La intimidad remite a aquella parte de uno mismo que no está expuesta a los avatares de la vida cotidiana, a aquello que es privado, interior, propio.
Es ese núcleo del ser que guardamos protegido, y que ponemos en contacto solo en relaciones con personas confiables. Solía estar asociado a la intimidad sexual. Requiere cierto grado de estabilidad y permanencia.
¿Pero cuánto de esto sigue existiendo?
En el “siglo del Yo” ³, de la propaganda, del amor líquido, del sexo libre de ataduras. ¿Dónde ha quedado algo de la intimidad?
En el mundo donde todo es objeto de mercado, donde todo está en venta, donde el packaging y el marketing valen más que el contenido, este mismo contenido se ofrece como mercancía. Esto que en el mundo llaman estrategias de venta, en el mundo psicoanalítico lo llamamos narcisismo. Investidura narcisística como iluminación de esta superficie que está en venta a cambio de una migaja de amor. Como en el tango Cambalache. Pero cuyo contenido es opaco, oscuro, sedimento de desencantos, restos de amores atacados por la crítica cínica de que la variedad, el nuevo modelo, lo más excitante, es mejor. La estabilidad y la construcción de vínculos es una ingenuidad.
En un mundo donde la estafa emocional es una viveza, y la mentira una estrategia válida, la desconfianza es una defensa útil y la confianza una ridiculez. Solo que las defensas necesarias consumen toda nuestra capacidad de construcción y realización.
Recién estamos advirtiendo que la política de “úselo y tírelo” está contaminando no solo nuestro planeta con desechos, sino también nuestras vidas con restos de vínculos emocionales. Sin embargo, aun así, es una defensa válida frente a los años de frustración que representan una hipersexualidad precoz con tic-toc, los “me gusta”, por un lado y la postergación de las realizaciones de la adultez hasta los 35, después del posgrado, si es que alguna vez llega. La solución para esta cadena de frustraciones y cicatrices es el amor líquido, el touch and go donde la ilusión de construir algo juntos no se juegue para evitar el dolor de lo que no fue. El sexo accesible como un deporte y el deporte como un triunfo son herramientas de descarga rápida, pero sin ilusión de amor o juego.
Pero veámoslo desde el punto de vista de la economía psíquica. ¿Qué es lo que hace a una relación íntima?
Una relación íntima se expresa como dejar entrar dentro de uno metafóricamente. Todos nosotros funcionamos en el mundo de las relaciones contractuales con una estructura de identidad o subjetividad la cual esta revestida de investidura narcisística que implica la imagen especular del Yo. Cualquier modificación de esta identidad implica una movilización de dicha investidura que queda como energía libre, potencialmente percibida como angustia pero que puede ser trasladada a un proyecto o hacia otra persona. La propia identidad adquiere mayor flexibilidad y la investidura libidinal puede migrar a otra persona (objeto). A esto lo llamamos enamoramiento. Si el fenómeno es recíproco se recibe a su vez una idealización del otro. En cada uno de los miembros se produce un descenso de la autoestima e incremento por la que recibe del otro. En condiciones ideales las mentes de ambos se flexibilizan y presentan el fenómeno de mente extendida que es similar tanto a la función reverie⁴ como a los brainstorming⁵. Esto puede idealizar la unión o devenir un proyecto. Este es un delicado mecanismo porque se está con poca investidura narcisística y bastante energía libre fluyendo. Requiere bastante tolerancia a la dependencia hasta que el vínculo de enamoramiento devenga en amor (y disminuya la pasionalidad por realización).
Las fallas, en estas condiciones, son especialmente dolorosas y dejan “cicatrices” en el alma que empujan hacia el amor líquido y la descarga sexual como deporte.
Las condiciones sociales actuales con la mercantilización de los vínculos y la falta de esperanza en el futuro incierto dificultan las relaciones íntimas y superficializan los vínculos.