El apremio de la vida suele presentársenos en la clínica de los modos más diversos; en este caso, llega con urgencia al celular de un analista que se encontraba de vacaciones en la playa solicitando un turno, inmediatamente, para aclarar que no disponía de tiempo para asistir.
Se presenta con la urgencia de que se lo atienda ya, cuando él no tiene tiempo.
La intensidad y gravedad de la demanda fuerza al analista a crear condiciones necesarias para llevar adelante un tratamiento, ¿cómo hacer si no hay tiempo?
Al entender del analista se trata de volver a las estructuras básicas para ordenar las cosas, el encuadre debe ser tan flexible como intensa la demanda, no sin dejar de lado las condiciones. Ya que el psicoanálisis es aquella práctica que sostenida en la regla fundamental, devela el significado sexual inconciente de los síntomas. Ahora bien, es fundamental situar que para ello es necesario crear las condiciones que hagan posible su práctica, el mismo Freud explicaba o fundamentaba cuestiones teóricas o técnicas a sus pacientes a fin de lograr su objetivo: analizar el paciente.
El paciente no llega con una rutina de trabajo, un honorario y la disposición a asociar libremente, llega más bien como puede.
En este caso llega sin tiempo y recién salido de una epojé en la que se había internado al morir su padre; no estuvo detenido allí, sino cursando una carrera que termina para salir a un mundo que prácticamente lo había olvidado, como buen sujeto, su lectura de esto es que el Otro lo rechaza, cuando fue en realidad él quien se desvinculó de sus afectos.
La omnipotencia de los pensamientos mantuvo a todos en un lugar atemporal, ¿si vivían en su mente, cómo no iban a estar en la vida cotidiana?
Situado en el lugar de la excepción, tal como la describe Freud, reclama al mundo que lo resarza por su sufrimiento, logrando así que se lo rechace con más intensidad aún, los que él denomina mejores amigos dicen que el vínculo ya ha terminado, que hace años que no saben de él, sin embargo, cuando se encuentra en una situación extremadamente delicada, de máximo desvalimiento, ellos lo acompañan en la vida y en entrevistas vinculares en su análisis.
¿Cómo alojar a un paciente sin tiempo en entrevistas?
Desde esta posición el sujeto anula cualquier anhelo de atenderlo, «no tengo tiempo», como anula sus propios anhelos volviéndolos imposibles; en este primer momento se pone en juego el deseo del analista, establecer la máxima distancia entre el ideal y el objeto al proponerle «ya tenés suficientes problemas, dejá que del horario me ocupo yo».
¿Cómo hacer posible el tiempo?
Freud nos ha heredado estructuras constitutivas que siempre es útil tener a mano, nos suelen sacar de apuros como las recetas de la abuela, el jueguito molesto de arrojar objetos por el aire es uno de ellos.
Indispensable en la vida ya que nos permite acceder a la representación del mundo, herramienta vital para andar por él en condición de humano.
SER O NO SER, esa es la cuestión, ya que junto a este juego las cosas se presentan así, si el objeto está es, si no está no es. El no ser de los comienzos es no existir, por eso Freud nos plantea con mucha sabiduría que son necesarias «repetidas experiencias consoladoras» para encontrar consuelo ante la ausencia del objeto; no está, pero existe, es toda una construcción simbólica que no suele venir muy aceitada. Las repetidas experiencias consoladoras vienen desde que los pueblos primitivos exigieran a sus gobernantes la garantía de que el sol saldría mañana, a los pacientes que hoy nos plantean angustiados si ella realmente lo acompañará al cine o no, la necesidad de garantía que se ha desplazado de la religión a la ciencia (concédanme la gracia de no hablar de los gobernantes de hoy) da cuenta de la falla constitutiva que tiene el ser humano con respecto a la continuidad.
Tiempo y espacio son categorías a construir.
Es justamente por ello que eso de arrojar objetos por el aire genera tanto placer en los «niños», ya que cada lanzamiento es una nueva experiencia consoladora para constatar que el objeto sigue ahí y, porque no también, de algún modo sobrevive a los arranques del sujeto.
Junto a esto, es también importante recordar otra constelación constitutiva que desarrolla Freud. Cuando la energía desborda el aparato psíquico, son necesarias tres cuestiones para lograr una descarga:
- Alterar el mundo exterior (el llanto suele funcionar bastante bien, en bebés)
- Conseguir asistencia de otro experimentado que asista
- Disminuyendo así la tensión en el aparato
Por cuestiones de extensión no se trabaja aquí el porqué de que el recorrido antes descripto sea fuente de todos los motivos morales, pero sí es importante dejarlo al menos mencionado.
Parece este ser un trabajo de lo simple y obvio, pero a veces con el apremio de la vida, lo simple y obvio parece ser lo más complejo de desarrollar; así, entonces, si un muchacho de 30 años intenta alterar el mundo con berrinches, desde ya les digo que estamos en problemas.
Seguramente va a lograr alterar el mundo, pero no para conseguir lo que necesita, para disminuir su tensión interna.
No se ubica esto en un tratamiento si no es a través de «repetidas experiencias consoladoras».
Cuando la lógica imaginaria está exacerbada, el sujeto se encuentra un una posición de sumisión, prestancia y derrota; sólo hay lugar para uno, es yo o el otro, y toda diferencia se vuelve amenazante.
Cuando se escucha al sujeto en este universo definido como el circuito infernal de la demanda, la pregunta se desprende sola: ¿cómo puede ser que esto suceda? ¿Cuál es el valor de lo imaginario que cuando el sujeto se ve exacerbado enloquece?
Otra vez propongo volver a lo constitucional; la función de la imagen es establecer la relación entre el organismo y la realidad, entre el mundo interno y el externo, notamos ya que es algo de vital importancia, si a esto le sumamos que la significación de la imagen es aportada por otro, que el conocimiento de la cosa lo da otro, aun el de la propia imagen, comenzamos a comprender la complejidad de lo simple.
A poco de comenzar su tratamiento, se hace evidente que el mundo se le presenta como la nada, algo que lo abarca y lo amenaza sin contenerlo, su familia no cuenta con las condiciones para acompañarlo, sus amigos dicen que no lo son, sin embargo, asisten a entrevistas en su análisis.
¿Por qué acceder al pedido de Leopoldo de realizar estas entrevistas?
Cuando la tensión imaginaria genera una lucha por puro prestigio con el semejante, toda diferencia se vuelve amenaza y, en este caso, el dicho de los amigos, aquellos otros que significan la imagen que representa al sujeto, indicaba que «él no existía», ya no era nada.
La idea de realizar estas entrevistas no era sólo facilitar las posibilidades de tratamiento que había, sino también mediar este decir al punto de que ambos fuesen posibles (soy su mejor amigo-no soy nada) según la posición desde la que se lo dijese. La posibilidad de aceptar la diferencia hizo que haya lugar para más de uno, que las relaciones no fuesen persecutorias, yo o el otro, que él pudiese ubicar que él se había ausentado de esos vínculos y que eso tiene consecuencias.
Y, además, considerando la gravedad del caso, constituyó una red de contención para el paciente que logró aceptar que eran buenos amigos ya que estaban allí acompañándolo a cursar, desde donde cada uno podía, uno de los momentos más difíciles de su vida.
Así se seguía distanciando/diferenciando el ideal del objeto, hay amigos que acompañan (objeto) aunque no lo hagan como vos hubieses esperado (ideal).
Hoy no puede ir a trabajar sin ser acompañado por la voz de su novia en el teléfono, la incertidumbre es tan grande que necesita hablar con ella desde que sale hasta que llega, el carretel de su vos lo acompaña a seguir representando el mundo, ¿estará el trabajo aunque lo haya dejado para volver a casa? ¿estará la novia aunque la haya dejado para ir a trabajar? Y, cada día con cada constatación de que las cosas continúan existiendo, surge la posibilidad de tomar nuevos rumbos en su análisis.
Él relata esto con dolor y frustración. Por supuesto que para su ideal, él tendría que ir a trabajar despreocupado y escuchando música, hacerlo sostenido de una charla por teléfono lo incomoda; lo que no puede ver es que ahora se puede ir, que ahora se va a trabajar, que el trabajo al que va está en relación con lo que él quiere para su vida, que deja a una novia que antes no había, etc., etc., etc.
Pero ahí está ella para recordarle que todo esto es nuevo, que ahora la nada ya no amenaza con tragarlo, que ahora hay mundo, hay trabajo, hay novia, diferencias que siguen apuntando a la máxima distancia entre el Ideal y el objeto.
Habiendo dejado de ser su carretel para pasar a ser una representación más de sus significantes, el analista puede continuar trabajando, pero quizás sea importante explicar que para llegar a ser una representación, ella hubo de ausentarse, apostando a que él ya estaba en condiciones de lograr representar lo ausente.
El día que su analista partió de viaje, apostando a que él renunciaría a la idea de matarse, le dio crédito, ni él renunció con facilidad ni ella dejó de atender el teléfono, pero esa «repetida experiencia consoladora» se diferenció de las demás.
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