Comenzaré hablando del jubileo, palabra que resuena a júbilo y que tiene que ver con el año 50. Para la ley judía, en ese año se debía liberar a los esclavos y todas las tierras debían volver a sus antiguos dueños o a sus herederos (Levítico 25:8-17). Esta medida era para que ninguna clase social quedase sin su herencia. Este es el punto que me parece más importante en tanto tiene que ver con la trasmisión y la herencia de la cual generosamente se ocupa nuestra Escuela, desde que fue creada. Entonces recibimos la herencia y con júbilo nos apropiamos de ella y la trasmitimos. ¿Qué otra cosa nos saca cada vez de la esclavitud sino la pertenencia, el trabajo?, y parafraseando al Deuteronomio 15:1-15, con su resonancias superyoicas, la remisión de deudas. Esto se daba cada 7 años y el jubileo era el final de una semana de años.
El año 50 comenzaba en otoño y se contaba desde que empezaban las ocupaciones regulares del año.
Hoy, en este otoño, con el júbilo por el comienzo de nuestro jubileo. Resonarán las trompetas, que era lo que se hacía para anunciar el comienzo, para nosotros, de nuestra continuidad.
Agradezco la invitación a Comisión Científica especialmente hoy, en este comienzo de actividad, del año de nuestro jubileo.
Luego de esta digresión vamos a intentar acercarnos al tema que nos convoca.
En relación al título del año, intentaré dar cuenta de los conceptos. Uno atañe a algo que sucede con la pulsión, me refiero a la satisfacción; el otro, por lo menos en aquello primero que evoca al que escucha, se refiere al sujeto, cuando hablamos de sufrimiento nos referimos a la reacción del sujeto ante el dolor.
Si nosotros recordamos la experiencia de satisfacción como la que inscribe deseo, vemos que ésta, sin pérdida, no será posible. Pero ¿qué se pierde?, algo que se necesitó, que se satisfizo; entonces ¿qué ocurre cuando la necesidad retorna en su acecho? El aparato alucina y acecha la descarga… descarga que puede llegar a ser total.
Resuenan los términos, das Ding, cuerpo mítico de la madre, el a, el más allá del principio de placer.
La pérdida es fundante y esencial, para inscribir deseo, pero el enfrentamiento con la falta genera angustia, ¿qué hacemos con ella? Freud recuerda en Tres ensayos que los antiguos enaltecían la pulsión en tanto que nosotros lo hacemos con el objeto.
La experiencia de dolor también citada en el Proyecto deja como saldo afecto, que hoy nominaremos angustia. Para mitigar ese dolor, se repite, el asunto es ver cómo paramos la repetición. Si hacemos un paseo por la historia vemos repeticiones. Respuestas posibles que duran un tiempo y, luego, nuevamente la repetición. Sólo en análisis la repetición sirve para generar algo nuevo.
Me detengo en el tema del duelo, la definición clásica es: “Reacción frente a la pérdida de objeto” y recuerdo la idea de Lacan cuando señala, que, se pierde lo que fuimos para el otro. Cito a Freud en Lo Perecedero: “Una vez que se haya renunciado a todo lo perdido se habrá agotado por sí misma –se refiere a la aflicción- y nuestra libido quedará nuevamente en libertad de sustituir los objetos perdidos por otros nuevos, posiblemente tanto o más valiosos que aquéllos”.
No hay sustitución posible para el objeto perdido en el duelo.
Quiero aclarar la diferencia con la pérdida radical del objeto de la necesidad y sus consecuencias, esto que ya sabemos, en relación a la deriva pulsional que desde su emergencia bordea el agujero que deja el objeto de la necesidad, radicalmente perdido; pérdida que a su vez dispara la posibilidad de representar, de desear. Los objetos serán intentos de sustitución de dicho objeto.
La referencia obligada es: “Neurona a, en el Proyecto…, que será nombrada la cosa del mundo, para que haya otras que funcionen como su actividad o propiedad, en suma su predicado”. (Freud, (1950 [1895]))
Esta noción en relación a la pérdida de objeto tenemos que pensarla como la característica de grieta que atraviesa la condición humana. El sujeto nace en tanto sujeto, como dividido, y estará separado del objeto natural que le convendría. Entonces esa condición humana que habla del desencuentro irremediable con el objeto natural es aquello que el psicoanálisis teoriza como su metapsicología. Lacan dirá: “Nunca, en nuestro ejercicio concreto de la teoría analítica, podemos prescindir de una noción de la falta del objeto con carácter central. No es negativa, sino el propio motor de la relación del sujeto con el mundo.” (Lacan, 1994)
Entonces siempre nos encontraremos con sustituciones, es así que hablaremos de pulsión y al mismo tiempo de representación. Para pensar la pulsión, se nos hace necesario pensar en representación. Diremos que la pulsión no se reprime, no es inconciente, se reprime el representante; es decir, que la pulsión está mediada, fijada, inscripta, o sea, cuando señalamos que una pulsión queda fijada a un representante podríamos decir que queda inscripta. Cuando hablamos de representación es como si dijéramos que en vez de satisfacción de la pulsión tenemos algo que la sustituye. No es exactamente un signo sino que se trata del significante, no está en el lugar de la expresión inmediata de la pulsión, de la satisfacción, ese representante no la va a satisfacer, no le va a indicar qué objeto le conviene, no será un objeto natural ni tampoco cultural. Al ser un significante es de algún modo incierto y siempre la anudará en una cadena insatisfactoria. Este es el karma de la pulsión. Es por eso que siempre habrá un hueco entre la pulsión y lo que la suple. La operatoria que anuda firmemente a la pulsión y al representante, es la represión primaria entendida como contrainvestidura, que opera como barrera para la descarga de la pulsión.
Los términos en Freud sólo pueden entenderse retroactivamente. Con esto quiero decir que pulsión y representante son exclusivamente a partir del freno de la contrainvestidura, acentúo aquí la lógica de la represión primaria.
¿De donde viene ese freno? Necesitamos la noción de Edipo y la construcción de la metapsicología freudiana. El Edipo anuda la cuestión de falo y castración con el incesto, porque remite al objeto perdido. Aquí se funda el símbolo, todo símbolo nombra al objeto que falta. En Edipo se juntan dos cuestiones, el asesinato del padre y el goce de la madre. Esto hace el pobre Edipo, sólo que él no lo sabía y, aquí, nos referimos al inconciente. Es este no lo sabia que nos atraviesa a todos los humanos, nos hace seres de palabra
Entonces represión primaria fundante, ¿de qué? De que la palabra haya matado a La cosa. Retorna la idea de expulsión, de sustituciones y de desgarro, entre las palabras que medio-dicen y aquello que nunca se tendrá.
Freud en Pulsiones y destinos señala que la represión es uno de los destinos de la pulsión. Allí dirá que la represión no es algo externo sino que es inherente al funcionamiento de la pulsión. No es del orden de lo social sino que se trata de una represión fundante de la sexualidad. Sin esa represión fundante no hay pulsión. ¿A qué atribuye esto Freud? “En primer lugar, a consecuencia del desdoblamiento de la elección del objeto y la creación intermedia de la barrera contra el incesto, el objeto definitivo de la pulsión sexual no es nunca el primitivo, sino tan sólo un subrogado suyo”.
El desdoblamiento de objeto supone que el objeto que se ha de elegir será distinto del objeto primordial, porque sobre ese objeto primordial cayó la prohibición del incesto. Aclaremos que la referencia es a la madre fálica, es la madre con pene, una construcción imaginaria.
Para Freud la represión del objeto primitivo es la misma operación que la prohibición del incesto. Aparecen objetos sustitutivos, ninguno de los cuales satisface por completo. Es la lógica de la sustitución que encontramos tanto en la idea de prohibición del incesto como en la idea de represión primaria. La represión primaria como el freno a la descarga, agreguemos ahora, hacia un objeto primordial. La prohibición del incesto instaurando un universo en donde sólo vamos a obtener algo de satisfacción a través de la esfera del símbolo, a través de los sustitutos.
De esta lógica dan cuenta las formaciones del inconsciente. Es que la sexualidad tiene como única posibilidad la de transitar por algo que reemplazó, que suplió lo natural, lo fijado de antemano. Estos son nuestros espacios de libertad
La pulsión en su insistencia andará buscando, contorneando el agujero dejado por Das Ding . A veces buscará llenar el vacío en el campo engañoso del fetiche, del fantasma, pero también podrá contornear ese vacío como lo hace en la sublimación. Allí elevará el objeto a la dignidad de La cosa. Entonces algo tiene que faltar porque sólo así aparecerá en lugar de lo que falta, otra cosa, por ejemplo, las palabras.
Leemos en Pontalis
“Capacidad de amar (Freud), capacidad de soñar (Winnicott), capacidad depresiva (Fedidá); en todo esto veo un mismo origen: el hueco (prefiero esta palabra a “falta”, convertida en verdadero objeto de culto).”
“Todas esas capacidades solo tienen oportunidad de realizarse cuando uno acepta acercarse a ese hueco, a ese silencio y luego hundirse en él, corriendo el riesgo de rozar el abismo, pero con la esperanza de encontrar allí una fuente subterránea”. (Pontalis, 2011a)
¿Y entonces? ¿Un mundo feliz?
“Un mundo feliz”, escrito en 1932, describe una democracia que es, al mismo tiempo, una dictadura perfecta; una cárcel sin muros en la cual los prisioneros no soñarían con evadirse. Un sistema de esclavitud donde, gracias al sistema de consumo y el entretenimiento, los esclavos amarían su servidumbre.*
Huxley es en realidad además de un buen escritor, un profeta, pero en sentido bíblico, alguien que denuncia, que advierte.
Para el autor, un estado totalitario eficaz sería aquel en que se pudiera gobernar una población de esclavos que amen su servidumbre. De esto se ocupará el aparato de propaganda, los periodistas, la educación. La felicidad se logra cuando el hombre ama su servidumbre.
Se buscará condicionar a los niños y, más adelante, se recurrirá a las drogas. Curiosamente la droga ofrecida se llama Soma. Soma quiere decir cuerpo, pero en griego es cuerpo muerto. En ese mundo feliz, el deseo muere.
En ese mundo se ubicará a cada uno en la jerarquía social y económica que le corresponde. El programa está destinado a uniformar el producto humano con bebes prefabricados. Se aumenta la libertad sexual y así se compensa ilusoriamente la disminución de la libertad política y económica. Cualquier parecido con la realidad, diríamos, como en las películas.
Me referiré sólo a dos personajes importantes del texto a quienes cito textualmente.
Uno, Mustafá Mond, el interventor dice:
—…nosotros no sufrimos pérdida alguna que debamos compensar…
—¿Qué consuelo necesitamos si contamos con el soma?
—Ya tenemos un orden social. Nuestra civilización ha elegido el maquinismo, la medicina y la felicidad.
—Inducimos a odiar la soledad. Nadie puede estar solo alguna vez.
—aprendimos a librarnos de lo desagradable.
John, el salvaje (protagonista principal) le dice:
—lo que ustedes necesitan son lágrimas, para variar. Aquí nada cuesta lo suficiente.
—Atreverse a exponer lo mortal e inseguro al azar, la muerte y el peligro, aunque solo sea por una cáscara de huevo… ¿Acaso no es esto digno?
Mustafá:
—Muchos inconvenientes.
—Es que a mí me gustan los inconvenientes— dice John el salvaje.
Mustafá responde:
—Preferimos hacer las cosas con comodidad.
—Pues yo no quiero comodidad. Yo quiero a Dios, quiero poesía, peligro real, libertad, bondad, pecado.
—En suma— dijo Mustafá Mond— Usted reclama el derecho a ser desgraciado.
—Muy bien, de acuerdo— dijo el salvaje en tono de reto. Reclamo el derecho a ser desgraciado.
—Sin hablar del derecho a envejecer, a volverse feo e impotente, a tener sífilis y cáncer, a pasar hambre, a ser piojoso, a vivir en el temor constante de lo que pueda ocurrir mañana; del derecho, en fin, a ser un hombre atormentado.
Siguió un largo silencio.
—Reclamo todos estos derechos— concluyó el salvaje.
Mustafá Mond se encogió de hombros.
—Están a su disposición— dijo. (Huxley)
Concluyo las citas para decir que: John, el salvaje es alguien que hasta el final no renuncia a la condición humana, en ese mundo irreal de ocio y consumo no hay lugar para él. Si todo está dado, si no hay vacío, no hay falta, no hay posibilidad de sujeto. La acechanza de estos intentos de colmar el vacío con objetos, son marca de la época que nos toca vivir. Existen personas que prefieren alejarse de esas comodidades, algunas pueden solas, otras acuden al encuentro con un analista.
Finalmente, recurro de nuevo a Pontalis, interesante analista, coautor del famoso diccionario y gran escritor. Profundo conocedor de Winicott al punto que escribió la introducción de Realidad y juego. En otro de sus cuentos cortos dice así:
“He perdido en un taxi la agenda donde, además de direcciones y números de teléfono, anoto las citas concertadas, los filmes o libros vistos o leídos. Insomnio como consecuencia de esta pérdida que representa mucho más que un accidente irritante, desagradable, hasta mucho más que la desaparición de los días, de los meses pasados. Me hace pensar en que toda vida, la mía en todo caso, no es más que una sucesión de pérdidas –personas, lugares, objetos-, me hace sentir que dentro de mí solo hay objetos perdidos y que todo está destinado a borrarse.”
“Al día siguiente, el chofer del taxi me llama por teléfono: ha encontrado la agenda y la pondrá en mi buzón. Maravilla: el objeto perdido recobrado. Fort/Da (“Se fue/acá está”), decía el niño freudiano jugando con una bobina de hilo. Vete, vuelve.”.
“El chofer nunca vino a devolverme la agenda.” (Pontalis, 2011b)
La sitacion de control y asedio hacia el hombre siempre estan fundamentadas en el poder para hacerlo sucumbir a las mas genuinas libertades y en el medio de esta realidad estan aquellos que buscan ampliar sus horizontes humanistas y tolerantes.