La ópera es un arte donde se despliegan varios escenarios sensoriales y perceptivos, la música, el canto, la poesía, las artes combinadas en todas sus dimensiones. En cada obra se arma una compleja alquimia de expresividad y belleza a través de los tiempos. La ópera Carmen, de gran despliegue, se sitúa en el periodo del romanticismo en Sevilla; si bien no es muy bien recibida en Paris, alcanza su consagración en Viena y su esplendor, hasta nuestros días, por la belleza de sus melodías, sus narrativas (uno de los mejores libretos según los críticos) con varios tópicos: el amor, las pasiones y los estereotipos del sistema relacional que los protagonistas principales representan.
En este número de la Revista nos propusimos hacer dialogar al psicoanálisis con la música. Para esta sección de Ayer y Hoy, qué mejor que tomar la Ópera para un diálogo posible. Para ello tomaremos al psicoanálisis (aplicado) y los estudios de género (género: como «una categoría útil para el análisis histórico» Lamas (1996)[i], que nos permitirán conjeturar una lectura de Carmen en clave posmoderna.
Una mirada crítica nos acercaría a los debates, desde la dimensión política de las subjetividades y, en lo que respecta a la feminidad, los importantes vacíos y objeciones en los desarrollos teóricos del psicoanálisis tradicional ya que si la anotomía es destino, esto ha sido clave para que la sustentación de la diferencia de los sexos haya recaído con gran impacto en la división y desigualdades entre varones y mujeres. Así, en la Modernidad se construyeron los mitos del ideal de mujer: el mito de la maternidad: Mujer = Madre, el mito del amor romántico y el mito de la pasividad erótica femenina (Fernández, A. M. 1993)[ii]. Con estos conceptos podríamos decir que la actitud desafiante de Carmen tenía como telón de fondo no someterse a las prerrogativas de género de los imaginarios sociales de la época y, frente a ello, vive libre como mujer y no cedía a las presiones ni a ataduras.
En este escenario imaginario de la obra y, tomando en cuenta que «el malestar en la cultura conlleva marca genérica» (Reid, 2016)[iii] se hace visible lo insoportable que puede ser para un varón —frente a la necesidad de defender su masculinidad y el mantener el control— el rehusamiento de una mujer a sus deseos. Don José vive como afrenta narcisista irreparable el rechazo de Carmen al no desearlo y no elegirlo como único amante. La relación violenta entre Don José y Carmen combina «amor y poder» y diferencias de «clase y género» en el contexto socio-histórico del siglo xix. Las reflexiones pueden resultar limitadas si no se toman en cuenta las significaciones instituidas —dentro del sistema patriarcal— en cada momento histórico que asigna a cada género valores y roles determinados: para los varones el poder, el valor del mundo público; para las mujeres, la subordinación y el mundo doméstico. Este dispositivo involucra diferentes ámbitos: la sexualidad, la afectividad, la economía y la política en todas las sociedades, con diferentes grados de complejidad e históricamente muy arraigadas. Para Carmen esto no era un destino posible cuando le dice a Don José: «Déjame ir o mátame» se substrae de ese poder, sostiene su libertad deseante jugándose el Yo; mientras Don José, desde la lógica de las relaciones patriarcales, pone en acto «mía o de nadie» matándola. En la cultura actual y en las subjetividades femeninas, persiste un tipo de enlace libidinal entre erotismo y poder relativo a la constitución del deseo heterosexual, que produce —vía el amor romántico— la sumisión de muchas mujeres al «amo social»: aquel que porta el poder. En la obra, Don José —como representante de las masculinidades tradicionales hegemónicas— se presenta ejerciendo violencia de género —ya no se puede sostener ni presentarlo como «crímenes pasionales»— por lo cual hoy, Don José estaría condenado por «femicidio», nada que haga pensar que es un pobre hombre, sino un varón ejerciendo su poder jerarquizado. Ha corrido mucha agua bajo el puente y, más allá de las múltiples lecturas que se puedan hacer de las obras desde las diferentes disciplinas, la ópera como cualquier expresión artística —todo arte es político— tiene el valor de representar la complejidad y riqueza de las pasiones humanas. Desde hace unas décadas, se ha revitalizado y modernizado de manera sorprendente el concepto y la dirección escénica de las puestas y el tratamiento de los textos; en los grandes escenarios del mundo hay mucho para ver con una óptica renovada y hasta transgresora de las clásicas puestas operísticas.
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