La madre no había transmitido solo la vida: ella había enseñado un
lenguaje a sus hijos, les había confiado el bagaje tan lentamente
acumulado en el curso de los siglos, el patrimonio espiritual que
ella misma había recibido en depósito, ese pequeño lote de
tradiciones, conceptos y mitos que constituye toda la diferencia que
separa a Newton o Shakespeare de la brutalidad de las cavernas.
…Sólo el espíritu, si sopla sobre la arcilla, puede crear al hombre.
Terre des hommes, Saint-Exupéry (1939)
El título del trabajo invita a pensar acerca del lenguaje, la realidad como construcción humana, la religión, Dios, la importancia del lazo social en su articulación a la dimensión paterna y la clínica psicoanalítica. El posible recorrido se muestra amplio. Trataré de ir esbozando algunas líneas que inevitablemente convergerán en dos temas que me interesan particularmente, la condición de los adolescentes y la función paterna en los cruces de camino del tiempo.
Como muy bien expresa Saint-Exupéry en la cita del epígrafe, el humano recibe una transmisión que perdurará a lo largo de su existencia, su capacidad deseante, construida desde el Otro en su enlace al lenguaje, al modo de un soplo espiritual. Construcción entonces mediada por la madre, de acuerdo a la cita de Saint-Exupéry y orientada en una doble dirección, por un lado solícita en la dependencia precoz del bebé y por el otro abierta a la posición femenina que garantiza la eficacia de la función.
En concordancia con dicha función, la paterna irá más allá de la persona que la encarna. La trasciende, siendo su sostén simbólico el significante primordial. Diremos entonces, que el humano antes de nacer y más allá de su muerte está atravesado por una cadena simbólica inconsciente, que le permite formar parte de un tronco de descendencia ancestral.
J.J. Rassial en su libro El pasaje adolescente (1999, p. 123) nos habla de dos dimensiones del Edipo. En la primera expresa que el padre brinda al niño estabilidad y coherencia imaginaria al modo de un Otro fundante y confiable, mientras que para el adolescente no es más que un representante del Otro. (p. 121)
Asimismo nos recuerda que la función paterna manifiesta un doble papel, por un lado en Totem y Tabú (1909) mediante el asesinato primordial surgiría la figura del Padre en su función de creador. Por el otro, en Moisés y el monoteísmo (1938/39), se produciría el asesinato de un representante del Padre, mostrando a Dios en su función de transmisor de la ley, que nos humaniza y ubica al deseo en la perspectiva de nuestro derrotero existencial.
Luego, en base a esta división considera que la primera podría expresar una metáfora de la infancia de la cultura, mientras la segunda lo sería de la adolescencia. (Ibíd, p. 123) Una funda y la otra transmite.
La primera promueve el ingreso a la cultura, determina el desarraigo instintual y el exilio del goce, direccionada por el discurso del Amo y a su vez sostenida por el Nombre del Padre. De esta manera, al mismo tiempo que brinda la mencionada posibilidad de ser, instala por un lado, un profundo amor, creencia y reconocimiento hacia ese padre de la pre-historia y por el otro produce un resto como pérdida irreparable.
Aún a riesgo de ser redundantes, diremos que el humano antes de nacer y más allá de morir está atravesado por una cadena simbólica inconsciente, que lo impulsa a vivir y reproducirse dentro de un orden social inmerso en las más variadas creencias.
Ahora bien, muchas veces esa realidad fundada y recreada por el discurso, construcción humana que nos asombra y desorienta mediante lapsus, sueños y síntomas, al mismo tiempo nos hace saber que en el Otro no encontraremos ningún significante que responda por nuestro ser.
En otras palabras, el humano renuncia a las satisfacciones más primitivas, dando lugar a un singular sufrimiento, fuente de malestar, inconsciente y propio de cada uno. Además, esa pérdida de satisfacción insistirá y producirá diferentes maneras de procurar repararla, dando origen a una particular estructuración del deseo.
Deseo que en los resquicios de placer de la memoria podrá encontrar la sabiduría del recuerdo, poniendo en acción la forma que cada uno tiene de acercarse al pasado.
J. J. Rousseau, dos siglos antes, en algo nos recuerda a J. J. Rassial, al enunciar en su libro Emilio (1762), que los humanos nacemos dos veces, una para existir y otra para vivir; para la especie la una, y la otra para el sexo. (1762, p. 123)
Si de nacimiento hablamos, para Rousseau, en la adolescencia, habrá un corte articulado a la naturaleza, que anuncia una tempestuosa revolución y el murmullo de las nacientes pasiones. (Ibíd, p. 314)
Más adelante agrega: La flaqueza del hombre es la que le hace sociable; nuestras comunes miserias son las que excitan nuestros corazones a la humanidad…Así de nuestra misma enfermedad nace nuestra dicha frágil. (Ibíd, p. 331) Se trata de la sociabilidad según la visión interpretativa de Rousseau, su forma de pensar el mundo, en la que parece insinuar la aceptación de la negatividad que nos constituye, la experiencia de la muerte, la enfermedad, el duelo, el sufrimiento…
Estas dos funciones de producción y transmisión dan lugar, según Julia Kristeva (2009), al ser parlante como creyente, con una intensa necesidad de creer y conjeturar pre-religiosa, una indiscutible fe en la vida. Al respecto, el término latino credere (creer) proviene, en su epistemología, de dos raíces indoeuropeas. Por un lado, kerd que significa corazón y por el otro dhe que se refiere a poner, colocar. Luego el verbo creer aludiría a poner el corazón.
La tradición latina del Credo considera que el Espíritu surge del Padre y del hijo, tanto del Uno como del Otro, por una sola espiración. Por otro lado, la etimología del verbo latino credere conecta también con las palaras crédito y recordar. Por ejemplo los suecos dicen: ¿Qué llevas en el corazón? aludiendo a: ¿Qué estás pensando?
Paternidad oblativa entonces, en tanto no sería una búsqueda de compensación de satisfacción, más bien, daría lugar, se ofrecería, confiaría, provocaría. Padre donante que mediante la identificación primaría sembrará la semilla de la evidencia de ser.
La condición adolescente: un final abierto
Qué queda cuando, al devenir hombre, se vive bajo otras
leyes, del parque pleno de sombras de la infancia ,mágico,
helado, ardiente, cuando ahora, uno vuelve allí…En ese
infinito no se volverá a entrar nunca jamás, pues es en el
juego, y no en el parque, que habría que entrar…
Terre des hommes, Saint-Exupéry (1939)
A modo de balance. ¿Qué nos proponen los autores que hemos presentado en el punto anterior? Por un lado, desde el lugar de la fundación y transmisión en Rassial, de segundo nacimiento en Rousseau, de nuestra capacidad de seres parlantes en Kristeva, los tres nos ofrecen una forma de observar nuestro entorno: la realidad es lo que creemos que es, una construcción en la que necesitamos sostenernos y quizás como enuncia Kristeva será en nuestra adolescencia, cuando más imperiosa sería esta necesidad, dando lugar a su expresión: los adolescentes están enfermos de idealidad.
Al respecto, es común la sorpresa frente a adolescentes que realizan actos que no estarían guiados por los valores impartidos por sus familias o las instituciones sociales, aunque sin embargo ponen al descubierto otros valores. Aquí ubicaríamos el enigma del cambiante lenguaje del accionar humano.
En la adolescencia al resignificarse la prohibición del incesto, o sea, al intentar verificarse la función paterna, se reactualiza una temprana sexualidad, acompañada y caracterizada por una oleada temporal de fábulas, invenciones y mitos que darán un fuerte empuje a esa necesidad de creer.
Creencia orientada al encuentro de una satisfacción libidinal ideal, de una pareja especial, de una vocación a medida…Comienzan a armarse las piezas dispersas del rompecabezas inconcluso de la infancia. Mientras, las energías de los adolescentes que acompañan estos nacientes movimientos de experiencia, tienen el poder de la novedad que nos interroga y enfrenta.
La función paterna en las distintas religiones
El impulso que conduce al humano a creer en el Otro está íntimamente conectado a la figura del padre de la pre-historia individual, paternidad donante, que ofrece la ocasión de ser hablante. El humano es el único animal al que se le relata cuentos sobre cuya verosimilitud se cuestiona frecuentemente, el único que intenta recuperar su propia historia y la de sus antepasados, el único que se proyecta en un lazo social de amor que lo singulariza.
Encuentro entre los padres y sus hijos, que descubren mutuamente que no se puede ser yo sin el Otro, desde el reconocimiento de la diferencia. Y es aquí que Kristeva despliega un particular desarrollo histórico y psicoanalítico, que parte y se explaya en las principales creencias religiosas que caracterizaron el mundo occidental: la judía, la musulmana y la cristiana.
Examinemos entonces a continuación la complejidad, paradojas y misterios que encierran las tres en sus posibles articulaciones.
Freud en Moisés y la religión monoteísta (1939) considera que las religiones orientales basadas en el culto de los antepasados se detienen en un estadio anterior de la reconstrucción del pasado. (Ibíd, p. 89) En otras palabras, se desconsidera un fragmento de los tiempos primordiales, el del parricidio, que resurgirá, con singulares diferencias, en las religiones monoteístas, que con cambiantes formas enlazarán el poder de Dios con la función paterna.
En la mahometana se exalta la obediencia al Urfather (Padre primitivo). La palabra árabe muslim significa el sometido o entregado a la voluntad de Dios, así El Corán enuncia: Él os llamó musulmanes anteriormente y aquí, para que el Enviado sea testigo de vosotros y que vosotros seáis testigos de los hombres. (Ibíd, 22:78)
En la judía, Freud expresa que el devenir histórico brindó la oportunidad de recordar los inicios de la fundación social del humano, en la que se realizó el crimen atroz del tiempo primordial…por intermedio de la persona de Moisés, una sobresaliente figura paterna. (Ibíd, p. 85) Si la sumisión al padre caracteriza a la religión musulmana, el ser el pueblo elegido por Dios distinguirá a la judía.
Por último, la religión cristiana acentuará el reconocimiento del amor del Padre y dará un paso más al intentar conjurar con la idea de redención, la conciencia de culpa de la humanidad. (Freud, 1939, p. 84)
De esta manera, al articular el crimen primordial de la prehistoria humana (sellado al concepto de pecado original) con el misterio de la redención, por mediación del sacrificio y muerte de Cristo/Jesús, el cristianismo busca redimir y expiar la culpa de ese ancestral suceso criminal. En ese punto Freud es taxativo: un crimen que tenía que ser expiado por un sacrificio de muerte solo podía haber sido un asesinato. (Ibíd, p. 130)
Estas intuiciones del cristianismo en referencia al devenir temporal y haber podido pesquisar los vacíos que se producen en el rescate de la historia religiosa, indican según el pensamiento de Freud un progreso, mientras que la judía, a partir de entonces, fue en cierta medida un fósil. (Ibíd, p. 85)
En el mismo contexto de pensamiento, J. Kristeva da un paso más, al considerar que la cristiana es la única religión que roza la salida de lo religioso, especialmente cuando hace sufrir a muerte al propio Dios. (p. 133) Y más adelante agrega: Cristo es el único dios que sufre y que muere antes de resucitar. (Ibíd, p. 134)
Siguiendo estas ideas, esta autora se pregunta si al dejarse matar, Jesús, no estaría invalidando lo divino en sí mismo. Al respecto, Lacan radicaliza esta idea y sostiene que Dios está muerto. Pero el paso siguiente es éste: Dios, él, no lo sabe. Y, por suposición, nunca podrá saberlo, pues está muerto desde siempre. (1959/60, p. 223)
Al mismo tiempo Lacan sostiene que el mito del protopadre freudiano es de una importancia crucial en la historia del ser humano y en la posibilidad de aprehender la realidad circundante, ya que el reconocimiento de la función del Padre es una sublimación esencial. (Ibíd, p. 219)
En relación a estas ideas, Julia Kristeva acentúa el valor de la anulación que constituye la muerte de Dios, señalando que la lengua griega acentúa el término kenosis: vaciamiento de sí, de su deidad.
Lugar entonces el del padre muerto que en tanto tal, vacío, será ocasión de deseo, de búsqueda, de sublimación.
¿Qué implicancias éticas podemos encontrar en estas polémicas interpretaciones para la incertidumbre cultural contemporánea y cuáles serían las posibles ofertas para las futuras generaciones de jóvenes?
Kirsteva responderá poniendo énfasis en la herencia que nos deja la versión creativa hacia el padre que puede dar lugar al arte de vivir (2006, p. 146), en oposición a lo que denomina explosiones actuales de la pulsión de muerte. (Ibíd, p. 147) Esta explosiones (anorexia, bulimia, drogadicción, movimientos fundamentalistas, terrorismo…), que tienen la particularidad de desconocer la falta producida en la conjunción del padre muerto con la ley, pierden en consecuencia el valor de la adquisición de la deuda que ligará al hijo a la vida.
Versiones del padre
Para el niño pequeño, los padres son al comienzo
la única autoridad y la fuente de toda creencia.
S. Freud (1909)
La subjetividad contemporánea refrenda con su ética capitalista, el abandono de las propuestas de la moral victoriana que sostenían un Otro aparentemente eterno y supuestamente protector. A modo de ejemplo, los ritos funerarios están desapareciendo, cuando antaño tenían un evidente sentido (preparación del cuerpo para el entierro, la atención de quien agonizaba se realizaba en la casa, de distintas maneras se guardaba un período de luto y por último el cortejo en el entierro y el valor espiritual del cementerio).
En la atmósfera de divinidad, el complejo paterno, ha sido construido a través del devenir histórico de cambiantes e impredecibles civilizaciones y religiones, es decir se ha ido modificando de acuerdo al contexto cultural subyacente. Nos encontramos así en los inicios de un nuevo siglo dominado por una acentuada y febril comunicación. La subjetividad contemporánea confirma con su particular ética, el abandono de las propuestas de la moral victoriana que sostenían ese Otro supuestamente incondicional.
Surgen en el pensar actual nuevas maneras de percibir al mundo, con una cierta indiferencia frente a las creencias religiosas que entran en colisión entre sí. La globalización, junto con el desarrollo tecnológico, en un acelerado y constante cambio, descarta antiguas certidumbres.
Es esperable que en la adolescencia se pueda realizar alguna forma de versión creativa hacia el padre, ficciones, narrativas originales que oficiarán al modo de un velo al enfrentar la castración, ese punto de agujero en la significación, con lo real traumático, sexo y muerte. Como lo señala Freud en La psicología del colegial (1914) es importante que la figura parental pueda ser desidealizada, enfrentada, de modo que el adolescente pueda declarar su deseo, asumirse como sujeto de una historia, generar una forma de narrar propia, singular, que se torne posible.
La palabra será la herramienta para coartar el goce del Otro. Cabría entonces preguntarse, si en la adolescencia el yo logra alcanzar, en la refundación de la palabra, una posible morada que le brindaría recursos para asumirse como sujeto de una historia. La palabra será entonces la brújula que orientará al adolescente para lograr alguna forma de separación del Otro.
La necesidad de creer que es pre-religiosa, tal como expresa Kristeva, alcanza una idealidad apremiante en los adolescentes, frente a la cual se esperaría que la cultura propusiera ideales conformes a los tiempos actuales. Su propuesta es la de fundar una nueva forma de humanismo bajo el pensamiento freudiano que se desprende de una contestación de Freud a Jung y que retoma J. Kristeva (2009): no se trata de fundar una nueva religión sino de sublimar la necesidad de creer.
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