“Si oponerse al orden social establecido es difícil,
establecer uno nuevo lo es aún más”
Hugo von Hofmannsthal
En el intento de pensar el vínculo actual entre psicoanálisis y estudios de género nos permitimos repensar la complejidad de las teorías; cada una con su historia y también la historia del diálogo en común que viene desde hace más de cuarenta años. Todo método debe ser sometido y sustentado en el trabajo crítico; así los estudios de género desde una perspectiva transdisciplinaria [1], insiste con su concepción política de revelar los efectos que las desigualdades sociales, culturales, políticas y económicas que se producen en las relaciones entre varones y mujeres.
Los/las psicoanalistas debemos permitirnos una crítica deseante [2] que avance, nos arroje, que desnude el vacío para pensar y repensar el poder en términos socioculturales e intersubjetivos y sus efectos en las subjetividades. En este punto, la buena noticia es que los estudios de género han dejado de ser un bocado sólo para exquisitos, para “paladares negros” y puede ser articulado con el método psicoanalítico sin desestimar sus raíces metapsicológicas. El desafío está en trabajar para desprendernos de la seguridad que la ortodoxia promueve como puerto seguro y navegar a vela con la velocidad que nos permita sintonizar con los ritmos de la vida real.
En el ejercicio de nuestra práctica, debemos estar abiertas/os a trabajar sobre los diferentes modos en que los/as sujetos posmodernos/as presentan sus deseos, sufrimientos y modos de devenir sujeto, ya que poseen lógicas diferentes a los modelos tradicionales de la modernidad. Por ello resulta importante reflexionar sobre los nuevos modos de estar en pareja o formar familia dado, por ejemplo, que la incorporación de las NTR (nuevas tecnologías reproductivas) con sus métodos de reproducción asistida permite la posibilidad de engendrar sin relaciones sexuales mediante: tanto para las parejas heterosexuales con problemas de fertilidad, como para las parejas homosexuales y para aquellas/os que eligen ser madre o padre solteros. Desligando así el ejercicio de la sexualidad de la reproducción sexual. Aún así, allí donde la tecnología hace posible lo imposible, algo puede resistirlo. Generalmente, la preocupación o las resistencias están dadas, tanto en lo social como en la comunidad psicoanalítica, en cómo serán los niños y niñas nacidos/as bajo este paradigma y criados/as bajo la legitimidad de los matrimonios igualitarios o familias no tradicionales en su conformación. Muchos de los cambios que se vienen dando desde la mitad del siglo XX eran fronteras inimaginables de cruzar hasta hoy, esto interpela nuestros saberes previos y, por lo tanto, algunos de los conceptos con los cuales pensábamos a los/las sujetos nos son insuficientes o han perdido vigencia.
Por otro lado observamos las diferentes posiciones deseantes con la que los/las sujetos realizan su manera de amar y trabajar en tiempos donde la cultura exige eficiencia, rapidez, hiperconectividad tecnológica, para alcanzar la cima laboral que el modelo capitalista impone. Sabemos que para las mujeres es un destino diferente que el de los varones, ya que el mercado laboral exige mujeres sin útero [3], lo que genera una gran desventaja competitiva a la hora de presentarse a la selección.
En relación a los lazos amorosos, los mismos se hayan mediatizados por menús de deseos a la carta, ilusiones de conseguir el “amor por casting” (Silvia Ons) [4]; citas online o lo que se llama “cultura del levante” como algunos de los modelos diferentes del “amor romántico” de la modernidad no exentos de malestares a la hora del encuentro amoroso. Para las mujeres se suma la tensión entre reproducción-deseo de hijo- y producción [5] de deseos en otros espacios de la vida como capital subjetivo individual al que no se quiere renunciar. Los vínculos amorosos y el deseo de formar familia se fragilizan y muchas/os no logran armar el “entre dos” a lo que de alguna manera, como remanente del amor romántico, tal vez, algunas/os aspiran a realizar en un mundo que esta cambiado de paradigma.
Estos temas son algunos de los ejes de los debates actuales y aparecen en los motivos de consulta. Se observa una tensión entre lo deseable, lo que la ciencia hace posible y lo imposible de la ficción subjetivante. En el campo de la biotecnología con sus adelantos en cirugías estéticas por ejemplo, opera la idea imaginaria o el imperativo categórico de no envejecer. Evaluar el sufrimiento y los deseos que mueven a consumir estos objetos de la ciencia y sus consecuencias como la emergencia de una serie de temores, ansiedades y obsesiones que experimentan en su intento por alterar su identidad. Los desafíos emocionales, físicos y de relación con los otros que deben enfrentar son propios de esta cultura, de lo que hoy se ofrece a la mano como la posibilidad de una constante reinvención personal [6] como aseguran algunos especialistas en este debate. Teniendo como principales consumidoras a las mujeres bajo la ilusión del deseo de poseer un pasaporte al paraíso, convirtiéndolas en lo que llamaremos femeneidades siliconadas. Aquí, tanto la perspectiva de género como el psicoanálisis tienen mucho que decir, tanto en lo que respecta a la construcción de subjetividad como de los modos del sufrimiento actual.
Volviendo a la dimensión de género como aquello que cuestiona lo permanente y tomando la identidad como punto de partida y como tal los devenires de la identidad sexual –como destino de las pulsiones– la misma, se haya sujeta a los distintos mecanismos de producción de subjetividades que cada época imprime. Los/las psicoanalistas debemos revisar los postulados a fin de trabajar sobre algunas de las claves de sustentación del psicoanálisis tradicional: la diferencia sexual, el complejo de Edipo entre ellos. Preguntarnos: ¿las nuevas subjetividades, las nuevas configuraciones familiares derriban estos conceptos? ¿El complejo de Edipo se sostiene como regulador universal?, ¿las nuevas familias producen nuevas formas de estructuración psíquica? Si esto puede ser puesto en revisión y no salir mal herido, dará lugar a construir desde la metapsicología psicoanalítica e incorporando los aportes de los estudios de género, parámetros renovados para la psicopatología y la práctica psicoanalítica que tome la complejidad de las modalidades de funcionamiento y las articulaciones que entre ellas se producen para utilizarlas en la producción de conocimiento menos reduccionista para tiempos que requieren trabajar las múltiples transformaciones y los efectos que de ello se desprende.
Volver una y otra vez a la metapsicología cuya vigencia goza de buena salud y, tal como señala Débora Tajer para estos tiempos (…) “el desafío principal es poder pensar en simultaneo cómo se constituyen los psiquismos en relación a la diversidad de las prácticas de la sexualidad; las aún relaciones asimétricas de poder entre los géneros y las relaciones entre los géneros que intentan fugar del paradigma patriarcal” [7] como propuesta de actualización del psicoanálisis.
Por último, como bien dice Sabina: “cuantos años de mitos mal curados llevamos encima” naturalizando las prácticas y ajustando, muchas veces, el método a los/las sujetos. Pensar la clínica no es sin el trabajo sobre nuestras propias resistencias, creencias y representaciones, arriesgarnos al desafío de escuchar las más diversas manifestaciones de amar y trabajar que los/las pacientes presentan y los modos del sufrimiento humano que esta época produce como precio de vivir en la cultura es la tarea. Para nosotros/as y para las nuevas generaciones.
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