NÚMERO 29 | Mayo 2024

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Síntoma y juego. Una construcción singular | Cecilia Pellegrino

Cecilia Pellegrino nos presenta un caso que da cuenta de lo íntimo, a partir de un síntoma en un niño. Propone cómo el juego, en este caso denuncia el funcionamiento y lo más propio de la constitución psíquica. Nos ayuda a reflexionar cómo pensar el padecimiento de un niño desde el psicoanálisis.

“Sabemos muy bien en el análisis la importancia que tuvo para un sujeto, vale decir, aquello que en ese entonces no era absolutamente nada, la manera en que fue deseado. Hay gente que vive bajo el efecto, que durará largo tiempo en sus vidas, bajo el efecto del hecho de que uno de los dos padres no lo deseo. Este es verdaderamente el texto de nuestra experiencia cotidiana”.

                                                                      “Conferencia en Ginebra sobre el síntoma”, Lacan

El psicoanalista no puede prescindir del concepto de síntoma en su dimensión clínica, al menos como presencia perturbadora: como aquello que denuncia lo que no anda en el sujeto y revela lo más íntimo y las marcas significantes que lo constituyen. El síntoma conforma la enfermedad y al mismo tiempo, es el intento de curación que el propio sujeto del inconsciente lleva adelante. 

Plantearé aquí el tratamiento de un niño de casi 6 años con severos problemas de conducta puestos a jugar en la escuela como lugar privilegiado en su despliegue sin por ello ser el lugar hacia donde estaban dirigidos.

La presentación:

Un día de húmedo otoño conocí a Nahuel. Sentado en la sala de espera, él y su abuelo aguardaban mi llegada. El niño llevaba una mochila de Trendy El Astronauta y un delantal azul a cuadritos blancos que hacía juego con sus ojos.

  • Hola Nahuel, ¡qué lindo conocerte! Tu mamá me habló de vos.

Haciendo silencio sonrió. 

  • Te voy a proponer algo. ¿Me acompañarías a jugar? Me gustaría presentarte un armario muy grande y lleno de juegos que tenemos en el hospital. De ahí podemos elegir el que nos guste y ponernos a jugar.  

Empiezo a caminar. El me sigue. Nos detenemos en el armario mientras abro sus puertas.  Nahuel observa con atención.  Señala varios chiches que le alcanzo y descarta.  

         – Quiero éste con dibujos, dijo. 

Una vez en el consultorio, con el juego sobre la mesa, empezamos a armar la escena. Intentamos acordar algunas reglas que habilitaran el juego. Cada una de mis faltas de comprensión era sancionada con un grito que decía “¿NO ENTENDÉS?”

  • No Nahue, no entiendo. ¿Me lo explicas de nuevo?
  • Ay, lo hago yo! Dice con voz enojada mientras me saca las cartas y se pone a jugar solo. 

Terminada la sesión le comento que nos veríamos la próxima semana en el mismo horario, antes de su ingreso a la escuela. Previo a terminar la frase Nahuel ya estaba abriendo la puerta del consultorio a lo que le pido que me aguarde ya que debía guiarlo porque el hospital era muy grande y estábamos en un sector alejado de la sala de espera donde su abuelo se encontraba. “No, yo te guío” responde. Lo agarro de la mano y empezamos a caminar juntos. 

Nahuel fue derivado por la escuela. Pienso la derivación como una maniobra de interpelación hacia los padres, quienes carentes de toda regulación, le proponían a Nahuel un mal destino.  Por aquel entonces, Maia (su madre) se presentaba diciendo que el niño era muy desafiante, que seguía las consignas cuando quería y que desde los dos años su comportamiento ya se había tornado muy difícil. En el jardín se escapaba del aula, se subía a las mesas, se desnudaba y se hacía pis encima.

Como el síntoma infantil arma una geografía que nos conduce a los padres, era de mucha utilidad el material surgido de las entrevistas. Los relatos que Maia proponía sobre el padre de Nahuel, eran acompañados por llanto. Contó haber quedado embarazada cuando ya estaba separada. 

Pedro, progenitor del niño, nunca  acudió a una entrevista.

Pedro vivía en una casa humilde y prestada. Desempleado por elección y padre de otro niño del que no se hacía cargo, dejaba los impuestos impagos y no se ocupaba de los cuidados básicos de su hijo (buena alimentación, higiene, controles de salud, exposición del niño a situaciones de riesgo, etc). Maia se asumía aún enamorada de Pedro. En aquel entonces, el vínculo entre Nahuel y éste era escaso.  Los encuentros solían sucederse los días martes. Los miércoles Nahuel faltaba a la escuela, ya que pasaba la noche con su padre, quedándose este último dormido por las mañanas. 

Mientras los relatos de Maia intentaban bordear un posible motivo de consulta para el niño, éste se le escurría dentro de su propia angustia. Angustia que parecía hablar más de ella que de su hijo. De ella no siendo deseada. 

Trabajar con niños, muchas veces implica la convocatoria a múltiples actores. Tejer estrategias con la escuela resultaba elemental. Esta ponía en conocimiento una serie de actings montados por Nahuel y dedicados a sus otros primordiales, más específicamente a su madre. Los distintos profesionales acordamos en cómo los síntomas del niño iban armando una trama que contenía a los padres en su posición deseante. Y es acá donde me parece interesante introducir la escucha de los niños separada de lo que se escucha como demanda de los padres y no por priorizar una escucha ante otra sino con intención de articular y diferenciar. Es la misma clínica la que nos devuelve esa separación cuando por un lado mantenemos entrevistas con los padres quienes portan un enigma en cuanto al padecimiento del niño pero que también relatan de manera más velada ó no, ello dependerá de cada padre, un saber y un pedido (dirigido al analista) en relación a qué y cómo hacer con ese padecer. Nos encontramos aquí con un desafío. ¿A quién responder?, ¿a los padres en su demanda ó a ese niño que jugando emerge? Aunque vuelva sobre mis palabras, a riesgo de reiteración, es allí donde tendremos que poner a jugar el manejo de la doble transferencia, tanto con el niño como con los padres, articulando y diferenciando.  Porque cuando un niño se presenta a consulta y juega ( ó en lo que hace podemos nosotros leer lo lúdico), lo que allí se está jugando es la posición deseante de los padres. Y no es que esta posición no se juegue de antemano en la entrevista con ellos, sino que será luego de que el niño se disponga a jugar, que dicha posición se nos revelará con mayor claridad.   

 Poco tiempo después de iniciado el tratamiento, Maia realiza una denuncia contra Pedro, estableciéndose así una prohibición de acercamiento. El niño manifesta en la hora de plástica, conductas sexualizadas. Cuando la docente le pregunta de dónde había sacado esas ideas, él respondió “De las cosas que hago con papá”. Fue así como Nahuel con su denuncia habilita la intervención de una ley que lo mantuviera a salvo. Recordemos que líneas arriba mencioné cómo las situaciones de vulneración antecedían a esta denuncia. Es así como Maia comienza a resignificar algunas oportunidades en las que Nahuel le pedía llorando no ir a lo del padre, pero ella forzaba los encuentros. 

Se sostiene el tratamiento del niño hasta el mes de diciembre. A partir de la toma de la medida judicial, empieza a producirse en Nahuel un juego más simbolizado que habilitaba la inclusión del otro lográndose así establecer lazos de confianza que le permitieron ubicar no sólo reglas sino también al partener de juego (el analista) como un jugador más.  Ponerse a jugar y aceptar a otro que le hace saber de su disponibilidad subjetiva me recuerda a lo planteado por Winnicott cuando propone que la psicoterapia se da en la superposición de dos zonas de juego: la del paciente y la del terapeuta.

Con motivo de la inclusión del niño en una colonia por temporada de verano, se decide hacer un impasse en el tratamiento hasta su retorno en el mes de marzo. Acuerdo quedar en contacto con la madre en caso de necesidad. 

El día 16/03 por cadena nacional, se anuncia la cuarentena obligatoria. Comunicarme con Maia era parte de las tareas de reorganización del dispositivo hospitalario. El mensaje fue, que si bien, la atención presencial quedaba suspendida, podía contactarse conmigo si ella y Nahuel así lo necesitaban. Contrario a mis expectativas y transcurridos 15 días, Maia no se comunicó.

¿Debía insistir con la idea de instalar el tratamiento bajo alguna vía remota? ¿Cómo se encontraría Nahuel? Su mamá ¿estaría dotada de una capacidad novedosa para manejar la angustia? Algo en torno a esa falta de comunicación, me mantenía alerta.

Soy yo quien se decide y la llama. En la comunicación Maia cuenta que Nahuel estaba bien, pero se escuchaba un relato muy general, de poco detalle. La escasez de texto en torno al niño me hizo recordar la manera en que éste había llegado al espacio de tratamiento. Muy “desatado”, como quien va suelto de sus figuras parentales.  Si bien los niños son traídos a consulta por los propios padres dado que éstos generan síntomas en lugares que son insoportables para los adultos, ese “No, yo te guío” por los laberintos complejos de un pabellón hospitalario, torcía la supuesta lógica haciéndome preguntar quién traía a quién. Volviendo al significante desatado (es prudente aclarar que éste significante es un artificio propio) me valí de éste para orientar mi intervención, le comuniqué a Maia que todos los tratamientos que se encontraban en vigencia dentro del hospital serían continuados mediante alguna vía remota.

Llega el día. Unos 20 grados, soleado y yo con ganas de saber de Nahuel. Prendo la cámara, la enfoco en un espacio neutro y luminoso, me acomodo el pelo. Le paso ID y contraseña.

  • ¿Hola Maia, cómo están tanto tiempo? ¿Cómo está Nahuel? 
  • Hola Ceci, ¿cómo estás? Yo como todos, cumpliendo con la cuarentena.
  • Bárbaro. Podés estar más tiempo con Nahuel. ¿Cómo está él?
  • A Nahue le encanta estar con mamá en casa. Lo dice resoplando.

Al preguntarle por el jardín, comenta que le dan actividades que hacen juntos pero que de todas maneras Nahuel se está conectando poco con la escuela. Ante mi pregunta por las actividades escolares que hicieron juntos, responde que realizaron una que tenía por objetivo que los chicos pudieran hablar de sus miedos, pero que no recuerda lo que dijo Nahuel.

–  Lo tenía todo anotado en el celular para mandárselo a la Seño pero ahora no lo encuentro. Tantas cosas dijo que quedé mareada. Algo del miedo a la oscuridad y no sé qué más. 

Lo dice revoleando los ojos. Supongo en ella fastidio. 

Le consulto por la convivencia reciente con una prima que se había sumado para así no estar tan aislados. Ella ayuda la con Nahuel y disfrutan de jugar juntos. Maia reconoce que Nahuel fue adquiriendo capacidad de juego, pero el problema es el tenor, son muy efusivos y esto a ella no le gusta. 

Cuenta también que Nahuel solía pasarse a la cama con ella, pero como ahora la comparte con su prima, es algo que ésta última le impide. Buscando resolver la situación, el niño se va a dormir con la abuela. Intento introducir lo importante del registro de un otro para Nahuel, que podríamos pensar la mantiene a ella por fuera de esa mirada circular en donde ella mira a Nahuel y Nahuel a ella. Por el contrario, Maia responde que cuando se encuentra presente, Nahuel sigue demandándola como si no existieran otros. 

Las sesiones con N son todos los martes a las 11 hs. Su habitación es el lugar de encuentro y su cama el lugar de trabajo. En compañía de sus peluches él se convierte en el actor principal. Cura, alimenta y lleva al baño a sus muñecos cuando se tiran pedos.  

En uno de los encuentros, su mamá se conecta para avisarme que Nahuel no podría estar, pero que en su lugar había dejado a un tal spiderman. 

 – Ay no me digas Maia. Desde ayer que estoy esperando el momento de conectarme para jugar con Nahuel. ¡Qué tal señor spiderman, un gusto! ¿Usted conoce a Nahuel, podrá transmitirle un mensaje?

 Nahuel se saca la capucha al grito alegre de “Acá estoy”.  Lo saludo, me saluda y dirige la cámara hacia un cofre que aparentaba tener muchos juguetes. De su interior toma un castillo y varios muñequitos. 

Ubica el castillo en el suelo, junto a la cama. Uno de los muñecos era el dueño del castillo al que había que proteger de un monstruo que acechaba desde el bosque. El monstruo se iba acercando al castillo a los gritos. Una vez frente a la puerta, comienza a golpearla hasta tirarla y entrar.  

Intervengo, jugando y diciendo: 

              – El dueño de casa está gritando de miedo, es su forma de pedir ayuda. Tenemos que hacer algo.

Nahuel se dirige nuevamente al cofre y saca una ratita blanca que acerca a la cámara para mostrármela.

             – Excelente idea, esa ratita es hermosa, pero nosotros sabemos que todo el mundo le tiene miedo a las ratas y los monstruos también.

 La rata comienza a hacer su trabajo y mientras se le cuela por las piernas al monstruo el dueño del castillo empieza a calmarse. 

Levábamos 40 minutos de sesión y yo debía desconectarme. Hice algunos intentos por instalar el cierre del juego creyendo que de eso se trataba el cierre de sesión. 

Con la mitad de su cuerpo adentro del cofre, Nahuel seguía concentrado en la búsqueda de juguetes.

 De un grito ingresa su madre a la habitación. 

          – TE ESTÁ DICIENDO QUE SE TIENE QUE IR.

 Nahuel le responde gritando más que ella y sigue buscando. Maia insiste con que debía parar de jugar.

Empecé a incomodarme con ese intento ruidoso de corte que la madre de Nahuel estaba forzando. 

Nahuel se acerca a la cámara para mostrarme otro muñequito. Aprovecho el momento para repetirle que debía irme. Le pedí que siguiera jugando y que en nuestro próximo encuentro me contara cómo había seguido la historia, porque me quedaba preocupada con la existencia del monstruo. 

Recibo en mi celular un mensaje de Maia. Una imagen y un relato. El relato describía un accidente en un bosque. Un hombre y una mujer caídos en un pozo. El hombre había caído primero y como la mujer quiso salvarlo, cayó también. Maia agregó que, en un principio dibujó a las personas en ropa interior y luego les añadió prendas. Cuando me manda el dibujo lo que observo dentro del pozo, es el nombre del niño tachado a garabatos. Maia queda alarmada y pensando en el abuso cometido por Pedro (el progenitor) sin poder advertir lo obsceno que le resultó a su hijo operar como objeto de negociación de su propio deseo, de aquel que hacía de trueque entre un hijo y la necesidad de ella por ser deseada. El dibujo devela la doble vertiente del abuso, pero también el movimiento que propicia un análisis con efectos, en donde el síntoma abandona el cuerpo para simbolizarse en los significantes.   

Algunas consideraciones:

Parece necesario reflexionar acerca de lo que significa un niño para el psicoanálisis. Cuando se pone de relieve ésta pregunta bien sabemos que lejos estamos de considerarlo como algo que inicia y termina en las fronteras de su cuerpo como entidad psicofísica. No es fácil establecer psicoanalíticamente hablando lo que se entiende por niño. Implica movilizar una serie de conceptos y conducirnos a la prehistoria, no sólo en el sentido otorgado por Freud en relación a sus primeros años de vida sino prestar agudeza en la escucha respecto a la historia de esa familia en la que el niño adviene. Adentrarnos en los momentos previos a su propia existencia, retroceder a donde él aún no estaba. 

También es interesante plantear la cuestión del significante en nuestra escucha clínica. No tanto para abordarlo en su profundidad sino más bien para aclarar cuestiones relativas a su importancia en el marco de esta viñeta. Para que algo sea significante se tiene que repetir. El significante no reconoce propiedad privada, atraviesa generaciones llegando luego, por supuesto, a interpelar a cada sujeto de una manera singular. Algo muy presente en el discurso de la madre era la apelación a la locura. Mencionaba a un padre (abuelo del paciente) muy lábil en su función como padre de ella y a uno de sus hermanos con diagnóstico de esquizofrenia. Resultaba muy difícil agujerear esta idea de que el niño no era un loco más. En reiteradas oportunidades sugiere derivación a psiquiatría y bien sabemos los riesgos ante una reiteración sin respuesta, me refiero a que por algún lado la respuesta se la garantizaría y a riesgo de que la consulta la hiciera de manera privada se responde a dicha demanda gestionando un turno al interior del equipo, pensando esta gestión no como una intervención para el niño sino hacia la madre.

Antes mencionaba la importancia del síntoma puesto a jugar. Dejar de ser el hijo de unos padres y pasar a ser objeto de su satisfacción es lo que detiene el jugar mismo, lo que acarrea como consecuencia ser el jugadito, poner el cuerpo siendo el juguete del cuento de otros. Justamente la apuesta del juego es la del descuento, una apuesta que conlleve pérdida, entendiéndose por ella la pérdida de ese lugar de objeto. 

Parafraseando a la admirada Silvina Gamsie, la clínica con niños es una clínica en juego porque es desde éste que se precisa la transferencia. El niño, cuando así lo logra, pone a trabajar lo pulsional en el juego y no en la palabra. Es allí donde los analistas nos prestamos al juego como un jugador más, sabiendo que de ahí recogeremos una lectura y desde el mismo juego intervendremos. Es muy importante que no dejemos de jugar.

 Por último, si en términos de transferencia se trata, es interesante recordar lo que Freud planteaba en relación a ésta en la clínica con niños “ Las resistencias internas que combatimos en el adulto quedan sustituidas en el niño por dificultades externas: cuando los padres se hacen sustrato de resistencias suelen poner en peligro el análisis por lo cual se hace necesario enlazar al análisis de niños cierta influencia analítica de los padres…” Hubo momentos donde se pensó la derivación de la madre a un espacio de orientación, situación ésta que por diversos motivos, entre ellos la buena evolución de niño y el trabajo de reencuadre de tratamiento aceptado por la madre, se decidió no poner a operar.

Bibliografía

Freud Sigmund (1932-1936) 34 Conferencia. Esclarecimiento, aplicaciones, orientaciones. Buenos Aires. Amorrotu.

Gamsie Silvina (2017). Jugadora de niños. En Jugadora de niños. Avatares de la clínica. Buenos Aires. Colección Filigrana.

Lacan Jacques (1975). Conferencia en Ginebra sobre el síntoma. En intervenciones y textos 2. .Buenos Aires. Editorial Manantiales.

Levy Robert (2008). ¿Qué es un niño?. En Lo infantil en psicoanálisis. La construcción del síntoma en el niño. Buenos Aires. Letra Viva.

Ricardo Rodulfo (1989). La pregunta por el niño y la clínica psicoanalítica. En El niño y el significante. Buenos Aires. Editorial Paidós. 

Steckler Claudio (2022). El valor terapéutico de trabajar con los padres en el psicoanálisis con niños. En Jugando con un analista. Buenos Aires. Lugar Editorial.

Acerca del autor

Cecilia Pellegrino

Cecilia Pellegrino