Ileana Fischer: ¡Hola, Graciela! La idea de este encuentro, de esta conversación, es que puedas compartir con nosotros algunos momentos de tu recorrido como analista, tus inicios, anécdotas… Nos gustaría conocerte un poco más. ¿Qué te parece si iniciamos la entrevista por cómo fue que elegiste esta profesión?
GM: Bueno, dale. Siempre me interesó cómo pensaba y sentía el otro. Desde chica, seguramente relacionado a experiencias vitales que marcan y que tienen que ver con los afectos, con el sufrimiento propio y el de los que te rodean. Creo que algo definitivo fue un profesor de Psicología del secundario. Terminé el secundario en el Liceo N.º 4 y este profesor nos había dado como texto Psicología de la conducta de Bleger. Yo sentí que al leerlo se me abría un mundo. Creo que en ese momento no lo dudé. Hubo muchos avatares en la Facultad en la época que cursé. Empecé en 1972/73 y pasé por dos cierres de la Facultad. En uno de esos cierres, yo estaba en la estación de trenes de Mar del Plata. Cuando veo la noticia en el diario me puse a llorar pensando qué iba a hacer. Tenía algunas amigas de la Facultad con las que estaba cursando Psicoanalítica y decidimos hacer un grupo de estudio. Empezamos el grupo de estudio, después se vuelve a abrir la facultad y continúo la carrera. Cuando terminé me fui a vivir a Estados Unidos por dos años por un tema laboral de mi marido. Ahí trabajé de voluntaria en un hospital y hacía psicodiagnósticos a latinos. Aprendí mucho. Cuando estaba todavía en la Facultad, hice una pasantía en el Servicio de Neurología del Hospital de Niños[1]. Ahora que te cuento lo recuerdo, no lo tenía presente. Cuando volví a Argentina, empecé a trabajar ad honorem en la Facultad de Psicología en el Gabinete Psicotécnico haciendo las entrevistas de los alumnos de primer año. A partir de ahí, me ligué con la Escuela (AEAPG) porque mi coordinadora que era Lidia Cuneo — egresada y profesora de la Escuela— cuando le comenté que quería estudiar algo de Psicoanálisis me recomendó la Asociación. Previamente, había empezado a hacer un grupo de estudio con una amiga de ella, Hilda Ojman, quien después fue docente mía…
IF: Hilda también fue mi profesora de Freud Social, una de las primeras materias.
GM: Ahora vive en el Bolsón. Cuando entré en la Escuela se me abrió un mundo. La Escuela me dio una formación muy amplia: no sólo de Freud, sino también tuve la posibilidad de diferentes lecturas y perspectivas que me dieron los docentes. Y creo que eso es algo que se sigue manteniendo. Tuve épocas dentro de la Institución en las que me sentí de distintas maneras. Había cuestiones ideológicas en mí respecto de la Escuela de Psicoterapia. En un momento determinado, yo diría que era una institución fastuosa, se hacían las fiestas de fin de año creo que en el Hotel Plaza o en el Hotel Alvear. Un ambiente en el que había una diferencia notoria de cómo pensábamos la realidad y el contexto; y también, socioeconómicas. Esta sensación que tuve en algunos momentos se fue diluyendo por mis análisis, también por mis avances dentro de la profesión y también por cambios que hubo en la Escuela. Recuerdo que, en uno de los seminarios, un profesor nos contaba acerca de una entrevista a unos padres de un adolescente. El padre le decía que estaba muy preocupado por su empresa que estaba en crisis y el analista, mi profesor, le preguntó acerca de cómo iba a hacer para costear el tratamiento del hijo. Y este hombre le respondió: “Doctor, usted no se preocupe. Los míos son problemas de muchos ceros”. De alguna manera, esto representa una parte de la realidad de lo que antes te contaba.
IF: ¿Cuánto hace que estás en la Escuela?
GM: Hace mucho. Estoy desde 1983, con un año de licencia porque me metí a full a trabajar en una institución y también mis hijas eran chicas. Hice todos los seminarios de la formación y después los seminarios de la Maestría. Tengo la tesis pendiente, todavía.
IF: Quisiera retomar una cuestión. ¿De qué modo se fue armando la cuestión más clínica después de esta experiencia de los psicodiagnósticos en Estados Unidos y las entrevistas en el gabinete de la Facultad?
GM: Siempre fue más institucional que de consultorio al inicio. Durante la licencia que te comentaba, en esa institución atendía niños y adultos. Después hubo cambios y nos permitían atender algunos de los pacientes en el consultorio privado. Ahí arranque a trabajar más con diván y más frecuencia de sesiones con los pacientes. Pero siempre me gustó el trabajo institucional.
IF: ¿Qué te parece que le aporta a un psicoanalista trabajar en una institución?
GM: Fundamentalmente, el equipo de colegas, la posibilidad de intercambiar por lo menos una vez por semana en un grupo con psicólogos, psicoanalistas, psiquiatras, trabajadores sociales. Yo trabajé trece años en la Liga Israelita y le debo mucho de mi formación en gerontología.
IF: ¿Cómo elegiste gerontología?
GM: De casualidad. De casualidad la elegí, pero lo que no es casualidad es que me quedé. Me encontré con Diana Varchevker, compañera de los seminarios de la Escuela, me preguntó qué estaba haciendo en relación con el trabajo y le dije que estaba buscando. Fue algo importante para mí porque era medio un tabú decirle a los colegas que uno buscaba trabajo. Porque el prejuicio era que si tenías pocos pacientes era porque no trabajabas bien y, en muchas ocasiones, pasa por otras cuestiones. Ella me contó que estaba en una institución y que al día siguiente empezaba el Equipo de Adultos Mayores que ella coordinaba, y me invitó a participar. Fui y también ahí conocí a alguien que trabajaba en la Liga Israelita. Le dije que cuando hubiese posibilidad me gustaría trabajar en la Liga. Por eso cuando la hubo, trabajé simultáneamente en los dos lugares. Me enteré que había jornadas de la Cátedra de Vejez y fui. Jornada o Congreso que había del tema, me anotaba. Finalmente, empecé a trabajar en la Cátedra de Vejez. Ahí aprendí mucho de Leopoldo Salvarezza. La articulación entre psicoanálisis, gerontología y sociedad, los prejuicios hacia la vejez, la necesidad de la formación en gerontología del analista que trabaja con adultos mayores.
IF: Es interesante esto de los prejuicios hacia la vejez. ¿Cómo aparecía esto?¿Cómo lo ves ahora?
GM: Mirá, creo que fue cambiando a los largo del tiempo. En una época, cuando los que trabajábamos con adultos mayores lo comentábamos, algunos respondían como con cierta risa. En realidad, mientras siga funcionando el deseo, se puede trabajar con el paciente tenga la edad que tenga. Yo creo que más que una especificidad desde el punto de vista del paciente, aunque hay alguna, creo que es más relevante la especificidad del terapeuta. Creo que hay que tener empatía, no tener rechazo a la vejez, tener muy analizados los ideales propios y los viejos que se tienen adentro. Meterse a trabajar con adultos mayores es meterse a trabajar con la sexualidad de los propios viejos. Los motivos de consulta fueron cambiando a lo largo de los años. En una época era común que la consulta la hicieran los hijos, y ahora te llama la persona mayor directamente.
IF: ¿Cuáles eran los motivos por los que consultaban los hijos y cuáles por los que consulta el paciente mayor?
GM: En ese momento y ahora son duelos, depresiones, diagnósticos caseros. Por ejemplo, las distracciones que puede tener el adulto mayor en un momento determinado y ya la familia piensa que está iniciando un proceso de declive cognitivo. Y en esto soy muy firme en lo que decía antes, ya que el analista que trabaja con adultos mayores tiene que tener una formación en gerontología. Leer, estudiar. Psicología de la Vejez es una materia optativa en la Facultad de Psicología y pienso que debería ser obligatoria.
IF: Tal cual. Por eso te preguntaba por los prejuicios. En la Facultad, adultos, niños y adolescentes es obligatoria. Y vejez, que es otra etapa de la vida, no. ¿Es curioso que, en la misma formación de grado, la vejez como etapa de estudio sea optativa? Digo, salvo alguna circunstancia accidental prematura, la vejez es una etapa de la que no se puede zafar.
GM: Claro, como si la vejez fuese optativa para la Facultad. Esto es para pensar acerca de cuáles son las representaciones sociales acerca de la vejez. En la Facultad, hicimos una investigación acerca de esto con los docentes de escuelas primarias. Era llamativo como las maestras tenías ciertos prejuicios. Digo “las” porque la mayoría son mujeres. Y la vejez también es una cuestión de género, ya que los varones fallecen antes. Bueno, te sigo contando. Cuando les preguntábamos acerca de la vejez hablaban de la decrepitud, del olvido de las cosas, del quedarse en la casa y encerrarse. Pero, cuando les preguntábamos sobre sus propios padres, contaban que tenían un montón de actividades, que hacen un montón de cosas. Cuando les preguntábamos sobre su propia vejez, decían que se imaginaban viajando, haciendo natación, cursos de idiomas. Lo que hallamos fue un desfasaje entre el prejuicio instituido y las visiones de cada persona sobre su futuro o sobre todos los adultos mayores.
IF: ¿Por qué a veces decís viejos y otras adultos mayores?
GM: En un momento determinado, los gerontólogos trataron de instituir que, así como a los sujetos de la niñez se los llamaba niños y a los sujetos de la adolescencia se los llamaba adolescentes, a los sujetos de la vejez se los podría llamar viejos. Esto se planteaba en la cátedra de la Facultad, en la Liga Israelita. Pero no nos dio resultado porque, cuando estábamos en grupos con adultos mayores, aparecía el discurso de “viejos son los trapos” y todas las referencias peyorativas de la vejez. Ahora, si vamos a la etimología de la palabra, “viejo” viene del latín que significa “veterano o vetusto”. Los “veteranos” eran los soldados romanos que más sabían de la guerra, de las batallas. Pero, igualmente, no nos dio resultado recuperar esto y se instituyó la idea de adulto mayor a nivel mundial. Los que tenemos ya muchos años de formación decimos naturalmente viejo y lo hacemos pensando en los viejos queridos.
IF: Pensaba si en algún momento, dentro de los primeros años de trabajo en la gerontología, se te plantearon cuestiones vinculadas a la diferencia entre tu etapa vital y la de los pacientes.
GM: (Risas) Sí, antes sí. Ahora no. Podría ser que hubiera en algún momento prejuicios en los pacientes. Digo prejuicios porque en algunas ocasiones se decía que un analista que es joven tiene poca experiencia. Y tal vez sea cierto que tenga poca experiencia como analista, pero también puede ser que no tenga poca experiencia de vida. Una persona muy joven pudo haber pasado por situaciones difíciles en su vida que la pudieron haber marcado de diferentes maneras y que aporten a un modo de lectura y escucha que tal vez un adulto más grande no lo haya tenido. Yo trabajé con los afectados en el atentado a la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA) y, cuando entré en el equipo, una de las consignas que nos había dado la coordinadora para conformar el equipo profesional fue buscar colegas que hayan tenido en su vida momentos de sufrimiento y duelos fuertes. Puede ser que haya analistas que me lo cuestionen, pero a mí me parece que esto te da otra mirada del otro. No lo digo como una cosa de identificación masiva, sino una lectura diferente de los duelos, desde los más leves o a los más intensos.
IF: Acuerdo con vos. Creo que hay algo de la experiencia, en tanto lo vivenciado, que imprime cierta marca y que hace que lo psíquico trabaje de otra manera. Hay algo ahí del atravesamiento de una experiencia que deja una marca. Como si el haber sido tocado por algo de la pérdida dejara la posibilidad de una advertencia.
GM: Tal cual. Sin dejar por fuera la propia experiencia del análisis y con varios analistas. Eso es importante. Ahora que estoy hablando me acuerdo que cuando estuve en Estados Unidos estuve en análisis con una irlandesa que sabía hablar castellano y nos entendíamos. Fue una terapia psicoanalítica, frente a frente, y a mí me ayudó mucho. Ahora que pienso, las dos éramos inmigrantes.
IF: Estamos llegando al final de este encuentro. Me gustaría que compartas con nosotros alguna anécdota o recuerdo grato o significativo de tu historia como analista.
GM: Ah, me emocioné. Yo tenía una paciente que me contaba que tenía un cuaderno en el que escribía ideas, cosas que le pasaban. Una señora bastante grande, debía tener 75. La debo haber atendido, con algunas interrupciones, hasta los 82, aproximadamente. Un día me pregunta si quería que viera su cuaderno y le dije que sí. Empezamos a trabajar con él. Ella no escribía en computadora, entonces empieza a tener una profesora de letras que le enseña a escribir mejor y algo de computación. Con esto último mucho no se enganchó y la profesora le pasaba lo que escribía. Esta señora, en determinado momento, gana un premio en una ONG con un escrito que trataba sobre la familia, que era algo muy importante para ella. En determinado momento, deja el tratamiento. Después de un período, vuelve y ya estaba muy deteriorada con problemas cardíacos. Al tiempo deja y un día me llama para contarme que le habían dado un premio en España por un cuento que había escrito. Me dice que me quiere ver, pero por distintos motivos no podemos acordar la entrevista. En determinado momento, la llamo y me atiende el marido que me dice que ya había fallecido. Me cuenta que ella se había ido muy bien porque le habían dado ese premio y porque había escrito tantas cosas; y que todo eso me lo debía a mí. La verdad es que eso me llegó mucho. Vos me pedías un recuerdo y este es uno en que el deseo siguió hasta el último momento de su vida.
IF: Hermoso recuerdo. Creo que con esto podemos concluir. Te agradezco mucho esta conversación.
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