«Aquellos colegas que juzgan puramente psicológica mi teoría de la histeria, y por eso la declaran de antemano incapaz de dar solución a un problema patológico, deducirán de este ensayo que su reproche trasfiere ilícitamente a la teoría lo que constituye un carácter de la técnica. Sólo la técnica terapéutica es puramente psicológica; la teoría en modo alguno deja de apuntar a las bases orgánicas de la neurosis, si bien no las busca en una alteración anátomo-patológica; cabe esperar encontrarse con una alteración química, pero, no siendo ella todavía aprehensible, la teoría la sustituye provisionalmente por la función orgánica. Nadie podrá negar el carácter de factor orgánico que presenta la función sexual, en la cual yo veo el fundamento de la histeria así como de las psiconeurosis en general. Conjeturo que una teoría de la vida sexual no podrá evitar la hipótesis de que existen unas determinadas sustancias sexuales de efecto excitador. Es que, entre todos los cuadros patológicos, los más próximos a las psiconeurosis genuinas son los de intoxicación y abstinencia, en el caso de uso crónico de ciertos venenos» (1).
Freud, S. (1905 [1901]): «Fragmento de análisis de un caso de histeria», A.E., VII, página 99.
«El pasaje de la “Teoría sexual” no me fue posible escribirlo de otra manera que a modo de oráculo, porque detrás de él no hay una idea clara sino sólo una hipótesis. Existen vías de naturaleza desconocida por las cuales los procesos sexuales influyen sobre la digestión, la formación de la sangre, etc. Las influencias perturbadoras de la sexualidad se desplazan por ellas, y también, probablemente, los aflujos estimulantes o de alguna otra manera utilizables. Por consiguiente, en realidad no puedo ofrecerle otra cosa que una paráfrasis de una sospecha apenas en ciernes».
(Fragmento de la carta a Abraham, 1233 | Viena, 18-V-1911).
Caparrós, N. (editor): «Carta a Abraham, 1233» en Correspondencia de Sigmund Freud (Edición crítica establecida por orden cronológico), tomo 3: Expansión. La Internacional Psicoanalítica (1909-1914), Madrid, Biblioteca Nueva, 1997, página 289.
«La naturaleza de lo psíquico:
El psicoanálisis es una parte de la ciencia sobre el alma, de la psicología. También se lo llama “psicología de lo profundo”; luego averiguaremos la razón de ello. Si alguien preguntara qué es propiamente lo psíquico, fácil sería responderle remitiéndolo a sus contenidos. Nuestras percepciones, representaciones, recuerdos, sentimientos y actos de voluntad, todo esto pertenece a lo psíquico. Pero si esa inquisición prosiguiera, y ahora quisiera saber si todos esos procesos poseen un carácter común que nos permitiera asir de una manera más ceñida la naturaleza o, como también se dice, la esencia de lo psíquico, sería más difícil dar una respuesta.
Si se hubiera dirigido una pregunta análoga a un físico (p. ej., acerca de la esencia de la electricidad), su respuesta —hasta hace muy poco tiempo— habría sido: “Para explicar ciertos fenómenos suponemos unas fuerzas eléctricas que son inherentes a las cosas y parten de ellas, Estudiamos estos fenómenos, hallamos sus leyes y aun logramos aplicaciones prácticas. Provisionalmente nos basta. En cuanto a la esencia de la electricidad, no la conocemos; quizá más tarde, en el progreso de nuestro trabajo, habremos de averiguarla. Confesamos que nuestra ignorancia atañe, justamente, a lo más importante e interesante de todo el asunto, pero ello no nos turba por ahora, Nunca ha sido de otro modo en las ciencias naturales”.
La psicología es también una ciencia natural. ¿Qué otra cosa puede ser? Pero su caso es de diverso orden. No cualquiera osa formular juicios sobre cosas físicas, pero todos -el filósofo tanto como el hombre de la calle- tienen su opinión sobre cuestiones psicológicas y se comportan como si fueran al menos unos psicólogos aficionados. Y aquí viene lo asombroso: que todos —o casi todos— están de acuerdo en que lo psíquico posee efectivamente un carácter común en que se expresa su esencia. Es el carácter único, indescriptible pero que tampoco ha menester de descripción alguna, de la condición de conciente. Se dice que todo lo conciente es psíquico, y también, a la inversa, que todo lo psíquico es conciente. Que sería algo evidente, y un disparate contradecirlo. Ahora bien, no puede aseverarse que con esta decisión se arroje mucha luz sobre la esencia de lo psíquico; en efecto, ante la condición de conciente, uno de los hechos fundamentales de nuestra vida, se detiene la investigación como frente a un muro. No halla camino alguno que lleve a otra parte. Y además, la equiparación de lo anímico con lo conciente producía la insatisfactoria consecuencia de desgarrar los procesos psíquicos del nexo del acontecer universal, y así contraponerlos, como algo ajeno, a todo lo otro. Pero esto no era aceptable, pues no se podía ignorar por largo tiempo que los fenómenos psíquicos dependen en alto grado de influjos corporales y a su vez ejercen los más intensos efectos sobre procesos somáticos. Si el pensar humano ha entrado alguna vez en un callejón sin salida, es este. Para hallar una salida, los filósofos debieron por lo menos adoptar el supuesto de que existían procesos orgánicos paralelos a los psíquicos concientes, ordenados con respecto a ellos de una manera difícil de explicar, que, según se suponía, mediaban la acción recíproca entre «cuerpo y alma» y reinsertaban lo psíquico dentro de la ensambladura de la vida. Pero esta solución seguía siendo insatisfactoria.
El psicoanálisis se sustrajo de estas dificultades contradiciendo con energía la igualación de lo psíquico con lo conciente. No; la condición de conciente no puede ser la esencia de lo psíquico, sólo es una cualidad suya, y por añadidura una cualidad inconstante, más a menudo ausente que presente. Lo psíquico en sí, cualquiera que sea su naturaleza, es inconciente, probablemente del mismo modo que todos los otros procesos de la naturaleza de los cuales hemos tomado noticia».
Freud, S. (1940 [1938]): «Algunas lecciones elementales sobre psicoanálisis», A.E., XXIII, páginas 284-285.
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