Palabras preliminares (Recortes)
A fines de diciembre de 2019, comenzaron a escucharse las primeras voces de alarma sobre una potencial epidemia nueva. Pero en pocos meses, la enfermedad a la que se denominó COVID-19, se dispersó vertiginosamente a nivel mundial, confirmándose el 3 de marzo de 2020 el primer caso en Argentina.
Si bien el modo de afrontar la pandemia evidenció profundas desigualdades y falencias entre los sistemas de salud de diversos países; en gran parte del mundo los gobiernos implementaron medidas similares de protección social, para detener -o demorar- las cadenas de infección. Entre éstas, la más drástica, y tal vez la más controvertida, fue aquella destinada a la reducción del contacto social, siendo alternativamente aplicada, de modo amplio y total -como cuarentena-, o de manera focalizada -en la forma de restricciones selectivas por actividades- a modo de confinamientos regionales, o de cierres intermitentes por periodos breves.
Ahora bien, aunque en menos de un año ya hubo producción masiva de varias vacunas efectivas; la incertidumbre ocasionada por la propagación del virus, las dificultades económicas crecientes, la presencia insistente de la muerte, el exceso de información sobre los casos y la desinformación acerca del curso de la enfermedad, generaron un profundo impacto en el ánimo y la conducta de las personas -estuvieran, o no, directamente expuestas a la infección-.
Nuestras vidas, las vidas de todos, cambiaron de tal modo que ya no podremos olvidar el año que vivimos en pandemia. El aislamiento social tuvo un alto costo emocional. El tiempo se detuvo. Los proyectos «entraron en pausa». Los afectos «entraron en pausa». Se acentuó nuestra preocupación por los barbijos, el lavado frecuente de manos y los permisos de circulación. Sentimos angustia frente al contacto con los otros, miedo al contagio, ansiedad por el desabastecimiento, y desarrollamos obsesión por la hidroxicloroquina, la lavandina, el papel higiénico…
Mientras las principales potencias mundiales se imputaban recíprocamente el ocultamiento de información vital, la irradiación de falsedades, e incluso de haber diseminado el virus deliberadamente; las poblaciones se vieron amenazadas por teorías apocalípticas. Fabularon ideas conspirativas y paranoides acerca del origen del virus, construyeron toda suerte de mitos en relación a las vacunas y fraguaron disparatados proyectos mesiánicos… Pero, cuando el «nacionalismo de la vacuna» dio lugar a una nueva clase de desigualdad -entre aquellos países que podían vacunar a su población y los que no-, fue necesario admitir que todos estamos atrapados en el mismo escenario global.
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Ahora bien, si la globalización hizo del virus una pandemia; también permitió –en los países desarrollados- que las sociedades no colapsaran de manera catastrófica frente a la misma, y que el mundo virtual ofreciera un refugio y una alternativa de encuentro ante el confinamiento prolongado.
Así, mientras el «mundo material» devenía inhabitable, la sociedad se replegó en el mundo virtual, y gran parte de la vida continuó de manera digital.
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Las presentes reflexiones se iniciaron con la pandemia, más precisamente a partir del aislamiento al que nos vimos obligados a causa de la misma. Fue por entonces que recibí la convocatoria de Carlos Weisse para integrar -con un texto propio-, una obra colectiva dedicada a explorar las múltiples intersecciones entre dos disciplinas que comparten, a partir del lenguaje, el vasto campo de la cultura. El resultado fue su compilación de: Literatura y Psicoanálisis (2020), editada por Ricardo Vergara.
La labor despertó tal entusiasmo entre los autores, que dio lugar a la apertura del ciclo virtual: Psicoanalistas dialogando con las letras. Se trata de un espacio de la Comisión de Cultura, dependiente de la Secretaría Científica de la AEAPG, que entiende “a las letras y al psicoanálisis como dos cuerpos de indagación acerca de la condición humana…” y propone reflexionar acerca de las múltiples relaciones entre ambas disciplinas.
Allí, analistas y analizantes nos constituimos en “escritores y lectores de ese acontecimiento singular al que denominamos psicoanálisis”. Mes a mes fuimos leyendo y comentando trabajos de destacados autores. La virtualidad nos permitía una celebración: el encuentro que la pandemia nos negaba, y -a la vez- cierta intimidad con colegas y amigos.
Poco antes de finalizar el segundo año del ciclo, bajo el enunciado: “Distopías materializadas” -presentación que tuvo lugar el 13 de septiembre de 2022-, Carlos Weisse -psicoanalista y poeta-, expuso su trabajo: “Distopía, literatura y capitalismo”; me correspondió en esa ocasión acompañarlo con la lectura de: “La felicidad como ilusión”. Los trabajos leídos en esa oportunidad han sido incorporados al presente volumen.
Advertimos entonces una profunda afinidad de ideas entre ambos y, entendiendo que el diálogo así abierto merecía continuidad, nos abocamos a la tarea de ahondar nuestro análisis acerca de aquellas «distopías» que fueron anticipadas por la literatura y que actualmente vemos «materializadas» en la sociedad.
Compartimos aquí nuestras reflexiones.