prosiguiendo con esta metodología consistente en interrogar las no concordancias como síntoma y no denegar su carácter de existente,
afirma que toda reflexión sobre la teoría de las pulsiones lleva, por lo menos, a interrogarla. El punto extremo de una posición tal, incluso su caricatura, podemos encontrarlo en una corriente del pensamiento americano donde las funciones autónomas (entendiendo por tales las funciones de autoconservación no sexuales) son pura y simplemente atribuidas al yo -él mismo, yo
autónomo–. Se ha glosado mucho sobre este psicoanálisis americano y sobre estos capitostes que fueron Kris, Hartmann y Loewenstein, pero se podría también poner en cuestión el relevo actual tomado por el psicoanálisis inglés. Y la noción de
self puesta en primer plano por la escuela inglesa (Winnicott) sólo se comprende en complementariedad con aquella de un yo adaptativo y autónomo. La noción del
self como imagen identificatoria del sí mismo serviría así para desembargar un yo adaptativo y autónomo, un yo puro de toda distorsión en su relación con la realidad (lo cual, como demuestra toda experiencia psicoanalítica, es imposible)
(7).
Pero el retorno de cuestiones ampliamente discutidas y aparentemente resueltas indica que el proceso teórico refleja, así como ocurre con los modos de repetición del sujeto psíquico, algo no resuelto, que algún orden de determinación no ha sido abordado. Y, siendo Laplanche muy crítico respecto a las presuntas "funciones autónomas" del yo,
aclara que atribuírselas al yo es un error totalmente comprensible en el sentido de que precisamente es el yo el que va a terminar por atribuirse, o anexarse, los montajes biológicos autoconservativos. Una vez más, lo que es el movimiento de la cosa misma (el hecho de que el yo retome a su cuenta la autoconservación) se refleja en un movimiento de la teoría, es decir que la teoría atribuye al yo -erróneamente- los mecanismos de autoconservación ya que precisamente él mismo se
los atribuye: el yo viene a retomar, en nombre del propio amor del yo, tales montajes. En el hombre, estos montajes autoconservativos, cuyo
modelo es más evidente en el animal y en ciertas especies mejor adaptadas, son particularmente precarios, débiles, y se ha insistido desde hace tiempo con
Freud sobre la derelicción originaria del pequeño ser humano, o incluso sobre la noción ahora tan conocida de la prematuración.
La fuente de la pulsión (si hay fuente) estaría seca la mayor parte del tiempo si el agua no le fuera aportada desde el
exterior.
Sin embargo, la imagen de la autosuficiencia autoconservadora, tan poco satisfactoria para describir al pequeño ser humano tan poco autosuficiente, esta imagen del huevo que extrae de sí mismo toda subsistencia, vuelve a aparecer en lo que se llama corrientemente "fase simbiótica", lo que es una forma de hacer más aceptable, menos contradictoria, la noción de narcisismo primario. Lo que se olvida, cuando se habla de simbiosis madre-hijo, es que simbiosis es un término tomado de la biología animal o incluso vegetal, y que hay no sólo que ser dos para establecerla, sino dos sobre el mismo plano. Y se olvida también (al menos provisoriamente), al hablar de simbiosis o de díada, que la madre aporta a la díada algo muy diferente que la mitad o el complemento, cualitativamente diverso a aquello que aporta el niño. La madre, para que se pudiera hablar de simbiosis,
debería ser ella misma un organismo puramente centrado sobre la autoconservación (estando tal autoconservación enteramente recubierta, en el adulto, por la sexualidad) y entra, en la llamada díada, no sólo con sus elementos autoconservativos, sino fundamentalmente con su erogeneidad -pensemos en la erogeneidad del pecho, por ejemplo- y, evidentemente, con sus fantasmas. Si reemplazáramos el modelo biológico de la simbiosis por el de parasitaje, podríamos revertir la
concepción autoconservativa hablando no ya de parasitaje de la madre por parte del niño, sino del niño por parte de la madre, de la sexualidad materna. A esto llama Jean Laplanche
seducción, intrusión de la sexualidad materna que hace de inicio estallar la díada y la validez misma de su hipótesis.
La teoría de la seducción es para el psicoanálisis, nos dice, aún más importante que
la del apuntalamiento o, incluso, la que aporta la verdad de la noción de
apuntalamiento.
Las espirales que, desde
Vida y muerte en psicoanálisis, propician giros a lo largo de todo su trabajo, y cuyos movimientos se resignifican sucesivamente a través de los diversos desarrollos, alcanzan su punto culminante con la
Teoría de la Seducción Generalizada, construida, elaborada, en el interior del modelo de lo que Jean Laplanche considera el movimiento de hacer trabajar al psicoanálisis. El conocimiento del psicoanálisis, dirá, como el de todo conocimiento, no se realiza por simple adjunción. Sólo los empiristas de la clínica, que intentan hoy invadirnos nuevamente, pretenderían acreditar una acumulación tal. En realidad, el progreso desemboca sobre una recuperación y un trastocamiento de los fundamentos. "El gesto fundador del psicoanálisis debe ser nuevamente efectuado. Ese gesto lo describimos, a partir de los tiempos de Freud, bajo un doble aspecto: gesto teórico,
o teorético, y gesto práctico, aquel mismo que instaura la situación analítica como situación de transferencia. Ese gesto debe ser rehecho, el psicoanálisis nuevamente instaurado"
(8).
Habiendo sufrido la seducción como teoría una suerte de represión y de desmembramiento, sobre otra línea, por
el contrario, aquella de la "factualidad", se esboza una profundización importante con la introducción de un segundo
nivel que se podría llamar seducción precoz. El padre, personaje mayor de la seducción "infantil" deja lugar a la madre, siendo la seducción vehiculizada por los cuidados corporales prodigiados al niño. Tema repetido en Freud que demuestra que no sólo la seducción no es abandonada, sino que recorre su camino más allá de lo anecdótico hacia lo esencial. He aquí un paso capital, en la vía que nos hace remontar no sólo en el tiempo (se trata allí de los primerísimos meses) sino en la categoría de realidad donde hay que situar los hechos de seducción. Porque ya no está en juego exactamente una pura realidad factual
(Realität), sino una efectividad (Wirklichkeit), categoría que nos lleva más allá de la contingencia: se trata de una seducción necesaria
(musste) inscripta en la situación misma. Y vemos, aún en 1986, retomar a Laplanche su propio pensamiento acerca de la seducción materna para enunciar que la confrontación
adulto/niño encierra una esencial relación de actividad-pasividad, ligada al hecho ineluctable de que el psiquismo parental es más "rico" que el del niño. Pero a diferencia de los cartesianos, ya no hablaremos de "perfección" más grande, dado que esta riqueza del adulto puede ser también considerada imperfección a partir del clivaje del inconsciente.
Seducción originaria será entonces considerada por Laplanche como esa situación fundamental en la cual el adulto propone al niño significantes no-verbales, tanto como verbales, incluso comportamientos, impregnados de significaciones sexuales inconscientes. Lo que él llamará significante enigmáticos de los cuales el pecho mismo, órgano aparentemente natural de la lactancia, no podría ser descuidado por relación a su investimiento sexual e inconsciente mayor por parte de la mujer. Podría suponerse que este investimiento "perverso" no fuera percibido, sospechado, por el lactante, como fuente de este oscuro cuestionamiento: ¿qué quiere de mí?
La seducción, entonces, como teoría generalizada y ya no restringida al episodio real vivido por relación a la genitalidad, encuentra un nuevo movimiento en el interior del psicoanálisis que se abre sobre las grandes cuestiones de la constitución del psiquismo: el traumatismo y la simbolización por un lado, la metábola y su carácter fundante del inconsciente por otro. Un modo de funcionamiento del psiquismo donde lo privilegiado, desde el psicoanálisis, es la sexualidad y, por relación a ella, la recuperación tanto de sus rasgos simbólicos (significantes) como de sus aspectos traumáticos (energéticos).
Y DEL COLOQUIO DE BONNEVAL A LA
METÁBOLA
Es desde esta perspectiva que algo "significado al sujeto"
–que resonará en los oídos de los lectores que hoy acompañan este texto, no sólo por la impronta que la obra de Lacan ha dejado en los últimos años, sino porque quizás, para muchos, la primera aproximación a esta fórmula fue realizada a partir de "El inconsciente, un estudio psicoanalítico", aquel texto
prínceps de Laplanche y Leclaire presentado en 1959 y que los lectores de habla castellana tuvimos ocasión de conocer en 1970–
(9) es repensado por Laplanche en la Problemática de
El inconsciente y el ello. El hecho de que algo sea significado al
sujeto implica que ello permanezca como una secuencia absolutamente incomprendida. Hay "un" significado sexual en perspectiva, pero lo que permanece no es más que una cosa o una secuencia de cosas, de representaciones-cosa. El significado que marca el desplazamiento entre las escenas de seducción es un significado enigmático, no asumible en un primer tiempo por el lactante que lo recibe. Ello guarda ciertamente relación con lo que se llama, avanzando rápido, "el deseo de la madre". Del modo más esquemático, está simbolizado en el pecho, o al menos será retomado por el inconsciente en la forma de cierto número de elementos representativos (Vorstellungs-repräsentanz) como lo es el pecho. Pueden ver ustedes qué sentido -agrega Laplanche- es demasiado fácil y se va demasiado rápido cuando se dice que el inconsciente es el discurso del otro. El inconsciente del niño no es directamente el discurso del otro, ni tampoco el deseo del otro. Entre el comportamiento significante, cargado de sexualidad (lo que se pretende siempre olvidar), entre este comportamiento-discurso-deseo de la madre y la representación inconsciente del sujeto, no hay continuidad ni tampoco pura y simple interiorización; el niño no interioriza el deseo de la madre.
Él no conoce el fantasma materno, o no lo interioriza; o también -para tomar por referencia el aprendizaje del lenguaje verbal, del cual se dice habitualmente que el niño se desliza en él como en su interior- el niño no se desliza del mismo modo en el fantasma parental. Entre estos dos "fenómenos de sentido" que son, por un lado, el comportamiento significativo del adulto y especialmente de la
madre y, por otro lado, el inconsciente en vías de constitución del
niño hay un momento esencial que se debe llamar de "descualificación". El inconsciente no es el discurso-deseo del otro, es el resultado de un metabolismo extraño que, como todo metabolismo, lleva consigo descomposición y recomposición.
En el inicio hay una especie de mensaje enigmático -este "significado al sujeto"-, juicio o comunicación que se oculta detrás de un comportamiento, juicio que se puede tomar en su sentido más kafkiano, ya que de eso "comunicado al sujeto", éste no conoce ni los alcances ni el verdadero sentido. Sólo es el veredicto, como en Kafka, lo que pasa. Y en este caso el veredicto es la energética pura. Un mensaje tal, que sólo vehiculiza excitación, es -por naturaleza- traumatizante, y es en
ese sentido que la madre, necesariamente y no sólo debido a sus características contingentes, es "mala", o "insuficientemente buena". Y siendo el mensaje necesariamente traumatizante, el
holding no debe ser negligentemente tratado, ya que constituye el fondo que permite que este traumatismo no sea pura y simplemente desestructurante. En ello constituye la enseñanza de Freud cuando señalamos el carácter disruptor de la sexualidad, cuando
decimos que en última instancia la "verdad" de la sexualidad es la pulsión de muerte, dado que lo es porque tiende a conmutarse en energía pura, en pura excitación. Y a partir de ello vemos surgir la compulsión de repetición como una tentativa de dar un sentido: retornar a lo traumático para dar un sentido a ese mensaje.
Descualificación y traumatismo son necesarios, y ello no en razón de alguna característica metafísica, sino en función de desigualdades del desarrollo. Lo designado de este modo, da cuenta no de la desigualdad de desarrollo entre el adulto y el niño, sino
de una desigualdad de desarrollo interna, en el niño mismo, que redobla la disparidad niño-adulto.
Y esta disparidad no puede ser
entendida sino en el marco del clivaje del inconsciente, y correlativo a ella, de la represión, la cual, a diferencia del lenguaje algorítmico y del lenguaje poético, creador, no simplifica nada y, por otra parte, no crea sentido. La represión no simplifica sino que, por el contrario, conserva, como embalsamado, tal cual,
lo que pasó "por debajo". Lo que lleva, inevitablemente, a modificar la fórmula de la represión -metáfora-, ofrecida por Laplanche en el Coloquio de Bonneval, por aquella de la metábola, previo pasaje por la discusión con la estructura lenguajera del inconsciente. Si el inconsciente es un fenómeno de sentido, su relación con el lenguaje está en cuestión: él nace de un lenguaje (considerando tal no sólo el lenguaje articulado de la madre, sino todos sus comportamientos significantes y significativos, es decir, considerando lenguaje todo medio capaz de hacer pasar un mensaje) y puede tal vez volver a ser lenguaje. Puede redevenir mensaje que es tal vez imposible salvo de una manera indefinida, asintótica. Porque el inconsciente es también lo que se ha cerrado al sentido, para convertirse en una manera de metabolizar, a lo largo de vías asociativas poco diferenciadas, con la ayuda de representaciones primitivas que son y permanecen cosas -representaciones-, cosa, una energía que es sólo el resto energético de un significado enigmático; un significado perdido, pero ello sin apelar a un
pathos de la pérdida
(10).
Cada uno de los conceptos expuestos puede, en una lectura espiralada de las
Problemáticas, incluso en una lectura après-coup, ser retomado a otro nivel. El traumatismo, la energética del inconsciente, reencontrar los desarrollos de la angustia: la angustia como el afecto menos psíquico, aquel que es la traducción de un movimiento energético, como modelo de lo más puramente afectivo en el afecto; cantidad desgajada de la representación que, siendo la traducción de un fenómeno de descarga cuantitativa, expresa la percepción de la pulsión de muerte (de la sexualidad desligada) a nivel de la tópica psíquica: el embate, por parte del inconsciente -o del ello- a un yo siempre presto a conservar su unidad imaginaria, en riesgo de perderla. Y no es fácil arreglar cuentas con lo imaginario. ¿Arreglar cuentas dónde? ¿En la cura? ¿En la historia? En la teoría al menos, la teoría de la angustia muestra (en la medida en que pone en juego una tópica que, como sabemos, es impensable sin un yo y las relaciones que éste sostiene con las partes-extra partes que constituyen el aparato psíquico) que no es fácil arreglar cuentas con el yo, ya que éste permanece como el centro para una concepción de la angustia
(11).
NUEVOS FUNDAMENTOS
¿Serían las
Problemáticas, tanto su metodología como su contenido, una vía de apertura posible para una re-fundación del psicoanálisis? En principio, no cabe duda de que las consecuencias de una propuesta de este orden no se definen sólo en el plano teórico, sino que hacen a esa preocupación cara a Jean Laplanche que constituye la teorética: nuevos fundamentos, no sólo para repensar y ensamblar de un modo distinto las contradicciones e
impasses de la obra freudiana, sino también para la clínica. El psicoanálisis, a partir de la definición del significante enigmático y la metábola, no restaría sólo como un espacio de recuperación o reconocimiento de lo reprimido, ni tampoco como un lugar sólo de rellenamiento de las lagunas mnésicas. Se
inauguraría la posibilidad de que, considerado como un verdadero espacio de
simbolización, redefiniera técnicamente tanto la interpretación como el silencio. Se abriría para el análisis, y por ende para el analista, la posibilidad de desembargarse tanto de la renuncia a la palabra, a la cual queda en ciertos casos sometido, como del intento de reemplazar las reinterpretaciones siempre abiertas, por un abrochamiento a una verdad única en la cual se deja capturar a veces.
Una propuesta teorética que intente constituir al psicoanálisis como objeto de enunciados que conservan su especificidad, sin ir a buscar una pseudocientificidad del lado de las matemáticas trascendentes o de la lógica formal, es decir del lado de todo lo que florece, en algunos lugares, bajo el intitulado programático del matema
no puede, tampoco, dejar de plantearse los límites y destinos del análisis. Si la sublimación abre la cuestión de interrogarse acerca de un posible destino no-sexual de la pulsión sexual, pero al mismo tiempo un destino que no fuera del orden del
síntoma, si ella nos es propuesta como modelo de un destino no-defensivo de la pulsión, todos los ejemplos implican, a pesar de ello, la represión de lo sexual en su origen
(12). Y si bien sería ilusorio buscar una sublimación que no estuviera ligada a una represión, de todos modos no podríamos dejar de preguntarnos si existirá un destino no defensivo de la pulsión, un destino que no siendo directamente sexual, conservara algo de lo sexual en la actividad
creadora. Relaciones entre sexual y no sexual ya no al nivel de la autoconservación, sino de la producción de la cultura y, por qué no, de los destinos del análisis.
Destinos del análisis que remiten también al de la castración: ¿sería el psicoanálisis capaz de desatrapar al sujeto de la fatalidad que el destino de castración parecería imponer, a partir de extender mediante simbolizaciones cada vez más logradas en el proceso analítico mismo, no sólo el desanudamiento de las simbolizaciones fallidas, sino el surgimiento de otras nuevas, plausibles de inaugurar nuevas fuentes a la sexualidad, nuevos caminos de sublimación, ampliar los márgenes de libertad?
Ésta sería una vía posible para pensar la ruptura de una oscura línea que se desliza desde la necesaria instauración del juicio de condenación a una ideología moralizante y religiosa de la renuncia.
A las elaboraciones que las problemáticas de Jean Laplanche abre, se agregan las enseñanzas mayores que ellas nos ofrecen. Implican, en primer lugar, que aproximarse al trabajo teórico con la misma metodología analítica somete al analista a las mismas leyes que guían su escucha en el interior del consultorio: será sacudido en sus propias certezas, deberá dejar en suspenso sus propias pasiones, se verá obligado a callar cuando prematuramente quiera obturar con lo que ya sabe la molestia irritante a la cual nuevos campos de conocimiento lo exponen. Y necesitará creer en el análisis, en su potencialidad simbolizante y curativa, para
abordar el conocimiento despojándose de la petulancia con la cual el dogmatismo de las diversas escuelas tienden a capturarlo, así como de su novela familiar-institucional de formación, para extraer las sucesivas resignificaciones que el movimiento de perlaboración instaura
(13).
Descapturarse de la posición de sujeto implica, para un psicoanalista, el reconocimiento de la tópica de sus determinaciones. Porque, en última instancia, si toda tópica es
imaginaria, lo imaginario tiene su consistencia y sobre todo su razón de ser, de
lo cual Freud ha mostrado que es coextensivo a nuestro inacabamiento biológico. Y, como Lapanche mismo expone en su problemática de
La angustia, "cuando Lacan nos invita a 'arreglar cuentas con el ojo del cíclope', preguntémonos si se puede fácilmente arreglar cuentas con lo imaginario, con la psicología o incluso con la ideología...
[porque] Predicar el fin del yo no basta para percibir ni siquiera su crepúsculo, o para poder evaluar de qué se trata"
(14). Es desde esta perspectiva que el dogmatismo, como el abrochamiento a las certezas yoicas, no constituye sino el índice de debilidad de un estallido siempre temido pero, en última instancia, siempre anhelado.
DESCRIPTORES:
CONOCIMIENTO / METÁBOLA / METÁFORA / PROCESO PSICOANALÍTICO / PSICOANÁLISIS / REPRESIÓN