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Entrevista a Bernard Duez[1] |
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Mesa redonda: Subjetivación: ¿un objetivo terapéutico del psicoanálisis? Panelistas: Ezequiel A. Jaroslavsky Nora Stenberg de Rabinovich Susana Sternbach
por Isabel Aldabalde, María Appiani, Ezequiel A. Jaroslavsky, Carole Lagomarsino, Paula Marrafini
Reseñas
El concepto de transferencia freudiano por Martha Vega
Tesis de Maestría en Psicoanálisis
El chiste y la angustia. Mafalda: ¿cómo era que eran derechos los derechos humanos? por Alicia Levín
Obituario
por Paula Marrafini
Comentarios de textos
Resentimiento y remordimiento. Estudio psicoanalítico Luis Kancyper por Isabel Aldabalde
Adolescencias. Trayectorias turbulentas María Cristina Rother de Hornstein (comp.) por Paula Marrafini
Luis Hornstein por María Appiani
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Por Isabel Aldabalde Ezequiel A. Jaroslavsky Carole Lagomarsino Paula Marrafini María Appiani
Esta entrevista se realiza a partir de los intercambios universitarios entre la Universidad de Lyon II, en Francia y la Universidad Nacional de La Matanza, en Buenos Aires. La Asociación Escuela Argentina de Psicoterapia para Graduados, en convenio con la UNLaM, tuvo la oportunidad para que estudiantes de ambos países pudieran viajar para perfeccionar sus investigaciones científicas. En este marco tuvimos el agrado de recibir, en dos ocasiones, al profesor Bernard Duez de la Universidad de Lyon II. En su última estadía presentó una serie de conferencias sobre la clínica con adolescentes.[2]
Psicoanálisis Ayer y Hoy: ¿Para el conocimiento de nuestros lectores de habla castellana, podría usted desarrollar su trayectoria científica, sus aportes al psicoanálisis y qué temas son de su interés en la actualidad? Bernard Duez: Mi recorrido científico se desarrolló en dos tiempos: Hasta el segundo año de la universidad he seguido una formación en filosofía y psicología clínica, y luego de un recorrido por la filosofía de las ciencias he vuelto al estudio de la psicología que me parecía más satisfactorio. La dimensión especulativa de la filosofía, que permite la invención de modelos especulativos inasequibles a la experimentación, me parecía demasiado alejada de las problemáticas de la realidad. Pero esa experiencia de formación me dejó la convicción de lo necesario que es unir a toda praxis el saber teórico. Me ha quedado de esa época también el gusto por las investigaciones en campos difíciles y también inaccesibles a la práctica psicoanalítica. Tuve la suerte de tener profesores excepcionales (Didier Anzieu, Daniel Widlöcher, André Missenard…) que me transmitieron el interés de explorar situaciones insólitas esperando que éstas permitan nuevos campos para la praxis. Después de esta formación universitaria y también de una formación en psicodrama psicoanalítico comencé un análisis personal. Aunque la experiencia adquirida con mis maestros me hubiese llevado a integrar la Asociación Psicoanalítica de Francia, la Sociedad Psicoanalítica de París o el Cuarto Grupo, no fue ésa mi elección; y aunque me parecía sospechoso el furor que tenían algunos analistas cercanos a J. Lacan, decidí analizarme con un psicoanalista lacaniano. Esto me permitió trabajar con el conjunto de las orientaciones psicoanalíticas presentes en Francia en ese momento. Mi trabajo con L’Ecole Freudienne comenzó dos o tres años antes de su disolución, había comenzado mi carrera psicoanalítica en una atmósfera tormentosa. Como muchos jóvenes analistas, tome la decisión de reunirme con otros colegas en grupos de trabajo y pude conocer la importancia de las supervisiones colectivas. Descubrí cómo, al someter nuestro propio aparato psíquico a otras formas de intervención, las problemáticas clínicas movilizadas por estos tratamientos tomaban otra dimensión. De esa experiencia me quedó la convicción de que los trabajos en grupos eran una herramienta terapéutica formidable así como un método de formación innovador para el psicoanalista. Sobre todo en el marco de un trabajo sobre la cura individual. Fue de una gran riqueza el intercambio de nuestras transferencias en esa experiencia singular de inter-transferencias. Cuando me tocó elegir, trabajé con un grupo cercano a Octave y Maud Mannoni, Patrick Guyomard, Monique-David Mènard, porque no coincidía con las orientaciones de J.-A. Miller en la Escuela de la Cause Freudienne; actualmente sigo trabajando en la Sociedad Psicoanalítica Freudiana, en la cual mi escasa ortodoxia lacaniana nunca fue puesta en tela de juicio. Luego de una larga práctica clínica que comenzó en los años setenta, empecé en 1983 una tesis sobre las problemáticas de los antisociales bajo la supervisión de Hervè Beauchesnes. Se basaba en una experiencia hecha en un hogar de adolescentes delincuentes “no reinsertables" y sobre los cambios en el trabajo institucional, tanto grupal como individual, dados por un abordaje psicoanalítico. Mi orientación para llevar a cabo esa experiencia tenía que ver con las diferentes escuelas psicoanalíticas que había conocido, sobre todo las relacionadas con el psicoanálisis de grupo (esencialmente Didier Anzieu, René Kaës, Wilfred Bion). En 1991 comencé una nueva experiencia: mi trabajo como jefe de cátedra en el Centro de Investigación en Psicopatología y Psicología Clínica en la Universidad de Lyon 2. Allí, luego de haber tenido varios contactos con René Kaës, he sido invitado a formar parte del grupo que él dirigía. Desde su partida (como profesor en la universidad), he tomado la dirección de un conjunto de investigadores que trabajan la cuestión de lo grupal, lo institucional y lo familiar; pero también las problemáticas relacionadas con los estados límite en adolescentes o en personas con un gran desamparo social. Mientras tanto sigo con mi labor de psicoanalista, psicodramatista y supervisor grupal. Psicoanálisis Ayer y Hoy: Sabemos que en Francia a partir de D. Anzieu y la creación del CEFRAP hubo un desarrollo importante del psicodrama psicoanalítico. ¿Cómo se lo instrumenta, cuáles son sus ventajas y sus inconvenientes? Bernard Duez: Hablar de una práctica del psicodrama psicoanalítico en Francia es difícil porque existen diversos desarrollos, aunque podemos distinguir esencialmente dos tendencias: La primera se origina en los desarrollos de S. Lebovici y consiste en acercar al máximo el psicodrama hacia el modelo de la cura individual, o sea el psicodrama psicoanalítico individual. El dispositivo es sólo para un sujeto. El grupo terapéutico es conformado por un terapeuta principal y coterapeutas. El paciente inventa la historia y propone roles a los coterapeutas que los asumen y actúan la historia. Después de la actuación, el terapeuta principal analiza e interpreta con el paciente, apoyándose eventualmente en lo que sintieron los coterapeutas. La segunda tendencia propone tomar en cuenta el funcionamiento psíquico del grupo. La práctica es entonces un psicodrama psicoanalítico grupal. Históricamente, el CEFFRAP es la organización que divulgó esta forma de trabajo apoyándose sobre los estudios de René Kaës, Didier Anzieu, y también en los de André Missenard, Angelo Béjarano, Joseph Villiers etc. La práctica es un trabajo de psicodrama psicoanalítico DE grupo, o sea que toda asociación grupal es trabajada en función del sujeto singular pero también en función del modo que los efectos del inconsciente influyen en el grupo, determinando diversos pactos y alianzas. La historia que surge de estas imbricaciones, en el psicodrama, es una construcción colectiva. Esta forma de psicodrama no es la única. Podemos distinguir también lo que se denomina psicodrama psicoanalítico EN grupo. Allí uno de los participantes propone una historia que es aceptada o rechazada por el grupo. Es el paciente, en común acuerdo con el terapeuta principal que distribuye los roles, según las escuelas el paciente participa o no de la puesta en escena de la historia. Es una manera de trabajar que condensa en un solo sujeto los efectos del grupo, de alguna manera es más cercana a la forma de trabajar del psicodrama psicoanalítico individual. Es un método que reúne varias orientaciones psicoanalíticas. Paul y G. Lemoine, ambos lacanianos, fueron los representantes más importantes de esa forma de terapia. Hoy en día, desde el punto de vista de los terapeutas, esas diferencias son menos radicales. Dependiendo de las patologías o de los momentos, el psicodrama de grupo tomará más en cuenta los fenómenos grupales o tal o cual fantasía singular. En cuanto a las ventajas e inconvenientes de la técnica, no se puede hablar de ello en estos términos, porque depende en realidad del nivel de los terapeutas. Ellos determinan si se puede iniciar un tratamiento de ese tipo con tal o cual paciente. De todos modos, desde el punto de vista psicoterapéutico, un psicodrama llevado a cabo por un grupo de profesionales competentes puede aplicarse a un número muy variado de patologías. La forma en que se arma el grupo tiene también una gran importancia, los grupos homogéneos no siempre son los que dan los mejores resultados, aunque para los psicodramatistas sean más fáciles de conducir. En cambio los grupos heterogéneos muestran situaciones más interesantes, siempre y cuando se haya trabajado bastante las preliminares. Lo más interesante en este caso es lograr un equilibrio global más allá de las diferencias entre los pacientes. La técnica de los grupos prolongados semiabiertos permite un nuevo equilibrio interesante a la luz de los progresos del grupo y de los pacientes. Por lo general, esas formas de terapias grupales son eficientes con pacientes que no ven como demasiado confiable la confrontación terapeuta/paciente dada por el encuadre en la terapia individual. La multiplicidad de los terapeutas y de las personas permite una difracción de las cargas pulsionales en juego, lo cual lleva a una perlaboración de los afectos y de las emociones que subvierten un encuadre clásico. Es una ventaja que tiene su contrapartida: corremos el riesgo de victimizar o idealizar a uno de los miembros del equipo que se vuelve el depositario de las fantasías inconscientes del grupo. Esto ocurre cuando los terapeutas no han analizado lo suficiente sus intertransferencias; este sujeto, depositario de las fantasías inconscientes del grupo, se vuelve contra su propio deseo al ser el portador de las transferencias vinculares. Psicoanálisis Ayer y Hoy: ¿Podría usted decirnos cuáles son sus modelos teóricos? ¿Qué estrategias terapéuticas y qué dispositivos terapéuticos utiliza en su trabajo con adolescentes? Bernard Duez: La riqueza del trabajo con adolescentes depende de la disponibilidad interna del terapeuta o del analista con respecto al adolescente. El modelo que me parece más convincente para trabajar con adolescentes es tomar en cuenta lo que Piera Aulagnier llamaba el trabajo de lo originario. Mi modelo personal tiene su fuente en los aportes del psicoanálisis de grupo. Veo al adolescente como un escenógrafo que arma inconscientemente escenas con actores que son personajes de su vida real. Si uno escucha lo que dicen los padres de adolescentes, si se observan sus actitudes en el quehacer cotidiano, uno se percata de que, en realidad, el adolescente, por su comportamiento, determina qué aspectos de lo cotidiano sean escenificados. Por ejemplo, los momentos de las comidas son privilegiados, pues la conflictualidad se expresa en ellos. Allí, cuando se cena o se almuerza en familia, la acción de alimentarse en presencia de otro hace surgir nuevamente la pulsionalidad oral. Esta pulsionalidad, a su vez, se asocia, por un lado, al autoerotismo: el placer de comer en presencia del otro. También hay erotismo cuando se experimenta placer gracias al que preparó la comida, y por fin el propio deseo cuando se opina sobre lo que uno ama u odia en las propuestas del otro (el que ha cocinado). Como verán, todos los ingredientes están presentes para que brote nuevamente lo que está en juego en lo originario. ¿Quién no sintió esos silencios densos que tienen para el adolescente la función de excluir la presencia del otro? ¿Quién no vivenció esos grandes dramas que se desarrollan a partir del hecho de que en esta casa siempre se come lo mismo y que es una comida “asquerosa”, las partidas espectaculares, las puertas que son cerradas ruidosamente etc.? Estos aspectos son puestas en escena, que sirven para poner de nuevo en el primer plano social los vínculos primitivos de sostén, de co-sostén, y también los vínculos basados en el pictograma de unión o rechazo. Otro gran clásico del adolescente es la escena del baño, el cual es ocupado por el joven durante un tiempo exageradamente largo impidiendo que los otros miembros de la familia, sobre todo los padres, puedan usarlo. Acá estamos en presencia de lo que Jacques Lacan llamaba el complejo de intrusión: el adolescente que se apropia de ese espacio pide en realidad ser reconocido como un par, puesto que él también hace uso de los mismos objetos para su higiene personal. Sabemos de los conflictos que ese tipo de escena provoca. Esta difícil situación le sirve al adolescente para afirmar que, de ahora en más, esa parte de la intimidad es suya. Imponiendo dicha intimidad a un otro y a los otros, es que el adolescente muestra a su familia su independencia y les pide renunciar a verlo como un objeto de cuidados. Al mismo tiempo, ocupar los lugares íntimos de la casa, expone y a su vez esconde la apropiación que él hace de su cuerpo y de su sexualidad, lo cual provoca efectos de obsenalidad cuando es excesivo. Imponer en demasía su necesidad de intimidad hace que algunos padres un poco más frágiles o inquietos intenten saber más acerca de sus adolescentes, a veces con actitudes francamente intrusivas. Ambivalencia y ambigüedad, ambas son puestas en escena en esa postura de esconder y manifestar al mismo tiempo que lleva al adolescente a mostrar lo que dice querer esconder. Se insiste a menudo sobre el acto adolescente, seguramente porque molesta y a veces daña a su entorno y porque el reestablecimiento del vínculo social que trae la siguiente generación no se produce sin pasar por una tendencia antisocial hacia lo que W. R Bion llamaba el establishment. Este pasaje al acto o, por decirlo mejor, esta puesta en acto, no es sin embargo tan frecuente. La puesta en acto que se ve más a menudo, dirigida hacia su entorno, es la de la pasividad. Es a través de la puesta en escena de su pasividad que el adolescente provoca, de parte de sus padres, las respuestas más inquietas y hasta más violentas. Esta pasividad expuesta traduce hacia su entorno su vivencia: su incapacidad a ser, su desvalimiento (Hilflosigkeit). La puesta en escena de la pasividad significa para muchos padres una herida narcisística importante pero, no obstante, necesaria. En realidad, lo que el adolescente trata de significar a sus padres es que sabe que ellos ya no pueden hacer por él lo mismo que hacían antes y su pregunta es: ¿qué pueden hacer entonces? Su sufrimiento máximo es su pasividad, su temor a no poder recibir más ayuda de sus padres, entonces les exige un trabajo psíquico al cabo del cual podrán renunciar a ciertas prerrogativas, a ciertas formas de acompañarlo, y sin lugar a dudas les pide inventar otras prerrogativas nuevas basadas sobre cierta solidaridad que existe entre adultos que tienen un pasado compartido. Esas son las estrategias que tengo en mente cuando emprendo el tratamiento con adolescentes. Me pregunto sobre qué escenario seré yo convocado por ellos, cual será mi lugar, cual será mi rol- ¿Seré yo un portavoz? La pregunta que me planteo a menudo es saber con quién estoy trabajando: ¿el adolescente, la familia y el adolescente, los padres? El sufrimiento se expresa aquí y es donde puede ser evaluado. A menudo es inútil y hasta peligroso emprender el tratamiento con un adolescente que presenta un síntoma, cuando en realidad el sufrimiento se sitúa del lado de los padres o de la relación conyugal. Varias veces le pido permiso al adolescente para poder recibir a sus padres, quienes vinieron a consultarme interesándose por su hijo, y frecuentemente incluyo en el dispositivo de la cura individual con un preadolescente o un adolescente, encuentros regulares mensuales o trimestrales con los padres y/o alguna de las personas que tienen autoridad sobre el paciente. Lo hago casi sistemáticamente cuando se trata de un adolescente cuyo tratamiento está incluido en el marco de un dispositivo grupal, parra evitar entrar en el temible juego de las rivalidades imaginarias entre el grupo familiar y el grupo terapéutico. En todo caso, lo esencial es armar un dispositivo que enmarque el proceso psicoanalítico, pero también poder prever situaciones excepcionales en las cuales uno tiene a veces que salirse del encuadre. Estas situaciones excepcionales varían según el adolescente y su familia. La identificación de estas situaciones es parte el trabajo preliminar, trabajo esencial en la práctica psicoanalítica y capital en la labor con adolescentes y/o su familia. Psicoanálisis Ayer y Hoy ¿La adolescencia es una crisis o un proceso? Bernard Duez: Es la vivencia contratransferencial que provoca en nosotros el adolescente, que hace que uno opone los términos crisis o proceso para definir la adolescencia. Ese clivaje impide en alguna medida entender el trabajo psíquico de la adolescencia. Estamos en un proceso crítico. La meta del proceso crítico del adolescente es que, en base a las modificaciones de las demandas del entorno (familiar, colectivo, sociedad) que suscitan los índices de la transformación corporal del adolescente, el adolescente recorre escenas puestas en crisis por esa nueva relación con su propio cuerpo, tanto de parte de su familia como de él mismo. El intenso y actual empuje libidinal provoca que, al desenvolverse en dichas escenas, convoque los procesos originarios que serán trabajados tanto por el lado del pictograma de fusión (ligazón) como del pictograma de rechazo (desligazón). Este trabajo determinará, sobre todo, las nuevas relaciones entre lo que el sujeto considere como su intimidad, su interioridad, a la cual sólo tendrán acceso los familiares de su elección, y su exterioridad que debe ser compartida con los demás. Aquí, estamos frente a una nueva distribución de los vínculos de proximidad y de acercamientos corporales. Las renuncias pulsionales (Kaës; 1993), que han sostenido el contrato narcisista inicial con la familia, van a tener que volver a ser expresadas tanto implícitamente como explícitamente en términos de renuncias pulsionales. La inmadurez sexual del niño no puede ya sostener más imaginariamente el enunciado de la prohibición del incesto. Este pacto, que tenía que ver con lo imposible de la relación sexual ligada a la inmadurez del niño, cae. La relación sexual entre padres e hijos ya no son imposibles e interdictas como en la infancia, ahora son sólo prohibidas. En cuanto a la prohibición del asesinato, el adolescente que adquirió nuevas fuerzas se siente muy solo frente a esa prohibición, en la medida en que físicamente es hoy más alto y más fuerte que sus padres. Sólo la colusión de la prohibición social con lo que queda de los amores e identificaciones infantiles da al adolescente cierta seguridad frente al riesgo de sus movimientos pulsionales destructivos. Psicoanálisis Ayer y Hoy ¿Podría decirnos qué piensa usted del primer amor en los adolescentes y de dónde proviene su fuerza pasional? Bernard Duez Tengo la costumbre de empezar mis clases de psicopatología de la adolescencia por la problemática del primer amor adolescente. Me parece que tiene varias funciones. Interviene en el momento en que la relación imaginaria con las imágenes parentales se encuentra quebrada. Se produce a menudo, al compartir las dificultades que encuentran cada uno con sus padres, el primer acercamiento que lleva al primer amor entre dos adolescentes; tranquilizados por este objeto que comparten, marcado por el sello de la negatividad, ellos pueden permitirse un acercamiento, un intercambio más íntimo que no podrían aceptarlo si lo vivieran de entrada en términos de deseo. Hay un vacío que el adolescente siente intensamente, es el vacío que tiene que ver con el ideal del yo, imágenes de las identificaciones parentales en el yo del adolescente. A ese vacío, el objeto de amor lo va a ocupar espontáneamente. Consideramos una obviedad que el niño, al salir del complejo de Edipo, adquiere la dimensión del ideal del yo. Me parece más juicioso pensar que las identificaciones permanecen impregnadas en abundancia por las problemáticas imaginarias del yo ideal, teniendo en cuenta la presencia masiva de dichas identificaciones heroicas también durante la latencia. El trabajo del adolescente va a consistir en confrontar los valores heredados de los padres, apoderándose o rechazándolos, construyendo así un vínculo simbólico real con el ideal del yo, el cual es el depositario de los valores que motivan al joven adulto. El objeto de amor va a adquirir entonces propiedades heroicas que son características de las imagos primarias y va a ocupar el lugar de las identificaciones (heroicas y edipicas) que por un tiempo van a estar en tela de juicio. Este objeto va a llenar completamente al adolescente pero también lo va a invadir y hasta amenazar, por la omnipotencia que adquirió, aun en los momentos más insólitos de la vida cotidiana. Estamos frente a la situación que describió S. Freud en Psicología de las masas y análisis del yo; en la que desarrolla la relación con el líder, con la masa; el hipnotizador y el objeto de amor. El primer amor tiene entonces la misma estructura que el amor pasional; en cuanto a que, en nombre del amor-pasión, calla todo valor moral, somos capaces de acciones heroicas como así también de las más diabólicas. Todo esto en nombre de ese goce que promete la completud perfecta con ese objeto de amor tan “increíblemente adaptado“ a la vida interior, que deja por un tiempo en jaque las identificaciones primarias de las imagos parentales. Sin entrar en detalles, son escasas las veces en que este primer amor se transforma en el de toda la vida, pero el fondo de nostalgia que deja en el corazón del psiquismo adolescente, permitirá al adulto joven separar los lazos amorosos de los lazos pasionales derivados de las relaciones infantiles a las identificaciones. Cuando el primer objeto de amor no es un adolescente, sino un adulto poseedor o no de cierta autoridad sobre el adolescente, está claro que en este caso no se trata de un verdadero amor sino de una simple sustitución de una relación, una imagen alternativa a la de los padres que se deterioró. Estamos entonces frente a la imposibilidad de abandonar los lazos identificatorios primarios. Este lugar es el que vienen a ocupar los gurúes que gozan del ejercicio de su poder sobre el adolescente en crisis. Psicoanálisis Ayer y Hoy: ¿Qué lo llevó a interesarse en la clínica de adolescentes con patologías límite? Bernard Duez El trabajo con adolescentes límite me interesa en la medida en que permite renovar y expandir la comprensión psicoanalítica. Históricamente el psicoanálisis tiene una deuda con la adolescencia. Desde Dora al Hombre de los Lobos estamos en la problemática adolescente. Siempre han sido estos casos los que vinieron a interrogar nuestras insuficiencias, nuestros contratos narcisistas sellados en las sociedades psicoanalíticas y hasta nuestros pactos denegativos. Los estados límite siempre vienen a interrogar nuestros propios límites y nos permiten trabajarlos de nuevo. Trabajando con los adolescentes también nos ponemos en posición de entender las nuevas formas de representación del dolor psíquico con las que vamos a tener que confrontarnos. El adolescente en su más crítica expresión nos confronta, a la vez, tanto con los efectos de constancia como con los cambios que sin cesar atraviesa nuestro psiquismo. Quizá sea también la perduración de mi propio desafío adolescente hacia el exceso del establishment que encontramos a veces en nuestras sociedades analíticas, cuando éstas se conforman con repetir un discurso de conveniencia, y en el cual la exégesis del texto se sobrepone a la sorpresa clínica, siempre renovada en la confrontación, al surgir de la actualización transferencial en el encuentro analítico. Psicoanálisis Ayer y Hoy: ¿Cómo caracteriza las patologías límite y cuál es su sintomatología? Bernard Duez: Lo que caracteriza la patología de borde es que a menudo su campo de expresión es la constante intensificación de las confrontaciones, en los límites del campo familiar, del campo institucional y del campo social. Lo que las patologías límite van a interrogar sin cesar es lo que la noción misma de límite le debe a la compulsión de repetición, y también los aspectos de la constancia del encuadre que le deben a la pulsión de muerte. Como José Bleger lo remarcó bien “El encuadre es un no proceso, inmóvil, y es a su vez la forma más elaborada de la compulsión de repetición, y, más aún, el encuadre es el proceso a través del cual, en lo que tiene que ver por lo menos con los vínculos sociales, como así también los lazos personales y subjetivos (así lo pienso), nosotros insertamos el trabajo de la pulsión de muerte". El encuadre utiliza la tendencia hacia la inmovilidad inherente a la pulsión de muerte para forjar su constancia. Usa el modo de trabajo de la pulsión de muerte, esencialmente la compulsión de repetición, para mantener un inmovilismo suficiente del encuadre que nos permite constituir un encuadre como marco imaginario a nuestra seguridad psíquica. Lo que llamamos nuestros hábitos, desde este punto de vista, es el encuadre personal que por el automatismo de su repetición, asegura una estabilidad, una inmovilidad suficiente a nuestra psique, a fin de que ésta no se encuentre desestabilizada siempre por los acontecimientos de la realidad; así como por la intensidad de las emergencias pulsionales. La repetición automática de nuestros actos nos permite entretejer vínculos con nuestro entorno donde podemos remarcar nuestro estilo, sin que por eso tengamos que pagar un alto precio en energía psíquica. Como lo decía S. Freud, la pulsión de muerte trabaja en silencio. Diría, como los lingüistas, que trabaja discretamente, siempre eficiente y silenciosa; mezclada a la pulsión de vida por nuestros hábitos y en nuestros hábitos, retoma por su cuenta una parte de la auto-conservación Real e Imaginaria del sujeto. Cuando alguien, por una razón u otra, viene a perturbar nuestros pequeños hábitos, observamos rápidamente actualizarse todo lo que ellos tienen de pulsión de muerte. Queremos entonces inmovilizar al intruso que nos molestó o hacerlo callar para siempre. De las cuatro funciones del encuadre de las cuales habla R. Kaës - función límite, función contenedora, función transicional y función simbólica - es la función límite la que se activa a menudo en situaciones de emergencia cuando nuestra integridad imaginaria se encuentra amenazada. Es esta última la que más le debe a la pulsión de muerte. Los Estados Límite, para asegurarse su propia consistencia y su autonomía subjetiva, necesitan siempre que se activen los límites de los demás. Las reacciones de rechazo que ellos suscitan, a corto o a mediano plazo les permiten, por un tiempo al menos, situarse con relación a ellos mismos. Estas reacciones existen porque los estados límite funcionan esencialmente siguiendo el modelo de vínculo primitivo con el otro que he denominado la transferencia tópica. Esta transferencia une dos tiempos psíquicos, aquel de la difracción de lo que se dirige hacia otro o a más de un otro y el de la espera o la esperanza de una respuesta. Esta transferencia tópica está ligada a la estructura grupal de nuestro psiquismo, estructurado a partir de los grupos internos, a saber (según R. Kaës): las fantasías originarias, los complejos familiares, las identificaciones, las imagos, la imagen del cuerpo. La tendencia asocial descripta por D. W. Winnicott es un ejemplo típico de un síntoma que se organiza alrededor de la espera de una repuesta de al menos un otro. Psicoanálisis Ayer y Hoy: En la conferencia que brindó en la AEAPG mencionó la transferencia tópica, ¿podría desarrollar dicho concepto? Bernard Duez: Nosotros siempre hemos privilegiado la forma que toma la transferencia por el hecho de las condiciones de figurabilidad impuesta por el dispositivo de la cura individual. Esta transferencia es esencialmente una transferencia dinámica que funciona según la dinámica del desplazamiento de las escenas y prototipos infantiles, y la condensación de los efectos imaginario-simbólicos sobre la persona del analista. Esta forma de trabajo transferencial tiene que ver con la historia del psicoanálisis y con su vínculo con la problemática neurótica. A partir de Más allá del principio de placer, considero que, por el contrario, la transferencia es ante todo un proceso psíquico. En este texto, los procesos primarios descriptos son: el desplazamiento, la condensación y las transferencias. La transferencia es un proceso psíquico que ponemos a trabajar según los diferentes dispositivos de figurabilidad, que a su vez ellos tienen que ver con el sufrimiento que presentan nuestros pacientes. La transferencia constituye la vía regia del trabajo psicoanalítico, por el hecho mismo de sus propiedades procesales y formales: Ella trabaja por la actualización de una moción o de un deseo, debajo o sobre un representante diferente a la imagen, la figuración, la presentación, el representante o el primer significante. Esta relación con la actualidad permite a la transferencia presentificar las problemáticas psíquicas tanto de lo reprimido originario, de lo reprimido resignificado (après-coup), de lo denegado (Verneinung), de la desmentida (Verleugnung), de lo clivado (Spaltung), de lo forcluído (Verwerfung), etc. La dimensión de la actualización permite un trabajo con los pacientes que presentan formas defensivas como las enumeradas anteriormente, siempre y cuando el dispositivo que proponemos pueda soportar las manifestaciones de las problemáticas psíquicas que ponen en marcha esos mecanismos de defensa. Ésa es la razón por la cual he trabajado mucho sobre la capacidad de figurabilidad de los dispositivos psicoanalíticos e intenté recalcar las constantes del trabajo psicoanalítico, más allá de los distintos dispositivos posibles (cura, psicoterapia, psicodrama individual o de grupo, grupo de palabra, grupo de meditación…). A esta constante la he llamado el radical psicoanalítico. El radical psicoanalítico está compuesto por parejas que corresponden a funcionamientos y posiciones psíquicas necesarias. Estas posiciones psíquicas están en correspondencia suficiente entre el paciente y el analista. Esta suficiente correspondencia (metaencuadre) permite la puesta en marcha de los aparatos psíquicos del paciente y del analista en la cura individual.
La abstinencia es compartida por el paciente y el analista. La abstinencia tiene que ser enunciada como principio, pero también debe definirse en función de las formas que va tomando en los diferentes dispositivos terapéuticos. La abstinencia no se manifiesta de la misma forma según se trate de un psicodrama (hacer como si, implicando la prohibición de tocar) o cura individual, por ejemplo.
La libre asociación: - En el paciente decae con respecto al llamado a la asociación verbal. - En el psicoanalista decae bajo la forma de la posición psíquica de la atención IGUALMENTE flotante entre sus propias asociaciones.
En el paciente, bajo la forma de:
En el analista, bajo la forma de:
El trabajo analítico reorganiza las manifestaciones de estos principios de figurabilidad presentes en los dispositivos analíticos. La eficacia simbólica de los dispositivos psicoanalíticos opera por la recomposición de la actualización transferencial del paciente por el hecho de su confrontación a la interpretación en transferencia del lado del analista- Ese conjunto transformacional retoma, en el dominio de la relación del sujeto con la figurabilidad, las leyes de composición de los grupos de transformación descubiertas por los matemáticos. Esta Anamorfia entre el uno y el otro tiene que ver con el hecho de que tanto las matemáticas como el psicoanálisis constituyen sin lugar a dudas dos formas de praxis donde el sujeto pensante se ve confrontado a los limites de lo pensable. Una vez aclarado sumariamente lo anterior, se puede comprender mejor las diferentes formas que pueden tomar el trabajo analítico y las figuraciones de la transferencia. La transferencia, tal como fue descubierta, se manifiesta bajo una forma dinámica en la cura individual por varias razones. La primera razón tiene que ver con los pacientes para los cuales el dispositivo de la cura individual fue pensado. Las histéricas, como decía S. Freud, sufren de reminiscencias. He mostrado cómo el pasaje de la hipnosis a la cura clásica se hizo porque a Freud le producían rechazo las violencias ejercidas a los histéricos, cuando éstos se negaban a ser hipnotizados. Me remito a un episodio famoso que se desarrolló en Nancy: en presencia de Freud, Bernheim no logra hipnotizar a un paciente y lo acusa violentamente de contra-sugestionarse. S. Freud, identificándose con el paciente, toma la decisión de encontrar un dispositivo que permita sacar provecho de los avances terapéuticos de la hipnosis sin que el paciente tenga que padecer esa violencia psíquica; así nace el método de la libre asociación. Esta identificación originaria y fundadora se traduce en la forma que toma el dispositivo de la cura individual:
La estructuración de la cura individual alrededor de la palabra, sostenida por el vector lenguaje, obliga a los contenidos de las asociaciones a articularse según las leyes de composición simbólica del lenguaje. Cuando el conflicto se hace demasiado intenso, vemos que en sesión aparecen silencios, lapsus, sobredeterminación de signos discretos, cambios en el fraseado, etc. En contra de su voluntad, el paciente indica por estos signos la actualización de la dramatización transferencial. La pregnancia de la estructura del lenguaje va a tener una consecuencia sobre la manera en que se figura el sufrimiento psíquico. Las figuras traumáticas o los prototipos infantiles van entonces a desplegarse según la estructura del lenguaje, podríamos decir según el sistema enunciado/puesta en sentido, resignificado (après-coup). Esto no es sin consecuencia, porque el retorno del efecto de resignificación après-coup produce una forma particular de casualidad del tipo “es después que yo he vivido tal o cual cosa que soy así”. Fijado por el après-coup del lenguaje como el origen de un destino, puede pasar que el evento traumático o la terrorífica imago borren la actualidad del lazo transferencial en sesión y comprometan el trabajo sobre “la patología actual de transferencia" cuando no se trata de una neurosis de transferencia. Cuando uno sufre de reminiscencias, como las histéricas de S. Freud, no es difícil inscribirse en un vínculo que da todo su sentido a la actualidad de las reminiscencias en transferencia. Es difícil que el paciente no se sienta amenazado porque hay una congruencia suficiente entre el dispositivo donde la neurosis se actualiza y el sufrimiento psíquico del paciente. No pasa lo mismo con los pacientes narcisistas, borderlines o con tendencias antisociales. Estos pacientes no sufren de reminiscencias pero sí de actualidad. La construcción traumática no permitió la represión sino sólo bajo la forma de una represión originaria que contrainviste sin cesar la vivencia insostenible. Si ese trabajo no alcanza a ser suficientemente eficiente, se produce un clivaje del yo, denegación, etc. La estructura de la transferencia se ve en este caso marcada por la actualidad del traumatismo, el olvido determinado por la represión no puede funcionar, por lo tanto van a intentar difractar sobre el entorno la excitación pulsional. Es lo que hace tan peculiar la tendencia antisocial descrita por D. W. Winnicott. La tendencia antisocial empieza a menudo por un ataque sobre el propio cuerpo, sobre todo si se lo considera un objeto materno (las manifestaciones psicosomáticas, por ejemplo), luego la madre es ella misma blanco de ataques que la descalifican, luego el entorno familiar, el barrio donde se vive, etc.… Esta expansión de la tendencia antisocial funciona según el principio de la transferencia tópica. El sujeto difracta sobre el entorno sus cargas pulsionales esperando que algo retorne a el. Esto produce un efecto de extrañeza en los familiares y los destinatarios potenciales de esa difracción que, a menudo, responden de una forma hostil. El sujeto observa entonces que vuelven a él sus propios afectos, deseos, etc., pero bajo una forma desconocida, a la vez familiar y extraña. Es aquí el lugar en el que se sitúa la bifurcación entre transferencia originaria, transferencia tópica y proyección. La transferencia tópica es, para mí, un proceso ligado al vínculo originario. ¿Por qué hablar de transferencia? 1) Si hablo de transferencia como proceso es a partir de mis experiencias de trabajo con pacientes que tenían fama de ser incompatibles con el trabajo analítico. Considero que la transferencia sólo se manifiesta en la cura individual y los tratamientos psicoanalíticos, pero es un proceso genuino del psiquismo que nosotros podemos analizar gracias a los dispositivos analíticos. Si el psicoanálisis se apoya sobre los fenómenos de transferencia es justamente porque tiene propiedades particulares, la actualización en transferencia permite observar la puesta en juego de problemáticas psíquicas en su integridad de significación determinada por el efecto de este llamado de atención y por la actualidad de su vivencia. La transferencia representa el primer acto psíquico y, sin duda, es por esta razón que todos los pasajes al acto conservan esa dimensión del llamado transferencial enviado por el actor que provoca en los destinatarios reacciones contratransferenciales. Reacciones que pueden ser deseo de venganza contra un daño eventual, el cual podría provocar la confrontación. La transferencia constituye sin lugar a duda la forma más pura del acto psíquico, es a la vez simbólicamente eficaz en el llamado al otro e imaginariamente instituyente del otro por la dimensión de actualidad de los sentimientos compartidos que, siendo diferentes, se dan de forma simultánea. La transferencia es desde este punto de vista, en su forma primitiva, un acto formal, fundante, de la forma de lo intersubjetivo. Me parece que la transferencia es aquello que solicita de respuestas psíquicamente necesarias en el otro y en más de otro, es el proceso por el cual la precipitación de las problemáticas intersubjetivas, bajo la forma de caracteres, de personalidad o de estilo se produce bajo la forma de un precipitado de un contenido más antiguo, como lo decía S. Freud en las minutas de la Sociedad Psicoanalítica de Viena (29 de noviembre de 1909). En el acto psíquico no hay ni continente ni contenido, pero sí la experiencia de un movimiento psíquico que, por sus restos en las huellas mnémicas y los recuerdos, formará la estructura psíquica del o de los sujetos que la viven. 2) Hablaré ahora de la transferencia tópica. Si uno concibe la transferencia como un proceso psíquico, como un acto psíquico transformacional cuya dimensión esencial es la de actualizar una moción pulsional o un deseo sobre un representante ajeno, entonces podemos decir que la reducción de la transferencia a su sola forma dinámica es muy reductora. También existe una característica tópica de la transferencia que la encontraremos en los grupos. Si bien el eje de la transferencia dinámica, o sea el desplazamiento y la condensación, está marcado por la dinámica de la fantasía (la realización imaginaria), en cambio el eje de la transferencia tópica (que es sin duda más arcaica) está, marcado por la dimensión del acto siguiendo los procesos de difracción y vuelta contra sí mismo (retournement). La difracción es el mecanismo que encontramos en Freud en su texto “Complemento a la interpretación de los sueños” (1901), donde dice que una misma idea latente puede ir hacia varias representaciones. En el caso del sueño, la figurabilidad del sueño produce este efecto. En el marco de una transferencia tópica, la difracción se produce cuando el sujeto se siente imposibilitado para seguir ligando la fuerza constante que el empuje pulsional impone al aparato psíquico. El sujeto entonces difracta hacia su entorno las cargas que al ser fraccionadas se vuelven por un tiempo manejables. La función del entorno (que fue tomada en cuenta por D. W. Winnicott en la tendencia antisocial, y luego por Piera Aulagnier en la violencia de la interpretación) produce un doble efecto:
La transferencia tópica queda discreta en el funcionamiento del tratamiento tipo (la cura individual) porque está velada por la unificación imaginaria determinada por la presencia del analista. Los efectos de la difracción van a producirse entre los grupos internos del analista y en el interior de los grupos internos del analista. El analista va a ser utilizado como un escenario en el cual se van desarrollando múltiples imágenes de las cuales los pacientes estado límite, narcisistas o antisociales van a esperar una respuesta. Si esa respuesta no se produce o si la carga transferencial es tal que el analista se encuentra imposibilitado para ligarla, la transferencia va a seguir su difracción hacia otros potenciales destinatarios. Es lo que a menudo llamamos los efectos de transferencia lateral. Con algunos pacientes y algunos analistas, como lo subrayaba D.W Winnicott en la tendencia antisocial, puede suceder que la intensidad del empuje pulsional sea tan fuerte que un solo sujeto no pueda él solo ligar esa fuerza (poussé), se produce porque el paciente transfiere sobre el vínculo entre las personas más que sobre las personas. En esta situación, la escena institucional presenta un encuadre más diferenciado que permite que el psicoanalista, ayudado imaginariamente por sus colegas de la institución, pueda alojar los efectos colaterales inherentes a la transferencia tópica. Para ello hace falta que el trabajo psíquico con los colegas respete a su vez la discreción inherente al trabajo psicoanalítico y, por otro lado, permitir también la construcción del vínculo psíquico que constituye el espacio escénico. Este vínculo debe ser lo suficientemente consistente como para alojar la dimensión escénica de la figuración de la transferencia tópica y sus efectos de obsenalidad. El trabajo con esos pacientes, ya sea en una institución, en un grupo psicoanalítico pero también en el tratamiento individual, demanda un trabajo de análisis de las intertransferencias, o sea el análisis de las problemáticas psíquicas puestas en juego entre los que participan del dispositivo. Esto vale también en el marco de la cura o tratamiento individual donde el analista, si quiere entender lo que lo moviliza, debe analizar su posicionamiento en relación con sus grupos internos, pues el paciente activa esos grupos internos y el analista presenta esa activación a veces de manera prioritaria, o a veces de manera inconsciente para el paciente. Desde este punto de vista, la contratransferencia es la forma elemental y a menudo simplificada del análisis de las intertranferencias internas del analista con tal o cual paciente. El trabajo de supervisión en grupo, en el cual cada uno de los terapeutas retoma sin querer el funcionamiento del grupo interno del que está supervisando, es más enriquecedor que el trabajo individual que mantiene la sobredeterminación del vínculo imaginario y especular entre el analista y su supervisor. Es en los grupos que el trabajo de la transferencia tópica muestra toda su envergadura. Los sujetos en situación de trabajo psicoanalítico grupal sienten, en un primer momento, un sentimiento de despersonalización. A menudo, esos miedos de han visto como un retorno de las angustias arcaicas, lo que es en algún punto verdad, pero ese fenómeno corresponde al hecho de que el grupo convoca la transferencia tópica, como la cura convoca a la transferencia dinámica. La transferencia tópica es puesta en marcha por el trabajo de ligadura entre los concurrentes. En presencia de una multitud de extraños, cada sujeto se encuentra en situación de difractar hacia los analistas y los concurrentes la tensión interna que provoca la relación de contigüidad inherente al acercamiento corporal que provoca el grupo. En la espera de lazos identificatorios u objetales comunes, los sujetos difractan discretamente hacia los demás elementos pulsionales discretos. Inevitablemente en un momento dado, una de las personas va a reaccionar o bien por empatía o bien porque se siente amenazado por la vivencia psíquica del otro a la cual esta confrontado. El giro imaginario de cada uno de los sujetos empieza entonces. La transferencia tópica se actualiza en presencia de todos. El compartir una vivencia inquietante puede dar lugar a un primer trabajo que comienza después de esos primeros sucesos. La comprensión de las primeras vivencias en términos únicamente regresivos, hasta a veces psicóticos, constituye el obstáculo al entendimiento pleno del trabajo de la transferencia tópica. Estamos en presencia de lo arcaico, es decir, de formaciones que convocan la problemática de la escenalidad originaria porque el compartir en grupo supone convocar en cada uno de los sujetos este mecanismo originario. Como en el sueño, dice D. Anzieu, el grupo confronta a los individuos con los efectos de la regresión. Estos efectos de regresión no deben ser entendidos únicamente como regresión sino, sobre todo, como regrediencia, es decir, a un modo de funcionamiento psíquico que conduce a la construcción del sueño a partir de los elementos reprimidos del psiquismo, por retracción de la pulsión, de la motricidad hacia la sensorialidad. Si de una manera o de otra, la regresión implica la idea de un retorno temporal hacia fijaciones, con la noción de regrediencia, yo insisto sobre la dimensión de un trabajo psíquico que podemos ver manifestarse en el sueño, en el grupo por el hecho de la multiplicación de los soportes de figuración que constituye cada uno de los integrantes, pero también en el trabajo de reflexión en el pensar. Con el término de regrediencia se pone luz sobre la dimensión de construcción subjetiva que hay en cada uno y no solamente sobre la comprensión regresiva y defectológica del sufrir de cada sujeto. La comprensión de esta transferencia tópica me llevó a reconsiderar seriamente la noción de proyección y me permitió comprender cómo dicho concepto se formó, en parte, en un pacto denegativo del movimiento psíquico implicado en la transferencia tópica. Me detengo aquí un momento: la noción de proyección, en el sentido estricto del término, es decir la atribución a un sujeto de todo o de una parte de su padecer personal, nos muestra los efectos producidos por un giro de la transferencia tópica. Tratemos de dar cuenta de su dimensión formal en juego: un sujeto A envía y dirige hacia su entorno su desamparo; un sujeto B, que forma parte de este entorno, se siente perturbado por ese elemento psíquico que no le pertenece, y lo rechaza hacia A pero infiltrado de los efectos de lo que recibió su psique. Si el sujeto A está incapacitado para reapropiárselo porque lo ve como un elemento demasiado ajeno e intenso, va a devolver de nuevo a B lo que siente pero infiltrado, esta vez, de lo vivenciado a causa de B. Podemos entonces describir, desde un punto de vista fenomenológico, ese segundo giro como una proyección, pero pasamos por alto toda la dimensión de lo que se mandó al otro, extraño, pero sin embargo parecido. El acuerdo sobre el término de proyección se hizo en la medida en que, frente a ese tipo de transferencia, estamos a menudo desarmados. Rehusamos reconocer en que participamos de la proyección que nos dirige el paciente. Ese desmontaje de la proyección nos permite posicionarnos mejor desde el punto de vista de la contratransferencia cuando estamos en presencia de una transferencia tópica. De la misma manera, la noción de identificación proyectiva puede ser reconsiderada tanto bajo su forma normal, cuando el sujeto viene a alojarse en la psique del otro para crecer en ella, como bajo la forma patológica, cuando el sujeto intenta controlarnos desde adentro. La identificación en la identificación proyectiva es también el resultado de un movimiento psíquico pero no tiene en cuenta tanto el proceso psíquico de lo enviado, como así también el llamado, y el destino que este mecanismo supone. Cuando uno se da cuenta de que tiene que vérselas con una transferencia tópica, podemos interrogarnos sobre qué lanzamos, sin saberlo, hacia el sujeto, para que lo llevara a responder de esta forma. No se trata de escrutar los más ínfimos detalles, porque esa concepción dirige la cura individual de forma radical con pacientes estado límite, por ejemplo. Decir que el paciente proyecta, es decir también que nos sentimos en situación de intrusión real o potencial, dejándole al paciente la “culpabilidad”, y hasta la vergüenza del desamparo que puede provocar en nosotros. Es totalmente diferente a preguntarnos cómo ese paciente pudo encontrar el camino hacia la intimidad de nuestra psique. Sigo insistiendo entonces sobre la diferencia de posicionamiento contratransferencial implícito, presente en el centro de las nociones que se supone son tradicionalmente aceptadas por todos. No pongo en tela de juicio ni la noción de proyección ni la de identificación proyectiva, sólo trato de demostrar y desmontar para ver cómo se construyen para que podamos trabajarlas mejor cuando estamos en presencia de ellas. Esta noción de transferencia tópica parece representar un investigador muy fino de las problemáticas tránsfero/contratransferenciales en los tratamientos que pueden abrirse a patologías que tienen fama de ser inasequibles. Psicoanálisis Ayer y Hoy: Usted ha propuesto el concepto de obsenalidad, ¿podría explicarnos de dónde viene ese término y cómo se manifiesta en los adolescentes? Bernard Duez: Antes de desarrollar este concepto, me llamaba la atención un conjunto de comportamientos obscenos que encontraba en los adolescentes con una fuerte tendencia antisocial. Se trataba entonces de poner un nombre a esa manifestación pública de su padecer y también de sus descargas pulsionales. Mirándolo con más detenimiento, en un segundo momento me di cuenta de que ellos utilizaban la escena social o familiar como un objeto pulsional del cual esperaban amor, satisfacción, etc. Las vivencias de las cuales ellos se sentían privados de forma precoz, intentaban jugarlas sobre la escena social. Continuando este análisis en las sesiones individuales y en las sesiones grupales, me di cuenta de que los pasajes al acto importantes, los grandes crímenes universales se construían a la inversa de las fantasías originarias. A la seducción corresponde el crimen de poner al otro en la dependencia (adicción que se traduce no solamente por toxicomanía sino también por el más antiguo oficio del mundo, la prostitución). El trabajo con adolescentes prostitutas me permitió entender mejor la desviación de esta fantasía originaria. Seguí investigando y pude poner en evidencia cómo la fantasía originaria de castración, cuando se la desvía, conduce a una deprivación de la víctima. Estamos en presencia de la dimensión del robo. Partiendo de una mentira inicial, el sujeto se ve privado de un objeto que le pertenecía. Es también la manera en que el sujeto se imagina que la palabra del otro lo marca como fálico o castrado. Cuando la fantasía originaria de castración es disfuncional, esta asignación simbólica se inscribe como deprivación y puede iniciar un funcionamiento bajo el modo de la reparación y de la venganza. Volvemos aquí a encontrarnos con lo que hay en el fondo de la respuesta a la pérdida originaria en la tendencia antisocial según D. W. Winnicott. El complejo de intrusión entonces es prevalente sobre el complejo de castración. También pude observar en numerosos asesinos el desvío de una escena primaria en escena primaria de muerte: la escena primaria no es más la escena a través de la cual el sujeto se imagina su concepción, deviene en la escena donde se lo destina a la muerte. En el pasaje al acto criminal, encontramos o bien el goce (jouissance) mortal y mortífero de la victima, en un movimiento casi autístico, o bien la premeditación que nos lleva a una escena de muerte en donde el sujeto no se encuentra del lado del goce del acto sino del lado del espectáculo que muestra para contemplarse psíquicamente mientras mata al otro Algunos asesinos seriales (“serial killers”) parecen funcionar de esta forma. A partir de mis observaciones con pacientes que padecían de sufrimiento neurótico, he adquirido la convicción de que, cuando las fantasías originarias funcionan, lo hacen en silencio, discretamente, enmarcando sin que lo sepamos nuestra realidad psíquica. Al mismo tiempo me daba cuenta de que, si las fantasías se articulaban en escenas, las fantasías originarias eran escenas marcadas por lo instantáneo y se visualizaban cuando surgían en el trabajo analítico, por su intensa actualidad. Poco a poco se me impuso la idea de que el objeto y las relaciones objétales no podían existir sin un trasfondo escénico que los resalta. La reducción de los precoces tiempos al binomio madre-infans era, desde este punto de vista, errónea y hasta articulada con una función paterna insuficiente. El bebé nace en el medio de una colectividad donde los ancestros autorizan a los padres a ser padres para ese niño. La posición del sujeto se hace entonces más activa en la elección de objeto. Pude observar este fenómeno en niños educados tempranamente en instituciones, algunos lograban extraer el objeto de la comunidad institucional, de la escenalidad institucional. Cuando la escena no puede soportar la elección de objeto hecha por el sujeto, es la escena misma que se constituye como objeto, aquí estamos entonces en presencia de la configuración de la obsenalidad. La obsenalidad subvierte entonces la objetalidad (los vínculos objetales, las relaciones de objeto), haciendo reaparecer los trasfondos secretos de la personalidad, reactualizando el trabajo secreto y discreto de la pulsión de muerte. Desde un punto de vista conceptual, la obsenalidad incluye las manifestaciones clínicas de lo que J. Kristeva llama la abjecion, pero me permite ligarlo estructuralmente a otras manifestaciones. J. Kristeva denomina abjecion cuando considera que el objeto no se puede constituir, pero con la obsenalidad yo considero que es la escena misma que es arrancada de su función silenciosa de encuadre imaginario para devenir ella misma el ob-jeto del sujeto. Esto aclara las manifestaciones que van de la psicopatología de la vida cotidiana a una antisocialidad radical. En un primer momento pensé que la obsenalidad era un tiempo necesario. No estoy tan seguro de esto ahora, pero pienso que todos venimos al mundo en una escenalidad preexistente en la cual elegimos nuestros objetos. La obsenalidad es una configuración de emergencia o de respuesta a un desamparo cuando el objeto es demasiado amenazador, o el odio que constituye/instituye el objeto está próximo a la pulsión de muerte que amenaza la consistencia simbólica e imaginaria del sujeto mismo. La noción de obsenalidad me parece tener ventaja sobre otras nociones porque permite comprender un entorno que no puede ser ligado psíquicamente por el sujeto, cuando el mismo es tratado por un retorno (vuelta contra sí mismo). El trasfondo silencioso y confiable que debe proveer el entorno, sobre todo en los primeros tiempos vía la función materna, es dado vuelta como cualquier otro con otros y más de un otro. Su tratamiento como objeto lo inviste de todas las cargas pulsionales con todos los daños colaterales que esto supone para los sujetos. Esta noción da consistencia psíquica es lo que remarca D.W. Winnicott en la tendencia antisocial, que uno de los elementos principales de esa tendencia molesta y daña. Con la obsenalidad, muestro el proceso psíquico que está en el origen de ese daño, articulándolo a la dimensión de lo pulsional. En cambio, el reconocimiento de la obsenalidad muestra modos de investidura de lo pulsional (difracción y vuelta contra sí mismo) que son poco visibles en las neurosis y las psicosis pero muy presentes en las psicopatías, las perversiones y… el sueño. Psicoanálisis Ayer y Hoy: Usted mencionó en su última conferencia en la Asociación Escuela Argentina de Psicoterapia para Graduados el concepto de difracción. ¿Qué relación guarda este concepto con el que René Kaës desarrolla en su libro El sujeto y el grupo? ¿Cómo interviene el aparato psíquico grupal en la difracción? Bernard Duez: El concepto de difracción del cual hablo es idéntico al que René Kaës describe en su libro El sujeto y el grupo. La única diferencia, pero no es menor, es que mi presentación hace mas hincapié en concebir a la difracción como un proceso paradigmático del psiquismo y no tanto en la descripción de sus efectos. Pero no se trata de diferencias reales. Psicoanálisis Ayer y Hoy: ¿Qué diferencias existe entre la difracción del yo en los sueños y la difracción de las representaciones y fantasías en el interior del grupo? Bernard Duez: La pregunta es interesante porque plantea un problema central que es la participación de lo colectivo en la intimidad del yo. El aporte de René Kaës fue justamente mostrar cómo los sujetos se acoplan psíquicamente entre ellos. También demostró en su teorización de los grupos internos cómo los organizadores de nuestra psique poseen una estructura grupal. Considero entonces que la diferencia entre difracción del yo en los sueños y la difracción de la representaciones y fantasías en el grupo dependen de las condiciones de figurabilidad que marcan cada una de dichas situaciones. Las condiciones de figurabilidad dependen en una situación dada de lo que se encuentra, de lo que “está ahí” (dejá-lá). Lo que “está ahí” tiene su origen en los precipitados de problemáticas y contenidos arcaicos que dan forma a las instancias psíquicas (inconsciente, preconsciente, consciente), así como el ello, el yo y el superyó, y su imagen yoica: el ideal del yo. Aquello que está ahí es siempre a la vez uno y múltiple, tiene que ver con tensiones entre los dos polos en conflicto: un “ya ahí” constante que es el inconsciente y sus huellas mnémicas, y un segundo “ya ahí” que es el de la situación en la cual se encuentra, que está infiltrada y estructurada por las problemáticas imaginarias y simbólicas de lo colectivo. Esos dos “ya ahí” sólo son separables dentro del artificio de la hipótesis teórica, pero es necesario ubicarlos como punto de tensión que atraviesa el psiquismo del sujeto. En el caso del sueño, la regresión inherente al sueño conduce a una puesta en escena donde la proximidad entre la fuente inconsciente del sueño y el soporte de figurabilidad, o sea la sensorialidad sobre la cual se transfieren las problemáticas psíquicas, y nos lleva a hablar de una difracción del yo, pero también es una difracción de las imagos, imágenes y representaciones de los diferentes grupos internos a través del cual el yo se estructura y con los que se confronta. En el caso del grupo, el “ya ahí” colectivo es más pregnante, y el mismo se apoya sobre los potenciales de figurabilidad que proveen sin quererlo los miembros del grupo. Ésta es una de las razones por las cuales, al principio de una terapia grupal, los sujetos tienen sentimientos de despersonalización y hasta de desubjetivación porque se sienten potencialmente usados como soportes de las problemáticas psíquicas de los participantes así como también de la psique colectiva. Estas difracciones de las representaciones y fantasías son entonces distintas por las diferentes potenciales de figurabilidad, un sistema sensorial presenta posibilidades y dificultades en la figurabilidad que son diferentes a las que puede proponer un grupo. Aun las formas de la difracción se transforman por las diferentes formas de retorno hacia el sujeto grupal o el sujeto soñante. Volvemos a encontrarnos con lo importante que es la comprensión de la transferencia tópica. El proceso transferencial que opera en el sueño y en el grupo es esencialmente la transferencia tópica, que funciona en difracción/retorno sobre el sujeto que se inscribe en una dinámica progresión/regresión a menudo solamente analizado en términos de regresión. La sensorialidad en los sueños y en los grupos, la imagen del otro y la de más de un otro en los sueños y en los grupos son el punto de retorno del proceso de difracción pulsional. El ejemplo del sueño “Padre no ves que estoy ardiendo” es desde este punto de vista muy ilustrativo. El giro figurativo del sueño ligado a la percepción preconsciente del olor a quemado se apoya sobre el tratamiento de una percepción externa. Esta percepción permite al soñante la realización inconsciente de un deseo, pero se ve interrumpida cuando el “ya ahí” externo confiere a esa sensación una intensidad tal que el yo del soñante se pone en alerta. El resultado es que el soñante se despierta angustiado. El sujeto dormido no puede ya ligar tal intensidad y la procesa como si ella viniera de una potencialidad figurativa atribuida a otro sujeto. La diferencia entonces no proviene del mecanismo inicial de la difracción sino que tiene que ver con el modo en que ese mecanismo es usado por parte del elemento psíquico que pone en marcha la vuelta contra el mismo (el retorno). Esta comprensión a la vez estructural y dinámica de la construcción subjetiva entre el sujeto y su entorno en el sentido winnicottiano, iniciado por el trabajo de René Kaës sobre los grupos, se vio ampliamente confirmada por el trabajo con sujetos que presentan una tendencia antisocial muy fuerte y hasta un auténtico comportamiento psicopático. Sin embargo, todo esto lleva a su término a la revolución freudiana que dice que uno no es ya el centro de su ser, pero que esta atravesado por tensiones psíquicas provenientes de fuerzas con las cuales sin cesar tratamos de negociar equilibrios más o menos precarios. La metáfora de la gravitación y de las constelaciones psíquicas que hacen del yo una constelación relativamente estable… El trabajo de la transferencia tópica y de lo originario participa sin cesar de esa estabilización suficiente. Pero hablar de todo esto seria ir más allá de la pregunta. Psicoanálisis Ayer y Hoy: Usted, como profesor en la Universidad de Lyon 2, implementó un novedoso dispositivo a efectos de que los alumnos pudieran entrar en contacto con el inconsciente en su vertiente intrasubjetiva e intersubjetiva. ¿Podría explicarnos un poco más cómo puso en marcha ese innovador procedimiento? ¿Qué piensa usted acerca del psicoanálisis en Francia en la actualidad y en su inserción en la Universidad? Bernard Duez: En principio hay que reconocer lo hecho por Didier Anzieu: En 1970 puso en marcha un dispositivo de psicodrama adaptado a las condiciones universitarias. Yo mismo me he beneficiado de este dispositivo de psicodrama. El grupo en el cual yo participaba en el marco de la enseñanza de psicología clínica, estaba a cargo de André Missenard. Esa enseñanza fue capital en mi encuentro con los efectos de lo inconsciente, y sobre todo el inconsciente en los grupos. El dispositivo que proponemos hoy en día está muy inspirado sobre este primer modelo. El dispositivo es para los estudiantes optativo. Está compuesto por varios niveles: El primer nivel se sitúa en tercer año. Hemos agregado al dispositivo original un curso magistral que trata sobre los abordajes de psicoanálisis grupal (escuela inglesa, argentina y francesa). Inicialmente, sólo se trataba de trabajos prácticos. En tercer año, los trabajos prácticos se hacen en base a dos tipos diferentes de tareas: Una primera sesión grupal de foto-lenguaje que consiste en el intercambio entre los estudiantes de sus vivencias respecto de fotos reagrupadas según un campo temático desde una pregunta hecha por el profesor. Como siempre en el foto-lenguaje, es la pregunta del profesor que pone en juego la problemática presente. Esa pregunta debe adaptarse al conjunto del grupo pero también movilizar el trabajo psíquico. Vienen luego dos sesiones de psicodrama. Enunciamos las reglas características de todo dispositivo analítico, secreto de las sesiones, abstinencia, pero también una regla de intercambio: intercambiamos en el centro del grupo (hablamos con todo el mundo), una regla de restitución (equivalente a la no omisión), todo eso de lo cual ustedes hablan durante las pausas o entre las sesiones con respecto a las sesiones, y les pedimos a los alumnos una restitución para la sesión siguiente. La libre asociación se implementa a través de la consigna que se repite a cada momento y que remite a la construcción de una historia (entre paréntesis, la función asociada a la consigna no forma parte de lo enunciado). Les pedimos inventar juntos una historia (en conjunto) con un principio, un desarrollo y un fin (apelamos a la secundarización del relato), las primeras ideas que atraviesan su cabeza (apelamos a la libre asociación). Una vez terminada esta historia les tocará distribuir los roles para que se pueda jugar haciendo un como si (como en el teatro), y luego vamos a jugar esa historia haciendo como si. Cuando se termine el juego psicodramático volveremos a hablar de la historia a fin de entender lo que representa o significa esa obra entre nosotros aquí y ahora. Luego de las sesiones de psicodrama, la formación concluye con sesiones de foto-lenguaje. Para aprobar, los estudiantes. a partir de las apuntes que tomaron en su casa después de las sesiones y de sus propios recuerdos, deberán tratar de identificar, a partir de la vivencia grupal, algunas formas de funcionamiento psíquico en los grupos tal como les hemos dictado en las clases teóricas (las notas son estrictamente anónimas). En el marco del primer año de la maestría (cuarto año), los estudiantes van a elegir entre foto-lenguaje y psicodrama. Los que opten por psicodrama van a tener un trabajo más largo, 21 horas distribuidas en varios días. Al final del trabajo van a tener que presentar un informe en el cual analizarán sus vivencias personales, las vivencias del grupo y sus evoluciones reciprocas. Esos informes van a ser corregidos por los profesores preservándose el anonimato de los alumnos. Ya sea durante la licenciatura o durante la maestría, trabajamos en grupos grandes o más pequeños y no invitamos nunca a los estudiantes a presentarse, porque así obtienen la certeza de que pueden vivir plenamente esa experiencia sin sentir la amenaza de una evaluación de sus personalidades o de sus capacidades. Esta regla es aplicada al conjunto de la cursada clínica en psicopatología. Un estudiante nunca será evaluado por su profesor de trabajos prácticos a fin de evitar los efectos de una seducción o una dependencia. En caso de dificultad en la evaluación, es el grupo de los profesores el que decide. Estos dispositivos permiten, aun cuando el lugar que ocupa el psicoanálisis en la universidad está en regresión, y en contra de la voluntad de los profesores y profesionales, que se logre mantener una enseñanza de psicología clínica y de psicopatología esencialmente articulada alrededor del psicoanálisis. Mientras los estudiantes pueden confrontar los efectos del inconsciente aun de una manera limitada por el marco del dispositivo de enseñanza y de formación, la superioridad del psicoanálisis por sobre toda otra forma de comprensión clínica y teórica del psiquismo humano se impone como una evidencia. La hostilidad que va creciendo en el ambiente en contra del psicoanálisis demuestra la vacuidad de las bases sobre las que se construye. Pero ¿acaso no es así con toda ruptura epistemológica? Copérnico fue criticado en 1616, Galileo procesado en 1633. Cualesquiera sean los errores y torpezas de una epistemología nueva, es difícil no percibir, en los reproches que se le hacen al psicoanálisis, que se trata de una nueva cacería de brujas aunque los inquisidores del establishment se escondan detrás de otros valores. Psicoanálisis Ayer y Hoy: ¿Cuáles son los autores de lengua española o argentinos cuyo pensamiento le interesa, y con cuáles comparte algunas ideas? Bernard Duez: Mi pensamiento ha sido influenciado por tres autores. Me consideran un blegeriano, aunque a veces haga una interpretación personal de ese autor. La compresión de la noción de metaencuadre y de la función del encuadre fue importante para mí en la elaboración de la noción de transferencia tópica. La transferencia tópica es un componente del encuadre que funciona como un proceso discreto pero constante. Cuando funciona de manera armoniosa, la transferencia tópica es un acontecer casi inmóvil. El pensamiento de los mundos de Janine Puget fue una apertura para mí, y la dimensión gravitacional y las constelaciones psíquicas de las cuales hablaba antes nacieron del encuentro entre la teoría de los mundos de Janine Puget y las teorías gravitacionales de E. Gaburri. Y finalmente, mi trabajo fue profundamente influenciado por los intercambios científicos y amistosos con Marcos Bernard, a quien extraño mucho. Mi interés por Pichon-Rivière fue más tardío porque no soy hispanoparlante, y es un autor poco traducido en francés. Cuando me tocó conocerlo, ya había encontrado por mí mismo las respuestas a algunas preguntas que él teoriza en su obra. Sigue siendo, sin embargo, una fuente importante de confrontación que me permite avanzar, aunque a veces me enfrento con sus teorías. Psicoanálisis Ayer y Hoy: ¿Qué lo impulsó a usted a ser psicoanalista y psicodramatista? Bernard Duez: Me he interesado al principio de mi carrera en el psicoanálisis porque en él se fusionan de forma natural la filosofía y la psicología. Luego he descubierto cómo el parentesco estructural entre las matemáticas y el psicoanálisis tenía que ver con el hecho de que tanto una como el otro constituían una matemática, las matemáticas son unas matemáticas de las posibilidades objetivas, mientras que el psicoanálisis es una matemática de las figurabilidades subjetivas. Desde este punto de vista, ambas disciplinas se ubican en los dos límites del pensamiento. Mi compromiso con una cura analítica era inevitable porque quería continuar indagando estos dominios que me interesaban. Muy rápidamente sentí el peso de mis propias defensas y de qué modo limitaban mi pensamiento. Me di cuenta, mientras hacía mi trabajo analítico, de la parte de la defensa que había incluso en esta motivación. Este largo trabajo me permitió calmar numerosos conflictos que tenía y satisfacer mi curiosidad hacia nuevos campos sin por eso temer las consecuencias catastróficas de esas confrontaciones. Mi formación como psicodramatista fue motivada a su vez por mi constante interés hacia las problemáticas colectivas desde el punto de vista social o político. Naturalmente tengo una sensibilidad especial hacia las problemáticas psíquicas intersubjetivas. Cuando André Missenard me hizo descubrir el psicodrama, entendí enseguida que esta práctica representaba una excelente formación de compromiso entre mi interés por lo social, la antropología, la cultura y una práctica de psicólogo clínico. El psicodrama fue para mí una fuente de formación importante gracias al análisis intertransferencial que se hacía inmediatamente después de las sesiones y de las supervisiones recíprocas que proveen las variaciones en las interpretaciones de una sesión hecha por colegas. Fue inicialmente a través del placer de jugar que he descubierto que así como a veces en la cura individual el trabajo es duro, es también fuente de intensos placeres. He descubierto esta faceta del trabajo analítico que se mantiene escondida a nosotros: el juego con el analista. Fue a partir de esa experiencia que he descubierto lo que era la auténtica neutralidad, no la neutralización de los afectos sino la capacidad de desplazarse con el paciente a lo largo de las escenas de juego que él abre, y que las construcciones en análisis nos permite devolverle el sentido que él les da o el lugar que él ocupa, o, al contrario, liberarse de alienantes ataduras. Psicoanálisis Ayer y Hoy: ¿Ha usted disfrutado de la estadía en nuestro país, en Buenos Aires? Bernard Duez: No conocía la Argentina, solamente conocía a sus autores y, sobre todo, a mi primera compañera de psicodrama y con la cual he comenzado a trabajar como responsable de un psicodrama. Esta persona había pasado toda su infancia en la Argentina y me hablaba del país con mucho entusiasmo. He conocido a la Argentina, también, a través del sufrimiento de los expatriados, con los cuales he trabajado y he visto la extraordinaria creatividad de los colegas argentinos que vinieron a Francia durante la época de la dictadura militar. Cuando conocí a Marcos Bernard, sentí enseguida que podríamos trabajar juntos; luego, al entablar con él una amistad, tuve ganas de descubrir este país. A través de los encuentros con Marcos Bernard y con Janine Puget tuve ganas de crear una colaboración con la Argentina. Se me hizo claro entonces que, con mis colegas de la Escuela de Psicoterapia, más allá de la amistad había auténticos puntos comunes entre nuestras ideas a pesar de las inevitables diferencias. Mis estadías en Buenos Aires me permitieron confirmarlo, pero debo decir que, más allá del campo científico, me sedujeron la calidad del recibimiento, el calor humano, la amabilidad y la presencia de colegas. Todo eso hace que siempre espero con impaciencia un próximo viaje. Estoy muy agradecido a René Kaës el haber sido el mensajero que permitió estos encuentros. Considero que después de esas dos ultimas estadías, los intercambios que tuvimos deberían permitir una colaboración fecunda sobre todo a nivel doctoral. Psicoanálisis Ayer y Hoy: Al momento de concluir esta entrevista nosotros pensamos que nos quedó algo por preguntar. ¿Hay algún tema que le gustaría compartir con nosotros? Bernard Duez: El primer año lo dediqué a conocer la gente que me rodeaba. El año pasado hubo un intercambio mucho más rico entre estudiantes y profesionales alrededor de un tema prevalente pero no exclusivo: la problemática de la adolescencia. En mi próxima estadía me gustaría poder hablar de alguno de mis últimos descubrimientos y ponerlos a prueba con los profesionales y los estudiantes. Algunas de esas investigaciones metapsicológicas en las cuales estoy comprometido, desearía confrontarlas con las investigaciones alrededor de la Metapsicología. También me gustaría confrontar nuestras reflexiones y avances sobre los dispositivos psicoanalíticos en consultorios e instituciones con lo que eso supone como postura especifica del analista. Me parece que las experiencias de tratamiento colectivo en la Argentina presentan una originalidad susceptible de enriquecer nuestra comprensión del trabajo y de los destinos del inconsciente en cuanto a los problemas intersubjetivos en lo grupal. Pero todo eso es sólo un esbozo, y es a menudo en la sorpresa del intercambio y las ulteriores relaciones que enriquecen la impresión inicial. Gracias por hacerme todas estas preguntas, por el trabajo que me hicieron hacer y que me permitió esclarecer algunas de mis propias ideas. Espero a cambio que los desfasajes que propongo a veces en la metodología y la Metapsicología, les permitan a ustedes también reinterrogar sus prácticas. Muchas gracias. [1] Entrevista realizada por el Comité de Redacción de Psicoanálisis Ayer y Hoy: Isabel Aldabalde, Ezequiel Alberto Jaroslavsky, Carole Lagomarsino y Paula Marrafini. Queremos agradecer muy especialmente la generosa colaboración prestada por la licenciada Carole Lagomarsino en la traducción al francés de las preguntas, y la traducción al castellano de las repuestas brindadas por el profesor Bernard Duez. La corrección final del texto la realizó el doctor Ezequiel A. Jaroslavsky [2] Psicoanalista, Profesor de Psicopatología del Centro de Investigación de Psicopatología y Psicología Clínica de la Universidad Lumière, Lyon 2, Francia.
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