NÚMERO 21 | Mayo 2020

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La estructuración del deseo histérico | Juan Pedro Rovoira

Este trabajo —presentado en la «Jornada de Alumnos AEAPG» organizada por la Secretaría Académica para los alumnos de los Posgrados de Especialización y Maestría en Psicoanálisis y del Curso Superior en Niños y Adolescentes en septiembre de 2019— tiene por objeto intentar dar cuenta de algunas vicisitudes en las funciones parentales de la histeria femenina y de los efectos acaecidos en la misma a partir de dicha operatividad. Para dicho cometido me valdré de un breve recorte clínico y de su articulación con los aportes desarrollados por Freud en el historial de Dora: “Fragmentos de análisis de un caso de histeria”.

Introducción

El presente trabajo tiene por objeto intentar dar cuenta de algunas vicisitudes en las funciones parentales de la histeria femenina y de los efectos acaecidos en la misma a partir de dicha operatividad. Para este cometido, me valdré de un breve recorte clínico y de su articulación con los aportes desarrollados por Freud en el historial de Dora: “Fragmento de análisis de un caso de histeria”.

La viñeta

Del recorte clínico: la paciente M se encuentra en análisis hace ya tres años; consulta por su incapacidad para emprender proyectos, de su necesidad de estar a merced de los otros (parejas, familiares, hijos, etc.). Se presentó a su primera sesión diciendo tener “una tristeza constante”. Presenta quejas por su melancolía y por el modo en que se deja manipular por los hombres. Comenta que siempre se sometió a maltratos y situaciones extremas con tal de que la quieran (violencia, adicciones, etc.). Este pliegue en relación con los otros siempre va acompañado de un reclamo: “Quiero ser yo”. Se repetirá en sus sesiones sus deseos de encontrarse con “ella misma”. Se reprocha el modo en que utiliza el sexo para retener a los hombres o para atraerlos, al mismo tiempo que se queja “no pasarla bien en el acto” o del “asco” que luego le provoca dicho encuentro.

A lo largo de su análisis, irá desplegando diferentes cuestiones en relación con sus padres; suele decir que “todo lo que le pasa es por su papá”, refiere estar “enamorada” de su padre. De él comenta que sólo las visitaba (a ella, su hermana y su madre) el día domingo o llegaba muy tarde por la noche; esperaba con ansias para verlo y, con el correr de los años, conjeturó que su padre tendría otra familia, razón por la que sus visitas eran tan esporádicas. Recuerda como su padre solía sentarla en su falda y acariciarla con sus “manos suaves”. Cuando arribada a la casa M se “tiraba encima de él y quedaba colgada”, acostumbraba acariciarla y decirle cosas lindas. En las últimas sesiones dice: “Era tan bueno mi papá y tan buen mozo”; recuerda el olor de su perfume y su vestimenta. Solo recuerda estas escenas de su infancia. Suele preguntarse frecuentemente el porqué de la ausencia de su padre, de sus idas y venidas.

De su madre cuenta que era una persona muy trabajadora (era portera) y que las dejaba solas todo el día. Se acuerda el modo en que se refería a los hombres: “son todos unos hijos de puta”, haciendo alusión al padre y a los hombres en general. Las descalificaciones e indiferencia que su madre mostraba frente a su padre eran recurrentes. Suele preguntarse por qué ella se quedaba con su padre si él le provocaba tanta “infelicidad” y “tristeza” (supone que su madre sabía que él tenía otra familia). Esta situación continuó hasta que las abandonó cuando la paciente tenía 12 años. Le reprocha no haberla cuidado o advertido (más bien todo lo contrario) de sus relaciones con hombres violentos. Cuenta, con cierto rencor, que, cuando su madre enfermó, ella se ocupó de cuidarla con mucha dedicación, pero que antes de morir la escuchó decirle a su hermana que era su preferida.

Hasta aquí, el pequeño recorte. Comenzaré su articulación con el caso trabajado por Freud lo cual me permitirá seguir algunos lineamientos para desarrollar lo planteado como objeto del presente trabajo acerca de la estructuración familiar en la histeria femenina y sus efectos. Me adelanto al decir que considero algo que Freud ya dejó vislumbrado en el caso Dora y es lo siguiente: la histérica padece de una sexualidad excesiva como consecuencia de la existencia de fallas en la operatividad parental.

Freud y Dora

El Freud de los años del caso Dora, abocado a retrotraer los síntomas a una etiología sexual e infantil, ya comenzaba a vislumbrar ciertas características de la sexualidad infantil que tienen que ver con la existencia de un exceso. Con el correr del tiempo, Freud confirmará esta teoría y afirmará que la sexualidad infantil es traumática, pues la misma siempre será desmesurada en relación con los limitados recursos psíquicos y físicos del niño, pues, este será inevitablemente prematuro, no preparado en relación con la tensión que aflora en su cuerpo y, a la inversa, esta tensión libidinal será siempre demasiado intensa para su yo. Ahora bien, ¿cuál sería la característica de la histeria? La existencia de una falla en la constitución de los mecanismos que permiten atemperar ese exceso de sexualidad, es decir, en la configuración de una fantasía que le permita un saber hacer con el deseo.

Sostener esto implica hablar inevitablemente de una falla de la funcionalidad paterna, en tanto es esta la que proporciona la constitución de una fantasía que posibilite un tratamiento de la sexualidad a partir del armado de un entramado que permita obtener una direccionalidad en el deseo. Puesto que nos movemos dentro del plano de las neurosis, debemos suponer que la inscripción de la ley paterna se ha efectuado, la histeria cuenta con fantasías primordiales y de otra índole, pero es justamente sobre estas que las fallas recaen.

El padre

¿Dónde falla el padre? Pues, en su operatividad, en tanto algo de la ley reguladora del deseo quedó truncado. El padre de la histeria es un padre seductor, que despierta la sexualidad en una niña que luego no sabe qué hacer con ella puesto que él no opera como regulador. Así, este padre es un padre muerto, en tanto y cuanto no cumple su función. Es un excitador. Es el padre de M que la sienta en sus faldas, la acaricia, le dice palabras bellas, pero también es aquel que se ausenta, que se deja maltratar por su madre, que no muestra su deseo por ella; es también el padre de Dora que hace la vista gorda respecto de su relación con el señor K, aquel que “entrega” a su hija.

Para contrarrestar tales efectos, la histérica suele generar fantasías de un padre idealizado, lo sostiene y levanta para generar cierta idea de hombre protector, aquel que suele salvarla frente a los peligros de la sexualidad, es lo que Freud interpreta que Dora le cuenta con su segundo sueño. Es la bondad y elegancia del padre de M. Inventa un padre que intenta compensar con su rol lo que el mismo generó. Dora suele llamar la atención del padre en numerosas ocasiones, lo llama, por ejemplo, cuando pide su atención y protección al dejar la carta de su supuesto suicidio, donde se despedía de ellos porque no podía soportar más la vida[1]; también es convocado en la interpretación que hace Freud del primer sueño, donde dice:

convocó al amor infantil por el padre como protección contra la tentación actual (hacia el señor k) … y por un elemento neurótico, la repugnancia a sexual a que estaba presdispuesta y que tenía raíces en su historia infantil. El amor hacia el padre, llamado a protegerla de la tentación, proviene de esa historia infantil[2]

 

Y luego agrega:

El sueño muda el designio de refugiarse en el padre, ahincado en el inconsciente, en una situación que muestra cumplido el deseo de que el padre la salve del peligro.[3]

 

Así, la histeria teme de su propia excitación, de su “tentación”; de esto debe venir su padre a protegerla, lo cual puede ser leído como aquel que debe darle una medida a su sexualidad, una direccionalidad, causarla en algún sentido. La sexualidad exorbitante de la histeria aparece como el residuo de un padre que supo seducir y no supo ofrecerse como soporte de ley.

Freud retoma este pedido al padre al momento en que Dora decide dejar el tratamiento, allí ella asocia dicho abandono con el recuerdo de una joven gobernanta hacia la cual el señor K había intentado un acercamiento sexual. La diferencia radica en la respuesta de los padres de la gobernanta y los de Dora, esta cuenta a Freud:

…cuando se sintió abandonada, contó lo sucedido a sus padres, que son gente decente y viven en algún lugar de Alemania. Los padres le exigieron que abandonase al instante la casa…[4]

 

Luego Freud interpreta:

Como prueba de la gran impresión que le ha causado la historia de la señorita, le aduzco sus repetidas identificaciones con ella en su sueño y en su propia conducta. Usted se los dice a sus padres, cosa que hasta aquí no habíamos entendido, tal como la señorita se lo escribió a los suyos. [5]

 

De esta forma, lo que aparece como reprimido en la histeria es la sexualidad, puesto que no se sabe qué hacer con ella. Así juega, seduce, coquetea, pero no se entrega. No se entrega porque no sabe qué hacer. Existe un temor frente a un riesgo: gozar de su sexualidad. Es lo que le sucede a M en su pseudo entrega, es el asco que la paciente refiere sentir frente al acto sexual. El mismo asco que Freud le supone a Dora en la primera escena con el señor K cuando este se le viene encima y, frente a la presión en el tórax (presión del miembro erecto), Dora reconoce la diferencia anatómica en el contacto y, en lugar de excitarse, siente asco, se le presentifica la castración; es que allí ella tendría que responder como mujer y es a esto a lo que la histeria también le teme. Así, con el tema del asco y la feminidad histérica, nos movemos a la función de la madre en la estructura.

La Madre

¿Qué le demanda la histérica a la madre? Le demanda un significante que la nombre, le solicita un ser, se dirige a la madre en busca de una respuesta de lo que es ser una mujer, tarea de por sí imposible, pero que la histeria se empeña en sostener. El conflicto adviene porque lo que esta suele encontrar en su madre es el rechazo, la desatención, la indiferencia. De esta forma no logra hacer en su madre una identificación como mujer, no tiene la menor idea de qué es ser mujer, pues ella no pudo trasmitirle alguna idea de lo que esto implicaría. A la falla paterna se le suma la materna, la cual, de no estar fallada, le podría brindar, quizás, algún saber sobre el quehacer con su sexualidad hipertrofiada. Así, ambos padres presentan defectos en su trasmisión, con lo cual, la histérica pareciera encontrar a estos mal ubicados al momento de su invocación.

Esto trae como consecuencia la pregunta que comanda la estructura sobre el ser y el desear de una mujer y, a su vez, provoca una cascada de múltiples identificaciones, a rasgos, a las que la histérica apelará con tal de encontrar una respuesta que atempere dicho enigma. Así se sostiene, a partir de las identificaciones, a los deseos de sus semejantes, a fin de no encontrarse con el suyo propio, pues allí hay una carencia constitutiva, y es desde ahí que se puede pensar este defecto de la operatividad parental. Es esto quizás lo que en la paciente M se muestra como pliegue y sometimiento a los otros con su posterior reclamo de “querer ser ella misma”. Es que, justamente, es el ser de la identidad de la mujer lo que le está vedado a la histeria, a todo sujeto en realidad, pero en la histeria este reclamo parece ser más estrepitoso.

Si bien Freud en sus primeros textos sobre la histeria no se aboca con demasiado ímpetu en la novela familiar, sino más bien en los mecanismos psíquicos que allí se ejecutan y la función del analista, sí, podemos situar a partir del historial de Dora ciertas consideraciones de esta. Freud nos dice de la madre de Dora que, en principio, no la conoció, factor a considerar teniendo en cuenta que en este caso particular Freud pareciera estar al tanto de todos los actores que entran en juego en dicha novela. De la misma refiere que no puede menos que formarse esta idea:

era de una mujer de escasa cultura… tras la enfermedad de su marido y posterior distanciamiento, concentró todos sus intereses en la economía doméstica, y así puede ofrecía el cuadro de lo que puede llamarse la psicosis de ama de casa. [6]

 

La madre de Dora aparece siempre como relegada, como alguien que no está deseosa de que venga el marido y que no se hace desear por este. Así, en la madre de la histérica hay algo de “entregar” a su hija al padre para retenerlo. Esto también invita a pensar en la erotización del padre, ya que él ubica a la hija allí donde tendría que ubicar a la madre. Esto es evidente en M, no solo por la erotización sufrida por su padre, sino también en cuanto a lo que su madre tiene para decir de él, en tanto hombre descalificado y denigrado en su condición, aparentemente no deseado por esta, pero del cual no da cuenta del porqué permanece junto a él.

Freud continua:

Carente de comprensión para los intereses más vivaces de sus hijos, ocupaba todo el día en hacer limpiar y mantener limpios la vivienda, los muebles y los utensilios, a extremos que casi imposibilitaban su uso y su goce.[7]

 

De esto se desprende otra característica de la madre en la histeria, se presenta, pues, como alguien que no se aboca del todo a su hija, no logra libidinizarla “adecuadamente”, pareciera estar en un ensimismamiento, “metida para adentro”. De este modo, su deseo no es estragante, es decir, no se queda enganchada en su hijo-falo, pero tampoco va en busca de otro (padre). Esta madre, que no da el amor suficiente a su hija y que tampoco la deja para ir en busca del hombre, genera un desconcierto que no permite la constitución del deseo en el sujeto. Esto puede generar un sometimiento desmedido al superyó materno, pre-edípico, en tanto búsqueda de una identidad incesante e impetuosa en la madre. Así, “la madre de la histeria está en otra”, ni en los hombres ni en los hijos.

Refiere Freud:

La relación entre madre e hija era desde hacía años muy inamistosa. La hija no hacía caso de su madre, la criticaba duramente y se había sustraído por completo de su influencia.[8]

 

De lo expuesto hasta aquí, considero que no sólo hay que leer los reclamos de la histeria a su madre en términos de afrenta narcisista (privarla del falo), sino también como algo más, algo referente a una identidad, un reclamo por un saber no trasmitido. ¿Por qué es tan importante este saber? Porque es aquel que le permitirá arreglárselas con su sexualidad. Dora ronda en torno a todos los personajes de la novela buscando ese saber, denunciando la falta de funcionalidad de los actores. Quizás, lo interpretado por Freud del primer sueño, el hecho que Dora sea una masturbadora sea un primer intento de ella por dar respuesta a su sexualidad, respuesta que luego buscará en la gobernanta, en la señora K, en la enciclopedia, etcétera.

Conclusión

Para concluir, considero que los reclamos, rechazos, demandas, etcétera de una mujer en posición histérica son efectos de una defectuosa transmisión en las funciones parentales puesta en juego en la infancia; que varios de sus síntomas reivindicativos ocultan su temor frente a una sexualidad de la que no puede dar cuenta, y que muchos de sus actos, para con sus padres, están a la orden de intentar reubicar a los mismos en una estructura familiar con el propósito de encauzar, de alguna forma, un deseo que se le presenta como enigmático y apabullante.

Notas al pie

[1] Freud, S. (1992). Fragmento de análisis de un caso de histeria. En J. L. Etcheverry (Traduc.), Obras Completas: Sigmund Freud  (Vol. 7, p. 22). Buenos Aires: Amorrortu (Trabajo original publicado 1905 [1901]).

[2] Ibid., p. 78

[3] Ibid., p 78

[4] Ibid., p. 93

[5] Ibid.,  p. 95.

[6] Ibid., p. 19.

[7] Ibid., p. 19.

[8] Ibid., p. 20.

Bibliografía

Freud, S. (1992). Fragmento de análisis de un caso de histeria. En J. L. Etcheverry (Traduc.), Obras Completas: Sigmund Freud (Vol. 7, pp. 1-107). Buenos Aires: Amorrortu (Trabajo original publicado 1905 [1901]).

Freud, S. (1992). Mis tesis sobre el papel de la sexualidad en la etiología de las neurosis. En J. L. Etcheverry (Traduc.), Obras Completas: Sigmund Freud (Vol. 7, pp. 259-271). Buenos Aires: Amorrortu (Trabajo original publicado 1906 [1905]).

Freud, S. (1991). Sobre el mecanismo psíquico de fenómenos histéricos: comunicación preliminar (Breuer y Freud). En J. L. Etcheverry (Traduc.), Obras Completas: Sigmund Freud (Vol. 2, pp. 27-44). Buenos Aires: Amorrortu (Trabajo original publicado 1893).

Freud, S. (1991). Señorita Anna O. (Breuer). En J. L. Etcheverry (Traduc.), Obras Completas: Sigmund Freud (Vol. 2, pp. 47-70). Buenos Aires: Amorrortu (Trabajo original publicado 1893-95).

Massotta, O. (1991). Origen de Psicoanálisis. Sexualidad y saber. Labilidad del objeto de la pulsión. El sexo como escisión. En O. Massota, Lecciones de introducción al psicoanálisis (pp. 19-36). Buenos aires: Gedisa.

Acerca del autor

Juan Pedro Rovoira

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