NÚMERO 22 | Octubre 2020

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Entrevista a María Laura Roca | Viviana Garbulsky

Conversamos con María Laura, una de las coordinadoras del Equipo de Adolescentes del Centro Rascovsky, quien nos transmitió su pasión por esta profesión que elige con el corazón, la cabeza y el cuerpo. Nos contó acerca de su recorrido por la Institución, su pasión por la clínica y el impacto en ella, en épocas de COVID-19.

Viviana Garbulsky: Contanos cómo fue que decidiste ser analista.

María Laura Roca: Me analizo desde los 14 años, eso ya me perfilaba en la búsqueda hacia el psicoanálisis. Cuando decidí estudiar Psicología, empecé en la Universidad de Buenos Aires (UBA) y a los dos años me cambié a la Universidad de El Salvador (USAL). La formación en esa universidad incluía un recorrido por todas las corrientes psicológicas: un año de cognitiva, uno de sistémica, y varias más, lo que me resultó muy interesante porque me permitió tener un pantallazo de otras escuelas y fue lo que reafirmó mi elección por el psicoanálisis. Mientras estaba haciendo la carrera, ya había empezado a formarme paralelamente en psicoanálisis. Hacía un grupo de estudio sobre Freud y otro sobre Winnicott.

VG: ¿Cómo conociste la Escuela?

MLR: Me la recomendó Sara Anton, mi profesora de psicopatología en la facultad y socia de la escuela, con la que ya venía formándome. Recorrí varias instituciones psicoanalíticas para elegir dónde continuar estudiando. Al llegar a la Escuela, encontré un ambiente mucho más familiar, un perfil no tan acartonado y una formación más ecléctica que hizo que me identifique, que la elija y no me vaya más. Empecé la Especialización en Psicoanálisis con Orientación Clínica en Adultos en el año 2000.

VG: ¿Qué te hizo permanecer en la Escuela?

MLR: La Escuela es como mi casa, no puedo pensarme sin ella. Lo que realmente hizo quedarme y no irme nunca más es el Centro Rascovsky. Mi sentimiento de pertenencia más fuerte lo tengo con el Centro. A la Asociación la quiero un montón, me encanta la gente, pero soy del Equipo del Centro Rascovsky, mi corazón está en el Centro.

VG: ¿Cuándo entraste en el Centro?

MLR: En el año 2006 me propusieron entrar al Equipo de Adolescentes porque tenía mucha experiencia en el trabajo con ellos.

Desde que me recibí, empecé a trabajar en un centro de trastornos de la alimentación que en su mayoría era población adolescente. También, estuve dando clases en la cátedra de adolescentes de Rodolfo Urribarri en la Facultad de Psicología de la UBA, y atendía adolescentes en la Centro Dr. Edgardo Rolla donde también empecé a atender familias y parejas.  

Cuando me hicieron la entrevista para ingresar al Centro Rascovsky, me propusieron que integrara al Equipo de Adolescentes. En ese momento preferí no hacerlo. Venía de trabajar con pacientes gravísimos —justo había tenido que internar a una paciente de 15 años— y necesitaba un cambio. Finalmente, entré en el Equipo de Familia y Pareja que coordinaba Luisa Willdorff.

Como era un equipo que no tenía tanta gente, no había recambio de terapeutas. Después de un tiempo, se disolvió y el Centro decidió que las familias y parejas que consultaran serían atendidas por terapeutas de otros equipos. En ese momento nos distribuimos en los demás equipos y fue cuando me incorporé en el de adolescentes. 

Desde 2006 formo parte del Centro Rascovsky. Primero fui terapeuta en el Equipo de familia y pareja, luego ingresé al Equipo de Diálogos Clínicos y, al tiempo, me incorporé como terapeuta al de Adolescentes. Cuando terminó mi ciclo allí, reingresé al equipo de Diálogos Clínicos y, finalmente, comencé a coordinar el Equipo de Adultos. Y, desde el año pasado (2019),  coordino el Equipo de Adolescentes junto con Liliana Feldberg.

Si pudiera no me iría nunca del Centro, siento que es mi lugar en la Asociación.

Para mí, la pasión en esta profesión pasa por la clínica. Me encanta trabajar en hospitales, me encanta trabajar en clínicas psiquiátricas, me encanta trabajar en equipo. Si reviso mi recorrido, todo lo que fui eligiendo hacer tiene que ver con la clínica, talleres clínicos y de supervisión con Marité Cena, con Graciela Bar, con Bruno Winograd, Silvio Zirlinger y siempre en base a la clínica. Es lo que me convoca.

VG: ¿Cómo y por qué elegiste trabajar con adolescentes?

MLR: Apenas me recibí, empecé a trabajar mucho. Entré en una escuela secundaria donde daba clases de Psicología y Filosofía en 4º año; también integraba el gabinete, con lo cual estaba todo el tiempo en contacto con adolescentes. En ese momento también trabajaba en el Centro de Artistas del Hospital J. T. Borda de Buenos Aires, con adultos, y en una fundación que recibía niños y adolescentes y atendía solamente adolescentes. Se fue dando naturalmente. Además, siempre me llevé muy bien con ellos. Los primeros pacientes que me derivaron fueron adolescentes, fu un púber que no quería hablar con nadie y venía pasando de terapeuta en terapeuta. En ese momento creí que se iba a quedar, que iba a poder con él; después me di cuenta que no tenía que ver conmigo, sino que seguramente le había llegado el momento a él. Los adolescentes tienen una frescura y una plasticidad que me contagia vigor, me dan ganas.

VG: ¿Qué cambios ves en los adolescentes hoy?

MLR: En cuanto a la pandemia, creo que los pibes fueron mutando un poco desde un acatamiento con relación a cuestiones de leyes familiares, de temor y cuidado, con responsabilidad en el cuidado social hacia los mayores hasta un hartazgo importante. Pareciera que van a salir corriendo si les abren la jaula. Estoy hablando sobre todo de los más grandes, los jóvenes adultos. Los adolescentes no tanto, están más cuidados, dependen más de los permisos que les van otorgando los padres o no.

VG: ¿Llevás mucho tiempo trabajando con adolescentes? ¿Qué cambios notás en ellos a lo largo de los años?

MLR: Lo que más noté es el cruzamiento las variables epocales. Antes tenías que levantar algunos velos, tenías que laburar para llegar a algunos temas como las fantasías homosexuales. Ahora no, justamente, todo lo contrario, se modificaron las variables. Se cayeron algunos velos. También cambió mucho la familia de los adolescentes. Se ven padres bastante más infantiles y con muchas dificultades para decir que no y sostener los límites. Se cayeron algunas cuestiones que tienen que ver con las instituciones, están muy cuestionadas, entonces los pibes quedan sin marco suficiente.

Creo que la clave, para que un terapeuta pueda seguir trabajando con adolescentes, es poder aggiornarse y tener plasticidad. Si te quedás con las variables que se tenían hace 6 años atrás estás complicado. La distancia es enorme. Son otros pibes. Es otra clínica. Es otro momento. Se ve mucho en el trabajo con adultos, pero con los adolescentes la distancia es mucho mayor.

VG: La pandemia es un experimento global, pero la cuestión cotidiana de los adolescentes implica un permanente cambio…

MLR: Absolutamente. Veo pibes bastante deprimidos, se ve coartado todo lo que tiene que ver con la exogamia, salir, encontrarse con los amigos. Los pibes arrancan a vivir en la adolescencia un montón de cosas que en este momento están entre paréntesis.

El tiempo que va transcurriendo es enorme para ellos, para todos, pero seis/siete meses es un tiempo enorme en su vida. Un año perdido de escuela, de no encontrarse con pares, de no ir a las fiestas de egresados, viajes de egresados, campamentos, convivencias, recreos, ir a almorzar, encontrarse en gimnasia, la vida de club, los pares, todo esto está entre paréntesis. Por suerte aparece la vida en las redes, que para ellos es absolutamente natural y donde los pibes reviven de noche. Cuando terminan las actividades, se apagan las luces en las casas, los pibes se conectan y tienen una vida social a través de la tecnología. Esto pasa con los más chicos, los más grandes ya agarraron la calle donde se pone más complicado. Son más desafiantes porque tienen con qué.

El otro día, me comentaba una paciente de 20 años que se junta todos los viernes en una casa con veinte personas. No arrancó así, pero llegó un momento en que empezó a salir.

Otro paciente, enterró al abuelo la semana pasada. Lo insostenible, por un lado, se torna muy traumático, por otro, si no se ajustan las variables. O incentiva un funcionamiento más disociado.

VG: Con relación a las familias y parejas… ¿Qué cambios notás en el último tiempo?

MLR: Recibí muchas consultas de pareja durante la pandemia, el impacto es enorme. El trabajo desde la casa, la convivencia, la organización para el cuidado de los hijos, las tareas de la casa, el cuidado de los otros. La encrucijada del cuidado por la familia y sostener los propios desafíos profesionales. Cómo sostener el deseo en este marco. Conflictos intrafamiliares motivados por esta situación de aislamiento y riesgo de salud. Nuevas rutinas, dinámicas familiares nuevas.

VG: ¿Recordás algún paciente o alguna anécdota que te haya marcado como analista?

MLR: Muchos me han marcado bien en tantos años de trabajo. Es una profesión hermosa porque cuando hay gratificaciones son fuertes. Me parece que las que más se graban en el cuerpo son las más traumáticas. Es cuando uno se pregunta por qué no se dedicó a otra cosa.

Recuerdo un paciente muy difícil que atendí: no hablaba y yo tenía señales en el cuerpo de que algo grave estaba sucediendo. Tuvo seis intentos de suicidio y no se expresaba.  Iba al psiquiatra y nadie decía ni sabía nada. Me descomponía, me tenía que levantar e ir al baño a vomitar, no entendía qué pasaba, pero sí, que algo estaba pasando. La familia tapaba todo y él no hablaba, se daba cuenta de que si lo hacía, se venía la internación.

VG: ¡Qué interesante esto que decís! Recién conversábamos acerca de que esta profesión la elegimos con el corazón. Pero no sólo la elegimos con el corazón y con la cabeza, sino también con el cuerpo…

MLR: Una profesión en la que ponemos todo. También sentimos el sobreesfuerzo que implica la situación que estamos atravesando en estos meses.

Más allá de que uno tiene técnicas y, además, su propio análisis, la supervisión, el contacto con los pares, la posibilidad de hacer circular, el cuerpo aparece como un indicador más al sostener emocionalmente a otros.

VG: ¿Cómo haces para poder sobrellevar todo esto? ¿Cuál es tu vía de escape? ¿Tenés hobbies?

MLR: Antes de que yo me formara como analista, estudié mucho tiempo teatro y trabajé en televisión y en teatro. Con la carrera eso fue quedando a un lado. Después de muchos años de profesión, me agarró nuevamente la necesidad de tomar aire del arte y lo que es la puesta en escena de las emociones. Parece que uno se va blindando, no porque uno no sienta, sino porque trabajamos con la disociación. Volví al teatro hace diez años y me quedé. Estoy en una compañía, trabajamos juntos. Con la pandemia estoy media desesperada porque no es lo mismo.

Estaba ensayando una obra que se estrenaba este año. Es el momento en que juego. Me encanta. Me gusta el teatro, el olor, el sonido, los trajes, los personajes. Me da aire. Creo que lo busqué porque fue la forma de compensar un poco; es la posibilidad de jugar, sin cabeza. Donde ponés a jugar las emociones propias a través de los personajes. Porque cuando uno trabaja, de alguna manera, tiene anulada su propia emoción; está, pero en función del paciente.

Me acuerdo ahora de una situación clínica que hace quince años me derivó Sara Anton. Recibí a una mujer de 42 que se sentó en el diván y me dijo: «Vengo a traerte a mi hija de 14 años. Ahora me voy a cortar el pelo porque empiezo con la quimioterapia hoy mismo». Tenía un cáncer de pulmón, sabía que le quedaba poco tiempo. Me dijo también: «Te la vengo a traer porque hoy le voy a contar a ella lo que está pasando y sé que va a necesitar un espacio». Trabajé con esta paciente mucho tiempo; su mama se murió después de una agonía tremenda. Cuando falleció, me llamó y me pidió que fuera. Me abrazó y se puso a llorar. Me miró y me preguntó: «¿A vos no te pasa nada?». Le dije que sí, porque no era cierto que no me pasara nada, pero me dejó la pregunta grabada en el alma. Yo estaba ahí para sostener no para que me pasara algo a mí, uno responde desde lo que le pasa, pero está armado.

Ahí empecé a preguntarme, más allá de mi análisis, de mi vida personal; ahí fue que volví al teatro. Y después, a la danza a todo lo que tiene que ver con el trabajo con el cuerpo, a bailar, a la música.

VG: Tenés un montón de vías de escape o vías de conexión para ver qué te pasa a vos

MLR: De juego, todo esto es un juego. Y esto es lo que tienen los adolescentes. Hace un rato me preguntabas por qué adolescentes. Y es porque tienen algo todavía ahí de la creatividad, del juego, de la plasticidad. Y creo que el arte y la danza me da un poco eso, también, te permite conectar con el cuerpo, con las emociones, con el juego, con la plasticidad. Y creo que, más allá del psicoanálisis, es mi gran aliado terapéutico.

VG: Gracias, María Laura, un placer seguir conociéndote.

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