El siguiente trabajo surge de la experiencia clínica. No voy a relatar detalles del caso, sino transmitir sólo un aspecto del mismo, que refiere a las palabras: a la intimidad de las palabras.
La sesión se llena de relatos que contienen palabras ensambladas armoniosamente, es una polifonía rítmica, llegan al consultorio frases musicales cautivantes de grandes autores. Me remite a un espectáculo en el que como analista pareciera que me ubica como espectadora. La escucha genera fascinación pero contratransferencialmente me deja pensando: ¿qué función cumplen esas palabras? ¿escuchar solo el contenido o la modalidad continente?
A un discurso poético se lo considera reflejo de un pensamiento simbólico y sublimatorio. Sin embargo, quisiera detenerme a pensar en pacientes en los que la narrativa adquiere una estética poética pero no tiene una función comunicacional, sino que cumple una función defensiva.
El discurso parece cumplir con ciertas características: bellas palabras que resuenan de manera armoniosa dan cuenta de una excelencia literaria y que sin embargo parecería que tienen más importancia para el hablante que para quien son dichas. Palabras que en el encuentro con el otro le despiertan angustia, generan tensión, temor a que el mundo interno sea develado y exista el riesgo de “ser descubierto” en su caos. El relato es cautivante, se asiste a un despliegue de autores: filósofos, literatos…la poesía entra en acción … atrapa al oyente y a la vez paraliza. Siento que el relato es como un encantador de serpientes que con su música mantiene al otro bajo su control. Sonoramente, por momentos mantiene una característica rítmica particular, se aceleran las palabras, reflejando una ansiedad que acompaña el relato. El cuerpo manifiesta la ansiedad y su búsqueda de auto calmarse, con su mano acaricia su antebrazo. ¿Qué relación de objeto encierra el discurso? Paradojalmente la excelencia del relato esconde el miedo del paciente, funcionando así el relato como una barrera protectora del afuera al que busca mantener controlado.
Bick (1968) define la piel psíquica cuya función interna es contener las partes del self que depende inicialmente de un objeto externo capaz de llenar esa función. Anzieu(1976) define a la envoltura psíquica como una membrana que recubre y protege al psiquismo, delimitando el adentro y el afuera.
Anzieu utiliza el concepto de envoltura sonora, un “baño de palabras” que resulta una envoltura de cohesión, como mantenimiento de su forma corporal y como envoltura de sentido. Lecourt (1987) se pregunta por el vivenciar sonoro que relaciona a la noción de envoltura y sostiene que para que exista dicha envoltura, se tiene que haber apuntalado en un vivenciar táctil y visual.
Anzieu utiliza la noción de baño sonoro, poseedor de las siguientes características: una relación de contacto con la superficie, una cualidad de cuidado, la sensación de “ser llevado” como si fuera transportado o fuera acunado y por último, con la función del ambiente. Cualidades sonoras que se asocian a los vínculos primarios que son las primeras protecciones anti-estímulo. Se asocia generalmente con la música y con la experiencia del holding de Winnicott (1971).
Esta envoltura sonora constituye una protección frente a la sensación de intrusión traumática que se vive persecutoriamente. Tiene la función de ser un contenedor interno, una envoltura narcisista. La envoltura sonora está caracterizada por una ausencia de soporte psíquico.
Retomando el caso clínico, en un momento de su infancia, su entorno se vuelve caótico, y pasa a cumplir la función de adulta siendo una niña. Las figuras parentales caen y ella siente que debe sostener la casa, a sus padres y a sus hermanos. El afuera se catectiza como violento, hostil, una amenaza, mientras que el espacio interior carente de objetos malos se convierte en sinónimo de algo que da seguridad: se habla en voz alta, necesita escucharse, escuchar palabras que la apaciguan, no por un contenido calmante que le digan “todo va a estar bien”, sino por la melodía y belleza de los fonemas que suenan de su boca, que le otorgan protección frente a la sensación de desvalimiento extremo. Al desaparecer las envolturas protectoras, ella construye las propias.
Cuando habla en sesión, siento que utiliza las palabras como una forma de envoltura de sí misma, busca reducir la tensión interna ante el caos externo, con el temor de perder la envoltura de sí misma. La intimidad se ve poblada de un soliloquio poético y bello al que se pueblan de palabras y pensamientos.
La palabra cumple así una función de envoltura sonora con una función defensiva de autosostén ante un mundo externo caótico poblado de palabras duras, rígidas y sin sentido.
La estética narrativa poética no cumple una función de comunicación con el objeto exterior, sino que busca un encuentro en el espacio intrasubjetivo donde el self es tomado como objeto. Encuentra un amparo en esa voz, su propia voz, dicha en voz alta, que cumple una función de envoltura psíquica que le permite mantener su cohesión y su integración. Funciona como un elemento que le permite sostenerse e integrarse ante la amenaza externa de pérdida de cohesión.
Es reflejo del registro que el yo conserva de una experiencia temprana, es memoria perceptiva; forma a la que le falta poder ser pensada y transformar esa palabra en potencialidad comunicacional. Constituye así una parte de lo sabido no pensado (Bollas, 1987), y que en el escenario terapéutico puede transformar y permitirle salir del pavor que le hace construir una defensa tan fuerte.
Bollas refiere a la búsqueda de un objeto transformacional en la vida adulta. Ese objeto al que define como la experiencia subjetiva primera que el infante hace del objeto, donde el objeto es sabido como una recurrente experiencia de existir, es un saber existencial más que cognitivo, es un recuerdo pre-verbal. La memoria de esa temprana relación de objeto, que le traiga la promesa de transformar su self. El autor, define el momento estético como una experiencia que ampara al self donde el tiempo parece suspendido y posibilita re-experimentar la fusión del yo con el objeto. El recuerdo de la voz de su padre y sus relatos aparecen como recuerdos que emocionan: un momento estético narrativo.
Frances Tustin (1990) describe cómo los pacientes adultos neuróticos se encuentran recubiertos por una capa autista.
La autora la llama barrera o cascarón y denomina como objetos autistas de sensación; afirma que se las podría llamar figuras subjetivas. Las mismas no se tratan como figuras clasificadas ni objetivadas que se asocian a algún objeto específico. Las define como figuras sin formas, que son vividas en la superficie del cuerpo como sensaciones que consuelan y tranquilizan. Las define como alucinaciones táctiles que son autogeneradas y protegen del mundo exterior, distraen y aíslan, al punto de que parecerían estar dentro de un cascarón que Tustin denomina encapsulamiento autista. Sería una defensa de tipo autística.
El ambiente que no funciona como protector la deja en una soledad interna y su consuelo y protección son sus palabras. Palabras que le recuerdan a palabras escuchadas en la más temprana infancia, palabras bellas, con relatos atractivos, con la sonoridad de la voz paterna que le otorgaba la sensación de amparo. Las palabras, el relato como sensación funcionan como defensa frente al trauma. Es una protección frente a un miedo a ser lastimado. Las palabras tienen la función de caricias, de amparo. Cuando las enuncia, pareciera que las palabras la envolvieran y formaran un ropaje sonoro.
Protege su caos interno con palabras que intentan ordenarlo y ordenar la visión del mundo, otorgándole un relato con características de belleza estética sonora. Recubre así su mundo interno emocional y sobreinviste el mundo externo por la razón. Esta protección sonora cumple la función de coraza y de una barrera protectora del exterior.
En los años de tratamiento, el trabajo clínico fue dando lugar a que emergiera ese caos y a no temer que apareciera. La sensación de amparo terapéutico le otorga seguridad, un amparo mental continuo. La palabra cobra otra función, deja de ser una protección interna y pasa a ser una experiencia comunicacional. Puede transformar esa belleza lingüística defensiva en comunicación que le permita vivir de manera creadora.