El daño psicológico lo evaluamos como no contingente. O sea: el aislamiento arrasa la trama vincular y, por lo tanto, la subjetividad es desgarrada. El proceso de subjetivación temprano construye al sujeto de deseo. Es el decantado de vínculos primarios, materiales y afectivos. Sin encuentro no hay vínculo. Sin vínculo no hay deseo. Reprimido el deseo, el sujeto está alienado en los mandatos superyoicos de la cultura represora. Lo denominamos sujeto del mandato. La “viaja normalidad” era tan normal como la del Titanic segundos antes de chocar contra el iceberg. La vieja normalidad recuperaba, en forma casi instantánea, las nefastas consecuencias de su accionar en los denominados “programas de reducción de daños”, único paliativo de la cultura represora. El psicoanálisis implicado tiene en su “caja de instrumentos” el concepto de catastrofía. Captura de lo cotidiano por la catástrofe. La catástrofe nuestra de cada día nos la dan hoy, ayer y mañana. Es un salto exponencial de la psicopatología de la vida cotidiana. Si el normal está enfermo de realidad, como enseñara León Rozitchner, en el aislamiento social obligatorio está enfermo de catastrofía. El sujeto del mandato utiliza mecanismos subjetivos que denominamos “psicotismo”, siguiendo un trabajo de Benito López, Jose Bleger y Carlos Ríos. Disociación, renegación, intelectualización y cosmovisión delirante. Se construye lo que denominamos “alucinatorio político social”. Hay pérdida total o parcial del “juicio de realidad” por dos razones: predominio de ideas deliroides conspirativas y por la forclusión de los datos que contradicen nuestro “sentido común domesticado”. La catástrofe siempre fue la excepción a la regla pero la constante repetición del trauma, lo naturaliza y burocratiza. Hay una gradual anestesia de los sentidos. Proponemos construir una “reacción terapéutica positiva”: el envés de lo que Freud describiera como “reacción terapéutica negativa”, marca candente del superyó en la clínica. La reacción terapéutica positiva es marca yoica, deseante para construir una nueva prueba de realidad. “Los mundos superpuestos”, de los cuales advirtió Janine Puget, son fundantes de la alianza terapéutica amplificada. Sostenemos que la neutralidad es la negación maniaca de la implicación. Terapeuta y paciente (individual, vincular, grupal) son atravesados por lo mismo, lo universal. Pero no de la misma manera, lo singular. La cuarentena no iguala, pero acerca. Los respiradores vinculares son nuestra alquimia psicoanalítica para clonar el mandato. Donde hubo mandato, deseo ha de advenir.
La tarea en la reacción terapéutica positiva es sostener la sinergia entre la pulsión de autoconservación (interés del Yo) y el deseo (libido en el Yo y en el objeto)
El aislamiento social obligatorio es lo más opuesto al deseo. No lo seguimos por amor, sino por espanto. La cuarentena es un mandato. El objetivo es construir deseo al servicio del interés del Yo. La fortaleza yoica es siempre deseante. Tiene una forma restitutiva que es la “sobre adaptación”. Intentamos encontrar una desadaptación activa a la realidad represora que es denominada “vieja normalidad”.
No podemos estar en contra de nuestro deseo sin quebrar. Depresiones, estados confusionales, aumento de las diversas formas de crueldad, síntomas claustrofóbicos y paranoides son evidencia de que el daño psicológico es un riesgo de igual intensidad que el contagio viral.
Las intelectualizaciones empiezan a mostrar su verdadero rostro de anestesia y sometimiento. Idealizar la virtualidad: este modo de vivir quizás sea mejor que el anterior. Incluso pensar la virtualidad como “nueva realidad”
La Reacción Terapéutica Positiva es una alquimia subjetiva para lograr la apropiación deseante de la autoconservación. De los tiempos de quitarse el antifaz a los tiempos de ponerse el barbijo hay un salto cualitativo que tenemos que entender e instrumentar.
Los respiradores vinculares sostienen que respiramos también con la cabeza. La elaboración es otra forma de respirar.
Comentarios