Introducción
El Trabajo Final Integrador es un recorrido descriptivo enmarcado en la teoría psicoanalítica, cuya hipótesis se lleva a cabo durante la escritura.
Versa acerca de dos casos, procurando dar cuenta; ¿cómo influyen los vínculos tempranos en la elección de objeto y en los rasgos de género en una joven mujer?
En el mismo se relatan los dos años de tratamiento de una mujer que se interroga sobre su identidad sexual. Identificando la incidencia de los vínculos tempranos en la elección de objeto y en los rasgos de género, de esta mujer que habría sufrido abuso en su infancia.
Se incorporó como material de análisis la biografía de Sidonie Csillag escrita por Inés Rieder y Diana Voigt, quienes conocieron personalmente a «la joven homosexual de Freud» tras haberse reunido en varias oportunidades, para recabar la información que contiene la apasionante biografía que sigue la trama de una novela.
La decisión de incorporar este material literario se debe a que la novela que relata el caso desde la mirada de la «paciente» del padre psicoanálisis, por momentos encontraba afinidad en la posición subjetiva asumida por la joven con la que trabajé psicoterapéuticamente en el consultorio.
Dos mujeres que en diversos contextos epocales se interrogan respecto de su elección de objeto, instalándose, por momentos, desde ciertas condiciones eróticas que contienen la certeza de no ser amadas.
Los capítulos se inician con los escritos clásicos de Sigmund Freud que aluden a la sexualidad femenina, escritos que continúan reformulándose en toda la obra del autor. Dando cuenta de su honestidad intelectual, que anhela que la ciencia pueda ofrecer información más profunda y entramada que la que él ha brindado.
Desde una “oscuridad impenetrable” o un “continente desconocido”, hasta la afirmación de que el enigma de la sexualidad femenina es un tema que deben discernir los poetas, Freud describió esta sexualidad con una fuerte atribución o dominancia biológica, androcéntrica y sexista, propios de la moral victoriana desde donde el autor teoriza su clínica. Van a tener que pasar muchos años, hasta que se reabra el debate acerca de la sexualidad, y la sexualidad femenina.
La referencia teórica seleccionada para continuar con la teoría freudiana son los aportes de la autora Silvia Bleichmar, quien establece que la sexualidad no es un camino lineal desde las pulsiones parciales a la asunción de una identidad, pasando por el estadio fálico y el Complejo de Edipo; sino que se constituye como un complejo movimiento de ensamblaje y resignificaciones provenientes de estratos tanto de la vida psíquica, como de la cultura.
Freud, en relación al caso de la joven homosexual, considera que se trata de una bisexualidad, o bien de que la homosexualidad- que se estaría dando en el segundo despertar sexual- es incipiente; que el primer despertar sexual de la muchacha habría transcurrido según lo esperable desde el complejo de Edipo.
También interpreta que en la latencia, la comparación entre los genitales del hermano y los suyos, le habría producido una fuerte impresión con posteriores consecuencias.
Durante la pubertad, en su segundo despertar sexual, la joven muestra especial interés por un niño de tres años, Freud deduce que este interés por la maternidad, será posteriormente transferible a mujeres maduras con aspecto juvenil.
En el historial freudiano y en la paciente X se exponen presentaciones de estructuras histéricas que expresan, cierta posición sacrificial, al tiempo que ambas se preguntan ¿qué es ser una mujer?
En la obra del padre del psicoanálisis no se habla de rasgos de género. En la conferencia La feminidad intenta indagar cómo se desarrolla la mujer a partir del niño de disposición bisexual. Mencionando como características de la feminidad, la predilección de metas pasivas, dando cuenta de un masoquismo auténticamente femenino. Adjudicándole a la feminidad un alto grado de narcisismo y mencionando que en su vanidad participa cierto efecto de «envidia de pene».
Por lo expuesto, se consideró incorporar en el Trabajo Final Integrador una mirada psicoanalítica con enfoque de género, poniendo en tensión los postulados, que hoy, podrían denominarse clásicos. Otorgando un espacio a los escritos de –género- e –identidad de género- mostrando las diferencias con –elección de objeto- enriqueciendo el pensamiento freudiano en el campo de lo “femenino”.
Desarrollo
El primer capítulo, fundamentalmente teórico, aporta la mirada clásica que menciona la importancia de la fase preedípica de la mujer. La postura freudiana es que para arribar a la situación edípica «normal positiva» la mujer debe superar una prehistoria gobernada por un complejo negativo; al final de su desarrollo, esta mujer, debe de haber podido mudar su primer objeto de amor.
La descomposición en la que Freud describe la vida sexual de la mujer, considerada en su primera fase de carácter masculino, debe dar lugar a un traslado posterior a la siguiente fase.
También menciona que los enunciados acerca del Complejo de Edipo en términos estrictos sólo se adecúan al niño varón, ya que sólo en él se produciría el inevitable destino del vínculo de amor hacia uno de sus progenitores y de odio al rival.
La mujer para el autor es concebida como castrada, y la escritura se realiza desde la idealización de la masculinidad. El complejo de Edipo se teoriza para los desarrollos del niño varón.
En su defensa menciono que Freud interpretó el mundo desde el paradigma grecolatino, y su cognición e ideología, infiero, se entramaban en la moral victoriana desde donde construye su corpus teórico; cuyas pacientes en el inicio fueron sus conocidas histéricas.
Luego de describir la biografía novelada del caso freudiano, el desarrollo de la investigación prosigue con los supuestos de Silvia Bleichmar, quien al postular una diferencia entre producción de subjetividad y constitución del psiquismo, difiere con el plantel clásico del Edipo respecto del modo en que se conciben a partir de él, los posicionamientos masculino y femenino.
La autora considera que las teorías clásicas, hasta entonces argumentadas podrían llegar a resultar pobres al momento de pensar las identidades, y las producciones de la subjetividad, desde los momentos históricos, sociales y políticos en que teoriza su clínica.
Coincide en la postulación de aspectos absolutamente fundantes, sobre todo la idea del carácter de la alteridad como constitutiva de la identidad. Rescatando del planteo freudiano que no hay posibilidad de que un ser humano devenga hombre o mujer si no es por la diferencia.
En la teoría freudiana se produce una discontinuidad entre la anatomía y su representación, ya que, para llegar a serlo, una mujer tendría que atravesar el deseo de no serlo.
La autora trabaja la cuestión masculino-femenino, intentando no quedar capturada por lo relativo al género, pero si teniendo en cuenta cómo las transformaciones de género pondrían en debate los modos en que se concibe la problemática de la diferencia.
La sexualidad, para la autora no es una elección sino el producto de un conjunto de determinaciones. Lo que determina las elecciones genitales de los seres humanos son elementos indiciarios vinculados a representaciones. Así, la sexualidad tendría un carácter “desfuncionalizado”, en principio en relación con la pulsión, pero también con la genitalidad.
Un carácter singular que rompe con la invariancia de la especie respecto de los esquemas fijos planteados por el instinto.
No se trata de que la pulsión busque realizar algo de manera intencional, sino que produzca algo en la búsqueda de descarga. Habituándonos a considerar del orden de lo natural, lo que es profunda y subjetivamente artificial desde una mirada biologicista.
Se describe la experiencia del objeto que desde los inicios se encuentra implicado en la vida sexual del niño. Y el exceso que este objeto traspasa, donde la elección posterior surge de la compleja articulación de identidad y deseo, dando cuenta de la asimetría que se caracteriza por la disparidad de saber y poder entre el adulto y el niño.
En la siguiente parada del Trabajo Final Integrador continúan los postulados de Silvia Bleichmar sumando el pensamiento de Irene Meler, ya que ambas reflexionaron el tema de -lo femenino del campo freudiano-, para reorientarlo en función de la visibilidad que fue adquiriendo en el transcurso de la historia la diferencia sexual. La intención de esta reflexión fue la de deconstruir dichos postulados, para superarlos a la luz de las transformaciones colectivas que enuncian ambas autoras.
Movilizando las columnas androcéntricas, sexistas, y en desventaja con las que Freud piensa el desarrollo sexual femenino, como si se tratara en cierto modo de un «premio consuelo», al que en el mejor de los casos aspiraríamos las mujeres obtener. Cuestionan postulados tales como “atribución de pasividad a las mujeres” o “masoquismo femenino”.
En toda la escritura se ha intentado mantener como norte la concepción de una sexualidad generalizada, representacional. Donde la presencia de ese vínculo primordial, tan importante y con cierta concepción mítica descripto por Freud, tanto en carencia como en exceso, diseñan la trama psíquica de la inscripción exógena de la pulsión que dará cuenta del trabajo psíquico que demanda asumir una posición ante la sexualidad para cada quién.
Tras los desarrollos teóricos, se realiza la presentación clínica del caso X, paciente con quien trabajamos durante dos años. El motivo de consulta de la misma fue el retorno de angustia que la había aquejado tiempo atrás ante la pérdida de peso, y estados de vómitos que requirieron de internación médica.
Dicha emoción fue cediendo a partir de la posibilidad de simbolizar un vínculo amoroso de elección homosexual con una joven.
Durante el tratamiento X asumió su elección de objeto sexual, analizando esta elección desde el desarrollo subjetivo de la muchacha, vestida en una estructura histérica con una orientación homosexual.
El caso constituye un aporte a la hipótesis de Silvia Bleichmar, que menciona, pero no argumenta desde la clínica, quién sostiene la posibilidad de que en la joven del caso freudiano se podría activar una carencia materna primaria.
Argumento que le permite a la autora entre otras cuestiones, reformular la linealidad del Edipo Freudiano abriendo la secuencia teórica para pensar conceptos psicoanalíticos tales como: vínculos tempranos, elección de objeto, y rasgos de género.
Sin embargo, el tratamiento de la paciente sufrió avatares. Antes de arribar a los dos años de conocernos, su posición en relación a su padre era uno de ejes del análisis; al igual que el año anterior, posterior a sus vacaciones de verano retornó cierta omnipotencia. Mientras como terapeuta pensaba en la presencia de cierto falso-self.
X había podido asumir una posición más activa en la seducción y decide interrumpir el tratamiento. Pudo reconocer que había realizado progresos, pero no quedaba claro si se había producido un cambio en su posición subjetiva.
Como terapeuta tenía en claro qué si la paciente se quería ir, lo iba a hacer. Pero igual intenté abrir nuevamente el juego en los últimos encuentros, queriendo trabajar desde las coordenadas del marco psicoanalítico hasta la última sesión.
Pensándolo retrospectivamente, que se haya ido angustiada no fue un problema, sino qué habrá podido hacer con esa hilacha pulsional que mostró en las últimas sesiones vestida en una posición desafiante para poder irse, invirtiendo en cierta manera los roles.
Conclusiones
Decidí analizar el caso de esta paciente adhiriendo a la hipótesis de este primer vínculo sexual con la madre, donde la sexualidad no aparece en relación a la lectura de una madre desde el Edipo genital.
La primera vicisitud psíquica del sujeto, es cómo hacer para desprenderse, elaborar, resolver, discriminar, o sepultar ese primer vínculo, que no es solo amoroso, que no es solo el vínculo de la dependencia auto conservativa, sino, sobre todo, es el vínculo a partir del cual se inscribe la sexualidad pulsional. Desde allí se presenta el problema de investigación del Trabajo Final Integrador.
La estrategia terapéutica en el inicio del tratamiento con la paciente X, fue la de construir y armar, dar espacio al desamparo para que pueda asumir explícitamente su elección de objeto.
En la misma línea, se indagó respecto de su lugar, cuál era su posición, dónde estaba instalada. Lo que sabía era que se quedaba al lado de algo inseguro y maltratador.
Sus condiciones eróticas -al igual que en el enigmático caso de la joven de Freud-, parecían ser bastante endogámicas, asumidas más del lado del goce y de la satisfacción.
Se resalta la importancia de esta madre -que al igual que en el caso vienés- había padecido situaciones de carencia económica y afectiva. Donde ambas, al estar ocupadas en otras cuestiones no pueden mirar a sus hijas, y las niñas quedaron expuestas a situaciones donde se repite la trama de «soportar». Ambas jóvenes expuestas a escenas complejas quedando como espectadoras de la vida de otros.
A partir del recorrido clínico realizado se arriba a las siguientes conclusiones: Fracasa el Edipo positivo -desde una mirada freudiana- y realiza una elección de objeto homosexual, donde queda atrapada en el deseo del otro. Estas mujercitas -¿histéricas?- con cierta fragilidad yoica tejieron su trama amorosa al lado de mujeres «maltratadoras».
Parece que se muestran fálicamente dando, pero ambas esperan en la soledad del desamor. Donde -por momentos-, la sola presencia del otro, calma y produce conformidad.
En ambos tratamientos tampoco se pudo dar con el último punto del tejido, que diera cuenta que: el que quiere, cuida.
Y si la pregunta de la neurosis, es: ¿cómo me quiere el otro?, en ambos casos estas mujeres se ubican pensando que el otro quiere eso de ellas, que estén al servicio. ¿Cómo se articula entonces en posiciones tan difíciles de conmover, el concepto teórico de pulsión de muerte? Ya que son posiciones que ofrecen para cierto caldo de cultivo de pulsión de muerte de un superyó sádico.
De este modo encontramos en los distintos historiales, pasajes al acto o conversiones en lo físico; estados donde no se puede simbolizar lo suficiente. La pieza del tejido va dejando puntos flojos que dibujan agujeros psíquicos.
Y como haciendo un traje, el género que X seleccionó para vestir su feminidad, devino de un molde, que confeccionamos con palabras, y que luego se cortó en función de sus medidas subjetivas. Con ese «traje» interrumpió el tratamiento.
Reflexionando, hoy escribo que la paciente llevaba puesto un traje a su medida, no vestía como lo hacía en otros tiempos, con colores neutros y prendas que no dejaran ver sus formas.
Por supuesto que el objetivo del tratamiento era construir un vestuario más sólido.
Pero aún con un largo recorrido de análisis, algunos continuamos preguntándonos: Hoy, ¿qué me pongo?