“Tú sabes que trabajo con el supuesto de que nuestro mecanismo psíquico se ha generado por estratificación sucesiva, pues de tiempo en tiempo el material preexistente de huellas mnémicas experimenta un re ordenamiento según nuevos nexos, una retranscripción”. “…la memoria no preexiste de manera simple sino múltiple, está registrada en diversas variedades de signos”, expresa Freud en su carta del 6 de diciembre de 1896. Décadas después agregará: “…nuestro aparato psíquico (…) conserva siempre su capacidad ilimitada de nuevas percepciones…”
Sabemos que estas palabras gestaron un extenso espacio de articulación entre conceptos y práctica. Me circunscribiré a algunas vicisitudes de la clínica y a ciertos movimientos que transcurren en el psiquismo durante la experiencia analítica. Pienso al psicoanálisis como una peculiar vivencia, en la que se establece una búsqueda permanente de sentido desde las primeras marcas, sus enunciados y las representaciones ulteriores. Intentaré plantear cómo las renuncias, el reciclado de antiguos, objetos y hallazgo de otros nuevos derivan en la creación de otros registros, ligaduras y redes de significación. Tarea de desinvestidura – investidura y elaboración que procura restablecer sentidos a la constelación temporal que atraviesa un ser humano.
El devenir de la historia dio origen a una clínica que nos remite a diferentes acontecimientos, otras patologías, abordajes y complejizaciones en la técnica, para ir al encuentro de múltiples manifestaciones del dolor.
Se presentan con variadas máscaras y voces, unos signados por la desesperanza, el desconcierto, ausentes de proyectos. Su decir se expresa en la jurisdicción del presente, con resentimiento y duelos no elaborados, nudos que remiten a un pasado sobrevalorado. Algunos hipotecan sus vidas en rituales y dudas interminables o sujetándose a objetos atemorizantes; en otros casos, aparecen fantaseados encuentros y desencuentros amorosos nunca plasmados o proyecciones y enojos paranoides. Encontramos en este terreno pantanoso de sufrimiento humano la inhibición para la libertad del pensamiento, aparentemente sin un orden de causalidad o sentido, atascados en significaciones fallidas que llevan a la repetición con su angustia. La pérdida del objeto, la pérdida del amor, la castración misma sobresalen en un movimiento cerrado. Las posibilidades de enlace temporal entre los diferentes sucesos también están recortadas, la historia aparece desinvestida. Sin embargo, cada síntoma, por más doloroso que sea, mitiga un padecimiento psíquico que, de ser descarnado, sería insoportable.
Pero remitámonos a los inicios. El proceso sobre el que se origina el individuo humano como tal se plasma con enunciados incorporados en un sustrato de palabras y signos paraverbales. El tejido de esta trama será dado por el eco afectivo en esta confluencia del que nace y las vivencias pasadas enlazadas al tiempo presente de los otros significativos relacionados con él.
En esos primeros momentos, la representación de cuerpo se va gestando, desde el interior del organismo, ante las necesidades que presenta; la satisfacción de esas exigencias comenzará el dibujo de un cuerpo – representación altamente influido por los afectos que vierta la madre sobre el yo corporal de ese bebé y sus representantes pulsionales. Caricias, contactos, cuidados, palabras estarán matizados por la mayor o menor impregnación de lo pulsional erótico o tanático de quien realiza la acción específica – cuidadora. Podrá presentar equilibrio, exceso de amor, de odio o indiferencia. Es lo más primitivo e inconciente de la madre que se volcará sobre el cuerpo y el psiquismo del bebé, favoreciendo el placer de vida o coartándolo.
Si bien estas fuertes marcas en sus comienzos se acompañan más de lo paraverbal que del decir, los relatos de experiencias posteriores con esta madre y otros personajes significativos nos permitirá hacer anudamientos desde nuestro trabajo analítico. Al decir nuestro me refiero a la particular situación generada en el campo de la sesión, donde analista y paciente se conjugan en una tarea de inferencia y llegada a construcciones sobre las trazas permanentes que se imprimen desde esos primeros tiempos. Estas improntas participarán en el proceso identificatorio, permeabilizando o rigidizando el mecanismo de incorporación y transformación de rasgos a lo largo de su trayectoria.
Así es como la madre juega el papel de espejo, de auxiliar y de continente. Si ella puede contener y tolerar sus propias pulsiones, favorecerá la eclosión de las pulsiones en el niño. El emerger de la individuación se vivirá en el marco de un inestable equilibrio de frustración-gratificación. Pero equilibrio al fin, en el mejor de los casos. La angustia en otros, nos hará escuchar los lamentos del narcisismo fisurado que se fue edificando bajo la égida de tánatos como consecuencia de la desvitalización y empobrecimiento de la autoestima materna volcada sobre el psiquismo del hijo.
Ana, desde su hablar cálido e ingenuo, singulariza este proceso. “Jugaba muy poco, no me querían mucho porque esperaban un hijo varón, me desvalorizaban bastante, mi hermana mayor siempre era la mejor. Todo lo que yo decía estaba mal. Siempre fue mi madre la que me rechazaba. Cuando iba a los bailes me llamaban prostituta. No podía besar a nadie, salvo estar de novia o casada. Para mí divertirme estaba prohibido. Me gustaba… bailar boleros y enamorarme enseguida, aunque después se truncara. Pasé a ser la señora de, la madre de y la hermana de. Nunca Ana. Tengo miedo de que no me quieran y quedarme sola, al final soy el último orejón del tarro”. “Siempre me corrigen en lo desubicada, lo gastadora”. “Papá sí me quería”. “Mi marido me grita, siempre va a haber una causa para que me grite. Yo soy la mujer maravilla. Me siento sometida. Mi hija me dice no te metas en mi casa. Soy muy guapa, le hago la comida, en diez minutos le volteo una casa”. Ana fue golpeada por su esposo y por uno de sus hijos. La pregunta que recorre su vida es ¿Ser como quién? para sentirse querida. A veces repite actos vistos en personajes de telenovelas o dice palabras escuchadas de vecinas o alguno de los innumerables terapeutas y grupos de autoayuda que consultó. En una sesión, refiriéndose a la organización de su casa y un proyecto laboral, con gesto de asombro, trae estas palabras: “Esto lo pensé yo solita, lo voy a hacer yo así, nadie me lo dijo”. En otras ocasiones mis intervenciones inmediatamente son trocadas, por ella, en mandatos: “Entonces voy a hacer así, como me dice”. “Me siento vacía, como un vegetal”.
En estas ocasiones, intentamos que la labor del psicoanálisis transcurra en la búsqueda y armado de renovadas representaciones, dispuestas para que el signo adverso sea modificado, atenuado en su fuerza a partir de la comprensión y puesta en palabras de los orígenes de su gestación, en tiempos de desvalimiento temprano. El paciente se permitirá entonces generar otras ligaduras para construir nuevas redes de sentido, esta vez signadas por lo vital-erótico. Se irán codificando e incluyendo en nuevos planos, con otra arquitectura, que variará según cómo se mire la historia de cada individuo y quién la escuche. Ardua tarea en la que se imbrica lo ínter e intra subjetivo que se juega en el campo de la sesión analítica. La lucha entre estos dolores y placeres del alma y el cuerpo se manifestarán, entre otros, como: síntomas, sueños, angustias, sentimientos de culpa propios y heredados, recuerdos, nostalgias, reminiscencias, duelos y daños encarnados en el cuerpo. Funcionarán como restos arqueológicos y documentos sobre los que se asentará la historia pasada y aquella a construir.
Trabajo que será también de encuentro de mandatos y mitos transmitidos de una generación a otra. Así escuchamos voces y percibimos sentimientos extraños al contexto de ese sujeto, puesto que fueron vividos, en ocasiones silenciados por sus predecesores, pero inyectados dramáticamente a través de actitudes de temor y sufrimiento que finalmente llegan a nuestro encuentro y podremos leer. Los personajes de la historia que esbozaré a continuación nos acercan a estas problemáticas y se relacionan con alcances de nuestra práctica que integran abordajes y técnicas diferentes al análisis individual.
La madre, Malka, fue empujada a la consulta por su hijo, Sergio, hace aproximadamente un año y medio. Tiempo después aparecerá en escena Luisa, la otra hija.
Sergio se desesperaba fácilmente frente a distintas circunstancias; su tono era quejoso, aunque el relato pudiera conducir a hechos placenteros. Había algo conocido en su discurso, sin embargo, no eran las palabras de este hijo que resonaban en mí. Finalmente pude darme cuenta. Esa tonalidad era su madre a quien había dejado de ver tiempo atrás. Ella hablaba, sufría y lloraba sin lágrimas, también, a través del hijo. Malka sobrevivió a su familia y a casi todos los habitantes de su pequeño pueblo europeo durante la ocupación nazi. Sólo ella y otro adolescente habían quedado vivos. Con los años armaron una pareja acorazada, dependiente, se protegían y odiaban frente al desamparo padecido. La muerte del esposo unos meses antes motivó la primera consulta que no llegó a concretarse en tratamiento por las negativas de Malka. Ahora sí, ella era única sobreviviente. La historia de la muerte se personificó retomando a primer plano.
Al cumplirse el aniversario del fallecimiento del padre, Sergio me llama nuevamente, dijo no saber qué más hacer con su mamá. Ella estaba gran parte del día en la cama o “sin hacer nada”. Acordarnos que vendría él con su hermana. Inicié una serie de entrevistas que llamé de “orientación”.
Escuchemos a estos hijos. Luisa que, a diferencia de su hermano, era de aspecto jovial y alegre, recordó: “Mamá decía: ‘ No rías de día porque de noche vas a llorar’. Fuimos criados con miedo; si alguno la pasaba bien, el otro la tenía que pasar mal”. Parece que aquí el mal signado, atrapado en las redes tanáticas maternas fue el hijo. Al señalarle la similitud del tono y cuán difícil le resultaba pensarse separado de Malka y vivir él su propia vida dijo: “Tengo 50 años y siempre me sentí viejo, igual que mamá”. Comenzó a reír y hablar de “cuán manejadora es mamá”. Relataron que desde hacía unos días vivía en casa de Luisa. Ambos hermanos alternadamente reconocieron un aspecto escondido de la madre, esta vez en relación a los nietos. las risas, el deseo de hacerles “comidas ricas”, “con los chicos es otra”. Estas asociaciones tuvieron efecto de bálsamo, la voz de Sergio también era otra. Es necesario aclarar que desde hace tiempo él accedió a un análisis individual y que su entrenamiento asociativo está presente en la tarea conmigo.
Hasta el momento fueron sólo dos entrevistas; obviamente, otras vetas circulan en esta historia, muchos de los escarpados lugares por los que transitan Narciso, Edipo, los silencios sobre el padre y las rivalidades fraternas, así como la inclusión futura de la persona de la madre en nuestros encuentros quedarán para otras reflexiones.
Así es como, asociación libre y atención flotante mediante, accedemos a una organización que se encuentra en un intercambio interno – externo constante y trae a la memoria representaciones olvidadas, no necesariamente reprimidas, que van al rescate y reflotan consigo viejos modelos no registrados hasta el momento. Se inicia un movimiento en espiral en el que nuevas constelaciones se podrán afirmar sobre el entramado del pasado, túnel que, al abrirse en el presente, logrará desanudar antiguas configuraciones, transformar en algunas su signo, mientras que otras permanecerán inmutables. A su vez, dialécticamente, esta reorganización de la historia mantendrá el psiquismo abierto a otros cambios. Al establecerse, estos ordenamientos se constituirán en figuras sobre un fondo. Como un rompecabezas que tomará, en función de cada situación, múltiples formas. La esencia que subyace y hace de soporte a este rearmado de ligaduras puede traducirse en el logrado arraigo de una imagen de cuidadora, auxiliar, objeto interno nuevo, capaz de dar y recibir amor y también odio. Se acercaría así a una madre sostenedora, narcisizante, favorecedora del placer de vida, tolerante de la eclosión de las cargas agresivas y de la individuación, figura que, de no haber estado presente en el origen real del sujeto, puede ir echando raíces en su universo psíquico desde otros personajes -analista incluido- surgido a lo largo de la vida, descubiertos sesión tras sesión.
Si bien la adolescencia es un tiempo clave para esta posible reparación pendiente, pienso que los momentos vitales para que lo expuesto suceda entran en la atemporalidad del inconciente y es factible que se dé en cualquier momento cronológico de la vida.
Esta corriente llega a buen puerto cuando la permeabilidad entre proceso secundario-primario es suficientemente flexible y logramos que la línea de borde no se confunda. En algunos casos es una nueva oportunidad de reacomodamiento representacional para el rearmado de viejos y encuentro de nuevos modelos; en otros, por transitar las últimas etapas de la vida, puede ser la única oportunidad.
Este trabajo se irá organizando en la medida que permita: recuperar aquello que se conserva vivo en los estratos psíquicos más profundos, que al ser elaborado fluya en la corriente psíquica, y pueda proyectarse en un movimiento temporal, recorriendo el registro de acontecimientos, rasgos, palabras, afectos, desde el pasado hacia futuros, sucesivos, nuevos enlaces y articulaciones, reconocidos como vivencias propias, a fin de no perturbar el sentimiento de identidad. Todo este proceso, si bien permite acceder a una libertad, integración y amplitud de las posibilidades vitales y sublimatorias del individuo, irá acompañado por un trabajo de múltiples duelos. La dimensión de desprendimiento que efectuamos analíticamente implica exigencia para el psiquismo por el abandono de esquemas, escalas de valores, relaciones de objeto y representaciones pulsionales. Engloban también la pérdida de la omnipotencia, de ideales imposibles y el reconocimiento de la finitud.
El cambio de cargas y ligaduras será más tenazmente resistido en aquéllos que sufrieron la impregnación tanática materna y el cuerpo físico está puesto en juego. En el caso de Enrique se cristalizan estos padecimientos.
“Básicamente tengo problemas de relación. Mi primera reacción cuando veo una persona es de bronca. Soy muy nervioso y boca sucia, configuro una imagen de tipo poco agradable. Ando con el ceño adusto. Tuve cinco injertos de córnea, por eso miro así, le busco siempre la quinta pata al gato. Soy muy detallista, siempre busco el defecto. Mi relación de pareja es un desastre. Me irrita que me contradigan, no soy obtuso pero no soporto que me corrijan. Me obsesiono con los problemas económicos, tuve una quiebra económica hace veinte años. Tengo temor de volver a fracasar, de perder algo”. “No tengo recuerdos positivos a la vista”. “Creo que toda mi vida fue una línea recta, sin alteraciones notables ni grandes hechos”. “…Me fui haciendo como pude, no tuve prototipo o parámetro. Tengo la impresión de que todos mis actos fueron copiados”.
Enrique fue el cuarto y penúltimo hijo, entre cuatro hermanas mujeres. Recuerda constantes peleas entre sus padres y a su madre preocupada y penando por la discapacidad motora de una de las hijas. Sobre su enfermedad visual, de características hereditarias y manifiesta a los 13 años, dice que fue objeto de burlas e incomprensión por parte de su familia y sus compañeros. Después de varias operaciones, se compensó relativamente con una lente intraocular.
“Conocí a mi esposa en 1967, estuve 6 meses de novio, tenía 34 años. Seriamente no había salido con ninguna. Me casé, quizá porque todos dicen que hay que casarse, quizá porque era el único hijo varón, quizá porque era una buena chica. Todo junto es para hacer una novela, ¿no?”
Más de un año después de iniciado el tratamiento dice: “Pretendí hacer un acercamiento con mi mujer, la cosa está muy mal. Si no es la crisis definitiva, está muy cerca. Yo traté de iniciar un diálogo, le dije que necesitaba comprensión. Que por mis reacciones yo sabía que no tenía que ser así. Que entré en una etapa en que hablar de arrepentimiento no tiene sentido. Mi proceder va a ser repetitivo”. “Me olvidé de reír, de sonreír, tengo las facciones rígidas, me tengo que reacomodar los músculos de la cara. Se conjugan un montón de factores. Hay una falla en la escala de valores”.
Acerca de la adolescencia, Enrique añoraba: “No tener un peso para mis necesidades, mucha soledad, sentimiento de desarraigo. No haber gozado de una buena mesa bien tendida, una merienda con mermelada y tostadas”. Las mismas quejas que ahora le hará a su mujer. En un segundo momento de esta historia, comenzó a aparecer con insistencia el personaje del hijo, como figura masculina y portador de proyectos. Se inició otro diseño que nos remitió al vínculo paterno-filial en una nueva configuración.
Si la experiencia analítica continúa, la imagen materna desvalorizante será aislada, pasará a formar parte de las aceptaciones del pasado, ya sin hacer efecto de vacío en la historia presente. Durante esta época persiste el sentimiento de ambivalencia, abandono y culpa, también el temor a no encontrar sustitutos entre los fragmentos de recuerdos o en otros factores presentes en este proceso. Este duelo tendrá el fin de dar vía libre al camino hacia la elaboración y exigirá del analista un fuerte compromiso de reconstrucción, acompañamiento y cuidado. El paciente necesitará escuchar la voz, el tono afectuoso con más intensidad y frecuencia que en otras etapas.
El logro de otras abrochaduras y formaciones de sentido que le sean singulares e incluyan su sistema identificatorio, sus valores, creencias e ideales surgirá también a posteriori de un cierto pesar. Hay una labor de desinvestimiento previo de objetos y formaciones con los que lidiaba el yo que, aunque inservibles ahora, fueron la comitiva que ocupó su ser durante largos períodos y actuaron como baluartes sobre los que se asentaba la vida pulsional.
Proceso de duelo que será de menor intensidad al que sucede con la pérdida de objetos amados, tampoco ocupará energías y áreas de la vida psíquica con la misma configuración. Sin embargo, la cuestión que se plantea conduce a la misma esencia: investir, amar, impedir la repetición, simbolizar, restablecer sentidos propios atravesados por la sexualidad, la integración y las constelaciones creativas de Eros.
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