NÚMERO 26 | Octubre 2022

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Vincularidad = Virtualidad: ¿una ecuación en la hipermodernidad? | Abel Zanotto

Trabajo presentado en la Mesa de la Revista digital Psicoanálisis Ayer y Hoy, titulada: «Lo virtual no quita lo vincular. Transformaciones», presentada en el Ciclo «Miércoles en la Escuela ONLINE», junio 2022.

En «El delirio y los sueños de la Gradiva» de 1907, Freud señala que «los poetas son unos aliados valiosísimos y su testimonio ha de estimarse en mucho pues suelen saber de una multitud de cosas entre cielo y tierra con cuya existencia ni sueña nuestra existencia académica».

Entonces, recurramos a la ficción para acercarnos al mundo de las vincularidades extendiendo la posición del psicoanalista Rodulfo quien, en 2004, sostuvo que en la adolescencia se inaugura el nosotros como un nuevo acto psíquico. Nuestra propuesta es pensar que, desde los paradigmas de la «subjetividad» —como sabemos, un concepto no psicoanalítico sino sociológico, pero rescatado para nuestra disciplina en 1999 por Silvia Bleichmar— no estamos con otros, sino que somos con otros y que tal vez estemos en presencia de otros «nosotros» impensados en la modernidad.

Ese ser con otros es uno de los ejes de la tetralogía contemporánea Dos amigas de la escritora italiana Elena Ferrante. En cuatro deslumbrantes tomos, se despliega la amorosa y tensa relación entre Lila y Lenú desde la infancia hasta la ancianidad; una vincularidad en la que se expresa esa estructura relacional y existencial señalada por Freud en 1921 cuando sostuvo que «en la vida anímica del individuo, el otro cuenta con total regularidad como modelo, como objeto, como auxiliar y como enemigo».

Lila y Lenú nacen y se crían en un humilde vecindario de Nápoles y se ven todos los días. Termina la Segunda Guerra Mundial y se trata de sobrevivir como se pueda en una cultura patriarcal semianalfabeta y en un asfixiante clima endogámico donde el otro, ampliando semánticamente la serie freudiana, no siempre es un «semejante» —al decir de Bleichmar—, sino un «extraño».

Un día, en la rutinaria y previsible cotidianidad, se produce un hecho que según Badiou tendrá efectos posteriores como un «acontecimiento» en las subjetividades de esa comunidad. Uno de los vecinos más acaudalados —dentro de ingresos estrechos por no decir mínimos y casi en la línea de subsistencia— instala un «televisor» en un espacio común de su casa que, conforme a las necesidades y la hora del día, era comedor, living o cuarto de dormir.

Esta novela tiene su versión fílmica. En la serie Mi amiga brillante se rescata esta escena en la que una importante cantidad de vecinos está reunida frente a —parafraseando a Freud— «su majestad el televisor». A partir de ese momento, ese hipnótico aparato será un «ordenador» de la vida de muchos de ellos, en especial de Lila y Lenú, e introducirá cambios en las posiciones subjetivas y vinculares entre ellas. En ocasiones la tecnología comienza a mediar más fuertemente entre los vínculos humanos. El significante «ordenador» nos transporta de esa época de los años 60 a épocas más actuales: como todos sabemos, en España, la computadora es denominada «ordenador». Pero volvamos al Río de La Plata. La computadora «ordena» nuestras vidas vinculares a tal punto que, en los espacios académicos de las ciencias sociales, se tiende a hablar de tres conceptos disruptivos y funcionales para comprender cómo la virtualidad define nuevas expresiones de la vincularidad.

Uno de estos conceptos es introducido por Bauman en Vida de consumo de 2008 cuando se refiere a la vida social como una vida electrónica o cibervida[1] y llega también a afirmar que es imposible no reconocer y aceptar «los vertiginosos cambios de hábitos de nuestra cada vez más “cableada” o, en realidad, cada vez más inalámbrica sociedad».

Otros conceptos son los de tecno-agrupamiento o tecno-grupalidad, sustantivos compuestos que indican que la presencia ordenadora de lo informático en nuestra vida cotidiana también se expresa en una ampliación vertiginosa del concepto de «agrupamientos» o «grupo». Dentro de la Psicología Social y otras ciencias, a la clasificación común de «grupos primarios y secundarios», por ejemplo, se le agrega este nuevo contexto que habla de una realidad de límites más abarcadores y donde lo presencial —que era una de las características esenciales de la grupalidad y de la vincularidad clásicas— convive con esta nueva expresión de la grupalidad y de la vincularidad. La estructura formal del concepto tecno-grupalidad ya nos habla, en su simple enunciación, de una trama estructural entre «estar con otros» y «ser con otros» en una dinámica existencial mediada por la tecnología. Una hipérbole de aquellas inaugurales mediaciones de la televisión en la amistad de Lila y Lenú.

El tercer concepto es el de comparecer. La filósofa y también investigadora española, Remedios Zafra, rescata este término del ámbito jurídico para significar al «acto de presentarse ante un organismo público, por ejemplo, un órgano judicial». A partir de estas consideraciones, en 2021, Zafra se preguntaba dónde reside el malestar actual en la cultura. Y respondía que ese malestar es la ansiedad. Nos dice que estamos inmersos en una cultura ansiosa que nos obliga a mostrarnos permanentemente, a pronunciarnos sin cesar, a producir mensajes en las redes como un comparecer acumulativo y no como una pertenencia. Resumiríamos así: comparecer y no pertenecer, porque si no comparecemos, no vamos a ser vistos y tal vez no existiremos. Recuerdo un zócalo de un canal musical de televisión que decía: «Si no estás, no existís».

Comparecer es hacer hincapié en lo cuantitativo. Estar todo el tiempo posible. Estar siempre y, tal vez, sin importar cómo estar. Una tensión dilemática entre lo cuantitativo y lo cualitativo en ecosistemas digitales donde la empatía no existe, pues todo es tan rápido que —en términos de Zafra— «sólo tenemos lecturas epidérmicas» sin darnos tiempo para entenderlas.

Un malestar en la cultura anclado en lo frágil y momentáneo sin posibilidades de acceder a acciones integradoras o reflexivas sobre lo personal y lo social. Y Zafra enfatiza cómo en las redes se han difuminado las fronteras entre lo público y lo privado —una cuestión muy abordada en la actualidad— y también entre lo laboral y lo social.

Quiero compartir una pequeña viñeta sobre esta última cuestión. Fernando es un ingeniero contratado en una empresa estatal. Tiene una jefa hiperactiva —según él, «adicta» al trabajo— que puede llamarlo a las tres de la mañana o en la hora del almuerzo del domingo para preguntarle algo sobre el proyecto que llevan adelante. Sus compañeros le dicen que apague el teléfono celular, pero Fernando responde que tiene temor a que la jefa se enoje y no le renueve el contrato anual. Fernando ¿pertenece a esa empresa o comparece? ¿Qué empatía tiene su jefa con la vida privada y social de Fernando? ¿Cuánta angustia y stress soporta Fernando en una sociedad que se define cada vez más por la fragilidad del «contrato laboral»? ¿Cómo se desenvuelve en esa vincularidad omnipresente del compañero laboral en su vida personal y social? Y ¿cómo Fernando puede poner un coto frente a un trabajo que vía la tecnología está en todo momento en su vida cotidiana?

En esta combinación de lo presencial y lo vincular con sus luces y sombras, con sus aportes y sus carencias, con sus límites infinitos en lo cuantitativo, pero con sus límites finitos en lo cualitativo se deslizan algunos interrogantes en esta realidad que se apoya en lo «híbrido» como una transacción de compromiso, como una metáfora de una formación del inconsciente, si somos muy imaginativos, entre dos sistemas en los que necesariamente hay traducciones y conversiones e interrogantes.

Nos preguntamos: ¿Es lo mismo un vínculo cara a cara que un vínculo con una pantalla funcionando como intermediaria? ¿Debe redefinirse la categoría de «amigo»? Va una pequeña muestra extraída de una situación clínica: Francisco es un hombre mayor que hace bastante tiempo comenzó a incursionar en las redes sociales con momentos placenteros cuando aparece un like o se produce un match en algún encuentro virtual. Pero Francisco también atraviesa por momentos de dolor y humillación narcisista cuando esa relación que prometía avanzar se «deshace» y cae en un cono de sombra. Una cueva oscura con la fantasmal presencia/ausencia del ghost que, de un lugar de luz y erotismo y reconocimiento, conduce a la persona «ninguneada» a espacios de sombras tanáticas y de desconocimiento.

Pero la intención de esta pequeña referencia es también hacer hincapié en el tema «amigos». Francisco ha tenido y tiene una vida social limitada a unos pocos amigos y a unos conocidos desde su profesión. Y se cuestiona —podríamos decir que hasta envidia— la cantidad de «amigos» que posee uno de sus hijos adolescentes, verdadero experto en el manejo de las redes sociales. Francisco dice que su hijo tiene «miles de seguidores», pero su hijo dice que son «miles de amigues». La confrontación general y el desasimiento de la autoridad parental, que mencionaba Freud en 1908, se expresan también en las sutilezas del habla.

Y agrego dos preguntas más: ¿debe redefinirse, como expresamos hace unos instantes, el concepto de sociedad y tal vez reemplazarlo por el sintagma «red de redes»? ¿Somos conscientes del espacio intra e intersubjetivo que ocupan las famosas «redes sociales»? Con relación a la omnipresencia del concepto de «red», el diccionario etimológico de la lengua castellana señala que aparece en 1074 y que hacia 1607 se refiere a la costumbre de encerrar el ganado durante la noche en cercados de red. En 1611 aparece el término «enredadera» —literalmente, «envolver en redes»— aplicado a la mujer.

Entre las múltiples acepciones del vocablo «red» en un diccionario común, rescatemos la primera: «aparejo hecho de hilos, cuerdas o alambres trabados en forma de malla que se usa para pescar, cazar, cercar». O sea, una vez que estamos adentro de una red es difícil salir. O salirse. La acción de entrar, que es voluntaria, es reemplazada por la imposibilidad de salir de ella. Algoritmos omnipotentes y omnipresentes en su ausencia van detectando cada uno de nuestros movimientos. Cada paso es como la impresión de una huella digital, un mapa involuntario de nuestros deseos, hábitos, necesidades, carencias, proyectos, pretensiones. Y también de nuestras falencias y de nuestras faltas. Una minuciosa cartografía que nos vincula a unos con los otros. Basta ver las solicitudes de amistad en la plataforma Facebook, que nosotros no buscamos expresamente, para enfrentarnos a un fenómeno que nos envuelve y determina. En otras palabras, que nos «enreda» en un estado de estar «enredados en la red».

A partir de esta omnipresencia de las redes, es adecuado preguntarnos sobre su eficacia y sobre algunos de los motivos para sus difusiones casi cósmicas. Lipovetsky remarca que son «paisajes emocionales». Están diseñadas para gustar y emocionar. Y la seducción se ofrece como un hipermercado que define el mundo vincular actual mediado por la tecnología.

Volvamos a la escena inicial del televisor instalado en el humilde vecindario italiano. La familia y la escuela, en ese espacio, eran los primeros escenarios para el complejo proceso de las identificaciones primarias y secundarias[2]. A falta de intermediarios culturales exogámicos y antes de la llegada de la tele, los «secretos» de la vida eran investigados entre los pares frente al mutismo parental muchas veces definido por la ignorancia. Lila y Lena y algunos amigos se consultan y responden como pueden sobre el uso del preservativo, las posiciones coitales, la legalidad y moralidad del primer beso. La vestimenta. El baile de moda. Y sobre cómo se vivirá en el centro de la ciudad.

La programación televisiva amplifica la intermediación cultural de medios de comunicación tradicionales. La potencia de la imagen y la contundencia de sus mensajes habilitan espacios exogámicos de conocimiento, tal vez temidos al principio, pero familiares con el correr del tiempo. Lentamente y, al decir de Roudinesco y de Kornblit y Cao, entre nosotros, las agencias subjetivantes tradicionales —como eran principalmente la familia, la escuela y las fuerzas armadas— van dando espacio a un reservorio de modelos identificatorios extrahogareños mediáticos y virtuales que opacan y perforan las estrechas puertas y paredes del hogar y de los límites reales o simbólicos de las escuelas y del barrio. Con el tiempo aparecerá y se solidificará la presencia del influencer como uno de los máximos intermediarios culturales de estos momentos.

Pero aquella revolución comunicacional y existencial facilitada por los medios tradicionales de comunicación se enfrentará a un verdadero tsunami tecnológico en manos de las ciencias de la computación e informática. Desde finales del siglo xx, el mundo ya no será el mismo. Una profesora de historia comentaba en sesión que el primer día de clase les pidió a los alumnos del curso del primer año que hicieran una cronología temporal dividida por «AC», en paradigmas de la modernidad «antes de Cristo». Y relata que uno de los más brillantes le dijo que ahora «AC» puede entenderse como «antes de la computadora».

Nuevamente, volvamos a saltar en el tiempo. En 1872, el caballero inglés Phileas Fogg, en un exclusivo club londinense, apuesta que iba a dar la «vuelta al mundo en ochenta días». La recordada novela de Julio Verne retrataba lo que para ese entonces era un verdadero acontecimiento de velocidad y eficacia.

En 2004 y con el reinado cada vez más visible de las ciencias informáticas, el cientista argentino Benítez Larghi publica un artículo titulado «La vuelta al mundo en ochenta bytes», una clara paráfrasis del libro de Verne que revela la actual civilización del vértigo. El psicoanalista uruguayo Viñar añora el ritmo de la siesta, los atardeceres, la charla con amigos. Ahora todo es rápido, vertiginoso. Y, si no es así, simplemente no es.

Hagamos una prueba cualquiera del ritmo de los hallazgos en Internet. Si cliqueamos «Psicología de las masas y análisis del yo» nos encontraremos con 238 000 resultados en 0,45 min. Cliqueemos «adolescencia» y aparecerán 178 000 000 resultados en 0,44 min. Bajo este ethos de la posmodernidad o de la hipermodernidad, al decir de Lipovetsky del vértigo incesante, ¿qué características tendrán algunas vincularidades hoy? ¿Qué habrá pasado con la estabilidad y la permanencia? ¿Qué espacios tienen la durabilidad y la presencia? ¿Qué línea temporal vincular se puede trazar entre el pasado que engendra el presente y el presente que engendra el futuro? ¿Cómo repercute el permanente —o paradójicamente eterno presente— en la estabilidad psíquica regulada por tiempos de espera y de acción? ¿Cómo se habrán adaptado Lila y Lenú a esta «sociedad actual de la aceleración» según Lipovestky?

Como siempre, la ciencia avanza más por las preguntas que por las respuestas, aunque se puedan sostener afirmaciones precisas. En 2008, el sociólogo argentino Urresti señalaba que el mundo de hoy tiene que ver poco y nada con el mundo de los padres de esos adolescentes y que en diez años se había operado una torsión cultural de alcances insospechados. Y, volviendo nuevamente a Lipovetsky y conforme a sus textuales palabras, estamos ante un «nuevo planeta» en el que, como Hansel y Gretel, los internautas van dejando su huella no con miguitas de pan sino, como dijimos, con trazados sobre consumos pesquisados y archivados con la escrupulosidad de verdaderos entomólogos, pues el consumidor es el sujeto más rastreado y cortejado del planeta.

Resulta difícil finalizar estas reflexiones. Intentemos algunas conclusiones provisorias:

  • La vincularidad virtual es la forma actual más difundida de la sociabilidad.
  • La identidad grupal es inestable y evanescente. ¿Sería preferible hablar de «estados» en la grupalidad más que de «identidades» en la grupalidad?
  • Las vincularidades virtuales han perforado los conceptos clásicos de lo íntimo y lo privado y también de lo laboral y social. La «cultura del dormitorio», tan difundida en ciertos sectores adolescentes, asocia la paradoja de una puerta cerrada hacia el interior del hogar y abierta a un mundo casi sin límites, y ha producido una «autonomía comunicacional» juvenil que aparta la mirada adulta como reguladora de los vínculos.
  • Su «majestad el like» remitiría, con imaginación epistémica, a una suerte de «asunción gozosa del espejo» en tanto que reúne, en una Gestalt novedosa, los cuerpos fragmentados y expuestos en la virtualidad que habitan en un único cuerpo real.
  • En una sociedad globalizada sin fronteras y con la exacerbación del hiperindividualismo en el contexto de las políticas neoliberales, las redes sociales y las vincularidades implícitas en ellas podrían tener el no siempre visibilizado valor de manifestar cierta forma de unión, de re-unión, de cierto lazo social —efímero y mercantilista, en muchos casos— que se esboza y expresa en una dimensión pública que desplazó a los espacios públicos de antes.

Redes y shoppings, para ciertos sectores infantiles y adolescentes, son los actuales espacios de unión y de reunión. Una re-ligión secular que desplazó las plazas y parques. Y los juegos presenciales, por los «videojuegos». Un analizante reacciona con fastidio cuando oye hablar de los «jueguitos». Un familiar suyo, muy allegado, trabaja en la industria de los videojuegos. Y me dijo en una sesión: «¿Sabe cuántas copias ha vendido Minecraft hasta 2021? Más de doscientos millones». Entre nosotros, ¿cómo calcular esa cifra en dinero contante y sonante? ¿Cuántos presupuestos de cuántos países en vías de desarrollo son superados por estas cifras alucinantes? En definitiva: la vincularidad virtual no deja de ser un fabuloso negocio.


Miércoles en la Escuela – Conferencia ONLINE

29 de junio de 2022

CIP / REVISTA DIGITAL PSICOANALISIS AYER Y HOY

Mesa: «Lo Virtual no quita lo vincular. Transformaciones»

Panelistas:

Lic. Susana Luraschi

Lic. Nelson Ruiz

Lic. Abel Zanotto

Presentan:

Lic. María Julieta Peluffo

Lic. Viviana Garbulsky

Coordina:

Lic. Tania León

 

Puede acceder a esta conferencia en nuestro canal de Youtube:

 

Notas al pie

[1] El psicoanalista argentino C Hazaki (2010) se refiere a la “placenta mediática” como un espacio real y simbólico estructurado alrededor de la imagen y en el que transcurre buena parte de la vida cotidiana de la humanidad.

[2] El dialecto napolitano y sus variantes eran el medio de comunicación en los hogares y el vecindario de Lila y Lenú. En casi todos los casos, abuelos y padres no conocían el idioma italiano, que era la lengua oficial de las escuelas a las que concurrían los estudiantes. Los programas de televisión, en general producidos en Roma, también se basaban en el uso del italiano. Los jóvenes eran, por lo tanto, los traductores generacionales de los mensajes de una lengua a la otra. Esta intermediación juvenil entre el adulto y el mundo se afianzará con la divulgación y aumento de la tecnología informática. En estos espacios, si bien el conocimiento seguirá siendo «vertical», tendrá una dirección diferente, pues será «ascendente» (de hijos a padres) y «horizontal» (de hermanos a hermanos). Es el despliegue de las denominadas «sociedades prefigurativas» analizadas por la antropóloga M. Mead quien señaló, junto con otros cientistas sociales, que es la primera vez en la historia que las generaciones mayores aprenden de las generaciones menores.

Bibliografía

Ayala Pérez T (2012) “Marshall McLuhan. Las redes sociales en la vida social”. En sitio de la Universidad Complutense de Madrid. Visitado el 26/04/2022.

Bauman Z ((2007) Vida de consumo. CFE. Bs. As.

Benitez Larghi S (2004) “La vuelta al mundo en ochenta bytes. Internet y la lucha hegemónica por el tiempo y el espacio”. En Imágenes publicitarias/nuevos burgueses. A. Wortman (comp) Prometeo. Bs. As.

Bleichmar S (1996) “Entre la producción de subjetividad y la constitución del psiquismo”. En Revista Ateneo Psicoanalítico. Bs. As.

Cao M (1999). Planeta adolescente. Windú. Bs. As. (Hay edición actualizada)

Corbisier Mathus Y (2013) “Adolescencia y nuevas tecnologías digitales: desafíos entre generaciones”. En Actualidad psicológica 149. Bs. As.

Ferrante, E. (2010 y otras fechas) Dos amigas. Edición electrónica

Ferreira dos Santos S (2020) “El tempo en las infancias contemporáneas. Subjetivación y contextos virtuales”. En De vínculos, subjetividades y malestares contemporáneos. I Fischer (comp). Entreideas. Bs. As.

Freud, S (1906/07) “El delirio y los sueños en la ‘Gradiva’ de W. Jensen”. En Obras completas. T IX. AE. Bs. As.

Freud, S (1921) “Psicología de las masas y análisis del yo”. En Obras completas. T XVIII. AE. Bs. As.

Hazaki C (2010) El cuerpo mediático. Topía Editorial. Colección “Fichas para el siglo XXI). Bs. As.

Kornblit A (2007) Juventud y vida cotidiana. Ed. Biblos. Bs. As.

Lipovetsky G (2020) Gustar y emocionar. Ensayo sobre la sociedad de seducción. Anagrama. Barcelona, España.

Mead M (1971/2002) Cultura y compromiso, El mensaje de las nuevas generaciones. Gedisa. Madrid. España

Ramonet I (2000) La golosina visual. Debate. Madrid.

Rodulfo R (2004) El psicoanálisis de nuevo. Elementos para una deconstrucción del psicoanálisis tradicional. Eudeba. Bs. As.

Roudinesco E (2002) La familia en desorden. FCE. Bs. As.

Smud, M (2022) “Ghost, la sombra del amor”. Página 12. Edición 21/04/22. Bs. As.

Urresti R (2008) Ciberculturas juveniles. La crujía. Bs. As.

Viñar M (2008) Mundos adolescentes y vértigo civilizatorio. Noveduc. Bs. As.

Zafra, R (2021) “Frágiles. Cartas sobre la ansiedad y la esperanza en la nueva cultura”. En www.sobiranies.cat/es/fragiles-de-remedios-zafra-el-malestar-en-la-nueva-cultura. Visitado el 01/05/2022.

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Abel Zanotto

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