Something is rotten in the state of Denmark
(Algo huele a podrido en el estado de Dinamarca)
Este año fuimos asolados por una situación en que pareciera ser que el futuro se hizo presente como un tsunami que cayó sobre todos los habitantes del planeta.
Frases tales como “el mundo está en vías de destrucción”, “se está produciendo un calentamiento global”, “faltará agua en el futuro”, “se derretirán los hielos de la Antártida”, “hay incendios difíciles de combatir en diferentes lugares del planeta”, entre otras, estaban presentes en los discursos de aquellos movimientos ecologistas de occidente que se mostraban preocupados por la vida de todos, ya desde la década de 1970. La mayoría suponía una catástrofe para las generaciones venideras. Tal vez dentro de cincuenta años, tal vez más adelante. Estos discursos cobraron fuerza a nivel global, en los últimos años, por una sucesión de catástrofes naturales que fueron provocadas en parte por la intervención humana.
En simultáneo, se producían movimientos sociales que llevaron a la calle a millones de personas reclamando derechos. Por mencionar solo dos: el de las mujeres defendiendo los propios, entre ellos, la lucha por la legalización del aborto, y los movimientos LGBTQ pidiendo ser considerados ciudadanos de pleno derecho.
A través de las redes sociales, fuimos testigos de que canciones y bailes originados en un país pequeño de Latinoamérica se reproducían en los continentes europeo y asiático, casi en simultáneo y en diferentes idiomas. En el continente africano, la lucha de algunos por el fin de prácticas aberrantes dirigidas hacia las mujeres. En los países de habla hispana, modificaciones en el lenguaje cotidiano para que el mismo denote la igualdad entre hombres y mujeres. Los museos, cuestionados en su función de trasmisión de la historia de la humanidad. El arte contemporáneo, también dando cuenta de los cambios. El mundo en ebullición, tal vez como nunca lo habíamos presenciado.
De repente, el silencio
Todos a casa, aislados, invadidos por un virus desconocido. Hasta hacía poco tiempo, los virus pasaban por nuestro cuerpo y, en el peor de los casos, producían alguna leve molestia. En cambio, los que gozaban de mayor popularidad eran de otro tipo: los virus informáticos que se volvían reales para nosotros cuando invadían nuestras propias computadoras. Pero ese problema se resolvía fácilmente con cierta maniobra realizada por algún saber tecnológico. De esa forma terminábamos con él.
Hace muy pocos años, un capítulo de la icónica serie Black Mirror nos mostraba robots con forma de perro que estaban programados para cazar y despedazar humanos. Todo el capítulo transcurría con una mujer tratando de ocultarse en un bosque deshabitado y hostil. El perro, moviéndose a una velocidad monstruosa, frustraba cualquier intento de escapar de sus dientes metálicos. Ella huía, el animal la encontraba. Persecución que generaba terror en el espectador.
Hace unos días nos anoticiamos que en Singapur, el país más occidental de Asia de elevado ingreso per cápita, las autoridades decidieron lanzar un experimento a las calles: un perro implementado para “recordarles” a los sujetos que transitan por los parques las medidas de distanciamiento social y que tiene como objetivo final el control del COVID-19. La imagen lo muestra en funcionamiento. Si los ve muy cerca, les habla y les ordena que se separen. El perro es igual al de la serie. Singapur es uno de los países con menor cantidad de muertes por esa enfermedad.
¿Se trataba de ciencia ficción?
En Oriente crearon un robot para asistir en los hospitales a los afectados por la pandemia. El objetivo es que el médico, que observa al paciente desde una cabina lejana, no se contagie. Le habla al enfermo a través de la pantalla que el robot tiene como rostro. Así, el paciente aislado está “acompañado”. El médico, protegido para poder cuidar a otros pacientes.
Todo esto que está sucediendo hoy, ¿será parte del futuro imaginado?
El futuro no imaginado, es hoy
No sucedió cuando llegamos al año 2000, año profético pensado por muchos como el fin del mundo. Veinte años después, el tiempo y el mundo, parafraseando a Hamlet, parecería está fuera de quicio. Por efecto de la globalización, los mortales estamos igualados, una amenaza cae sobre todos nosotros. En un principio, supusimos que era algo que vino y que se iría en poco tiempo. Ahora, después de ser testigos de lo que sucede en otras latitudes, no sabemos si la destrucción del hombre llegó para quedarse.
La escritora de cuentos de terror Mariana Enriquez, cuando le pidieron su opinión sobre la pandemia, escribió en su cuento “La ansiedad”: “Pienso corto”. Tal vez, sea este momento para estar en tiempo presente.
Los analistas, como pensadores de lo humano, nos vimos compelidos a tener que reflexionar sobre cómo somos afectados por lo que sucede en relación con nosotros mismos y con nuestros pacientes.
En un intento de que la palabra posibilitara un efecto de ligadura de aquello que irrumpió casi de un día para otro, comenzamos a hablar entre colegas en todos los espacios posibles.
¿Qué se puede decir sobre la pandemia que no haya sido dicho aún? Filósofos, pensadores contemporáneos, nuestros superhéroes, opinaron sobre el tema. Algunos, referentes de muchos, se anticiparon demasiado: lo podemos deducir por lo que sucedió poco tiempo después que se pronunciaran. Evidentemente, el fenómeno COVID-19 nos cayó encima, sin que nadie estuviera preparado. ¿Acaso podíamos habernos preparado?
Freud dijo que el sufrimiento humano proviene principalmente de tres fuentes: del cuerpo propio, de las relaciones con los otros y del mundo exterior (1930).
La pandemia, que se instaló a fines de 2019, nos pone de cara frente a las tres fuentes de mayor malestar en simultáneo. El cuidado y la salud de nuestro cuerpo pasaron a depender del cuidado que nuestro semejante tiene del suyo.
La naturaleza parece haberse salido de su cauce. Nos enfrentó a un virus que, en apariencia, no existía en nuestra especie. Algunas hipótesis sobre su aparición sugieren que la manipulación del hombre sobre los recursos naturales generó una enfermedad altamente contagiosa, pasible de atacar a los humanos de todo el planeta.
Es llamativo que se denomine de manera corriente Coronavirus. Es un significante, por demás, potente. Se modificó el poder de la corona. Ahora el poder lo tiene un simple virus.
Coronados por un virus, todos estamos dentro del mismo reino
No es la primera vez que una pandemia irrumpe en la historia de la humanidad. Solo que creímos que ya las habíamos superado.
La peste negra en el medioevo, que llegó de Oriente y se expandió a través de los puertos de Génova y Venecia, fue también conocida como peste bubónica.
A partir del siglo xv, la exploración de nuevos territorios condujo a una nueva forma de representar el espacio. Este pasó a ser menos acotado que hasta entonces, donde la vida se desarrollaba en un radio pequeño. Fue el inicio de la modernidad donde Dios fue reemplazado por la razón en el campo del conocimiento. Se saltó de la biblia a la ciencia. El Iluminismo resaltó a la ciencia y la pensó como una posibilidad de progreso infinito.
En términos histórico-sociales se llegó a la modernidad a partir del pasaje de la sociedad preindustrial y rural a la sociedad industrial y urbana que se produjo con el desarrollo del capitalismo. Fue a partir de entonces que se produjeron diferentes epidemias como la fiebre amarilla en la Argentina de 1871. En 1918, durante dos años, se produjo la gripe española, un virus del tipo H1N1, que mató a más de cuarenta millones de personas. Así como vino, desapareció en 1920.
Nos encontramos cien años después, ¿cursando la cuarta herida narcisística? La ciencia no sirvió para dominar todo lo que creíamos dominar y, paradójicamente, necesitamos de ella para poder sobrevivir.
La tecnología, generadora de muchas de las dificultades actuales, se convierte en nuestra aliada.
Los analistas estamos acostumbrados a trabajar en un terreno pantanoso, nuestra tarea tiene más preguntas que certezas. Enunciamos que el cambio de la posición subjetiva se relaciona con la aceptación de la incertidumbre como parte de la vida. Trabajamos para lograr la elaboración de la diferencia entre impotencia e imposibilidad. ¿El suelo ahora se volvió más pantanoso?
En relación con la clínica, cuando se instaló el aislamiento preventivo, la mayoría de los pacientes aceptó continuar su análisis de manera remota. Algunos pocos decidieron poner una pausa.
La singularidad del proceso de análisis dará cuenta de lo que sucedió en cada caso. La resistencia podría estar siempre al acecho.
Pero también me pregunto si la pregnancia de la presencia de los cuerpos y la posibilidad de dirigirse a un escenario otro, como es nuestro consultorio, es más importante de lo que habíamos registrado. Que otras paredes alberguen aquello que no puede ser dicho en los espacios cotidianos, no parece ser un tema menor en algunos casos. Estamos ante sucesos que todavía no podremos categorizar hasta pasado el tiempo necesario para su elaboración.
Probablemente la resolución sea diferente para cada cual. Si bien es evidente que la atención a distancia implica una pérdida, esta se puede suplantar relativamente a través de la voz o la imagen cuando la transferencia está presente.
Para pensar este nuevo formato de atención, me resulta útil el concepto de encuadre interno que añade a las reglas de atención flotante, asociación libre y abstinencia los procesos psíquicos que se gestan a medida que el propio analista interioriza la práctica. Comprende el desarrollo de la permeabilidad con el propio inconsciente. Esto significa que se puede continuar con la función, aun cuando el contexto se modifica. La posición ética del analista en su deseo de analizar le posibilita sostener lo que se distingue entre el ritual del proceso y el acto analítico.
Es en el acto donde reside la eficacia y esencia de la intervención operativa y no, así, en la ritualidad de otros parámetros fijos.
Entiendo que si el analista sostiene su función, el encuadre se mantiene pese al cambio de modalidad de trabajo. En su libro Herramientas psicoanalíticas (2014), Luis Miguelez propone que nuestra práctica tiene mucho de oficio, del que se aprende solo en el hacer, y que requiere al menos algún maestro para comenzar a llevarlo a cabo. Está abierto a la invención, a dejarnos llevar por aquello que nos sorprende sin asustarnos. La herramienta debe ser lo suficientemente blanda como para moldearse.
¿Qué nos perdemos con el análisis remoto?
Una de las cuestiones clínicas, que para algunos de nosotros tiene bastante importancia, es aquello que podemos denominar: el clima de la sesión… El territorio de más allá de la palabra que forma parte de la escucha.
Nos resulta difícil diferenciar los silencios, el silencio resistencial, el silencio reflexivo, el silencio por ocultamiento, el silencio angustiado. En el peor de los casos, no sabemos si se cortó la comunicación. La ausencia de los cuerpos puede impedirnos captar las exteriorizaciones de lo inconsciente en otro. Muchas veces se logra, a pesar de la distancia.
Algo similar sucede con el sentido del olfato, que en el trabajo con algunos pacientes es muy pregnante. Una paciente, que atendí hace tiempo, dejaba un olor tan desagradable cuando se iba que me obligaba a ventilar el consultorio. Su aspecto no coincidía con el olor que dejaba. Era un olor sumamente particular, como algo que estuvo guardado durante mucho tiempo en un ropero, tal vez su vestimenta. De haberla escuchado por teléfono, o si la hubiera visto en una pantalla, tal vez hubiera llevado más tiempo captar lo que era un indicador de un vínculo con su madre fallecida hacía ya muchos años y a la que no podía abandonar. ¿Es necesario ser testigos presenciales de esos indicios? Seguramente también se puedan expresar otro modo. Pero esta era una situación singular. Portaba a su madre en la cabeza, también en su cuerpo y dejaba huellas de su presencia.
Entiendo que la ausencia del cuerpo de ambos en la sesión puede resultar más dificultoso a lo largo del tiempo.
¿Qué sucede con la atención flotante?
En condiciones habituales, cuando comienza la sesión, escuchamos el discurso del paciente de manera literal; solo, en un segundo momento, o casi simultáneamente, el analista evoca el significado de lo escuchado y encuentra un sentido ligado a lo inconciente. La escucha, entonces, es de lo literal, pero con la profundidad que significa correrse de la anécdota para devolver al paciente ese otro aspecto que desconoce de sí. El entendimiento que el analista procura está bajo el halo transferencial lo cual, inevitablemente, desarma la simetría, aunque ambos protagonistas de la dupla estén bajo el mismo paraguas. A veces sucede que algo de lo que dice el paciente puede portar un contenido que remite a la curiosidad del analista. Alguna frase que lo lleva a un interés personal. Este material puede convertirse en un punto de partida del alejamiento del mismo: la comunicación analítica cesa entre ambos partícipes, permanecen juntos, pero ahora sin poder reencontrarla. Puget y Wenders describieron el fenómeno como mundos superpuestos.
Cuando algo de lo que relata el paciente nos despierta curiosidad, nos damos cuenta que excede nuestra atención flotante. Esto puede suceder en cualquier momento de un proceso, pero en estos tiempos, con la ausencia del otro, ¿corremos el riesgo que dicha dificultad se exacerbe? La curiosidad en un analista se sostiene de manera sublimada en la serie epistemofílica personal que, trabajo de análisis mediante, se transformará en deseo de analizar. Si el analista es llevado a desinvestir la palabra del paciente como objeto de análisis y pasa a erotizar su relato por algún material que lo acerca a su interés personal, se pierde la función.
El hecho de conocer la vida de diferentes sujetos facilita, a veces, una mirada al mundo que puede dar algún conocimiento que no podríamos tener si no fuera por lo que escuchamos en las sesiones. El problema no es que esto suceda. El punto es quedar atrapados en una ilusión de simetría que nos impida la escucha de esa verdad que ese sujeto viene a buscar de sí.
El paciente pretende que la escucha del analista sea otra que la de un par. Nuestra posición, también. Si bien el analista puede estar muy afectado por la pregnancia de la actualidad, el paciente está siempre con sus fantasmas a cuestas, y es ahí donde vamos a operar.
Los efectos de la palabra en transferencia dominan el campo: tratamos con la subjetividad del paciente, si bien participan dos personas. Nuestro trabajo es poder intervenir sin mezclar nuestra propia subjetividad. Sostener el deseo del analista no es otra cosa que poner en primer lugar el interrogante por el deseo de cada paciente. Este es un desafío permanente en nuestro quehacer.
Creo que en este momento de excepción tenemos dos riesgos extremos en nuestro trabajo. El sostener que acá no está pasando nada, que todo sigue igual, o, en el otro extremo, a mí me pasa lo mismo que a usted.
Quizá nuestra disposición a escuchar se convierta en un núcleo de resistencia a los riesgos emocionales que la situación de incertidumbre promueve.
En el transcurso de estos momentos, desde nuestro lugar, hacemos una apuesta libidinal. En eso estamos.
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