NÚMERO 30 | Octubre 2024

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Personas en situación de calle. Las caras del desamparo | Gustavo Gacetta

Un texto “con calle” y de valor histórico por las referencias precisas que toma de la realidad. Una realidad que podríamos considerar cruel, al menos desde el punto de vista que estamos en este momento (sentados en un cómodo lugar -frente a un dispositivo electrónico-; amparados), pero ¿cuáles otras podrían ser las condiciones necesarias para poder reflexionar sino bajo la seguridad del amparo?  Gustavo nos habla del desvalimiento cuando llega a convertirse en desamparo. Propone un paralelo entre la persona en situación de calle y el infante. Una parte de la solución está asociada a un otro que registre, que mire, que signe, que “sujete”.

Pues bien, habré de morir. Antes que otros, era evidente. Pero todo el mundo sabe que la vida no vale la pena ser vivida.

Albert Camus, El extranjero

Este trabajo se desprende de las experiencias como supervisor de los equipos de psicólogos, trabajadores sociales y operadores del programa BAP para personas en situación de calle.

El último censo oficial dice que en la ciudad de Buenos Aires hay más de 3500 personas que pasan la noche en una plaza, en el hall de un cajero automático, en un refugio o sobre una vereda. Un 8% más que el año pasado. Un número que va creciendo y decreciendo según las crisis que va atravesando el país.

En los últimos años hubo mayor cantidad de programas de diferentes tipos para atender a estos sectores, aun así, el fenómeno continúa en ascenso y el desamparo reproduciéndose. La realidad muestra que no alcanza con la posibilidad de pernoctar en paradores como los llamados centros de inclusión (CIS) ni de poder tener comidas en varios lugares de la ciudad o que en ciertos momentos del año esta llegue a los sitios donde pasan la noche. De esas 3500 personas, aproximadamente 1300 viven en la calle directamente. ¿Ǫué hace que un sujeto “decida” dormir así teniendo otras posibilidades? ¿O será que las otras posibilidades también reproducen formas de desamparo y violencia?

Para Freud, el desvalimiento psíquico (Hilflosigkeit) está referido a la experiencia fundamental de vulnerabilidad y dependencia que tiene el ser humano, especialmente en la infancia. Sostiene que ese niño o niña nace en un estado de total indefensión y dependencia de los otros para su supervivencia. Este desvalimiento se manifiesta en la necesidad de cuidados físicos y especialmente afectivos, sin los cuales no podría sobrevivir a la experiencia.

Utilizo estos conceptos porque me permiten pensar una analogía entre ese recién nacido y la persona en situación de calle, en relación al estado de vulnerabilidad de ambos y a la necesidad de un otro que aloje. La situación de pre- maduración del lactante marca con su impotencia ese estado de tensión interna que, por hambre o sed, lo empuja hacia un llamado al otro a través del llanto. El destino de ese sujeto dependerá de que haya -o no- alguien para escucharlo.

Demanda de una acción adecuada de parte del adulto que ponga fin a ese estado. Ello explicaría el origen de por qué en el adulto el desamparo puede caracterizarse como la situación traumática por excelencia en la generación de angustia. ¿Ǫué relación guarda entonces el desvalimiento psíquico con el desamparo social?

Las estructuras sociales y las interacciones humanas, como una de las fuentes de malestar pueden reproducir y exacerbar el desvalimiento psíquico original. El desamparo social es la percepción de aislamiento, falta de apoyo y vulnerabilidad que un sujeto siente en su contexto socio-cultural. Por lo tanto, cualquier manifestación que ponga en juego ese desamparo reactualizará la experiencia del desvalimiento.

¿Cómo llegan estos sujetos a vivir en estas condiciones y cómo muchos quedan atrapados durante años o hasta el final de su vida? Dice el licenciado Enrique Rattin que hoy el lazo social empuña la desconfianza. La estabilidad psíquica del sujeto es desalojada del amparo que proporciona la relación con el semejante. Se ha construido un encuentro con el otro sin compromiso y sin responsabilidad.

El examen psicoanalítico del desamparo no puede ignorar al sujeto arrojado a este mundo contingente y absurdo. La fragilidad simbólica que atraviesa el actual momento social e impacta directamente en el psiquismo, invita al sujeto a convivir con el miedo. Este hecho reactualiza el desvalimiento.

La falta de cohesión social, la pobreza extrema, las injusticias, las dinámicas de poder y las violencias generan un sentimiento de desamparo análogo al desvalimiento experimentado en la infancia. Lacan consideraba que la experiencia del desamparo perdura inalterable a lo largo de la vida, siendo estructural. Si el desvalimiento es estructural el desamparo también lo será, solo nos resta poder ubicar coordenadas con el fin de acotar alguna expresión desmedida de este.

Freud en 1926 reformula su teoría sobre la angustia, proponiendo dos modos. En uno mantiene la idea de que el sujeto expuesto al exceso de excitación vive una situación de desamparo, necesitando ligar o tramitar el exceso de estímulos que lo desborda. Una forma de angustia que Freud considera originaria es la que se produce por el estado de desamparo psíquico del lactante separado del otro de los primeros cuidados que, en el ideal, satisfacía todas sus necesidades sin demoras. La otra forma es la que conocemos como angustia señal.

Es la angustia automática y calificada de originaria la que emerge cuando el desamparo se reactiva en la vida adulta. El sujeto se queda a la intemperie. Es por eso que al estado de desamparo lo podemos considerar como el prototipo de la situación traumática, que a través de su reactivación actualiza el estado de necesidad primitivo. La manifestación de esa angustia adquiere diferentes formas en esta población e incluye la que experimenta muchas veces el profesional que interviene y que le permite ubicar una señal de alarma que pone en funcionamiento un dispositivo que a veces salva vidas.

Cada vez que alguna situación disruptiva se presenta, entra en conexión con ese desamparo originario. Es algo de lo irreductible de la pulsión, lo no ligado a ninguna representación, a ningún significante. No es casualidad que cualquier creación que implique algún acto, en lo social o en lo singular, pueda ofrecer una salida que signifique lo traumático e inscriba algo del exceso que habita en el desamparo, única respuesta posible a mi entender.

Juan lleva más de un año en situación de calle; actualmente corta el cabello en una iglesia de Capital con una máquina que se compró con sus “changas” y con ayuda de un comerciante de la zona. Cobra a quien le puede pagar y también lo hace gratis a personas que no pueden. Así accede a una habitación en un hotel. Lucha contra el consumo y con los demonios que cada tanto se reavivan y lo encuentran nuevamente en la calle en repitencia compulsiva.

El desamparo es el “no estar al abrigo de”, marca de lo indecible, donde la única respuesta es alguna forma de angustia automática. Confronta al sujeto, retroactivamente con esa experiencia de peligro absoluto y vital, incluso ante amenazas que parecen mucho menores.

¿Se puede estar, como otro, a la altura de ese sentimiento originario de vulnerabilidad? Las personas en situación de calle suelen experimentar una pérdida significativa de identidad y de sentimiento de sí. La falta de un hogar y las condiciones de vida precaria afectan la percepción de sí mismos, generando sentimientos de inutilidad y desesperanza. A menudo se encuentran aisladas de sus redes sociales y familiares. El desarraigo social contribuye a sentimientos de soledad y abandono, lo que agrava su estado emocional. La vida en la calle implica una constante exposición a peligros físicos y situaciones de violencia. Esta inseguridad perpetua genera altos niveles de angustia.

La combinación de factores como la pobreza, el estado de alerta permanente y el abuso de sustancias como casi único modo de acallar el dolor conduce a un deterioro significativo de la salud. Condiciones como la depresión, el deterioro físico y el estrés postraumático son comunes en esta población. Tienen un acceso muy limitado a servicios de salud, lo cual impide la detección y el tratamiento adecuado de cualquier enfermedad o trastorno. Las posibilidades de acceso son, en su mayoría a partir de un otro que registre el estado de indefensión y que actúe aportando la acción eficaz.

El estigma asociado a vivir en la calle contribuye al desvalimiento psíquico. La discriminación y el trato deshumanizante por parte de la sociedad exacerban el sufrimiento psicológico. La prolongada exposición a estas condiciones genera un estado de desesperanza y abandono. La percepción de que no hay salida posible a su situación actual conlleva a un deterioro adicional de la salud mental.

Andrea es psicóloga, forma parte de los equipos de intervención y es quien planteó desde hace tiempo, no sin muchas resistencias, establecer un vínculo con las personas en situación de calle y luego sostener el trabajo siempre con los mismos profesionales. Un vínculo que permita en primera instancia armar un lazo, un alojamiento subjetivo que busque significar a ese “resto” que vive en la calle como un sujeto deseante con el fin de hacerle lugar a una demanda que excede siempre una cama y un plato de comida, apostando a la continuidad en el tiempo como única forma de favorecer un amparo posible.

La sociedad tiene un papel fundamental en la formación del psiquismo. La interacción social, las normas, el apoyo comunitario son cruciales para mitigar el desvalimiento psíquico. Cuando la estructura social falla en proporcionar ese apoyo, el individuo puede experimentar un profundo desamparo que refleja su vulnerabilidad psíquica. La inequidad, la falta de contención y la pobreza vuelven a vulnerar ese estado de indefensión primario y en ciertos sujetos marcará un destino infausto. Personas invisibles que duermen todas las noches a la intemperie. De mirada vacía, sin expresión en el rostro. Mirada que se va perdiendo a partir de la falta de registro del que pasa por al lado y no los ve.

Pablo dice que no lo ven. Lo ven solo si interrumpe el paso hacia donde quieren ir (los usuarios de un cajero donde dormía). Vive desde hace años debajo de la autopista, al lado de unas canchitas de fútbol. A veces lo invitan a jugar si falta alguien. A veces, si están completos también. Llegó a cursar el CBC. Su madre enfermó, un tiempo después murió mientras perdían “todo” lo poco que tenían. Ya había comenzado con el consumo.

Resulta significativo el cambio que van experimentando a medida que se prolonga y cronifica la situación de calle. Este cambio va de la posibilidad de pedir comida o ropa hasta llegar a una distancia emocional, una forma de aislamiento. Un aislamiento armado a medida para evitar la necesidad de un otro que no respondió y sigue sin responder. Una especie de marasmo con mínima respuesta emocional, menor actividad, caída del interés en su entorno debido a la debilidad física y al deterioro de su desarrollo integral. La interacción se va a acotando a responder a un saludo, a agradecer algo que se les dio o a asustarse cuando no se dieron cuenta de que alguien aparece abruptamente cerca de su espacio.

La indiferencia reactualiza el desvalimiento psíquico. Van perdiendo la capacidad para establecer relaciones seguras y saludables a medida que pasa el tiempo y se desarma el lazo social. El camino que se les impone sigue una dirección que parte de la dependencia excesiva hacia los demás, pasando por los conflictos interpersonales para llegar, por último, al aislamiento. El miedo al rechazo y la desconfianza los lleva a la evitación en las relaciones sociales para evitar el riesgo de volver a sentirse abandonados o desprotegidos.

Coinciden en que las primeras noches son las peores. Una experiencia inexplicable por lo terrorífica. Luego el compañerismo en algunos casos y la sobre adaptación en mayor medida les permite un tránsito hacia una cronicidad que va socavando la salud mental y la posibilidad de salir.

Van ganando terreno las conductas autodestructivas; abuso de sustancias, automutilación, comportamiento suicida. Manifestaciones que buscan manejar el dolor. El deterioro de su salud mental y el abuso de sustancias en particular, en la otra cara de la moneda, no les permite tomar buenas decisiones con respecto a su autoconservación. Aquellos que han experimentado un desvalimiento extremo tienden a respuestas desproporcionadas, desadaptativas, cambios del estado de ánimo severos, conductas impulsivas hasta un estado de abulia y apatía terminal.

Sandra actualmente es operadora en los equipos de intervención, trabaja en el programa. Hace algunos años estaba en situación de calle. Afirma que no hay amparo posible para las personas en situación de calle sin un trabajo de Re vinculación sostenido en el tiempo como piedra fundamental que tenga en cuenta la salud mental. Todo lo demás como la capacitación, subsidios habitacionales se monta sobre la re vinculación.

Un otro que levanta, que da un lugar, que construye subjetividad y que lo sostiene en el tiempo hasta que pueda caminar por sus propios medios. Los medios que adquirió junto a otros. La persona en situación de calle en última instancia nos evoca el desvalimiento propio, el fracaso de la sociedad. La potencia de que ese destino es posible. El rechazo que depositamos ahí nos permite tenerlo a raya. Lejos. A veces, a dos baldosas de nuestro hogar.

Acerca del autor

Gustavo Gaccetta

Gustavo Gaccetta