Las concepciones de los psicoanálisis son diversas. Diferentes. Incluso incompatibles. La diferencia entre diferente e incompatible es importante. Lo diferente admite espacios de intermediación, digamos de una epistemología convergente. Si es incompatible, no hay intermediación. Si no hay intermediación, hay cisma. En la historia del psicoanálisis internacional, eso sucedió en el Grupo Plataforma Internacional. La incompatibilidad fue cismática. Década de los 60/70. Otro mundo. Y el fundante del cisma fue la imposibilidad en las asociaciones oficiales, todas dependientes de la Internacional Psicoanalítica, de articular política y psicoanálisis. Estuve en la asamblea de la Escuela Argentina de Psicoterapia en la cual se resolvió no ser filial de IPA. Obviamente, luego pasaron cosas. Al menos para mí, fue un acto político fundante. El cisma de Plataforma Internacional con la Internacional fue justamente por la politización del psicoanálisis. Durante mucho tiempo, para no pocos ni pocas, la política y el psicoanálisis eran espacios de conocimiento incompatibles. Esto ha conducido al cientificismo, que es la ciencia apoyada en el nivel convencional. Decir que toda intimidad es política es implicarme en la politización de toda forma de pensar al psicoanálisis. Y esta decisión no es íntima, es pública. Aunque supongo que será un oxímoron más, la intimidad como yo la pienso es un acto político. Y el presente trabajo será un intento de reflexionar sobre las políticas de la intimidad.
Si el concepto tiene forma racional y contenido racional, y se sostiene en una definición, renuncio a conceptualizar la intimidad. Si el lenguaje está en todo, no todo es lenguaje. El lenguaje atraviesa al cuerpo y el modo de producción social, pero no lo determina. La determinación es político- social e histórica. El avance de la cultura represora, ahora en formato digital, es incontenible. Y eso tiene un correlato clínico. El que tenga un paciente 4 veces por semana que tire el primer diván. La video llamada llegó para quedarse y nos obliga a re- conceptualizar el “aquí, ahora conmigo” La conectividad es otra de las máscaras de la resistencia a la cura. También hay una intimidad en la transferencia/contratransferencia. Pero la intimidad es más fácil de vivenciar que de conceptualizar. La intimidad al pertenecer al nivel fundante de la subjetividad, interpela toda conceptualización porque corre el riesgo de ser mera intelectualización. La digitalización incluso avanza sobre la intimidad, pero a mi criterio, no la alcanza. La intimidad, tal como yo la vivencio y menos como la pienso, está exenta aun de las invasiones bárbaras de las redes. Intentar entender el porqué de esta exención es uno de los motivos de este texto.
Hay tres lógicas que son diferentes. Compatibles, pero diferentes. En psicoanálisis implicado preferimos pensar en términos de lógicas que de tópicas. O sea: formas de funcionamiento. Análogamente cuando hablamos de proceso primario y proceso secundario; principio de placer y principio de realidad. Son lógicas, no tópicas. A mi criterio la tópica es un forzamiento. Una forma de encapsular el movimiento. La propia dinámica deseante. En ese sentido, una aproximación es sentir la intimidad como aquello que no se puede “entopicar” sino que exige empatizar con sus vibraciones. Y creo que conceptualizarlo es una forma de “entopicarlo”. Haré una analogía, que no es una identidad. Aclaración que Freud realizó muchas veces y es uno de los modos de la ciencia. La elaboración secundaria del sueño es una forma de entopicar el ombligo del sueño. Lo que Freud definió como la “inocente psicosis onírica” (Freud 1900) delata un modo de funcionamiento, mas no una localización determinada. Por eso prefiero sentipensar en lógicas y no tanto en tópicas. La intimidad es una lógica de resistencia. ¿Resistencia a qué? Acá hay que relacionarlo con las servidumbres del yo. La lógica de la intimidad propicia que el Yo se libere de toda servidumbre. Recupere el paraíso perdido de la libertad libidinal. Perdido y reencontrado en cuanto esa lógica logra abrirse nuevamente camino.
Sin embargo, a pesar de lo dicho, y para afirmar una vez más que nada es sin contradicciones, incluso sin paradojas, describiré tres espacios diferentes. Sigo e intento ampliar ideas de Hernán Kesselman compartidas en sus cursos de formación. (Hernan Kesselman 1992) El espacio de lo público, lo privado y lo íntimo. Agrego lo íntimo individual y lo íntimo vincular. En la actualidad de la cultura digital, lo público y lo privado han borroneado sus fronteras. Pienso que lo íntimo se mantiene, aunque los mecanismos de defensa del Yo para esa zona de libertad libidinal deben actualizarse con rapidez. De todas maneras, conviene estar alerta. Los indicadores de invasión de la intimidad deben ser detectados. Uno de los más siniestros mecanismos es la tortura. El “quebrado” en la tortura está quebrado en su intimidad. Algo de esto podemos sentipensar cuando vemos o leemos “El beso de la mujer araña” de Puig. (Manuel Puig 1982) La intimidad vincular desgarrada del calabozo solo puede ser invadida por el público. Siempre para restaurar esa intimidad violada. Nos conmovemos, lloramos, porque nuestra intimidad vibra con la intimidad de los prisioneros. Por un forzamiento quizá evitable, puedo acceder a cierto grado de entopicamiento de la intimidad. La denominaré “entopicamiento metafórico”. Cuando se han descubierto todas las claves de lo público, lo privado, incluso de la intimidad convencional, sigue habiendo una clave que nadie puede descifrar. Incluso mis claves yo mismo puedo olvidarlas. Esa clave protege la intimidad fundante. Si el sujeto es violado en su intimidad fundante, estalla. Violado y violador mueren en el intento. Quizá sea necesario topicarlo. Serán las tópicas del: narcisismo originario, ello arcaico, protofantasías cruzadas. A la intimidad convencional podría denominarla el “Yo en chancletas” La intimidad fundante es un desnudo que nunca supo ni quiso ropa para cubrir se.
Hablar de intimidad es hablar de subjetividad. Hace poco en un curso hice la siguiente analogía: la macropolitica es la lucha de clases. La micropolitica es la subjetividad. El concepto de subjetividad que utilizamos en Psicoanálisis Implicado es: “la subjetividad es el decantado identificatorio de la lucha de clases”. (Grande 2013) Ahora bien, o mal según se estime. Lucha de clases es una lógica; si la entopicamos quedaría reducida a “burguesía- proletariado”. Cuando Freud señala que “placer para un sistema, displacer para otro” a mi criterio es una forma de hablar de la lucha de clases. Cada sistema, el represor y el reprimido tiene lógicas antagónicas. El represor busca el desalojo, el reprimido quiero disputar un lugar en el mundo. Ese antagonismo, esa lucha, tiene resultados diferentes. Ese resultado a veces es encapsulado en la psicopatología. La intimidad es la lógica de la resistencia hasta que el cuerpo aguante. Y la mente también.
Entiendo la intimidad como un territorio (provincia del alma diría el primer Freud) libre de culpa. Especialmente libre de culpa para resistir. Es un lugar para resistir a la cultura represora, especialmente a su contaminación subjetiva cuya identidad autopercibida es Superyó. La intimidad es un lugar para resistir. Como en la película argentina Kamchatka. “Entre las reglas del T.E.G hay escondido un secreto que sólo Harry sabrá, y que le ayudará a resistir hasta que finalmente salga el sol sobre ese país de invierno”. El padre de Harry, Lucas, le dice que Kamchatka es un lugar desde donde resistir. La intimidad es Kamchatka. Otro lugar para resistir. Para resistir es necesario que la culpa para resistir sea neutralizada. A eso llamo la intimidad vincular. Resistimos con otros y otras. Porque todos y todas tenemos nuestros “secretos de la montaña”. ¿Por qué el mayor panóptico de occidente, la iglesia católica apostólica romana, inocula culpa desde y antes del nacimiento? Porque sabe que el sujeto puede sentirse culpable hasta de su más preciada intimidad. Es necesario entrenarse en resistir esa culpa hasta disolverla totalmente. Freud disolvió la culpa por desear y amplió la lógica de la intimidad. Pero la tarea sigue. Por eso he definido al Psicoanálisis Implicado como “analizador del fundante represor de la cultura” Y ese fundante represor siempre va por todo, incluso por la intimidad. Creo que la salud mental es nuestra capacidad de sostener una intimidad que resista la inoculación de culpa. Entendida la culpa como “un artificio que justifica el castigo”. Es lo opuesto a la responsabilidad. Aunque la responsabilidad es muchas veces esgrimida para justificar castigos. El ideal de la cultura represora: vigilar y castigar. En realidad, vigilar para castigar. Permitir que vigilen nuestra intimidad, es suicida. No es una cuestión moral, sino ética.
Toda intimidad es política. Pero no cualquier política. La política que no sabe nada de dormir con ningún enemigo. Que no tolera que el Yo siga con sus servidumbres. La política para la cual es deseo es la única garantía de una vida digna de ser vivida. Y si el Ello es el reservorio pulsional y energético, o sea, reservorio de vida, la intimidad tal como la entiendo es reservorio de reservorio.
Reservorio pulsional de la humanidad. Por eso cantamos. Por eso escribimos.