Pensar en la identificación, como concepto y como proceso, nos remite a la cuestión del desarrollo del aparato psíquico conceptualizado por el psicoanálisis y las cuestiones que de dicho proceso advienen.
Podemos definir a la identificación, al decir de Laplanche y Pontalis, como un “Proceso psicológico mediante el cual un sujeto asimila un aspecto, una propiedad, un atributo de otro y se transforma, total o parcialmente, sobre el modelo de éste. La personalidad se constituye y se diferencia mediante una serie de identificaciones”. [1]
Es a partir de dicho proceso que podemos pensar en la constitución subjetiva, particular en cada sujeto, y las condiciones en que dicho proceso se desarrolla.
Dicho de otro modo, no hay un “ser” de la naturaleza, el YO SOY es el resultado de un interjuego de identificaciones. Identificaciones que, como dijimos más arriba, están jalonadas por una historia, historia cuyas marcas y recorridos van proveyendo de dicho entramado.
Intentando hacer un poco de historia con relación al concepto que nos ocupa, fue Freud quien planteó un primer lazo directo, afectivo e inmediato, que denominó identificación primaria. Identificación que se da en el vínculo primario con la madre y que será —digámoslo de manera metafórica— el molde en el que luego se plasmarán las identificaciones que advendrán a posteriori y que llamó identificación secundaria.
Es a partir de aquí que podemos transitar la identificación desde dos perspectivas diferentes y complementarias; afirmamos entonces que la identificación es al mismo tiempo un proceso y un resultado.
Resultado porque posiciona al sujeto en un lugar particular en su relación con el mundo y los otros, entendiendo esto como su posición en el entramado significante al cual adviene. Y, proceso, ya que dicho decurso está jalonado por su historia y, como ya dijimos, las marcas que de dicho proceso se significan.
Pensar en los términos que planteo, me permite repasar a la encrucijada identificatoria en términos dinámicos y productora de sustituciones objetales en el largo recorrido del vivir.
Avanzando en el estudio, conocimiento y análisis de dicho concepto, sabemos que hay momentos en que la problemática identificatoria cobra relevancia y nos permite, en el trabajo analítico, acercarnos a la cuestión de una manera mucho más vívida.
Hace unos años, atendiendo un adolescente de unos 16 años que transitaba una adolescencia con cierta efervescencia, tuve ocasión de acompañarlo en dos momentos que considero interesantes de compartir porque, en esta viñeta, está presente esto que llamamos resultado y proceso. C, un joven con algunas dificultades en su posibilidad de acercamiento a las chicas, comienza a entablar un vínculo con una joven de su edad y que poco a poco le demuestra su interés y ganas por conocerlo, ser conocida por él y compartir cada vez más tiempo juntos.
Situación que para C fue todo un acontecimiento porque desde hacía largo tiempo él anhelaba tener una oportunidad como la que comenzaba a perfilarse. Es en esta ocasión que C trasmite el comienzo de lo que dio en llamar “un presente complicado”. ¿De qué se trataba la complicación? Momentos de angustia y agitación que lo sumían en un estado de letargo e inactividad ya que a su criterio aparecían preguntas que nunca se había hecho. Más se acercaba su partenaire, más se asustaba de preguntarse si de verdad le gustaban las mujeres o era todo este vínculo una simulación que encubría una posible inclinación por los varones.
La clínica con adolescentes nos enseña, y no sólo dicha clínica, que en determinados momentos del recorrido vital, surgen situaciones, inesperadas o no, que hacen aflorar ideas, sentimientos, emociones que previamente no aparecían (por lo menos de manera consciente) y producen efectos de vacilación en el sujeto.
La relación de C con su chica transcurría en un escenario de interés dudas y vacilaciones que alejaban al joven de la posibilidad tan deseada, tiempo atrás, de tener una experiencia que lo definiera como perteneciendo al mundo de los Grandes; ellos, los Grandes, no eran otros que los que habían podido consumar un encuentro íntimo y satisfactorio, que les diera chapa de conocedores. C oscilaba, al decir de Borges, entre el amor y el espanto.
Por esos días tuvo una experiencia conmovedora que lo puso en un estado de mucha angustia y miedo. Estado que resignificaba sus dudas y temores en relación con su elección sexual.
En una visita a casa de su padre. Los padres hacía no mucho tiempo se habían separado y él era el único de los hermanos que concurría a visitar a su padre en la nueva casa donde vivía a partir de la separación.
La situación que le tocó vivir y que tuvo mucha dificultad en contar en la sesión se refería a que, como dijimos, estando en la casa de su padre, este le pide que lo espere unos minutos, que tiene que mostrarle una sorpresa. Y para su sorpresa aparece su papá vestido de mujer haciendo un despliegue que a C deja sin palabras y con mucha angustia. Angustia que en los primeros momentos,días, lo dejó sumido en un estado de estupefacción que preocupó a su mamá y sus hermanos quienes no sabían nada de este episodio ya que su papá le pidió que no compartiera con nadie el secreto que sería de ellos y de nadie más.
Él, a posteriori de la experiencia, puso en cuestión y enmarcó la pregunta previa: ¿será qué me gustan los hombres? ¿Será qué soy como mi papá?
Ejemplo que nos pone en el recorrido del proceso identificatorio que se expresa, como sabemos, en la adolescencia y que, en este caso específico, nos muestra un vínculo particular de un varón con su padre y los emblemas que C adquirirá como legado paterno-masculino a la salida del Edipo que lo posicionará en relación con el falo y su ubicación como sujeto.
La situación vivida fue desplegándose discursivamente y fue permitiendo la posibilidad de trabajar la circunstancia de su relación con su papá y el legado que adviene del vínculo planteado por su padre. Vínculo que se internaliza y ancla al modo de la identificación y que desplegará la pregunta acerca de qué es lo que es propio de uno que viene del otro. Y de que me apropio de lo propio. Dialéctica que envuelve la constitución subjetiva y da como producto la afirmación del YO SOY.
A es un joven de 18 años que atravesaba una situación de mucha angustia y sufrimiento que me llevaron a sugerirle la posibilidad de una interconsulta psiquiátrica. Propuesta que A rechazaba diciendo que él no estaba loco y que dicha intervención solamente promovería una segura medicación que él no estaba dispuesto a admitir como posibilidad.
El cuadro de angustia de A no cedía y al mismo tiempo comenzaron a aparecer en su relato conductas obsesivas que lo complicaban a la hora del desempeño de sus actividades cotidianas. Decidí plantearle que si él no hacía la consulta, yo hablaría con sus padres para ponerlos al tanto de la situación, ya que A incrementaba su angustia y su dificultad en salir de su casa y llevar adelante sus obligaciones y su vida diaria.
A me dijo que lo pensaría y a la sesión siguiente comentó que él habló con sus padres y, con un tono de alivio, relata que se sorprendió sobre todo al encontrar un eco positivo en sus padres y supo que cuando él era muy chico su papá pasó por una situación relativamente similar, ya que, frente a un cuadro de angustia, durante un tiempo tuvo que tomar medicación propuesta por un psiquiatra.
Al decidir de su papá la indicación del psiquiatra fue muy adecuada, ya que luego de un tiempo consiguió disipar el estado de angustia en que se encontraba y siguió adelante con la vida cotidiana.
El efecto de las palabras de su papá tuvo un resultado casi inmediato. La sensación de no ser ni estar “loco” se disipó, aceptó la medicación y eso nos permitió seguir trabajando discursivamente sobre su estado y las cuestiones que él suponía que se ponían en juego en relación con sus obsesiones y la angustia consiguiente. Las situaciones clínicas que acabo de relatar ponen en cuestión, a mi modo de ver, la problemática de la identificación en un momento particular del recorrido vital.
Sabemos que nuestro tiempo es un tiempo donde se han puesto en cuestión las problemáticas ligadas a los temas de género. Sin ánimo de abordar estos interrogantes, pienso que nosotros, los psicoanalistas, debemos hacer nuevos recorridos teórico-clínicos sobre estas cuestiones que nos permitan hacer un abordaje novedoso y desligado de corsés teóricos que nos impiden una visión y comprensión de estos problemas que se nos presentan.
Desde esta perspectiva ¿cómo pensamos la construcción de una identidad sexual?, ¿sigue vigente la formulación de lo edípico como el momento estructurante de la identidad sexual o podemos pensarlo desde una complementariedad otra la construcción de dicha identidad?
Si pensamos en términos de la libertad sexual actual ¿lo pensamos como una elección o cómo un imperativo epocal?
Una aproximación posible a esta pregunta es que de ninguna manera podemos decir que ambos términos son excluyentes, el imperativo epocal no sería otra cosa que un ideal (aspecto del superyó) que se pone de manifiesto en las conductas frente a esta problemática. La posmodernidad trae como ideal la cuestión de que todo es posible y que no hay un límite en relación con el placer y lo que se hace en pos de su consecución. Desde esta formulación también podemos reflexionar sobre la cuestión identificatoria ya que hay un ideal de posibilidad absoluta y total al que el sujeto se identifica y sostiene.
Cuestiones novedosas que nuestro presente trae a la consulta. Ciertas posiciones de los jóvenes ¿son nuevos modos de presentación de la identidad sexual producto de la identificación o la manera actual de confrontación con los ideales planteados por la generación precedente?
Planteada la pregunta, nuestra clínica nos irá mostrando la multiplicidad de respuestas posibles partiendo de la singularidad del caso por caso.
Por último me gustaría compartir una cita de A. Einstein que, creo, acompaña este recorrido y que reza más o menos de esta manera: “Ha llegado el tiempo en que podemos romper el átomo para ver sus partes. Lo que todavía no hemos conseguido romper es el prejuicio”.
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