En el segundo capítulo de «El yo y el ello (1923)», Freud formula la siguiente pregunta: «¿Qué quiere decir “hacer conciente algo”?».
Hacer conciente algo está en relación con que la conciencia es la que percibe, y ¿qué es lo que va a percibir? Podemos definir a la conciencia como una superficie que va a distinguir el espacio psíquico, y la conciencia percipiente va a tener dos polos a los cuales se va a dirigir: uno va a ser el sensorial que tiene que ver con el mundo externo y, el otro, lo interno, la percepción de los procesos internos.
Es interesante poder diferenciar a los procesos internos. Por un lado, están los sentimientos que, en «Pulsiones y destinos de pulsión» (1915), Freud los define como amor, odio e indiferencia. La otra posibilidad de percepción de procesos internos son las sensaciones de placer y de displacer. Y, por último, está el afecto que, en el «Proyecto de Psicología» (1895), Freud lo define como lo que queda de la vivencia de dolor.
Desarrolla una serie de elucidaciones sobre lo que son los pensamientos. Señala que las representaciones inconscientes son un material no conocido que se diferencia de la representación preconciente, ya que estas tienen acceso a la conciencia por conexiones con la representación palabra. Los pensamientos van a poder devenir conscientes por este proceso y van a devenir preconscientes cuando pierden conexión con la representación palabra. Define a la palabra como un resto mnémico de la palabra oída.
Plantea que en la constitución del yo resulta difícil diferenciar el adentro del afuera, y lo diferente que es el yo de placer purificado del yo de realidad definitivo, donde en un comienzo todo lo que está afuera es malo y lo bueno está adentro.
Es muy interesante este enroque que plantea Freud: para poder percibir determinadas cuestiones hay que trasponerlas en percepciones exteriores. ¿Qué significa o cómo es posible que para poder percibir pensamientos haya que trasponerlos en percepciones exteriores?
«Sólo puede devenir conciente lo que ya una vez fue percepción conciente; y, exceptuados los sentimientos, lo que desde adentro quiere devenir conciente tiene que intentar trasponerse en percepciones exteriores» (1923: 19). O sea, que el conocimiento de nosotros mismos, de nuestros sentimientos viene de afuera.
Los sentimientos, por ejemplo, ¿cómo se pueden trasponer en percepciones? Freud plantea que tienen que trasponerse en percepciones exteriores a partir de la representación palabra y toda la construcción que va haciendo de ella. La palabra es el resto mnémico de la palabra oída, entonces, esta se puede pensar como aquella percepción externa que nos da una representación o percepción de lo que nos pasa.
Si pensamos en términos de constitución psíquica, los tiempos son lógicos, porque cuando el niño altera el mundo exterior, en un principio, es a los gritos. Cuando grita necesita disponer de energía para hacerlo y ponerla al servicio de un grito, y eso supone una alteración.
Por la manera en que la madre interpreta el llamado o la alteración que produce el bebé, se van generando muchas cosas. Por eso, en el «Proyecto de Psicología» (1950 [1895]), Freud señala que, a partir del entendimiento, en realidad es un malentendido, surge la fuente primordial de todos los motivos morales. Otro punto importante es que la interpretación de este llanto tiene que ser más o menos correcta, si no la perturbación va a ser severa. Esto es lo que después Winnicott (2007) desarrolló como una «madre suficientemente buena», una madre que más o menos pueda responder de manera adecuada a los reclamos del bebé. También, alguien que sostenga el entorno para que su bebé pueda vivir su desorganización. El niño pequeño, si no se somete al otro, no vive, y este sometimiento tiene que ver con la posibilidad de ser atravesado por el lenguaje, de ser introducido en la cultura.
En este sentido, podemos pensar el concepto de violencia primaria de Piera Aulagnier (2007). La autora lo define de la siguiente manera:
Designamos como violencia primaria a la acción mediante la cual se le impone a la psique de otro una elección, un pensamiento o una acción motivados en el deseo del que lo impone, pero que se apoyan en un objeto que corresponde para el otro a la categoría de lo necesario. (2007: 36).
La función materna no sólo libidiniza a su cachorro, sino que también le ofrece recursos que le permitan ligar cantidades, de otro modo, el sujeto quedaría librado solamente al embate pulsional. También es exigencia de apertura de ese psiquismo, ya que ofrece una imagen identificatoria. Le aporta (Piera Aulagnier diría «le violenta») sentidos, significados, una imagen de ese niño que será un proyecto, un anhelo, una filiación. Violencia legítima y fundante para el sujeto en el cual la función materna codifica y violenta significaciones sobre el infans. Es la madre la que decide si el niño tiene frío, hambre, sueño, si está triste, contento, sensible, si hoy prefiere plaza o vereda, y así sucesivamente. Ella no decodifica un mensaje, ella codifica. Piera Aulagnier dirá: «La palabra materna derrama un flujo portador y creador de sentido que se anticipa en mucho a la capacidad del infans de reconocer su significación y de retomarla por cuenta propia». (2007: 33).
Continuando con el segundo capítulo de «El yo y el ello» (1923), Freud plantea que acaso los pensamientos suben o la conciencia baja. La respuesta a cómo se produce esto es la siguiente:
Volvamos ahora a nuestra argumentación. Si tal es el camino por el cual algo en sí inconsciente deviene preconsciente, la pregunta por el modo en que podemos hacer (pre)conciente algo reprimido {esforzado al desalojo} ha de responderse: restableciendo, mediante el trabajo analítico, aquellos eslabones intermedios preconscientes. Por consiguiente, la conciencia permanece en su lugar, pero tampoco el Inconsciente ha trepado, por así decir, hasta la Cc. (1923: 23).
Vuelve a aparecer un concepto fundamental para el psicoanálisis: los nexos. Es a través de los nexos que podemos conectar esa representación que nos trae el paciente, por ejemplo, de todo lo que lloró mirando una película, que estaría relacionado con cuestiones reprimidas que son fuente de sufrimiento. No es solamente a través de los recuerdos encubridores, los sueños, los síntomas que podemos ir estableciendo los nexos que nos lleven a develar aquellos temas que hacen sufrir al paciente, es también a través del relato cotidiano que presenta en su asociación libre.
Retornando el tema de cómo algo se hace consciente, es necesario volver al punto fundamental de los eslabones intermedios. La posibilidad de acceder a estos eslabones intermedios y el tema que veníamos tratando sobre los nexos, no es sin la intervención de la palabra. Y acá Freud va aclarando, de manera muy precisa, que esta palabra se constituye a partir de recuerdos vistos y oídos.
Luego, va a continuar con el tema de la percepción:
Mientras que el vínculo de la percepción externa con el yo es totalmente evidente, el de la percepción interna con el yo reclama una indagación especial. Hace emerger, otra vez, la duda: ¿Estamos justificados en referir toda conciencia a un único sistema superficial, el sistema P-Cc? (1923: 23).
Se está preguntando si la conciencia sólo hace referencia a una superficie o sólo al sistema percepción-conciencia. ¿Qué quiere decir esto? Significa que, para que haya percepción, es necesaria la conciencia.
Aquí está uniendo percepción y conciencia cuando antes los pensaba como dos extremos del aparato. En este punto también hace un viraje, al principio los separaba, y ahora los considera como integrantes de un equipo.
Entonces queda así un poco más clara la forma en que los pensamientos deben trasponerse en percepciones exteriores para poder ser captados, para poder ser percibidos, y toda esta percepción no es factible sin la herramienta de la palabra. Ubicar esto es fundamental para llegar a entender el tratamiento que nosotros le damos a la palabra. La palabra es el sostén material de nuestra práctica. No es una algo abstracta ni ideal, la palabra es algo material para nosotros. Y, a veces, esto también es difícil de bajar a tierra.
Para Piera Aulagnier (2007), el yo realiza un trabajo de interpretación de lo percibido, de una puesta de sentido sobre el mundo que lo rodea que implica el acceso al lenguaje como el medio privilegiado para operar el pasaje de la significación. En los orígenes de la constitución, la que violenta significaciones sobre el infans es la función materna, que interpreta que allí hay un llamado, un mensaje, y crea un significado y lo violenta de acuerdo con su propio deseo, con su propio marco de referencia sociocultural y con la propia elaboración de su historia infantil.
Piera Aulagnier (2007) define el yo de la siguiente manera:
El Yo no es más que el saber que el Yo puede tener acerca del Yo: si nuestra fórmula es exacta, ella implica, también, que el Yo está formado por el conjunto de los enunciados que hacen “decible” la relación de la psique con los objetos del mundo por ella catectizados y que asumen valor de referencias identificatorias, de emblemas reconocibles por los otros Yo que rodean al sujeto. (1988: 147).
A continuación, Freud va a hablar del papel de la representación palabra y, justamente acá, va a plantear la siguiente frase: «Todo saber proviene de la percepción externa». (1923: 24).
Las representaciones palabras son las que permiten que los procesos internos de pensamiento se conviertan en percepciones. Es importante también ubicar que todo saber proviene de la percepción externa y, en función de esto, es importante poder ubicar al yo con sus tres estratos y también como un yo otro.
Acá, hay dos movimientos en relación con la concepción del yo. El primero dice que el yo nace de la percepción y va hacia el ello. La segunda concepción dice que en realidad el yo es una parte alterada del ello. Es importante considerar seriamente la precisión del lenguaje freudiano. Anteriormente, estábamos hablando de la alteración necesaria para poder disminuir la tensión dentro del aparato y nos remitíamos a la vivencia de satisfacción. Y aquí Freud dice que el yo es una parte alterada del ello. Es decir, que esta alteración la podemos pensar como fruto del apremio de la vida. Si dejamos las manifestaciones del ello libradas al azar, no va a haber muchas posibilidades de que alguien sobreviva. Debe retenerse cierta descarga para constituirse un núcleo que funcione como organizador, pero esto supone una alteración en el aparato.
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