ASOCIACIÓN ESCUELA ARGENTINA DE PSICOTERAPIA PARA GRADUADOS
Revista
"Psicoanálisis: ayer y hoy"- Nº4
Curación
e interacción1
por Santiago
Korin
A fin de
explicitar la relación entre interacción y curación en un plano empírico,
caracterizaremos la realidad de la práctica de consultorio en toda terapia
individual como un universo de datos emergentes en la sesión, del cual el
psicoanalista contempla, verifica e interpreta el conjunto de proyecciones,
representaciones e identificaciones propias del paciente a través de la
transferencia-contratransferencia.
No obstante, fuera
de ese contexto, el paciente mantiene relaciones familiares y sociales que en
algunos casos obligan a que el mismo terapeuta tenga que modificar su ángulo de
visión hasta abarcar la red interpersonal que brinda soporte vital al paciente;
no ya en el término, exclusivamente, de las representaciones, de las imagos o
de los objetos internos, sino como seres reales que influyen unos en otros. A
veces, la terapia requiere circunstancialmente un abordaje de esa realidad y,
en ocasiones, exige un desarrollo sistemático, tanto en la observación como en
la operatoria específica.
Para comenzar la descripción
de este tipo de trabajo resulta útil imaginar al paciente como integrante de su
sistema familiar. La noción de "sistema" nos permite registrar los
elementos propios de estas relaciones familiares como pautas de comportamiento
autónomo del grupo, e incluirnos, además, como terapeutas partes de este
sistema.
Todo sistema está
formado por elementos, sus características y las relaciones que los entrelazan.
Dentro de un grupo familiar debemos, entonces, buscar aquellos elementos que
hacen a la convivencia y a la intimidad, sus características de género, de
edad, de privilegios, etc.; para destacar aquellos ingredientes que determinan
el tipo de relaciones que se establecen.
Por definición,
todo sistema biológico (y una familia lo es) es un sistema abierto. Esto es,
para mantener su organización, está inevitablemente llevado a mantener
relaciones de intercambio con el medio ambiente. Si esto no ocurre, perece.
Partiendo de este
esquema referencial comprobamos que en todo grupo familiar es posible percibir
una tendencia a cerrarse o a abrirse, es decir, a presentar una barrera que lo
aísla relativamente de las propuestas del medio o a presentar una mayor
porosidad y capacidad de incorporación de estos aspectos perifamiliares a su
dinámica de funcionamiento. Gran parte de las psicoterapias se prestan para
operar con recursos predominantemente interactivos, reencuadrando esa etapa del
tratamiento y complementando así el trabajo rigurosamente analítico.
Veamos un ejemplo
clínico: Más o menos hace un año viene a verme una paciente de 20 años que
estaba en tratamiento con una colega desde hacía doce años. Me expresa su
deseo, compartido por su terapeuta, de continuar el análisis con un
psicoanalista de sexo masculino. Queda en volver a llamarme y lo hace seis meses
después. Su situación había empeorado y sus motivos de consulta eran otros. En
esta segunda "primera entrevista" me dice, como algo natural, que la
madre tiene regularmente charlas telefónicas con su terapeuta desde el comienzo
de su tratamiento, y que ella misma suele contarle a la madre, al regreso de
cada sesión, (parcial o totalmente) lo ocurrido con su analista. Agrega también
que su terapeuta había participado en una crisis desencadenada por un cuadro
somático severo que sufrió su padre. La colega fue a la casa a altas horas de
la noche y colaboró para resolver una situación muy angustiante. La paciente
decía que si bien no sabía "explicarlo" le parecía que aquel episodio
no hubiera tenido que ser así. La madre seguía con las visitas a su terapeuta
cada tanto para ver cómo andaba el tratamiento.
Frente a una
situación de este corte, estimo que estoy ante un panorama real y objetivo de
falta de privacidad y de invasión crónica, que requiere se le ponga límites
precisos. Estipulo entonces que si ella quiere tratarse conmigo no lo haga
hasta que no pueda retener la información. Lo pensó, le pareció que le
resultaría difícil, pero un desafío igualmente tentador como para enfrentarlo.
Apenas la paciente comenzó sus sesiones y a retener la información, la madre
–obviamente– acusó recibo de este cambio en forma inmediata. Me llamó en
reiteradas oportunidades, frente a mi cortés pero firme negativa a incluirla en
el espacio terapéutico de su hija se mostró obsecuente y -en una oportunidad-
hasta se hizo presente acompañándola, no resistiendo el deseo, al menos, de
conocerme.
Quiero enfatizar
aquí el hecho de que, al sentirse dejada de lado, la madre desarrolló altos
niveles de angustia; y esto coincidió con un material terapéutico muy rico.
Aunque yo lo esperaba, lógicamente sorprendió a la paciente ya que para ella
era inédito. Visto desde afuera, era relativamente previsible. Si sostenemos un
circuito informativo fluido y lo interferimos, comprobamos que tanto el volumen
como la calidad de información se desplaza hacia otro lado, incluyendo muchas
veces saltos cualitativos.
Este ejemplo ayuda
a entender cómo en el momento adecuado, una intervención de índole puramente
interactiva -que desborda lo habitualmente incluido en "contrato y
encuadre"- contribuye al enriquecimiento del material analítico, al tiempo
que genera en la paciente la posibilidad concreta de intentar cambios de los
estereotipos menos saludables que rigen sus relaciones. En nuestro caso, la
paciente pudo concebir su intimidad como algo factible y modificar, como
consecuencia, su relación exageradamente "porosa" con la madre. Al
modificar aquel estilo de realimentación con el vínculo neurótico madre-hija, a
cuyo servicio estaba toda la información terapéutica, el nivel del nuevo conflicto
generado abrió la posibilidad de entender su problemática contando con un grado
de comprensión mucho mayor.
Volviendo al
ejemplo, al focalizar por mi parte la atención sobre el caudal de información,
pasaba a privilegiar como cuestión mía lo que ella no podía privilegiar como
cosa suya. Lograba así cierta información relevante acerca del tipo de sistema
familiar que la paciente integraba, y que me permitía ponderar una estimación
pronóstica sobre la factibilidad de que un cambio de esa naturaleza se
estabilice de modo confiable. También es necesario explicitar que al comienzo
de un contrato terapéutico uno cuenta con un grado importante de poder, que con
el tiempo va disminuyendo. El poder lo tiene, dentro de un sistema familiar,
aquel que puede definir los términos de una relación. En el caso señalado,
entendí que mi condicionamiento ofrecía una alternativa exogamizante para la
paciente, me comprometí con una opinión puntual, tomé la iniciativa y puse en
cuestión todo un sistema de pegoteamiento y pérdida de la discriminación que
pesaba con la fuerza de la tradición establecida y no cuestionada. Pero no debe
entenderse que el tratamiento de la paciente es sólo interaccional, en lo
fundamental es psicoanalítico en tanto nos ocupamos de sus transferencias, sus
fantasías, etc.; sin embargo, no reniego de incorporar otras técnicas que me
permitan complementar el tratamiento. Por otra parte, es necesario tener en
cuenta que el solo hecho de dar una consigna que sabemos que no se puede
cumplir, como por ejemplo: "acuéstese y asocie libremente", es una
forma de proponer una situación a través de la cual aparecen la resistencia, la
transferencia, la regresión, la dependencia, etc. Ocurre algo similar cuando
proponemos a una persona que emprenda una tarea que nosotros sabemos que no
podrá realizar cabalmente. Lo paradójico de la situación, en el caso
mencionado, es que yo planteaba las prescripciones como un problema mío, y la
paciente pudo llevarlas a cabo sin darse cuenta de que se estaba enfrentando
con serios conflictos. Naturalmente, yo apelaba a su voluntad consciente. Dudo
de que haya motivos para trabajar exclusivamente con el mundo interno del
paciente y esperar que lleguen las resistencias y demás fenómenos mencionados.
En ciertas ocasiones, es sumamente útil incorporar criterios de registro y
pautas interactivas capaces de potenciar los conflictos que interesa enfocar.
Es necesario
elegir con qué tipo de problemas nos manejaremos. Claro está que se impone a
priori una evaluación sobre las consecuencias que puede acarrear una consigna.
Puede ser que la paciente no la acepte, que la acepte y no la cumpla, o que la
cumpla con cierto dolor pero en aras de cambiar. De tal manera, partiendo de
los datos observables que se manifiestan a través de la conducta, enfatizamos
cuáles son los efectos de conducta con los que trabajaremos.
Comunicación e
interacción
Siempre que un
individuo intercambia un mensaje con otro, lo hace con un tono determinado, con
un gesto que califica lo que está diciendo en forma explícita. A esto se llama
"metacomunicación". La metacomunicación hace a todos aquellos
aspectos del intercambio que dicen de qué manera deben ser tomados los
mensajes. No hay ninguna posibilidad de comunicar sin metacomunicar.
Por ejemplo, una
de las situaciones que me ha llamado la atención en mi experiencia de terapias
con parejas, es la que en algunos casos, mientras uno de los miembros de la
pareja habla, el otro empieza a cederle "gentilmente" el espacio,
mostrando cierta dejadez e incluso aburrimiento. Advertí que este aparente no
decir nada, en realidad dice muchas cosas. Pero lo que más llama mi atención de
este intercambio de metamensajes es la tranquilidad y aceptación con que ambos
perciben este "estilo". En situaciones así, explicito la
metacomunicación que está presente allí; es evidente para mí y encubierta para
ellos.
Menciono esto para
hacer más claro cómo funcionan los estereotipos. En cualquier red de
comunicación hay un cierto grado de estereotipia. No es más que una secuencia
que se va repitiendo regularmente y en forma relativamente sistemática. Si bien
esta regularidad nos permite lograr cierto grado de funcionalidad en nuestras
relaciones con el medio, cuando sus formas cristalizan y se tornan rígidas,
acarrean grados de enajenación y "enfermedad". Todos los sistemas
registran una tendencia a obtener un equilibrio dinámico, un grado de
regularidad, que se llama homeostasis. En la vida familiar ocurre exactamente
lo mismo. Cuando una familia funciona con estereotipos rígidos, el trabajo
terapéutico para volverlos comparativamente más flexibles abre un camino hacia
la curación. Entiendo aquí por curación, aquel estado de mayor cambio que se
puede generar en un sistema familiar, con un grado de dolor tolerable.
Esto constituye el
paradigma del concepto de curación, desde una perspectiva interaccional. Desde
este punto de vista pierde relevancia hablar de normalidad y patología; hay
flexibilidad y hay rigidez, vínculos más saludables o más enfermizos.
A la luz de este
enfoque, la concepción de la psicopatología individual necesita una verdadera
reformulación. La curación es vista en términos de la cualidad del intercambio
con los semejantes, contrastada con una visión exclusivamente intrapersonal.
Cuando, como terapeutas, nos ubicamos en las circunstancias del paciente y en
las relaciones que mantiene con el medio, los criterios de cambio y de curación
se vuelven mucho más modestos y, comparativamente, se
"superficializan" en un buen sentido; quiero decir que emergen a la
superficie y son visibles. Son modestos en la medida en que permiten recorrer
caminos vitalmente importantes a través de cambios muy poco sofisticados y,
acaso, también muy poco sutiles, como veremos en este ejemplo clínico.
Una mujer un poco
menor de 40 años, separada, con tres hijos, bien parecida, me plantea en una de
las sesiones que le venía resultando fatigoso y desgastante el hecho de que
cada vez que se compraba alguna prenda de vestir, sus hijos y su tía, con la
cual vivía desde hacía tiempo, iniciaban una guerra de críticas acerca de lo
mal que se arreglaba, poniendo énfasis en que se compraba ropa adecuada para
mujeres más jóvenes que ella. Aquí interrumpo la narración para mencionarles
que en una oportunidad anterior, esta mujer y su ex marido habían venido a
consultarme sobre problemas de su primer hijo adolescente. Yo conocía la
flexibilidad de esta mujer para incorporar nuevas pautas de conducta, tal como
lo había advertido en las sesiones que tuvo junto con su ex marido. Por otra
parte quiero destacar que se trata de una mujer que quedó huérfana muy temprano
y había sido criada por unas tías, una de las cuales, soltera, es la que
mencionamos anteriormente. Mantenía ella además una relación estable con un
hombre casado, es decir, una relación secreta para el mundo social, pero
conocida para sus hijos y su familia, ya que este hombre frecuentaba su casa.
Se trataba de una relación valiosa, tanto por lo duradera, como por la calidad
del vínculo. Quiero agregar asimismo que las críticas parecían infundadas, ya
que esta mujer vestía con elegancia y podía usar ese tipo de prendas sin
desentonar. Cuando me planteó el problema de las críticas que le hacían sus
hijos y su tía, le pregunté si de verdad quería cambiar esa situación o si
podía tolerarla. Me contestó que la situación la tenía harta y que, como la
mortificaba mucho, deseaba cambiarla. Le presenté entonces dos alternativas: o
frenar la situación a través de la severidad frontal o apelar al humor, recurso
más difícil de llevar a cabo, pero que tenía la ventaja de permitir, si
fracasaba, un nuevo intento mediante una actitud más dura, cosa que no podría
instrumentar de forma inversa. Viendo su predisposición le sugerí que tomara la
iniciativa y comenzara a criticarse a sí misma en el preciso momento de ponerse
la ropa, a fin de quitarle a su tía y a sus hijos el monopolio de protestar por
lo atrevido de sus prendas. Y así fue. Ella pudo ponerlo en práctica y modificó
una situación real.
Así pudo
transformarse una situación rígidamente estereotipada en otra más flexible. En
tanto, la denigración de la feminidad de la madre de la casa pudo ser
modificada, al menos en ciertos síntomas; yo me atrevería a decir que, en esos
términos, ese síntoma fue pasible de cierta "cura". Desde ya, queda
por ver qué modificaciones más profundas pudo traerle esta situación, respecto
de la idea que ella tenía de sí misma como mujer dentro de la familia. Acá nos
introducimos en una vieja problemática, largamente discutida, acerca del orden
de la secuencia que se manifiesta entre el cambio de conducta y el insight
o viceversa. Hay autores que fundamentan con solvencia la existencia de un
cambio del comportamiento en virtud del insight previo, y existen otros
autores que sostienen con igual solvencia el hecho de que cambios en el
comportamiento llevan posteriormente al insight. En el ejemplo dado, yo
sabía que luego de la situación planteada la paciente traería como material
analítico el problema de su feminidad, pero sabía que lo traería en otro plano,
más rico, menos circunstancial. Y así ocurrió. En lo que a mí respecta, lo que
más me entusiasma en la implementación de estas técnicas interactivas es que el
acceso al material analítico se realiza con mayor densidad y compromiso
emocional por parte de la paciente, ya que existe un cierto terreno ganado en
el plano de la realidad sintomática. La posibilidad de haber realizado cambios
concretos en su conducta habilitó a la paciente para estar en mejores
condiciones para revisar el rol de mujer que venía protagonizando.
Recomponiendo la secuencia del cambio desde un plano analítico, yo diría que lo
que le permitió a la paciente llevar adelante un cambio de este tipo, además de
contar con un marco familiar que lo permitía -recordemos que los sistemas
familiares rígidos no dan lugar al humor- fue poder tomar mi sugerencia como un
permiso capaz de fortalecerla, en un área en que se sentía muy vulnerable
dentro del marco familiar, lo que no ocurría en la relación con su amante, con
sus amigos o en el trabajo. Me tocó ser, desde el rol de varón, quien
reivindicó su feminidad. No estando dentro del hogar ocupé ese papel, quité
autoridad a los que monopolizaban el desprecio, desempeñando el rol del
marido que no tiene.
Lo relevante aquí
no es el hecho de que con estas técnicas pueda ganarse tiempo de tratamiento,
sino que, en ciertos casos, pueda lograrse una mayor eficacia terapéutica. Digo
ciertos casos porque no es mi intención proponer normas de validez general.
Muchos autores mencionan y pocos lectores leen la relevancia que tiene la
selección exhaustiva de los casos en los criterios a implementar. Agreguemos,
además, que en esta presentación he enfatizado sólo aquellos aspectos
interactivos que resultan observables. Dentro del esquema trazado, el
compromiso activo del paciente desempeña un papel importante, pero de ningún
modo estoy basando únicamente allí las posibilidades de curación. Tampoco estoy
proclamando la eficacia sin más del enfoque interactivo. Para entender la
dinámica de la práctica clínica, debe tenerse siempre en cuenta que, si bien el
terapeuta posee conocimientos y paradigmas generales que le permiten operar,
cada paciente es un caso particular y requiere, para su curación, una
pormenorizada atención de su situación específica. Nunca se insistirá
suficientemente en esto.
Por último quiero
agregar que la implementación de pautas interactivas no sólo se practica en el
caso de cuadros patológicos neuróticos, sino también en el tratamiento de
psicóticos. Refiriéndose al trabajo terapéutico según grados de severidad de
patología, David Liberman advierte: "Descuidando esto, podemos tomar por
asociación libre lo que en realidad son comportamientos narcisísticos previos
al análisis y que tienden a ser reforzados por el paciente mismo, a menos que
el analista sea capaz de cuestionarse en un momento dado su esquema de abordaje,
efectuar una autocrítica y una corrección del enfoque, y de esta manera
desencadenar la crisis ante el cambio que el paciente en cuestión evita".
Más aún, D. W.
Winnicott es más rotundo. Cuando habla de los pacientes graves señala que al
fracasar el yo observador del paciente, no puede recuperarse la regresión
durante la sesión y es necesario cuidar de él. Sostiene la conveniencia de que
la idea del psicoanálisis como arte, ceda gradualmente lugar a un estudio de la
adaptación ambiental en relación con las regresiones de los pacientes. Y
termina pidiendo a los analistas que enfoquen el tratamiento de los psicóticos
teniendo en cuenta lo mucho que pueden hacer para prepararse, observar el
funcionamiento de los factores inherentes a la situación, observar y utilizar
los episodios regresivos que tienen lugar en la vida externa del paciente,
episodios que por lo general se desperdician con el consiguiente
empobrecimiento del análisis.
He citado a dos
autores psicoanalíticos de diferentes escuelas y ambos advierten sobre la
necesidad de no descuidar el contexto real en que transcurre la vida del
paciente. Ante todo tenemos que tener en cuenta que el tratamiento de un
psicótico exige un trabajo con la familia de modo indispensable. Allí los
fenómenos de la relación familiar se nos presentan en forma obvia. No hacemos
inferencias, las pautas son muy distintas. En ciertos casos de sistemas
familiares de psicóticos, donde opera una interacción con predominio
narcisista, como un enlace de narcisismos en convivencia, la introducción de
consignas interactivas es acogida con mayor facilidad que en el caso de
pacientes neuróticos. A este respecto, Ricardo Avenburg, en un reciente
trabajo, dice: "En estos casos, nuestro esfuerzo tiende a la organización.
Y en este sentido a instalar represiones, no a levantarlas". Mientras en
el trabajo con neuróticos procedemos a explorar los aparatos psíquicos para
permitir que surja el deseo, la fantasía o el anhelo, en la terapia con
psicóticos es necesario instaurar represiones para que se constituya el yo. Con
familias que presentan grados psicóticos de intercambio, la técnica operativa
es compleja. Ya no es cuestión de hacer prescripciones sencillas. Quienes
trabajan con estas familias lo hacen dentro de instituciones y a veces con franco
rigor. Tal es el caso de M. Selvini Palazolli, para quien el incumplimiento de
una consigna supone la interrupción del tratamiento. Esta terapeuta no recibe
ninguna familia con el paciente psicótico sin la presencia del derivador o
remitente, es decir, de quien detectó el hecho psicótico, dado que ella
entiende que si la familia aún no incriminó al derivador en lo que ella llama
transacciones esquizofrénicas, lo hará muy pronto.
Para terminar,
quiero señalarles que incorporar una concepción de los sistemas interaccionales
en las terapias psicoanalíticas, abre un abanico de posibilidades curativas
que, adecuadamente desarrolladas, contribuyen a incrementar los recursos
terapéuticos de la práctica del psicoanálisis.
Nota
1
Reportaje publicado en la Revista
Asociación Escuela Argentina de Psicoterapia para Graduados, nº 11, 1985.