Propuesta inicial
Un exasperado manifestante hace unas semanas se quejaba ante las cámaras de un noticiero por su falta de intimidad desde hace ochenta días por culpa de la cuarentena. Su testimonio cargado de enojo, más allá de las consideraciones político-sanitarias que se puedan hacer al respecto, da cuenta de una abstinencia de contacto corporal que nos recorre inexorablemente y nos afecta. Puede parecer, en principio, un alegato superficial y, sin embargo, viene a colación el pensamiento de Gilles Deleuze, cuando en su Lógica del sentido cita a Paul Valéry quien enuncia uno de sus más célebres aforismos en La idea fija, «¿Lo más profundo que hay en el hombre es la piel?».
Propongamos entonces una hipótesis de trabajo: la abstinencia de encuentros corporales consecuencia generalizada de la cuarentena y la pandemia está ocasionando efectos perjudiciales en nuestra vida anímica. Y, avanzando algo más, nos preguntamos: ¿hay en los intercambios intersubjetivos, en el contacto corporal, una dimensión que no puede ser asimilada al discurso conciente y, por tanto, queda inefable y termina recorriendo otras vías como la descarga directa en acto o somática, la gestualidad, la expresión artística o la producción onírica, entre otras? Y si esto es así —cuestión no difícil de aseverar desde el psicoanálisis—, ¿qué ocurre cuando esta dimensión se ve restringida, inhibida en la vida cotidiana?, dado que desde luego no se consuma en la videollamada ni en el autoerotismo.
De paso estamos tocando —y este término no es ingenuo— la cuestión del cuerpo. El lenguaje corporal y el cuerpo como lenguaje.
Un recorrido desde los inicios
Cuando niños, apenas cruzando el umbral del nacimiento, el contacto corporal se hacía el modo privilegiado y esencial de comunicación. Comunicación del afecto, de los signos que irían acompañando los momentos de satisfacción o sufrimiento. El llanto traía la mano tierna con su caricia. Los laleos del despertar, la voz, la imagen, la presencia de alguien que nos acunaba, cantaba, hablaba.
Decía Joyce Mc.Dougall al referirse a una experiencia de su infancia: «Tenía cinco años cuando descubrí que el cuerpo tiene su propio lenguaje». (McDougall, p. 23)
Es que el cuerpo habla. Lleva inscriptas las marcas de lo vivido y lo transmite vívidamente o lo oculta en sus síntomas. Hablamos de un cuerpo erogeneizado, un cuerpo que incluye en su memoria las experiencias de placer y displacer con otros significativos.
Freud tuvo muy en cuenta el cuerpo y su superficie la piel. Recordemos como lo conceptualiza en “El yo y el ello”:
El cuerpo propio y sobre todo su superficie es un sitio del que pueden partir simultáneamente percepciones internas y externas. Es visto como un objeto otro, pero proporciona al tacto dos clases de sensaciones, una de las cuales puede equivaler a una percepción interna. La psicofisiología ha dilucidado suficientemente la manera en que el cuerpo propio cobra perfil y resalto desde el mundo de la percepción. También el dolor parece desempeñar un papel en esto, y el modo en que a raíz de enfermedades dolorosas uno adquiere nueva noticia de sus órganos es quizás arquetípico del modo en que uno llega en general a la representación de su cuerpo propio. El yo es sobre todo una esencia-cuerpo; no es sólo una esencia-superficie, sino, él mismo, la proyección de una superficie. (Freud,. 1923, p. 27) [1]
Por eso Didier Anzieu va a hablar del Yo piel asimilando el Yo a la piel, esta como envoltura del cuerpo y entonces el Yo como envoltura del psiquismo. (Anzieu, 1985)
Pero no habrá un cuerpo sin el otro en la estructuración psíquica, fundamental para garantizar una función de sostén. Nos dice al respecto Virginia Ungar siguiendo a Anzieu que
…si las experiencias de contacto estrecho con la piel, los músculos y las manos de la madre fueron satisfactorias y se sintió apoyado externamente, va a conseguir internalizar esta función y adquirir apoyo interno sobre su columna vertebral y encontrar su propio centro de gravedad para seguir con su desarrollo, erguirse, pararse y caminar. (Ungar, 2016)
El cuerpo, el cuerpo vivido, la corporeidad o nuestro modo de ser en el mundo, como decían los fenomenólogos, ese objeto, al decir de Merleau Ponty, del que no me puedo separar, sigue pulsando y atesora en sus engramas las vivencias de un tiempo en el que los encuentros, los intercambios se realizaban prioritariamente por su intermedio. Muchas de nuestras expresiones acerca de los modos afectivos tienen su origen en ese cuerpo vivido. Sea que hablemos de la calidez de las palabras de alguien, o de la dureza de sus términos, lo espinoso, árido, frío de un trato, etcétera, son expresiones que portan en su sentido las marcas de las experiencias corporales.
Decía Maurice Merleau Ponty:
En el mismo instante en que vivo en el mundo, en que estoy entregado a mis proyectos, a mis ocupaciones, a mis amigos, a mis recuerdos, puedo cerrar los ojos, recostarme, escuchar mi sangre palpitando en mis oídos, fundirme en un placer o un dolor, encerrarme en esta vida anónima que subtiende mi vida personal. Pero precisamente porque puede cerrarse al mundo, mi cuerpo es asimismo lo que me abre al mundo y me pone dentro de él en situación. (Merleau Ponty, 1996, p. 248)
Imagen inconsciente del cuerpo para Dolto, imagen especular en Lacan. Joyce Mc Dougall, por su parte, se va a referir a los teatros del cuerpo ya que:
Al escoger el teatro como metáfora de la realidad psíquica, quizás seguía yo los pasos de Anna O. quien, a mitad de siglo, durante su terapia con Breuer, llamaba a sus «libres asociaciones» su «teatro privado». (McDougall, 1989, p. 11) [2]
Y aporta un pensar de enorme valor desde la línea que nos vamos planteando:
…tuve que dejarme guiar por mis analizados en todos los meandros de su historia psicosexual, hasta la prehistoria donde las palabras son menos importantes que las percepciones olfativas, táctiles, visuales y auditivas, para entender por fin el vínculo entre sufrimiento, angustia y placer. (Ibid, p. 12)
En el teatro hay una palabra que habita y encarna en cuerpos que, a su vez, se despliegan y arman escenarios. Sin embargo, se trata hoy de un teatro que, como alguien dijera al comienzo de la pandemia, donde el guion se escribe en el transcurso de la obra. Y lo que primero se expresa es una corporalidad en acción cuya escritura es preciso ir descifrando. Pero está resultando un escenario teatral con cuerpos a distancia, lo que plantea un escenario desmembrado, por momentos vacío o quebrado.
Tiempos de incertidumbre en tanto es el cuerpo el que lleva la delantera, conduce nuestra existencia como ocurre en innumerables actos de la vida cotidiana. Desde el baile, la música, el deporte hasta la sexualidad, los seres humanos nos abandonamos a su espontáneo suceder, sin reflexiones ni autobservaciones que interrumpan.
Pero es preciso volver a la idea de un cuerpo que no se hace solo. De lo que Ana María Fernández llama entre-los-cuerpos. Un cuerpo que va cobrando contextura en los sucesivos escenarios y contextos que vivencia en su crecimiento y en su existencia con otros. (Fernández, 2013)
Tiempos de aislamiento, de distancia entre cuerpos
En estos tiempos de cuarentena, comenzamos a observar la aparición o el incremento de algunas manifestaciones sintomáticas en los pacientes como, por ejemplo crisis de angustia, aumento de estados fóbicos y sentimientos de pánico, insomnio, pesadillas, descargas de excitación psicomotriz, afecciones psicosomáticas (hipertensión, dermatitis, jaquecas, etc.), conductas hetero y autoagresivas, etcétera.
Sabemos como psicoanalistas que el cuerpo habla aquello que no puede ser procesado de otra manera. Si es habitual en la clínica encontrarnos con conflictos que emanan de las relaciones interpersonales, vemos ahora trastornos que suponemos surgidos de la ausencia de esos vínculos o del escabullirse un aspecto esencial de ellos como es el contacto corporal.
En estas circunstancias, cuando cesan o escasean los encuentros corporales, podríamos pensar que una discontinuidad existencial se abre interrumpiendo el fluir de un modo insustituible de estar con los otros y otras. Y son esperables las consecuencias subjetivas de esa abstinencia.
En los últimos tiempos, algunos pacientes trajeron, desde su relato, asociados sueños en donde la acción se inhibía. Escenas oníricas bastante comunes en las que el protagonista intenta una descarga motriz que no logra concretar: pegar, correr, escapar, tener relaciones sexuales… Pero relatos asociados en el marco de un habitar la cotidianeidad trabado por la cuarentena, el encierro y el aislamiento.
Ramiro de 50 años ha comenzado con estados de angustia intensos, picos de hipertensión, pánico de morir. Episodios recurrentes los fines de semana. Últimamente refiere temer que sus hijos adolescentes mueran por algún episodio como el de atragantarse al comer o tener un paro cardíaco mientras duermen. Temores que tienen un evidente correlato proyectivo. No se veían con su pareja por diversas razones desde hacía veinte días. Precisamente lo hacían los fines de semana. En un momento de sus asociaciones muy racionales, y que habitualmente evitan referirse a la sexualidad, habla de que ya no tiene los «ex(sexos)» de otros tiempos y se corrige inmediatamente diciendo «excesos».
Palabras que quedan atragantadas, partes del cuerpo que “mueren” temporariamente, una sexualidad que fue.
Un paciente adolescente pena porque ha entablado una relación remota con una chica y, debido a la cuarentena, no pueden concretar un encuentro. Me dice: «El afecto físico también es importante. Te mando un abrazo, así, a la distancia, no es lo mismo que un abrazo. Con ella venimos hablando por «wacha» y se corrige, «WhatsApp».
¿Quién tiene la culpa de que los cuerpos no se encuentren? ¿La chica que parece ser para mi paciente la «huacha» que no le permite un encuentro? ¿El virus maldito? ¿El gobierno que decreta cuarentena tras cuarentena? ¿Los infectólogos que nos traen «malos mensajes»? Parafraseando a lo dicho alguna vez por un personaje público, podríamos pedir si no se callan los cuerpos por dos años y dejan de pulsionar… Oficiar entonces de meras piezas anatómicas desvitalizadas, cuasi cadavéricas y dejarnos tranquilos…
Juan Vasen, en un texto que compartió en las redes recientemente, nos cuenta de un paciente de 5 años que, por primera vez y por excepción, atiende en modo presencial. Nos relata:
Lo encuentro en el pallier de mi edificio y, cuando el encargado le abre la puerta, él corre, entusiasta a abrazarme. Lo miro a los ojos y le explico, lo más amablemente que puedo, que no podremos abrazarnos ni tocarnos.
—¿Por el virus?, me pregunta
—Si por eso (me mira como sin entender). Podremos jugar a muchas cosas, charlar y dibujar, pero no tocarnos.
—Pero ¿y cómo vamos a jugar sin tocarnos?, me espeta algo desconsolado.
Cuerpo que saluda, gesticula, salta, se mueve, golpea, acaricia, se balancea, se tensa, se relaja, expresa lo que las palabras claudican en su posibilidad de decir. Cuerpos infantiles acostumbrados el abrazo y el aupado.
¿Qué ocurre entonces cuando el cuerpo del otro, siempre presente en los vínculos, ahora se nos sustrae? ¿Cómo queda determinada esa experiencia paradójicamente indeterminada? Insustancial, líquida, evanescente.
Ana María Fernández nos comenta acerca de diversas experiencias en donde el cuerpo se expresaba con otros, en situaciones de dramatización o simplemente acciones y prácticas grupales que lo involucraban. Nos dice:
Se trata de cuerpos en movimiento, en acciones-con-entre-otros en las que se registran experiencias jubilosas que producen afectaciones específicas, que ponen en acto intensidades, también específicas, más allá de cómo estas situaciones sean significadas por sus protagonistas. (Fernández,. 2013 p 78)
Es evidente que nos están faltando esos momentos de alegría, de júbilo entre-cuerpos.
Entre-cuerpos y lazo social
Una de las consecuencias de la pandemia, de este virus que nos ataca, podríamos decir, adueñándose del propio cuerpo, es que perdemos el dominio del mismo, si es que alguna vez lo tuvimos. Con lo cual sería más apropiado decir que perdemos la ilusión individual instalada por la Modernidad de dominio sobre el propio cuerpo. El narcisismo como visión integral e integrada de sí mismo se ve atacado y en crisis. La fantasmática, que algunos adscriben al gobierno, es la de estar sometidos corporalmente a otro, una suerte de dictador invisible. Una de las primeras publicidades gubernamentales daba cuenta paranoica y proyectivamente de esta fantasmática. Un enemigo nos atacaba y era preciso, como un ejército, enfrentarlo y combatirlo.
La idea de dominio sobre el cuerpo ha sido un objetivo de la ciencia y la cultura occidentales. Nos dice Fernando Lossada que
…la sociedad europea y quizás hasta la totalidad del denominado mundo occidental, estaría plagado por la idea de un cuerpo disociado del sujeto, posesión reducida al rango de lo manipulable, sometida a proyectos de dominio que convierten a la biología humana en un conjunto de datos mecánicos. Espacio de conocimiento que como la medicina se orientan “…a dar más años a la vida y no más vida a los años.” (Lossada, 2013, p. 234)
Tanto la enfermedad como la muerte interrumpen esa ilusión de dominio.
Descartes, sindicado como el responsable de la dualidad que inicia la Modernidad, ha aportado frases como la siguiente:
El primer pensamiento que me vino a la mente fue que yo tenía un rostro, manos brazos y toda la estructura mecánica de los miembros que se puede ver en un cadáver y que llamé “el cuerpo. (Descartes, 1641)
Borges, en su libro de los seres imaginarios, cuenta como Condillac se encarga de refutar a Descartes en su doctrina de las ideas innatas, y de a poco le hace aparecer a una estatua el alma a través de los sentidos, particularmente el del olfato, hasta llegar al tacto que «le revelará que existe el espacio y que en el espacio él está en un cuerpo». (Borges, 1967)
Cristian Sucksdorf y Diego Sztulwark, en el prólogo a la nueva edición del libro de León Rozitchner: Freud y los límites del individualismo burgués, destacan sus aportes cuando advierten que el cristianismo ha expropiado la experiencia arcaica del sujeto, transformando las marcas maternas sensibles que nos constituyen, en una razón que se instaura como negación de toda materialidad y «niega el fundamento materno-material de la vida y expropia las fuerzas colectivas para la acumulación infinita de capital». (Rozitchner, 2013) [3]
No creo que todo sea achacable al cristianismo ya que tanto la Modernidad como la antigua Grecia se han centrado en una perspectiva oculocéntrica del mundo[4], lo que ha provocado que estudiosos, como el filósofo argentino Pablo Maurette, haya escrito un interesante texto acerca del tacto como el “«sentido olvidado».
Nos dice Maurette que:
Pensar el tacto y lo háptico es en sí una tarea problemática pues la filosofía occidental es en gran medida una modalidad de la visión. Teorizar (de theorein, contemplar) es ver con el intelecto; una idea (de idein, ver) es algo visto, categorizar, distinguir, taxonomizar son procesos que implican separación clara entre sujeto y objeto, distancia y perspectiva. ¿Acaso es posible filosofar sin ver? ¿O distinguir sin tomar distancia? ¿Es posible pensar de manera háptica?[5] (Maurette, pp. 68 y 69)
El término háptico viene del griego haptomai que significa «entrar en contacto con», «tocar» o «agarrar». El carácter del verbo conjuga la voz activa (tocar) y la pasiva (ser tocado).
Benvenuto Cellini y Miguel Ángel, entre otros, comparando la pintura a la escultura, señalaban que era superior esta última ya que el tacto, capaz de reconocer la tridimensionalidad, no podría mentir. ¿Lo habrá tenido en cuenta Freud en su metáfora del psicoanálisis como práctica que funcionaba por vía de levare como la escultura y no por via de porre como la pintura? ¿Y no es acaso la angustia de castración, experiencia háptica si las hay, la que para Freud reorganiza los vínculos básicos del sujeto en torno al Edipo? Experiencia desde luego inscripta en una cultura androcéntrica y patriarcal que imaginarizaba en el falo el significante primordial. Y, sin duda, cómo no considerar «Tres Ensayos…» como uno de los textos emblemáticos del pensamiento háptico en psicoanálisis. No por casualidad señala Pablo Maurette, si tenemos en cuenta que Freud, en su paso por el Hospital General de Viena, trabajó a metros de Heinrich Auspitz uno de los herederos de los fundadores de la Escuela de Dermatología de Viena.
A contrapelo de un pensar háptico, el ojo, la mirada, la imagen, el espectáculo han sido protagonistas centrales de las experiencias humanas de las últimas décadas. Experiencias o inexperiencias corporales actuales precedidas por una gran mutación cultural. Mucho antes de que descubramos los efectos de estas sustracciones de los entre-cuerpos, diversos autores ya estudiaban y analizaban el gran cambio epocal en el que los intercambios burlaban la espacialidad y se hacían extracorpóreos.
Vemos, pues, cómo, en las distintas imágenes y conceptualizaciones acerca del cuerpo, también habla una época. Cuerpos que se hayan atravesados por el lenguaje, la historia y un modo del lazo social.[6] Al respecto nos dice Eric Laurent que:
Efectivamente, la dimensión política se plantea de entrada porque en la perspectiva del cuerpo marcado, articulado al lenguaje, no se habla de cuerpo individual. El individuo del neoliberalismo contemporáneo considera que su cuerpo le pertenece, pero es un cuerpo que desconoce que, de entrada, está articulado y marcado por una dimensión de lazo social o, más exactamente, una dimensión colectiva. Presente desde antes del individuo. (Laurent, 2016)
En la biopolítica de esta era, lo prometeico de la Modernidad va siendo doblegado por un gestor fáustico del nuevo orden planetario donde los cuerpos adquieren un modo virtual de existencia. «La metáfora del hombre-máquina —que motorizaba el arsenal de la tecnociencia prometeica— cede su lugar al modelo del hombre-información. (Sibilia, pp. 40, 42)
Para David Le Breton, la corporeidad actual asume un carácter virtual, a riesgo de caer en el oxímoron, ya que sería una corporeidad sin cuerpo. En esa extraña composición corporal se nos sustraen las experiencias de cuerpo táctil, olfativo, sonoro, gustativo y cenestésico. Nos dice Le Breton que:
Las imágenes, son hoy los elementos de prueba de una realidad que sigue siendo evanescente. El mundo se ha vuelto muestra (y por lo tanto demostración), se organiza, en primer término, en las imágenes que lo muestran. […] Aparece una nueva dimensión de la realidad a través de la universalidad del espectáculo y el hombre se vuelve, esencialmente mirada, en detrimento de los otros sentidos. Las imágenes se convierten en el mundo (medios masivos de comunicación, tecnología de punta, fotografía, video…). (Le Breton, 1990)
Lo llamativo es que, allí, donde suponíamos el predominio de una nueva subjetividad dominada por la virtualidad, donde el cuerpo perdía densidad y se iba transformando de a poco en un cifrado cuyo código sólo era accesible a la informática, en definitiva un ser evanescente al que se refería Paula Sibilia como el sujeto postorgánico, resulta entonces que la distancia de los cuerpos se vuelve traumática y nos hace evidente —ahora podríamos decir palpable— la imperiosa necesidad de su cercanía.
A modo de conclusión y apertura
Cuando el niño del carretel advirtió y se vio movido por el pesar y el deseo por su madre ausente, no se quebró en llanto ni en enojo. Inventó un objeto sustituto al cual él pudiera dominar a su antojo. Desde entonces pensamos la creación, al espacio transicional como un mientras tanto fundamental que remeda ese cuerpo del otro que se nos sustrae. Por eso quizás Didier Anzieu va a decir que «las palabras del psicoterapeuta simbolizan, sustituyen y recrean los contactos táctiles sin que sea necesario recurrir concretamente a ellos, la realidad simbólica es más operante que la realidad física». Y yo agregaría, siempre que recuperemos un pensar háptico y que demos lugar a lo que Ana María Fernández llama los cuerpos en acción como posibilidad de experiencias jubilosas, alegres. (Fernández, 2013, p 79).[7]
Retomando el desafío inicial, podemos aseverar que el distanciamiento corporal no se da sin sufrimiento psíquico. Que esta circunstancia dolorosa de nuestra vida en común ha puesto sobre el tapete la importancia de los contactos corporales y, al mismo tiempo, la necesidad de un pensar háptico, no centrado en lo visual, que tenga en cuenta otras dimensiones de la experiencia humana, y, a la vez, un decir que más que poner datos en evidencia, toque los corazones.
Ciclo Malestar en la Cultura ONLINE | Martes 30 de junio de 2020
Mesa: Teatro de los cuerpos aislados. Nuevos escenarios
Panelistas:
FACUNDO BLESTCHER | PSICOANALISTA
MIGUEL TOLLO | Psicoanalista
Coordina: NATAN SONIS
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