La doctora Silvia Bleichmar falleció el 15 de agosto pasado. La noticia trajo sorpresa y pena. Sorpresa, porque la muerte sigue siendo inesperada, más allá del saber de la enfermedad, del saber conciente. Pena, porque perdemos lo que ella tendría por decir, por el sufrimiento físico que suponemos ha vivido, porque nos parece injusto, porque, a pesar de permanecer a través de la letra, esto no deja de ser una metáfora.

La doctora Bleichmar vivió eligiendo la Argentina, después de un peregrinaje de exilios obligados y opcionales; eligiendo pensar en argentino, poniéndole palabras a un malestar teñido de vicios criollos, y que ella pudo interpretar como pocos. Y que pudo compartir, sobre todo, superando el adictivo silencio psicoanalítico, con nosotros, sus analizados, en sus libros.

En varios momentos fue parte de nuestra escuela, interviniendo en conferencias y publicaciones donde no escapaba del debate de temas actuales y polémicos, como tampoco de los paradigmas de siempre. Algunos de los artículos publicados en nuestra revista trataron sobre identidad sexual y género, trauma y neurosis de la infancia, indicaciones  y contraindicaciones del tratamiento psicoanalítico de niños, y  psicoanálisis francés contemporáneo. Así mismo, en las conferencias de los últimos diez años, abordó la temática del narcisismo, la pulsión de muerte, el concepto de trauma en la clínica de niños y adolescentes, los orígenes, y la constitución del sujeto psíquico; temas sobre los cuales, sus aportes fueron tan inéditos como iluminadores.

Ella se fue sin escándalos; nos queda su pasión, que por intensidad y por ética ha sido, desde epílogo a prólogo, revolucionaria.