NÚMERO 26 | Octubre 2022

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Pandemia: sufrimiento psíquico. Modos de enfermar. «Para pensar juntos» | Gloria Abadi

Trabajo presentado en la Jornada de Psicosomática: «Pandemia: sufrimiento psíquico. Modos de enfermar. La pandemia, un enemigo desconocido que jaquea la salud mental del sujeto», organizada por el Área de Psicosomática de la AEAPG y realizada en el mes de mayo de 2021.

A raíz de esta invitación, cuando empecé a pensar alrededor del tema del sufrimiento en los vínculos en momentos de pandemia, me di cuenta de que iba a ser incapaz de analizar lo que yo misma estaba viviendo. Y un poco me asusté, ya que me había comprometido a participar de la Jornada con entusiasmo.

Recorrí mi quehacer clínico, la experiencia de relacionarme con los pacientes mediante dispositivos remotos, participé como la mayoría de mis colegas en numerosos debates e intercambios acerca de cuál es el cuerpo que se pone en juego a la distancia. En varios de estos encuentros nos preguntamos si hay algo que se modifica en nuestras teorías con una práctica atravesada por tanta incertidumbre y temores compartidos con nuestros pacientes, también cuánto de lo que transcurre en el vínculo analítico a distancia puede ser transformador, y tantos interrogantes más que recogían los problemas teóricos, clínicos y personales con los que nos fuimos encontrando.

Estas preguntas nacían de nuestras existencias estalladas ante las vivencias de fragilidad, incertidumbre, temor a la muerte que cada uno intentó tramitar desde su propia singularidad aislada en la búsqueda de inventar un lazo con otro y así recrear un estar colectivo.

Fui amigándome con la idea de que no se trataba de forzar respuestas o teorías en este presente convulsionado. Entonces, se me ocurrió diseñar esta presentación con un formato que consiste en relatar/contar lo que fui viendo todo este tiempo en los pacientes, sus modos de vincularse o aislarse como efecto de una amenaza de enfermar en ocasión de un virus que contaminó al mundo entero. Incluyendo por supuesto mis propias afectaciones. Y entremezclar algunas reflexiones propias o de autores que me han ayudado a darle algo de luz a una situación tan imprevisible que nos impulsa a poner en suspenso mucho de lo ya pensado.

En la búsqueda justamente de cómo transmitir estas ideas, me encontré con la noción de cartografía desarrollada por Deleuze y Guattari. Es una propuesta que invita a recorrer lo que sucede evitando anticipar explicaciones y causalidades.

La cartografía no es equivalente a un mapa o a una descripción espacial. Se trata de hallar ahí los núcleos problemáticos impensados que lo son porque suscitan trazados de nuevas configuraciones cuya forma no podemos anticipar, aunque sí tenuemente esbozar. [1]

La cartografía no se pregunta por la esencia de algo, ¿qué es?, sino por su funcionamiento, con qué conecta, con qué hace máquina.

La cartografía es un mapa inmanente que construirá el territorio en su mismo trazado, no lo preexiste ni se extiende más allá del dibujo cartográfico. Así mismo, este mapa no es independiente del cartógrafo, pues opera por ese punto de indiscernimiento que es la afección. El cartógrafo se envuelve en las fuerzas del territorio y las sigue.

De estas definiciones me parece importante retener: no hay preexistencia, afección, acontecimiento, intuitivo. Les propongo entonces escuchar este trabajo con un espíritu de cartógrafo, voy a plantear desde ahí algunas situaciones de la clínica y, como dije, algunas reflexiones… lo demás, los invito a que lo trabajemos juntos.

Cuando estalló la pandemia, en el centro de Salud Mental donde trabajo, se implementó un dispositivo para atender las consultas de una comunidad desestabilizada y aterrorizada ante un flagelo que nos imponía drásticos cambios de vida. Nuestro presente se desarticuló y había que pensar cómo dar una respuesta, aunque provisoria, a mucha gente que necesitaba ayuda. A través de un dispositivo telefónico continuo y una dirección de email, atendíamos a personas desesperadas, perdidas, urgidas de ser escuchadas. Fugaces vínculos telefónicos que duraban más de media hora para alojar la desesperación, la perplejidad ante el borramiento de los anclajes identificatorios que otorgan estabilidad.

—Mis hijos nunca se ocuparon de mí, no nos llevamos bien…, pero ahora los necesito.

—Todas las tardes me ocupaba de cuidar a mi nieto. Ahora mi hija ya no quiere que vaya, tiene miedo que me contagie… Me siento perdida y con mucho miedo…

—¿Puedo volver a llamarla mañana? ¿Ud. a qué hora está? No quiero que me atienda otra doctora….

—¿Quién va a hacerme las compras ahora? Estoy sola…

La desolación que escuchábamos resonaba en nuestra propia desolación. Esos contactos telefónicos también nos calmaban a nosotros, a los profesionales, y reencontramos en momentos tan caóticos algo de nuestro lugar: ofrecer una escucha y sentir que el otro de a poco recobraba cierta serenidad también se constituía en un modo recíproco de apuntalamiento, a veces, mediante datos concretos como dónde recurrir para tal trámite, pero especialmente brindando una voz, un tono, un tiempo para que el sinsentido logre aquietarse.

Nuestro centro de salud también había cambiado su funcionamiento, debido a la alternancia de profesionales para evitar los contagios, los pasillos estaban silenciosos y desiertos. En momentos en los cuales el encuentro con los otros, la posibilidad de compartir experiencias y afectaciones se volvía vital, el aislamiento impuesto y necesario nos dejaba sin esos abrazos simbólicos tan propios de la dinámica de nuestra institución. También nosotros estábamos buscando algunas referencias para reencontrar lo familiar en nuestro lugar de trabajo. Estábamos ávidos de colectivizar esa clínica que se hacía presente a través de voces anónimas y reconstituir así el lazo entre compañeros para ponerle palabras a lo que se instalaba ya en nuestros cuerpos. Pero ¿qué sentíamos? ¿Cómo se llama esa afectación?

Amador Fernández Savater habla de cuerpo extrañado… y vale la pena escucharlo:

Estar raros quiere decir que no sabemos lo que pasa, que estamos desconcertados, que no tenemos mapa, que no sabemos lo que sirve y lo que no sirve de lo que llevamos en la mochila.

Para pensar con el cuerpo la situación actual hay que colocarse ahí, ante este acontecimiento que provoca extrañeza. ¿Qué es la extrañeza? Que ya no es todo como siempre. Los vínculos se han vuelto otros, yo también funciono distinto, tengo ganas de cosas distintas; no sabemos muy bien lo que viene y que es lo que hay que hacer. Pensar desde un cuerpo extrañado, desconcertado. Intentar ponerle nombres a eso, porque me parece que no tenemos nombres.[2]

La distancia fue la marca para preservarse. La falta de ese contacto cotidiano con el otro, a veces fugaz, un saludo en la escalera, un cómo está tu hijo, la charla espontánea frente a la máquina de café visibilizó cuánto de ese transcurrir desprogramado, imprevisto se vuelve central en un vínculo… y en nuestra vida. Es lo que hace que no sea un continuo de setenta y dos actividades, obligaciones, responsabilidades encorsetadas en horarios preestablecidos. Esa delgada línea entre rutinas/anclajes y cierto oxígeno que aporta lo espontáneo, lo que simplemente surge ante la presencia del otro. Una discontinuidad que brinda una pausa y conecta con un afuera en movimiento.

Antes de la llegada de la pandemia, empecé a interesarme por las ideas del filósofo italiano Bifo Berardi, quien refiere que vivimos una mutación conectiva, propone que la tecnología digital trae aparejados cambios que han afectado nuestra sensibilidad y que inciden en nuestros modos de relacionarnos. La conexión, dice el autor, se refiere a reglas de generación codificadas, a un diseño que respeta reglas precisas de comportamiento y funcionamiento. Me interesa señalar especialmente, para este escrito tan intuitivo, cómo este modo de relación deja por fuera los cuerpos guiados, como dice Berardi, por la sensibilidad y la empatía.

Es decir, lo preestablecido, lo ya codificado en perjuicio del encuentro de los cuerpos y lo que de allí devenga. Considero que algo de lo que propone se visibilizó con el confinamiento, cuerpos imposibilitados de encontrarse presencialmente para captar las vibraciones, los olores, las texturas, todo aquello del campo de lo sensible que otorga sentidos multívocos.

Así, estos nuevos modos de vida sostenidos casi fundamentalmente en la autoconservación expresan una pérdida del marco que organizaba implícitamente la vida con los otros; la distancia que resguarda del contagio recubre los encuentros de un artificio que preserva de cualquier espontaneidad que pudiera poner en riesgo la salud. El otro se vuelve un extraño del que desconocemos los movimientos que podrían convertirlo en un potencial contagiador. Así, los vínculos, la vida con los otros en general debe ser pensada más que vivida libremente, el sentir da paso a un análisis de la conveniencia o no de avanzar en determinado encuentro.

En el desafío de seguir trazando territorio, les propongo algunas situaciones de la clínica…

Durante el 2020, Carmela nunca puso el foco de sus preocupaciones en la pandemia o en el confinamiento. Organizó rápidamente el trabajo desde su casa e impulsó nuevos proyectos que la llenaron de entusiasmo. Algunas de mis intervenciones destinadas a incluir un mundo convulsionado por un virus imparable producían poca resonancia. Todos los problemas que se suscitaban dejaban afuera la cualidad de incertidumbre y fragilidad propias de estos tiempos atravesados por la amenaza de enfermar. Decía pasarla muy bien con su pareja, disfrutaban del tiempo juntos. El COVID-19 entraba sólo en escena a través de los temores y necesidades de sus padres; Carmela era receptiva ante sus demandas, pero nada de ese mundo peligroso e inquietante se derramaba en su controlada cotidianeidad.

Al comienzo de este año y al regreso de sus vacaciones, comenzó a manifestar con insistencia su agotamiento. Estaba sorprendida de sentirse tan decaída… Intervine para decirle cuánto esfuerzo había estado haciendo para evitar sentir la vida en pandemia y que quizás, por alguna razón, algo de sus efectos se hacían sentir en ella ahora. Se quedó silenciosa y pensativa. «Sí, estuve pensando todo lo que extraño… por ejemplo, ya no tenemos en la oficina esas charlas espontáneas mientras preparamos un mate… es todo muy solitario».

Carmela pudo alojar algunos efectos de la pandemia cuando un agotamiento sin causa reconocida la sorprendió. Y, desde allí, le dio lugar a lo perdido. Su cuerpo cansado, extrañado en tanto extraño daba cuenta de las afectaciones silenciadas. Un comienzo de simbolización quizás pueda transformar el cansancio en dolor por la pérdida de un mundo en el cual el velamiento de la finitud era posible.

Nos referíamos a un mapa inmanente…

Para Gerónimo y Luisa, son tiempos muy difíciles. Gerónimo relata que al comienzo del confinamiento se sentía feliz… Por fin habían logrado permanecer mucho tiempo en familia con sus tres hijos, sin horarios y responsabilidades que los obligaran a salir. El refugio hogareño les brindaba una seguridad de la que disfrutaban frente a un mundo desquiciado. Una oferta laboral imperdible para Luisa interrumpe ese estado armonioso y obliga a la pareja a tomar una decisión que implica exponerse a un afuera peligroso. Aceptar el trabajo conlleva el riesgo de que esa ilusoria frontera construida a través de extremos cuidados se diluya y la posibilidad de enfermar ingrese en ese equilibrio familiar. Luisa está entusiasmada a pesar de lo que se pone en juego… Gerónimo la acompaña, pero está enojado y decepcionado. ¿Cómo puede Luisa hacer tambalear la quietud y la salud de sus vínculos más queridos por un proyecto personal? ¿Cómo trabajar esa decisión que reúne aspectos tan variados como el miedo, la lealtad a la familia, un deseo más allá de los confines de lo familiar y, por supuesto, abrir una puerta a la posibilidad de contagio? La incertidumbre y el temor se filtran entonces en esa cápsula imaginariamente hermética. ¿Cómo se aloja un hecho impensado?

Quizás, no apelando a significaciones que tengan su origen en otro tiempo, como dice Savater, colocarse en la situación y dejarse tomar por la extrañeza del acontecimiento. Acompañar entonces el sentir de cada uno, y reconocer que la impotencia, la fragilidad y el miedo a la muerte son sentimientos resultantes de un peligro real. Un camino de simbolización para tramar algo de ese afuera amenazador. A la vez, ir encontrando ciertos modos de control en lo cotidiano frente a lo que se presenta como arrasador.

Cartografiar es tener un encuentro único con el acontecimiento, con un no saber sobre el mismo.

Para Laura, sin embargo, la indicación de aislamiento preventivo debido a un contacto estrecho, la habilitó a separarse por unos días de su pareja con la cual mantenían una convivencia que se hacía insostenible, acentuada por el confinamiento preventivo. Vínculo con matices violentos, el trabajo en análisis giraba privilegiadamente en torno a constituir una autonomía emocional para sostener las zonas de placer no compartidas con su pareja. Con el aislamiento impuesto, recuperó un estado de soledad gozoso que quedaba justificado por una medida sanitaria. Si bien Laura, en distintas ocasiones, fantaseó con la idea de alejarse de su pareja en tanto la conquista de mayores grados de libertad para elegir, la característica del lazo que los unía impedía que esa representación pudiera jugarse en el afuera. Este aislamiento con fines de cuidado, la arroja a vivir un hecho nuevo que probablemente producirá movimientos en su economía psíquica.

Cuando hablamos de lo vincular, solemos referirnos al trabajo psíquico que deviene de estar con otro. El otro con su presencia impone un tope a la representación que construimos de él. Tope que puede ser vivenciado como frustración, decepción. Lo que Janine Puget conceptualizó como efecto de presencia. El otro así es un exceso en cuanto no se deja reducir a lo ya sabido de él. ¿Cuánto de esa excesiva presencia contribuyó a generar malestar en las parejas y familias obligadas al confinamiento para preservar su salud?

Este exceso desdibuja las zonas de silencio que fundan espacios de interioridad como un tiempo de descanso del trabajo psíquico impuesto por la presencia del otro. Esta continuidad puede tornarse árida ante la falta de otras fuentes de gratificación provenientes de otros vínculos. Clausura entonces que conlleva a un sobreinvestimiento de esas configuraciones vinculares que devienen, en estas circunstancias, en el único mundo posible. En ese repliegue forzado emergen demandas imposibles e intolerancias explosivas.

Vuelvo a Savater, sentirse raro con un cuerpo extrañado. Intolerancias y demandas que tienen que ver con esa extrañeza… del otro y de uno mismo. Convivir con esas extrañezas que no encuentran ningún envoltorio significante…

Podríamos decir que los vínculos transitan entre una excesiva presencia y distanciamientos prescriptos que interrumpen el encuentro de los cuerpos y afectan las corrientes afectivas.

Sin embargo, las afectaciones afectivas pueden tener distintas derivas…

Valentín es un niño de siete años que, a raíz de las peleas entre sus padres, hace tres años que no ve al papá. El juzgado indica un proceso de revinculación, pero a pesar del trabajo con el niño para entender su negativa a la luz de la historia que va relatando, la posibilidad del encuentro con su papá no logra materializarse. Durante el proceso terapéutico se fue trabajando ese vínculo interrumpido a través de fotos, recuerdos y juegos en la búsqueda de ponerle palabras a su tenaz negativa. Valentín tiene una relación muy estrecha con la madre. Viven los dos solos y hacen todo juntos. El niño no sabe pensarse separado de ella, teniendo pensamientos y deseos propios. Las entrevistas intentaban abrir un espacio de autonomía que no sea vivido como una desvinculación impuesta o un abandono. Lo otro, lo diferente era rechazado porque amenazaba una fusión sentida como amparadora. En ese escenario no había lugar para amigos, otros ajenos al mundo familiar. Su padre era considerado un extraño, debía mantenerlo alejado para no poner en riesgo el vínculo de excesiva dependencia con su madre.

Durante el 2020, debido a las dificultades en las comunicaciones producto del aislamiento, perdí contacto con esta familia. En marzo de 2021, logré restablecerlo. Ya, en el primer llamado, Valentín dice que quiere ver al padre, que en este último tiempo estuvieron chateando un poco y que acepta que lo pase a buscar. No es la intención relatar este caso que lleva muchos años de trabajo, sino abrir algunas líneas de pensamiento… el confinamiento ¿precipitó un cambio que era impensable antes? Como si el engolfamiento propio de este vínculo hubiera encontrado una línea de fuga a partir del aislamiento impuesto, la asfixia de lo endogámico abrió la posibilidad de asomarse a la experiencia de tener un padre.

¿Qué efectos devendrán de estos encuentros semanales entre padre e hijo? Realmente imposible anticiparlo…

Los psicoanalistas sabemos de lo singular del sufrimiento en cada sujeto: sus trazados libidinales, la trama edípica, su dinámica inconciente, sus fantasías, el lugar del otro en su constitución psíquica delinean modos de gozar y de enfermar. Parece que el COVID-19, en su forma errática e impredecible de habitar cada cuerpo que hace en él un recorrido particular, evidenció aún más esta noción de singularidad. Me refiero a lo enigmático que resultan algunos contagios y lo sorprendente de personas que conviven estrechamente y, sin embargo, no han padecido la enfermedad.

Como dije, nuevas preguntas, nuevos núcleos problemáticos…

En esta travesía escrita compartí con todos ustedes algunos trazados, algunas ideas que cuentan distintos modos de sufrir, pero también muestran cómo esta situación límite, que exalta temores tan primarios, puede a la vez gestar derivas novedosas. Me refiero a experiencias inéditas, un hacer que pone en movimiento ciertos modos de funcionamiento cristalizados que permiten quizás desanudar algunas fijaciones en los vínculos.

Notas al pie

[1] Deleuze, G. y Guattari, F. (2006): Mil Mesetas: capitalismo y esquizofrenia. Valencia: Pre-Textos.

[2] Fernández Sabater, A. (2021, 15 de febrero). Si conseguimos habitar la incertidumbre estaremos sembrando otra cosa. Lobo suelto. Anarquía coronada. https://lobosuelto.com/si-conseguimos-habitar-la-incertidumbre-estaremos-sembrando-otra-cosa-amador-fernandez-savater/

Bibliografía

Berardi, F. (2016). Fenomenología del fin. Sensibilidad y mutación conectiva. Buenos Aires: Caja Negra

Deleuze, G. y Guattari, F. (2006). Mil Mesetas: capitalismo y esquizofrenia. Valencia: Pre-Textos.

Puget, J. (2015). Subjetivación discontinua y psicoanálisis. Buenos Aires: Lugar

Savater Fernández, A. (2021). Lobo suelto. Anarquía coronada. http://lobosuelto.com/tag/amador-fernandez-savater/

Acerca del autor

Gloria Abadi

Gloria Abadi

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