Voy a compartir con ustedes las ideas de la Dra. Eva Giberti sobre niños y niñas adoptados por personas homosexuales, publicadas en junio de 2010. Esta psicoanalista argentina, de vasta experiencia en la materia, ha hecho el seguimiento de familias homoparentales por más de treinta años, cuyos hijos son actualmente adultos.
Las comunidades de gays, lesbianas y trans, expertas en luchas políticas, sabían en el año 2010 que los plazos temporales para impregnar el pensamiento comunitario con sus preocupaciones y derechos son largos. Un paso muy importante había sido la aprobación de las uniones civiles, el 12 de diciembre de 2002 en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, que legalizaba las uniones con independencia de su sexo y orientación sexual. Este hito abrió el camino para que «la gente hable» de lo que hasta entonces ni siquiera era posible hablar.
Las primeras parejas tuvieron que armarse de mucha paciencia y buen humor frente a las caricaturas, atropellos, burlas, murmullos, voces escandalizadas y también ante los pregoneros del fin del mundo. Había que agitar el ambiente de modo de que fuera posible pensar, cuestionar lo que hasta entonces ni siquiera se había planteado como un problema. Había que «impregnar el pensamiento comunitario», dice Giberti, hasta llegar a conquistar la aprobación del matrimonio igualitario que incluye la adopción, el 15 de julio de 2010. El nuestro fue el décimo país en el mundo entre quince y el primero en América Latina en reconocer este derecho en todo su territorio nacional.
Pero la ley, si bien garantiza derechos, no basta para resolver la mayor preocupación de los matrimonios de gays y lesbianas y, mucho menos, de las familias homoparentales que es la aceptación social. Y su mayor reto: la visibilidad. Yo agregaría que algunas de las dificultades por las que transita la pareja homosexual tienen que ver con el secreto de sus vínculos, como con la discriminación familiar y social.
Conductores de programas de radio y televisión convocaban a profesionales y les preguntaban: «¿A usted le parece normal que los homosexuales adopten niños? ¿Qué va a suceder con las identificaciones hombre, mujer que se aprenden del padre y de la madre?».
Eva Giberti, que tanto ha aportado para correr los márgenes de los prejuicios sobre adopción, sostiene que biológicamente, orgánicamente se nace macho o hembra, pero no se nace hombre o mujer, pues, si se tiene en cuenta la posición del sujeto no se nace sexuado, la sexualidad se adquiere. Dice también que los hijos sean deseados, buscados y recibidos con los brazos abiertos condiciona su subjetividad, su crecimiento y desarrollo, y el lugar que va a ocupar en el mundo.
Todos los cambios en las organizaciones familiares no son obstáculo para reconocer que, en esa familia, el niño puede construir su identidad siempre y cuando haya adultos que garanticen su cuidado, su sostén y la implementación de normas. Para que un niño sea criado en un clima saludable, es necesario contar con la salud emocional y mental de la pareja y la misma no depende de su orientación sexual. Por otra parte, la función materna-paterna es independiente del género.
Lo que los chicos precisan, dice Giberti, son figuras tutelares y protectoras capaces de instituirse como una autoridad aseguradora, sin necesidad de preguntarse si esa persona es hombre o mujer.
Los argumentos opuestos a la adopción de niños por parejas gays o lésbicas se han centrado fundamentalmente en torno a las vicisitudes de las identificaciones de estos hijos y, en ese sentido, aclara Giberti, esos argumentos se basan en la confusión de creer, de manera reduccionista, que los procesos identificatorios consisten en que si el niño se identifica con alguien, entonces, se convierte en ese alguien.
Importa tomar a la identificación primaria como un proceso de pensamiento, de aparición temprana, que remite al ser, al existir de la criatura y a la conciencia de dicho existir, muy anterior a cualquier forma de sexuación y muy ligada a la capacidad de ternura de quien cuida al bebé/niño pequeño. De ahí que Freud afirmó que la identificación primaria es la forma más temprana y primitiva del enlace afectivo.
Es a partir de los dos años y medio que comienza a aparecer el interés por las diferencias sexuales. Giberti señala que «cada quien configura su realidad, la compagina, la arma, ya que no es la realidad externa —tal como se la puede ver— lo que organiza el registro personal de los sexos, sino que tal organización proviene de los procesos psíquicos de cada sujeto. Existe un retrabajo psíquico de lo proveniente del mundo externo que se capta según las condiciones de organización del psiquismo de cada quien y no la absoluta aceptación (incorporación y/o introyección) de lo que proviene del exterior».
Entonces es un proceso de pensamiento, es decir, que no se incorporan los estímulos provenientes del exterior tal como se presentan, sino mediante progresivas transformaciones y, además, en relación con el deseo del adulto que representa y personaliza esa realidad y que se acopla a la tramitación personal de cada niño. Dice Giberti: «Si las niñas evidencian su “naturaleza femenina” desde pequeñas, es posible inferir que ese es el deseo materno y paterno, lo mismo que sucede con los niños (aclara que esta es una comunicación personal con David Maldavsy). Es decir, que es el deseo no conciente de las figuras tutelares el que regula, junto con los procesos del psiquismo infantil, las identificaciones que en la niñez comienzan a construirse».
La estrategia de las comunidades homosexuales en Argentina fue naturalizar la discusión de lo prohibido y esperar el momento político para avanzar en el tema de la adopción, el más fuertemente resistido.
En estos niños adoptados, a la pregunta «¿Quién soy?» que remite al mito familiar, es decir, a la prehistoria de la unión de sus padres adoptivos por ser hijos de dos personas que no lo engendraron y además homosexuales, su fantasmática se desplaza hasta un origen donde inicialmente estuvieron un hombre y una mujer.
A los chicos —continúa diciendo Giberti— no les importa demasiado aquello que les cuentan referido a su origen y, en este caso, a su adopción, sino lo que sucedió según su propia construcción mental; construyen un mito que se afirma y recrea en su originalidad, particularmente presente en quienes fueron criados por familias gay.
Por último, ella observa también la aparición de una valoración narcisista por provenir de algo «raro» que les resultó complejo digerir, entender y aceptar al mismo tiempo que se ensayaban identificaciones con masculinidades y femineidades, como momentos necesarios hasta fines de la adolescencia (por sugerir un momento etario que no es exacto), valorización narcisista que podría asociarse con una aproximación defensiva en términos de economía libidinal.
Para finalizar, la Sociedad Argentina de Pediatría, en su informe del 28/6/2010 presentado al Senado de la Nación donde se trataría el Proyecto de Matrimonio Igualitario que ya tenía media sanción del Diputados dice: «No existen diferencias entre los hijos criados en familias héteroparentales y homoparentales, excepto que los segundos presentan una mayor flexibilidad en sus roles de género (que no es igual a su identidad de género) y una mayor aceptación de la diversidad sexual».
En ese mismo sentido, en un reportaje a Carles y Jordi, una de las parejas del documental que veremos (1), ellos dicen que no hay ninguna diferencia con el resto de las familias, excepto que las tareas cotidianas se reparten de forma espontánea, más equitativamente, quizás por la ausencia de roles preestablecidos.
Gran aporte.
bastante didactico