El presente trabajo corresponde a una reflexión teórico-clínica a partir del texto Lecciones de introducción al psicoanálisis de Oscar Masotta. En ese sentido, se dará lugar a algunas reflexiones puntuales que tendrán como eje central la noción de lapsus y risa en análisis.
Masotta (1991) refiere: «El psicoanálisis nos permitirá una cierta experiencia del inconsciente a través de la capacidad de la palabra de no nombrar a sus referentes, de referirse a otra cosa». Así, el autor pone el énfasis en que hay algo del orden del lenguaje, específicamente de la palabra, que nos permitirá conocer cómo opera el psiquismo de ese sujeto que articula su discurso. Más aún, de esta misma frase, podemos desprender, de alguna manera, nuestro quehacer clínico en tanto escuchamos palabras mas no sabemos, en una primera instancia, de qué dan cuenta realmente.
Este captar a qué refieren las palabras/discursos de nuestros analizandos no sólo establece un norte a nuestro trabajo, sino que también plantea un enigma para resolver, el mismo que se puede atestiguar, por ejemplo, en los lapsus. En un lapsus escuchamos palabras, sí, pero… ¿conocemos su significado? Mejor dicho, ¿sabemos qué quiso realmente comunicar el paciente? ¿Conocemos el mensaje que le subyace a lo oído? ¿Nos apresuraremos en darle un sentido?
Nuestro trabajo apunta, de alguna manera, a construir preguntas que, con mucho trabajo y buen viento, podremos ir desentrañando en la medida que sigamos señalando, pidiendo asociaciones y, sobre todo, escuchando. Quizá una viñeta pueda ejemplificar lo recién expuesto.
Roxana, de 58 años, es una paciente que veo hace pocos meses. Su esposo falleció antes de que Roxana iniciara el tratamiento conmigo. Ella se encuentra en todo el trabajo de duelo. A medida que se fueron desplegando las primeras entrevistas, A pesar del gran dolor que siente por su pérdida, Roxana empezó a contar cómo su matrimonio no había sido color de rosa y también acerca de sus varios desencuentros.
Poco a poco, Roxana habla de cuánto le dolía criar a sus hijos sola. Su marido se había ido a trabajar al extranjero por diez años y volvía al país solo cada tres meses y por pocos días. Cuenta que él faltó a varias fechas importantes como cumpleaños, celebraciones, entre otras. Si bien no manifiesta enojo en su discurso, sí aparecen el dolor y el llanto. Además, se asoman muestras de culpa cuando constantemente se pregunta si cuando su marido enfermó, ella hubiera podido hacer algo más para salvarlo, a saber, conseguirle otro tratamiento. Llora mucho mientras dice: «Quizá, si hubiera hecho algo más, él aún estaría vivo».
Sesiones más adelante, me cuenta que en 2016 (año en el que vivían juntos de nuevo) se enteró de que su marido tenía una relación oculta, la engañaba con otra mujer. Ella ya lo sospechaba, pero todo se confirmó cuando recibió una llamada de la otra pareja, quien le contó acerca de esta relación. A los pocos días, Roxana encontró una constancia de pago de la semana anterior de una cena y de un hospedaje para dos personas en un resort de parejas, reserva de la que no había participado, claro está. Se confirmaba aún más esta relación. Él siempre lo negó, pero para ella todo cambió por completo. Ya no podía confiar en él. Se volvió celosa, y cuenta que sus días eran de mucha angustia por no saber si cuando él estaba afuera «trabajando», en realidad estaba con la otra mujer.
En esta misma sesión, luego de contarme todo esto, me dice:
«En 2016 la desconfianza había muerto». Escucho esa frase y me pregunto: ¿la desconfianza había muerto? ¿Qué significa eso?
La miro y repito: ¿La desconfianza había muerto? Roxana me escucha, empieza a reírse como nunca antes lo había hecho y comenta: «Me equivoqué. Perdón, perdón, quise decir “la confianza había muerto”». Le marco que es curioso el lapsus y le propongo asociar…
Como bien señala la viñeta, en el espacio de análisis aparecen cuestiones que, mediadas por la transferencia, nos empiezan a proveer de luces para conocer ciertas operatorias del psiquismo de nuestros analizandos. Los lapsus dan cuenta, pues, de algo que se escapa, de algo no previsto y que obedece a un retorno de lo reprimido, pero que, como señalé líneas atrás, nos permitirá armar preguntas que sólo con el tiempo podremos ir aclarando. En definitiva, los lapsus dan pie a investir, en atención flotante, esa parte del discurso que, como aclaró Masotta, refieren a algo más. Por ello, la relevancia de solicitar asociación y ver qué aparece luego de marcarles el lapsus.
Ahora bien, Masotta (1991) refiere que «(…) los lapsus no obedecen sino a la necesidad de ocultar un deseo, y será por este desvío del deseo que las fallas de la palabra se relacionan con la sexualidad». A partir de esta cita, podemos inferir la cuestión del retorno de lo reprimido en tanto y cuanto los fenómenos del lenguaje señalarían un deseo que se reprimió y que en cierto modo «apareció» en el lapsus.
¿Qué deseo estaría evidenciando Roxana con ese lapsus? Ciertamente, aún sería muy pronto para saberlo, pero sí podemos empezar a hacernos algunas preguntas a manera de cartografía interna, claro está: ¿qué significa que la desconfianza haya muerto?, ¿estará hablando también de la muerte de su marido? ¿Cuándo muere su marido, muere la desconfianza? Son algunas preguntas que nos comandan a una misma tarea: seguir escuchando.
Por otro lado, un efecto que llama poderosamente mi atención es el lugar de la risa después de un lapsus. Si bien en la clínica observamos que, luego de un lapsus puede aparecer también angustia u otros, me resulta curioso interrogarme ¿cuál es el lugar de la risa luego de un lapsus? ¿Será porque libera algo de presión y exigencia pulsional? ¿Será una cuestión meramente de pudor por la relación entre deseo oculto/represión/sexualidad? Si bien la viñeta anterior lo ejemplifica claramente, presentaré otra de la misma paciente para pensar el lugar de la risa en el momento en el que el lapsus es puesto en evidencia, así como también darles un lugar a las cartografías internas puestas en juego.
En la misma sesión, y casi hacia el final, Roxana me comenta que está muy dolida por todo lo que pasó con su marido. Le señalo que la noto cansada por lo sucedido y me dice: «Sí, veintidós años aguantando esto». En mi mente hago cálculos y caigo en la cuenta de que los problemas con su marido iniciaron en 2016, de manera que algo no cerraba. Incluso, si lo que hubiera querido expresar era su cansancio por la mudanza de su marido al extranjero durante diez años, tampoco cuadrarían los números, así que le pregunto: «¿Cuántos años de casados tuvieron?». Me responde que veintidós, casi veintitrés y entonces le hago notar que había dicho: «Veintidós años aguantando esto». Roxana se ríe nuevamente, con notoria intensidad, y me dice: «No, no. Lo que aguanté fueron sólo cuatro años…».
¿Por qué la risa? ¿Denota que nos acercamos a un punto nodal en la sesión? ¿Es solamente una risa? ¿Es el efecto de acercarnos a un deseo reprimido y censurado para la conciencia? Sea como fuere, ocurre y resulta productivo pensar si le subyace algo o no.
Chiste y risa suelen ir de la mano en tanto el primero ocasiona al segundo. Sin embargo, para efectos de un lapsus, ¿podemos decir que cumple la misma función que un chiste y es capaz de ocasionar risa? Masotta refiere a Freud cuando señala que las enfermedades mentales estarían estructuradas como un chiste a raíz de que los síntomas se configuran al igual que todo chiste, es decir, «… el proceso psíquico que produjo un síntoma contiene un operador del tipo del significante…». En el chiste, afirma Masotta, «la palabra permanece, su sentido se desliza». Ahora bien, ¿no es esta la misma operatoria para el síntoma cuando entendemos que, para constituirse como tal, tuvo que recurrir a cierto deslizamiento que disfrazara su real significado? Un lapsus, considerado como una manifestación del inconsciente, se muestra bajo la misma lógica de desvío de significado donde, por un lado, algo permanece y, por otro, algo queda oculto. Los analistas escuchamos palabras, sin embargo, lo importante no es necesariamente lo que quiere decir el paciente, sino, fundamentalmente, lo que no quiere decir y que queda en evidencia en sus lapsus.
Esta fuerza represora que impide que se devele el deseo oculto es la misma que queda en evidencia cuando un sujeto se ve expuesto o, dicho de otro modo, «traicionado» por su propio psiquismo para develar aquello que desea en forma oculta. Quizá, por ello, la risa es como una descarga frente a la tensión liberada al dar luz a aquello que permanecía en la oscuridad. Para efectos de la viñeta presentada, la risa daría cuenta, precisamente, de una suerte de revelación en el discurso de Roxana: algo se aflojó de modo tal que encontró una ruta de escape para un deseo que seguramente, con el devenir de las sesiones, se seguirá elaborando.
Pareciera que cuando los pacientes hablan, transferencia mediante, la barrera de la represión se pusiera en aprietos. Como si hablar fuera sinónimo de abrir puertas por las que puede empezar a aparecer contenido no dicho, pero sí sentido, fantaseado, deseado y, evidentemente, reprimido. Quizá la risa provenga de ese resultado. Es decir, sabemos que el superyó no admitiría ese deseo oculto —el cual conoce por su íntima relación con el ello—, pero una vez que es expuesto, pondría en evidencia una cuestión penosa a la que la única manera de hacer frente es con una espontánea y liberadora risa. Pero… me sigo preguntando: ¿Por qué la risa luego del lapsus? ¿Qué oculta esa relación?
Recordando a Freud (1905):
En la risa están dadas las condiciones para que experimente libre descarga una suma de energía psíquica hasta el momento empleada como investidura (…). Según nuestra intelección del mecanismo de la risa diremos que la energía de investidura empleada en la inhibición ha devenido de pronto superflua al producirse la representación prohibida (…) el oyente del chiste ríe con el monto de energía psíquica liberado por la cancelación de la investidura de inhibición, por así decir, ríe ese monto.
Dicho de otro modo, Roxana ríe el monto de energía que antes estaba al servicio de ocultar un deseo oculto.
Si bien aún es muy pronto para tener mayores luces sobre qué quiere decir con que «la desconfianza ya había muerto» y que llevaba «Veintidós años aguantado esto», lo que sí sabemos es que algo se abrió, que ese logro da cuenta de que, por un momento, apareció una manifestación de su inconsciente y ello merece nuestra atención porque refiere a una falla en el discurso armado desde el proceso secundario y porque, al final de cuentas, nos invita a conocer lo que esconde esa relación oculta entre el lapsus y su risa.
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