NÚMERO 30 | Octubre 2024

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La intimidad y el nosotros en los escándalos políticos | Dunia Samamé

Nos encontramos frente a un trabajo profundo cuya autora hará un deslinde de las acepciones lingüísticas alrededor de la intimidad, para reencontrar en su investigación teórica y narrativa, las diferentes derivas en el proceso de lo íntimo. Presenta un debate sobre diferentes criterios que trascienden lo privado, que alcanzan la “mirada del “otro” la intimidad y el escándelo y dialoga en su discurrir entre lo público y lo íntimo, entre lo íntimo y lo extimio, sumando un desarrollo sobre la interioridad emocional subjetiva en su ligadura psique y cuerpo.

En memoria de Saúl Peña¹

Resumen

¿De qué habla el psicoanálisis cuando se refiere a la intimidad? ¿Es un aspecto del proceso psicoanalítico, el elemento prínceps de lo relacional, un sinónimo de privacidad o es otro nombre para decir sexualidad? Los esfuerzos por deslindar privacidad de intimidad se confrontan con el uso coloquial que se impone al académico sin cumplir necesariamente a un mínimo requerimiento de precisión y diferenciación. Si bien lo sexual es íntimo, no todo lo íntimo es sexual; es una frase para reflexionar.

Nos hemos acostumbrado a que sistemáticamente la esfera mediática sea tomada por escándalos políticos que trascienden lo familiar y judicial. Este escrito discute la figura del escándalo político, en tanto transgresión moral, y su relación con los nuevos criterios para valorar y explotar la intimidad, así como su presencia en los medios de masas al expresarse como un juego de ocultamiento y revelación en el que la “mirada del otro” marca momentos decisivos. 

Palabras clave: intimidad, interioridad, extimidad, confianza, escándalo político.

Narrativas íntimas, el discurso del psicoanálisis

Lo más íntimo justamente es lo que estoy constreñido 

a no poder reconocer más que fuera.

Lacan, De uno a otro. (Seminario 16)

El discurso sobre la intimidad se articula a la interioridad, ligada a su vez a la psique, las emociones, las experiencias somáticas, etc. que se transmiten a través del yo y se despliegan en las vicisitudes del compartir. La práctica psicoanalítica presupone la interioridad, subrayando una mayor conciencia de los motivos de nuestras acciones. 

La interioridad del individuo y su competencia autorreflexiva se prolonga en el proceso de individualización, siendo característica emblemática de la subjetividad en la sociedad moderna. La vida íntima es parte del proceso hacia la individualidad y la identidad en un marco colectivo (sociedad); en cierta medida, la reflexión sobre el deseo que surge en nosotros es parte del carácter civilizacional de separar lo privado y lo público demarcando los dominios fronterizos. En ese sentido, la socióloga Lynn Jamieson destaca el uso cultural del término; además designa los sesgos de género implicados en las “revelaciones de la intimidad” (Jamieson, 2002).

Lacan introdujo el neologismo “extimidad” a propósito de Das ding (Lacan, 1961) y de la dimensión moebiana, y que desarrollará Miller (Miller, 2010), para señalar lo más cercano a nosotros sin dejar de ser externo; Tisseron lo abordará desde otro enfoque al referirse a “se découvrir” (descubrirse a sí mismo) como deseo de intimidad, el cual es correlativo del deseo de encontrarse a sí mismo a través del otro. Para el autor, con la exhibición de las personas en las redes sociales, se proyectan fragmentos del yo íntimo y secreto para ganar validación social. Las intermitencias entre lo online y offline nos invitan a observar las (re)composiciones entre las prácticas digitales y la experiencia íntima (Tisseron, 2001). 

La “extimidad” también aparece en la literatura; la escritora Annie Ernaux avanza en reconocer el “extiempo”, como una “escritura desde fuera” que transcribe el mundo en su ámbito sociológico y donde impera la capacidad de sondearnos (Annie Ernaux, 1995). Las escrituras del “extiempo” reúnen el adentro y el afuera, el pasado y el presente, lo decible y lo indescriptible, en una invitación al dialógo entre uno mismo y el entorno; es una especie de recorte con base a memorias intimistas.

El psicoanálisis, con la intimidad como parte de su escenario fundacional, lleva implícita la autoexploración, a modo de incesante búsqueda de la verdad de sí; configurando la experiencia de lo íntimo, ligada a la lógica del deseo. Una imagen usual y simplificada del quehacer psicoanalítico lo describe como un avance en capas: invitamos a la develación y nos abrimos paso con intervenciones y preguntas; estas cuestiones autorreferenciales del sujeto conducen a un mayor autoconocimiento.

En el curso del proceso psicoanalítico, no somos simples presencias discretas en la vida de otra persona; más vale estar atentos a nuestro propio sentir y proceder. Así, entendemos la intimidad como algo que caracteriza la naturaleza de una relación hacia los demás y uno mismo, teorizando así sobre las relaciones objetales o sobre el narcisismo y otras propuestas.

Intimidad y lo social

Freud, en tanto pensador de la cultura, dirige su mirada a la esfera doméstica; sus indagaciones sobre el acaecer neurótico resaltan el conflicto pulsional; y en el funcionamiento de lo inconsciente da lectura a las manifestaciones de la psicopatología de la vida cotidiana. Inevitablemente afloran los determinantes o costos de pertenecer a una sociedad, como normas, reglas y tabúes sociales, todos ellos gestores del malestar cultural de la época. Así infiere que el mayor desafío de la intimidad es ser causa de sufrimiento, pues se trata de la complejidad en “establecer lazos con el prójimo” ( Freud, 1930); se corrobora el carácter problemático de lo íntimo/relacional, como aspiración a lo compartido y, en tanto preocupación social, vale la pena investigarlo.

La sociedad occidental contemporánea enfatiza la intimidad como concepto y fenómeno en tanto cualidad relacional que mantiene (o debería mantener) unidos a sus miembros. El creciente interés por la intimidad, considerada un estado experimentado internamente y desde la visión de un observador, evidencia la falta de un sentido único y una problemática fundamental en la forma cómo las personas se relacionan.

La intimidad es un concepto usualmente considerado con carga positiva, en tanto se trata de un tipo de socialidad que destaca, como decía Freud en referencia a las palabras de Romain Rolland, una dirección mutua, una experiencia oceánica de cercanía mental, física y del tiempo; no obstante, si el requerimiento de intimidad se torna demasiado ansioso, como en el marco del amor digital, se le cuestiona como motor de búsqueda, que da lugar a relaciones tóxicas o destructivas; este carácter compulsivo nos da la base para sostener los riesgos de la tiranía de la intimidad (Sennet, 1974), de la soledad (Simmel, 2002), y en una situación extrema, el terror hacia ella, tal como se vivió en la pandemia.

La etimología de Intimidad remite a Intimus, superlativo de interioridad, concepto multidimensional (sexual, emocional, social, intelectual, estético, espiritual y recreativo), de cualidad como cercanía, profundidad, alude a un límite, una metáfora espacial a propósito del dentro/fuera, cerca/lejos, profundidad/superficialidad. Socialmente regulada pero perteneciente también al ámbito privado personal, incluye aspectos emocionales, proxémicos y de exclusividad; y tiene ámbitos accesibles y tabú. Lo que se percibe como íntimo cambia a medida que cambia la sociedad. 

En relación a la naturaleza y los cambios de la vida privada, la intimidad se asume desde un abordaje histórico (Duby y Aries, 1987), político (Arendt, 2003) o sociológico (Giddens, 1998). Es justamente Giddens, referente obligado en el tema, quien señala los nuevos arreglos sentimentales como un movimiento de destradicionalización, que toca tanto las sensibilidades como las políticas de protección; en este marco, el estudio de los escándalos político/mediáticos, es un ejemplo para aterrizar ciertos aspectos de esta problemática.

La intimidad del escándalo 

Los escándalos políticos apuntan a las dimensiones morales y éticas que funcionan en lo social; no obstante, la trascendencia del escándalo no se reduce a la violación de normas, sino a la índole íntima de los hechos. La etimología del término sustenta nuestras afirmaciones, pues scandalum (del latín eclesiástico) y el griego skandalon coinciden en señalar la trampa u obstáculo que prueba la fe; mientras esclandre refiere a ‘calumnia’ y ‘chismorreo vicioso’. Esta última connotación alude al interés del público. El escándalo genera la reacción social reflejada en los medios con calificativos como “despreciable”, “inadmisible” o “repugnante”. La prensa “formal” y alternativa compiten sin cuartel por la primicia, revelaciones de último minuto, pruebas o testimonios claves o dudosos que “darán un giro al caso” o “revelarán los móviles”, extendiendo su vida útil;  presentadores de gesto circunspecto e indignado, exponen la posición del medio mientras azuzan la conmoción social y la opinión pública hilvanando una trama, dando un contexto, estableciendo conexiones, sin espacio para la reflexión. El interés público exige que todo sea expuesto, sin considerar su origen; todo se vuelve más sustancial, por su naturaleza mediática.

El discurso melodramático remarca la dicotomía; el rumor o chisme, en tanto indiscreción de gran circulación; se posiciona en el rubro espectáculo en la línea de lo indecible y lo impensable. Es una comunicación especulativa y sensacionalista que supone y (re)construye un orden moral.

Los políticos o aspirantes a una carrera política, son conscientes de las ventajas de mostrar una intimidad que los humaniza, los vuelve simpáticos, cercanos y confiables; pero también las desventajas y riesgos de un comportamiento íntimo inapropiado. Encontrarse en el centro de un escándalo mediático significa un final abrupto de los hábitos y rutinas personales y familiares que dan forma a nuestras vidas. Intentando defender lo indefendible, el afectado huye del país o pasa a la clandestinidad, cierra sus redes, cambia de teléfono, define un intermediario para mantener un canal con la opinión pública, entabla demandas, denuncia vendetas, exige respeto para él y los suyos; nada frena el parloteo. Se intensifica la lógica del acoso.

La política se faranduliza y la convergencia de diferentes medios en un mercado cada vez más digitalizado (Van Dijck, 2016), exacerba la agitación colectiva por el misterio de los buscadores en lo que se ha llamado sincronía digital (Samamé, 2022) o el filtro burbuja (Pariser, 2017). Si bien el desarrollo dramatúrgico del escándalo responde al interés por saber más, al mismo tiempo produce saturación o fatiga de los consumidores (Kumlin y Esaiasson, 2012). 

El estudio de los escándalos mediáticos ha sido asumido desde la historia (Thompson, 2001), abordando la función de los medios de comunicación y las claves y resortes anímicos que afectan a los seres humanos; por eso, en tanto procesos simbólicos, tienen formas a través de los cuales la realidad se produce, se mantiene, y transforma. Ya sea un escándalo político, sexual o financiero, el común denominador es la irregularidad, el comportamiento transgresor de un individuo público. Para entender el escándalo como fenómeno debemos explorar las emociones que genera, la conmoción ante los hechos de la vida cotidiana y su psicopatología.

Nosotros, atención e intimidad 

Nos construimos a nosotros mismos, nuestra identidad, en el escenario que nos ofrece la vida cotidiana. Nos presentamos frente a otras personas, intentando controlar y gobernar la información que transmitimos. Este proceso social y comunicativo es recíproco. El mundo de la vida es fundamentalmente compartido, así lo afirma el sociólogo Alfred Schutz. Parafraseándolo decimos “ni mío ni tuyo, más bien un mundo de experiencia común”. Cuando ese compartir se ve interrumpido ya no puedo reflejarme en ti,  según Schutz: “El reflejo de uno mismo en la experiencia del extraño (la experiencia que el Otro tiene de mí) es un elemento constitutivo de la relación-nosotros’ (Schutz 1974). El reflejo mutuo actúa como supuesto en la vida cotidiana y frente al escándalo, descoloca los lugares y el sentir habitual.

El escándalo político y la escalada en torno a la figura pública abre un antes y un después, instalando la discrepancia apariencia/realidad en torno a la identidad; el resultado es, la mayoría de las veces, el aislamiento y descrédito social. El escándalo funciona como disparador de las actitudes y la experiencia de las personas frente a la moral y las normas a través de sus valores y límites, buscando respuestas en sus propias vivencias.

Surge un peculiar fenómeno conocido con el nombre de “chivo expiatorio”; desde la lingüística, Kenneth Burke lo define como el acto lingüístico real por el cual una parte se ve expuesta a un trato “inmerecidamente” negativo, y otra se alivia al señalar al infractor (Burke, 1969). Según René Girard (1986), las transgresiones a los principios existenciales (normas, valores, ideales) de un colectivo explican al chivo expiatorio, el cual cumpliría la función de redentor de la violencia. La estigmatización por un “nosotros” es la que genera la exclusión de la comunidad; tal como en Edipo Rey se justifica el destierro del infeliz parricida e incestuoso vencedor de la esfinge.

La vida cotidiana nos dirige hacia el futuro; sin embargo, la trascendencia del escándalo frena ese discurrir y si bien el político expulsado queda fuera de lo que Schutz llama “la actitud social, natural” (Schutz 1974), definiendo el fin de su carrera política; así como Edipo tras el destierro deviene en sanador, el político puede reinventarse, sacudirse la desconfianza pública y recuperar cierto protagonismo. En cierto sentido, levantarse tras un escándalo, capear la tormenta puede encarnar los valores más claros del liderazgo político, pero también de cierto cinismo social. Surge la duda: ¿Cuál es la escena inconsciente de ese tipo de recomposiciones y cómo se explica? ¿Son los escándalos políticos y la censura al ofensor formas ritualistas de la sociedad de hoy?

En un escándalo político mediático, el protagonista es el funcionario político quien toma el papel de exemplum. El término proviene de la Edad Media y designa un género literario popular, en el que las vidas de personajes famosos son tomadas como ejemplos de buenas o malas acciones en una historia moralizadora y aleccionadora, en donde importa la articulación entre decir la verdad y el compromiso de vivir; se traduce que el exemplum permite transmitir el pacto de ejemplaridad como fundamento ético; así lo expresa Foucault:

“El sujeto que habla se compromete. En el momento mismo en que dice: “digo la verdad”, se compromete a hacer lo que dice y a ser sujeto de una conducta obediente punto por punto a la verdad que formula. En este sentido, no puede haber enseñanza de la verdad sin un exemplum” (Foucault, 2002):

Por ello desde la funcionalidad del chivo expiatorio y a propósito del exemplum, concluimos en destacar el intenso placer y el morbo en torno al que ha caído en desgracia; la élite es derribada de sus pedestales, cumple momentáneamente con restablecer figurativamente el sentido del deber, pues alarga los acuerdos institucionales para el control mutuo entre los centros de poder político, hará que todo permanezca intacto.

Reacción, ironía y confianza  

Los escándalos políticos mediáticos a veces se revelan en momentos de crisis, como distracción frente a temas cruciales; los hechos, imágenes, audios, documentos son altamente corrosivos y desestructurantes para el cuerpo social; manteniendo la dicotomía: “seguidores del bien” contra los “seguidores del mal”. 

Los sucesos son tan provocadores y excitantes que muchos no quieren ni pueden abstenerse de seguir su desarrollo mediático. Esta reacción de la gente ante el escándalo es directamente proporcional a su presencia en los medios que visibilizan la transgresión moral a una comunidad interpretativa. 

Los escándalos revolucionan lo que normalmente se da por sentado. No damos crédito a la fascinación por el poder y el delirio de impunidad y omnipotencia que genera. Nos preguntamos si lo que vimos antes era una ficción y solo ahora vemos la verdadera naturaleza de un ser siniestro. El término “cargo de confianza” no solo hace referencia a la relación vertical con la autoridad, sino a las expectativas que deben responder los funcionarios públicos. Esta confianza es un factor directamente decisivo para el capital social de una sociedad. 

La reprobación de los actos funciona a modo de unanimidad pacificadora frente a algunas discretas lealtades, así se libera a la comunidad del riesgo. No obstante, quizás se pueda sumar al análisis de las reacciones de rechazo, que el descalificativo de la conducta ajena, no sólo encarna miedo de lo diferente, sino miedo de lo idéntico, inquietante similitud explorada por el psicoanálisis que pone en duda la identidad tan laboriosamente construida. En esta línea M’Uzan, autor muy leído desde la psicosomática, se ha referido a las clínicas de la repetición y propósito de la pulsión de muerte, a la extrañeza frente a lo mismo y lo idéntico, (De M’Uzan, 1969).

Sabemos, que nuestra vida en sociedad se basa en gran medida en el presupuesto de la honestidad de los demás y en la creencia de que no se nos quiere y no estamos siendo engañados, lo que nos permite suspender o ignorar las paradojas propias de las relaciones humanas. Siendo la confianza el fundamento o requisito de lo social, los escándalos políticos, en tanto entramado de falsedades, mentiras e incorrecciones de todo orden, generan desconcierto por su proximidad a cada uno de nosotros, obligándonos a admitir la presencia y el rol de la mentira y la estafa. 

El entrañable psicoanalista peruano Saúl Peña se preguntaba, a propósito de la identidad personal y colectiva en los países latinoamericanos, ¿qué elementos nos unen?, ¿qué peligros amenazaron y amenazan desnaturalizarnos, deshumanizarnos, desidentificarnos, deformarnos, pervertirnos, mediatizarnos; hasta claudicar, traicionar y morir en vida?…, ¿cuáles son aquellos peligros ante los cuales hemos tenido y tenemos vida, coraje, valor y fuerza para enfrentarlos? (Peña, 2003, p 122). Creo que estos cuestionamientos sintetizan los aspectos que se movilizan frente al escándalo político, pues independientemente del país, aluden a la negación, encubrimiento, justificación, disculpa o delegación de responsabilidad; es decir, a la descomposición social.

Aunque se entienda lo indebido de renunciar a la responsabilidad por el Otro y con mayor énfasis en el ejercicio de funciones públicas, parece ser en línea con lo que sostiene el psicoanalista Tisseron, que la intimidad es hoy menos cuestión de espacios socialmente definidos que de elecciones personales, así queda en cada quien los infiernos que habite, en el sentido que una responsabilidad me hace ser quien soy, por lo menos así lo manifiesta el protagonista de la serie Accidente (Netflix, 2024) para distinguir su cárcel de la de su antagonista: “La tuya es el odio, la mía es la culpa, que cada quien lidie con su condena”.

 

Bibliografía

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Dunia Samamé