La película La Chica Danesa (Hooper, 2015)[1] basa su guión en la novela de David Ebershoff y narra, de manera ficcional, la historia de Einer Morgens Wegener y su esposa Gerda Marie Fredrikke Gottlieb en Dinamarca a principios del siglo XX. Tanto Einar (Eddie Redmayne) y Gerda (Alicia Vikander) eran jóvenes pintores y para nuestra hipótesis (la fluidez de los devenires sexuales y de géneros) resulta importante mencionar el siguiente suceso: un día la modelo vivo de Gerda se ausenta y Einar decide posar para ella vestido de mujer. Gerda lo pinta por primera vez y lo/a llama Lili, comenzando juntos —como pareja— el proceso de mutación de Einar a Lili Erbe.
En este devenir «Lili» podemos decir que los retratos de Gerda fueron fundamentales ya que contenían un profundo valor simbólico de lo femenino, un señuelo que operaba como fuente del deseo, de una identidad latente a punto de ser develada. En la narración escénica, la intimidad de los personajes es captada en planos sutiles, de fuerte estética y lentitud rítmica que acompaña un adentro-fuera de ellos y entre ellos, lo público y privado, el arte y cultura de las corrientes vanguardistas del periodo de entreguerras (1920-1939) que invitaban a romper con las reglas del pasado donde ellas se situaban.
Arte, Cuerpo y Deseo
En el contexto mencionado, Gerda y Einar/Lili deciden migrar a París y es ahí donde Gerda fue reconocida como pintora e ilustradora en la gran escena del arte ilustrando, entre otros, para Vogue y para el libro Doce Sonetos Lascivos, una serie de doce acuarelas de contenido erótico y lésbico de Perceau Louis en 1925[2], cosechando éxitos y reconocimiento dentro del movimiento Art decó.
Einar, por su parte, en su devenir Lili, dejó de pintar una ciénaga —reiterada en su obra como un mantra—, abandonó los paisajes nevados del Fiordo de Vejle, las pinturas simétricas y especulares que caracterizaban sus trabajos, ¿fue esto una alegoría de su devenir? Gerda, en una escena de la película le señala al (entonces) Einar: «De tanto pintar la ciénaga te perderás ella», a lo que entonces él respondió: «No voy a desaparecer en la ciénaga… la llevo dentro de mí». ¿En la simetría de las pinturas de Einar se encontraba el gesto que expresaba a través del lienzo la búsqueda y aspiración de vivir acorde a su deseo e identidad? el encuentro posible, o el mejor de todos, es con uno mismo.
Cuerpo, género y diversidad
Según los escritos de la época, y así se le sigue reconociendo en la actualidad, Einar se convierte en la primera mujer transexual en realizarse una cirugía de reasignación de sexo (1930) acompañada en su inicio por Gerda y el doctor Magnus Hirschfeld, médico y sexólogo alemán y defensor de los derechos de los homosexuales quien, junto al doctor Kurt Warnekros, realizaron las cirugías, la primera en la Clínica Municipal para Mujeres de Dresden, dándole carnadura a Lili, después de la decisión de Einar de adaptar el sexo biológico a la identidad de género[3] femenina.
En la década del ´30 esta realidad de desmarcarse del binomio hombre-mujer no tenía ni nombre ni visibilidad, así como el procedimiento quirúrgico. Será recién en la década del ´50 cuando se instala la denominación transgender lo que implicó proporcionar un lugar a aquellxs que “se sienten en otra dimensión diferente de la que abarca el binomio hombre-mujer” (Giberti, 2003)[4] y con ello se dio visibilidad y abrió otras perspectivas en el campo de investigación sobre estas experiencias de vida.
Durante el film, podemos seguir el proceso de transición de la protagonista en su intento de adecuar su percepción y sentimientos de sentirse mujer, las secuencias muestran distintos momentos de Lili expresando y modificando sus gestos —imitando mujeres de un prostíbulo de Paris, la ropa que lleva, el cabello, el maquillaje— juego de espejos que hace vacilar su estado y se profundiza en el encuentro con la imagen que el espejo le devuelve anunciando el levantamiento de lo silenciado, el final de un letargo que ya no tiene vuelta atrás. En una escena, Einar recuerda que siendo niñx se sentía distintx, de la experiencia vivida con su amigo Hans —que lx besó porque «él era tan guapo»— emerge la ambigüedad primaria volviéndose una afirmación serena de su transexualidad asumida en la adultez. En ese tiempo no había ni lugar ni teorías para pensar las infancias trans. Tal como se señaló más arriba, Tajer (2017)[5] en su artículo apela al desafío ético de asumir «una clínica post-closet»[6] ya que lo que no aparecía antes —como en la historia de Einar— hoy se revelan más tempranamente, hecho que sacude las teorías y visibiliza lo que siempre existió, pero que no fue posible de ser vivido abiertamente ni teorizado en los laberintos de sus complejidades.
Identidades sexuales fluidas
Freud postula, en principio, las distintas posiciones psíquicas entre los sexos apuntalada sobre las diferencias anatómicas de los cuerpos (Freud, 1925)[7] hecho que lleva a problematizar lo femenino y lo masculino desde presencia/ausencia, fálico/castrado desde la teoría de la castración que ubica la diferencia partiendo de un único atributo —el masculino— estableciendo puntos de partida —junto con la teoría del Edipo— fundantes del psicoanálisis. Si en los primeros momentos Freud sustenta el destino es la anatomía, hoy podemos contar con modelos de simbolización más flexibles, múltiples y plurales que exceden la proposición de dos géneros. Además de lo estrictamente simbólico, también es posible concretarlo en el cuerpo a partir de las intervenciones quirúrgicas como nunca antes en la historia. Freud piensa y desarrolla su enfoque desde la lógica binaria, lo cual es perfectamente acorde con la época. Para poder pensar por fuera de lo binario se necesita hacerlo desmarcándolo de las polaridades opuestas que aún subsisten al interior de las teorías psi.
Históricamente, las diferentes maneras de habitar los cuerpos sexuados; sus significaciones conscientes e inconscientes, culturales y sociales aportan datos sobre la construcción política de la corporalidad, es decir, tanto en el uso y aprovechamiento, como en el control y disciplinamiento de los cuerpos en el marco de la producción y reproducción de dispositivos biopolíticos de poder (Fernández, 2013)[8]. Es Foucault quien formula los conceptos de biopoder y biopolítica en Historia de la Sexualidad[9] y pone especial énfasis en la sexualidad como dispositivo, describe allí las técnicas de-sujeción y de normalización de los sujetxs de la modernidad cuyo destino primordial recae en los cuerpos a través de la salud, la sexualidad, la raza, la etnia y modos de relacionarse y de circular en las instituciones sociales que definirán los perfiles de lo normal y lo anormal, de la enfermedad y la salud en los discursos y en las prácticas para cada contexto histórico.
Más allá de los dualismos
En la secuencia del film, Lili toma la decisión de consultar para transformar su cuerpo —que lleva la marca del sexo anatómico— para adecuarlo a su experiencia de sentirse y vivirse como mujer. Es importante hacer la diferencia entre identidad de género de orientación sexual, la identidad es como se siente y vive dentro de uno u otro sexo (quien soy) y la orientación sexual es la atracción hacia uno u otro sexo, (quien me gusta)[10]. Estas diferencias son una referencia al momento de pensar los saberes biomédicos y las disciplinas «psi» tanto para la psiquiatría como las corrientes psicoanalíticas (que nos interesa para este artículo) ya que no escapan a los discursos de época, por ello Lili pasará por muchas situaciones de prejuicios y violencia social, siendo «objeto» y no «sujeto» con diagnóstico de psicosis para la psiquiatría y para la medicina intervencionista —en un periodo de experimentación— los saberes y poderes recaerá sobre el cuerpo a «normalizar». Desde un análisis posible sobre lo que la película dispara a cada espectador/ra, nos preguntamos ¿Radica allí —en los prejuicios y el malestar propio de la disidencia heteronormativa— el conflicto y el deseo de Lili de adaptar su cuerpo a su identidad genérica? ¿Qué lx llevx a exponerse a cinco cirugías —no dos como plantea la película— entre las de re-asignación de sexo y la del implante de un útero con la «promesa científica» de poder ser madre?, cuando esta última la llevó a la muerte cerca de los 50 años. Solo podemos inferir y analizar para la clínica contemporánea, qué dudas, conflictos y sufrimientos pueden aparecen frente a la opción de adaptar los cuerpos al género autopercibido en lxs sujetxs trans que así lo desean y, cuáles son las herramientas conceptuales para el abordaje en el campo psi.
Cuerpos disidentes en el psicoanálisis actual
Concibiendo que el cuerpo es siempre sexuado, lo que se disloca es el sexo socialmente asignado, entendiendo asignado como aquello que viene del otro en el proceso de constitución subjetiva como lo plantea Laplanche (2006),[11] del género asumido en la población trans. Siendo el género una construcción social y el sexo un dato de la anátomo-biología, el tema está, por una parte, centrado en los debates éticos sobre las prácticas ya que no tenemos mucha casuística sobre los efectos de esas decisiones que no solo implican la transformación del cuerpo (hormonal y quirúrgicamente) sino los efectos psíquicos y emocionales que produce la mirada social sobre lxs sujetxs de las identidades disidentes. Por ello habrá que plantearse la pregunta como lo hace en su artículo Vendrell Ferré (2009)[12]: ¿Hay que cambiar los cuerpos o habrá que cambiar la heterónoma binaria? —rosa o celeste— donde lo transexual, transgénero o intersexual, etcétera, pueda ser una alternativa como cualquier otra de vivir y amar en esta época.
Es en ese acontecer, desde la experiencia de Lili de vivir acorde a su deseo e identidad de género adviene un cuerpo femenino ¿que la llevó en aquellos años a «normativizar» su cuerpo para hacer coincidir sexo anatómico y género? ¿Lo normativo cualifica el cuerpo? ¿Impera la necesidad de adecuar el sexo al género para ser mujer trans siempre y por qué? Pensemos que en «aquellos años» no había ni movimientos trans, al contrario, era uniformemente patologizado, ni visibilidad política, ni nada de todo esto que quizás habilitaría a alguna de estas preguntas. Pero situando la temporalidad donde se desarrolla podemos convenir que la supuesta «normalidad binaria» es sostenida y se fundamenta sobre la diferencia sexual anatómica, sobre esas diferencias se cristaliza y se ordena el deseo inconsciente, la sexuación y la identidad genérica de modo singular en el cuerpo y subjetividad de cada sujetx. Por lo tanto si tomamos el «sistema sexo/género/deseo/prácticas sexuales» según Butler (citado por Porchat, 2013)[13] observamos que los distintos componentes del sistema se pueden expresar en múltiples combinaciones en lxs sujetxs, es decir, que sobre la «materialidad de los cuerpos sexuados, no hay una relación de coherencia entre el sexo anatómico, el género, el deseo y la práctica sexual» establecido naturalmente. Por ello, Butler denomina sujetxs abyectos a los que rompen con el statu quo escapando del mito de la heteronormatividad del orden sexual moderno. Las múltiples posibilidades de enlaces producen especificidades en juego de identificaciones primarias y secundarias, procesos conscientes e inconscientes de cada sujetx y los enigmas de la sexualidad de la vida humana. Volver a la epistemología freudiana, tomándola como «identidad» —ya que hablamos de identidad en este artículo— como lo desarrolla Assoun (2001)[14], nos brinda desde la producción teórica y desde la clínica, la posibilidad de replantearnos los conceptos y escuchar los modos actuales del malestar y sufrimiento humano, para que —dichos conceptos— sean garantes éticos de nuestra práctica psicoanalítica, haciendo de la teoría una fuente inspiradora y abierta a nuevas hipótesis de trabajo.
Derechos Humanos en el contexto actual
En pos de la complejidad que conlleva pensar estos temas, es importante decir que en el campo de los Derechos Humanos la Ley de Identidad de Género en la Argentina[15] es pionera ya que permite a las personas trans cambiar su documento de identidad sin tener que pasar por la certificación médica y psiquiátrica. Recientemente, también la Organización Mundial de la Salud (OMS) como la Asociación Psiquiátrica Americana (APA) han modificado las categorías dentro de los manuales de la Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE) y del Manual Estadístico de los Trastornos Mentales DSM-V, desestimando la aparición del llamado «trastorno de identidad de género» que atribuía un hipotético desorden mental a las personas transgénero y transexuales, cambiándolos por el de «Disforia de Género»[16]. Aun así, sigue siendo tema de discusión para lxs activistas de LGTBI (lesbianas, gays, bisexuales y las personas transgénero e intersexuales) y en muchos países, aún prevalece la necesidad de un «diagnóstico de manual» para el acceso a los derechos (a la salud integral, el cupo laboral o matrimonio igualitario) para poder adaptarse o asimilarse al mundo heterosexual, Vendrell Ferré (2009)[17]. Si bien las leyes tienden a atenuar «la humana capacidad de discriminación» Giberti (2003)[18] aun así, debemos tener en cuenta que uno de los efectos que comporta mayor sufrimiento son «los efectos del dispositivo biopolítico de vivir en el closet que generan durante el proceso de subjetivación angustias, depresiones y ansiedades específicas» por vivir en silencio y en el oscurantismo de las identidades disidentes, y esto se desarrolla «por temor a padecer ese plus de sufrimiento por la incomprensión y discriminación» (Tajer, 2017)[19] que la cultura dominante impone. Lo que nos remite a la tensión y presión que estas personas sufren y el sufrimiento de aquellos que lxs rodean y quieren evitarles y evitarse el dolor que pre-suponen desaparecerá al adecuar la subjetividad a uno de los dos géneros culturalmente aceptados como posibles y normales.
Hacia una salida del laberinto de los dualismos[20]
La decisión de tomar el film como disparador es porque las artes visuales, el cine y la literatura nos remiten a múltiples ficciones de la vida y del malestar en la cultura. La Chica Danesa nos transfiere las experiencias vitales de un hecho real, dentro de escenarios ficcionales, la posibilidad de abrir debates en nuestro campo del psicoanálisis, género y subjetividad.
Trabajar y compartir nuestras intervenciones clínicas, dar lugar a los interrogantes que se nos presentan, tener espacios de formación que nos acerquen a conceptos y herramientas críticas «pospatriarcales» y «posheteronormativas» (Tajer, 2012)[21] es el propósito de este escrito. En las fronteras del conocimiento-desconocimiento transitar los enigmas y trayectorias deseantes, eróticas y amatorias que las subjetividades genéricas originan en búsqueda de las ficciones del amor.
¡Muchas gracias por compartir tu análisis!