Ustedes saben que la lucha del espíritu científico
contra la cosmovisión religiosa no ha terminado,
sigue librándose en el presente ante nuestros ojos.
Freud, 1935
De lo fácil a lo difícil, la cuestión del desamparo
De pronto una terrible noticia nos impacta, un rayo cae en la playa y mata a jóvenes que estaban vacacionando. La fuerza de la naturaleza se nos muestra en una dimensión que provoca nuestro penar, Freud escribe algo así en 1927 cuando señala que nuestro penar proviene de tres fuentes: “la hiperpotencia de la naturaleza, la fragilidad de nuestro cuerpo y la insuficiencia de las normas que regulan los vínculos recíprocos entre los hombres en la familia, el Estado y la sociedad”. Dirá taxativamente “Nunca dominaremos completamente la naturaleza; nuestro organismo, él mismo parte de ella, será siempre una forma perecedera, limitada en su adaptación y operación”. (Freud, 1927)
Ante estas cuestiones el hombre ha recurrido a la religión. Su posición, me refiero a Freud, en relación a la misma es clara: “La religión perjudica este juego de elección y adaptación imponiendo a todos por igual su camino para conseguir dicha y protegerse del sufrimiento”. (Freud, 1927) Pero su técnica, enfatizará, lleva a desfigurar de modo delirante la realidad, o sea que lo realmente problemático es la técnica, que la religión utiliza. De algún modo el humano paga un precio al quedar fijado a un infantilismo psíquico, nos dirá que al quedar inserto el sujeto en un delirio de masas, consigue ahorrar a muchos la neurosis individual. Se pregunta si la promesa del acceso a la felicidad se mantiene, responderá que no. Y cuando se da la dimensión de su fracaso éste, será atribuido a los designios de dios.
¿Que se entrega a cambio? Considero que la más pura sumisión.
A mi entender vemos aquí los efectos implacables del superyó. Por eso me parece interesante cuando en carta a Abraham le escribe diciéndole: “Si algo hay que sublimar es la necesidad de creer”. Entiendo como sublimación, aquel camino de pulsión que burlando la represión, tiene la posibilidad de acotar la muerte, brindándole un marco erótico. (Frenkel, Mandet, Vaqué, 1989)
Pero todo lo antedicho no impidió que se preguntara por el valor de las representaciones religiosas. Es así que ante la fuerza de todo aquello que afecta al humano, como la tierra que tiembla y desgarra, el tifón que arrastra todo, las enfermedades y el enigma de la muerte, nuestra endeblez y desvalimiento se pone en evidencia. Entonces el humano convierte a las fuerzas naturales en seres humanos, les otorga un carácter paterno, los convierte en dioses y de este modo intenta obtener protección y amparo como cuando fue niño entregando a cambio tributos y conjuros para conseguir alivio a sus dolores. (Freud, 1927)
Cuestión que conectará con el desvalimiento infantil frente a la pareja de padres, sobre todo del padre de quien se espera protección.
Es entonces que para sentirse amparado el hombre fabrica dioses a los cuales obedecer.
Se da toda esa progresión tan bien reseñada en Tótem y Tabú.
Los dioses creados lo serán de algún modo a nuestra semejanza, pero llevan la marca de la añoranza de un padre, porque el desamparo nos habita toda la vida. El terror a la naturaleza se reactiva. Las privaciones que impone la cultura, hace que busquemos resarcimiento, los dioses se erigen para enfrentar la crueldad de nuestro destino mortal.
¿Serán ellos capaces de semejante tarea?
Según leímos, Abram (1) el personaje bíblico, tuvo que destruir los dioses de la casa de su padre para poder él irse, y luego llegar a ser un padre.
Entonces, fabricar dioses para obtener su protección es una cuestión que queda en el campo de la ilusión. Toda su fuerza se debe a la pulsión, al deseo.
Y como de la pulsión sabemos por su insistencia, es que, la necesidad de creer se torna tan imperiosa que cualquier cosa le viene bien al sujeto para mantener la ilusión, al punto que leo en un periódico “La religión se está convirtiendo en algo tan complicado como el amor”. (Mariano Donadío, La Nación 19/1/13).
Me detengo en estos enunciados porque a más de 100 años de haber sido planteados los considero vigentes, transferidos a las preguntas ¿Cómo pensamos el psicoanálisis? ¿Cómo consideramos nuestra práctica? Así como nos referimos a las cuestiones de creencias, pensemos igualmente en las técnicas. Porque de algún modo la idea que subyace es la implementación de rituales y repeticiones que como en la religión, estarían al servicio de la adaptación del sujeto. Estarían al servicio de no enfrentarnos con la verdad del deseo.
Partamos de la premisa que el psicoanálisis no puede darnos todo. Aquí ya nos adentramos en el segundo enunciado.
De lo débil a lo fuerte
Los tiempos del surgimiento del psicoanálisis. Eran épocas de marcada conflictiva política.
Con el ascenso de Francisco José II al trono del imperio austro-húngaro, se inició un movimiento de apertura que se conoce como la Primavera de los pueblos (1848).
El antisemitismo arraigado contempló como los judíos iban ocupando lugares que antes no tenían y familias enteras, entre ellas la de los padres de Freud, migraron a Viena, esta familia lo hizo unos años después de iniciada la apertura.
Mientras tanto en el seno de la comunidad judía soplaban vientos de cambios, surge la reforma religiosa, estaban el movimiento clásico de la ortodoxia rabínica, ya existía el movimiento Jasídico donde prevalecía el valor de la vivencia y el movimiento de la Haskalá (iluminismo) cuyo líder fue Mendelsohn. Este último movimiento bregaba por la integración de los judíos en todos los marcos posibles. Recordemos que son tiempos de surgimiento de nacionalismos, al punto que los judíos alemanes por ejemplo se declaraban principalmente alemanes. El amor a la patria era muy encendido en Freud. Vemos su intenso amor por Viena, sabemos, que le fue muy difícil dejar el lugar más allá de la presencia del nazismo en el lugar. Me pregunto ¿cuál era el amparo que éste ofrecía?
En cuanto a su relación con su condición judía, él sabía muy bien que en algunas cuestiones como, por ejemplo, acceder a determinado cargo, le resultaba imposible. Le tocó vivir en un marco donde algunos como Mahler tuvieron que convertirse al catolicismo ya sea por lo conflictivo de la condición judía o por la dificultad de tener un cargo público.
Así mismo le tocó compartir época y calle con Hertzl, creador del sionismo político quien entre otros propone la creación de un estado judío para ese pueblo errante, duramente castigado por el antisemitismo.
Si recordamos el episodio que hizo marca en su historia personal, aquél en que el padre es humillado por jóvenes que le tiran el sombrero (Shtramel) y él se inclina a recogerlo, podemos inferir que su relación con la religión de su padre, se evidencia complicada. Ahora, ¿podemos atribuir a esto su posición en referencia a la misma? Me parece que no es suficiente. Sobre todo porque él se declara no creyente, que no es lo mismo que no ser judío, por esa peculiaridad que tiene la compleja condición judía en la que se puede ser judío y no ser creyente. Tema éste muy amplio que excede la propuesta de estas líneas. Pero quise detenerme en esto porque de algún modo considero que el fervor puesto en señalar cómo la necesidad de amparo y protección articulados con la figura del padre y la ley, hacen a la posición del analista, a la época que nos toca vivir, al lugar de nuestra ciencia hoy.
En una carta del 8/6/1913 le escribe Freud a Ferenczi:
Si quiere que le dé un consejo, contéstele a Maeder… Respecto al semitismo, dígale que ciertamente hay grandes diferencias en relación con el pensamiento ario, que lo comprobamos todos los días y, por lo tanto habrá diferencias en las cosmovisiones y en el arte. Sin embargo señálele que no puede existir una ciencia aria y otra judía; que los resultados tienen que ser idénticos y sólo las descripciones pueden variar. Dígale que esto es seguramente lo que yo quise decir con mi observación sobre la interpretación de los sueños; que algo falla si las diferencias llegan hasta la concepción de hechos científicamente objetivos. Añada que si bien no deseamos perturbar su más distante cosmovisión y religión, la nuestra nos parece que se presta muy bien al ejercicio de la ciencia. Coméntele que ha oído que Jung explicó en América que el psicoanálisis, no era una ciencia, sino una religión; y que esto aclara en qué consiste la diferencia, pero que entonces la inteligencia judía siente no poder colaborar.
Un poco de ironía no estaría demás.
Desde que acabé el trabajo sobre el tótem, me siento ligero y aliviado.
Cordialmente suyo, Freud.
Surge claramente que la preocupación de Freud era que el psicoanálisis no fuera considerado una religión ni una concepción del universo. Igualmente respondía a sus detractores que lo consideraban despectivamente “una ciencia judía”. Tomando en cuenta aquellas cuestiones que señale en relación al antisemitismo imperante en la época, plantea muy claramente que sí bien hay diferencias entre lo ario y el semitismo; en aquello que tiene que ver con lo científico no habrá diferencias. Por las dudas aclara que está haciendo uso de la ironía.
Entonces, ¿en qué nos detendremos hoy? Dos cuestiones: una es la creencia, no pedimos que crean en nosotros, no se trata de seguir una idea, una fe, todo lo contrario; se trata de poner en tensión las teorías, sostenidas por una convicción, la de la existencia del inconsciente, esto quiere decir la otra escena, la de un determinismo que va mas allá de nuestra voluntad, la de un sujeto sujetado por leyes, las leyes del inconsciente.
De igual modo la importancia de la abstinencia en transferencia para el analista.
Cuando Freud investigaba la religión, se refería a las cuestiones problemáticas de la técnica. Considero que en la clínica se trataría más o menos de lo mismo, si nos encontráramos con ritualización, rigidización, repetición vacía; implementación de cánones, que sólo estarían al servicio de lo adaptivo, de la obediencia, serían las cuestiones que transformarían a nuestra ciencia en una religión, con su séquito de obedientes. Esto que parece una verdad de Perogrullo acecha y lo vemos cuando se sigue una teoría determinada y se la eleva al rango de credo. Cuando se sigue a un determinado creador de teoría o trasmisor de la misma y se lo eleva al rango de dios.
Como señalé antes esto se debe a que la necesidad de creer surge como respuesta a nuestro desamparo a nuestra fragilidad, a nuestra imposibilidad de todo. Es entonces que en toda época surgen promesas de felicidad, campo de la ilusión. Hoy las formas, en el ancho mundo, más allá del psicoanálisis, pueden tomar otros ropajes, promesas de soluciones rápidas, ilusión de estar en comunicación continua con el otro. Construcción de dioses bajo figuras diversas, personajes a quienes el sujeto se somete. Pueden ser igualmente causas o ideales o también objetos de consumo. Esto se ve muy bien en la película El Lobo de Wall Street (2), el dinero es dios, los sujetos se masifican, el líder como figura del ideal convoca, seduce, somete. La ley, no existe, todo es posible. Como en tiempos de los falsos mesías (Shabetai Tzvi, Jacob Frank) (3), la sexualidad desenfrenada, el malestar sofocado por la droga, nada alcanza.
“El lugar queda libre para todo tipo de desenfrenos y orgías, concretamente practicadas. Se trata del rechazo, de la destrucción de la metáfora paterna, del Nombre del Padre. Reencontraremos pronto los mismos contenidos, monótonos por su repetición, en los movimientos cristianos mesiánicos de la Edad Media”. (Haddad, 1990)
Siempre hay búsqueda de promesa, ¿de cuál?, la que dice: Que el malestar no existe, que la vida es eterna, que todo se puede, que todo es controlable, que el destino está marcado. Queda en el olvido el imposible saber acerca del sexo y de la muerte, con el cual nuestra práctica nos enfrenta cada día.
Es de esperar que estando advertidos de estas problemáticas podamos, castración mediante enfrentarnos con ellas abiertos a la novedad, encendida la curiosidad, atravesados por la ley que le hace decir a Freud aquello que leíamos en el epígrafe.
Ustedes saben que la lucha del espíritu científico
contra la cosmovisión religiosa no ha terminado,
sigue librándose en el presente ante nuestros ojos.
Freud, 1935
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