Desde la Cuba Revolucionaria. Feminismo y Marxismo en la obra de Isabel Larguía y John Dumoulin es un libro apasionante que nada tiene que ver con un texto nostálgico, destinado a recordar una época de gloria. Esta fiesta a la que sus autores nos convocan —antes que encuentro de ancian combattant que se reúnen para recrear un pasado ilustre— tiene mucho de jubilosa coincidencia para celebrar la vigencia del ensayo de Isabel y John «Hacia una ciencia de la liberación de la mujer», de 1971, para confirmar como los interrogantes instalados por esta dupla siguen trabajando, produciendo respuestas que no clausuran, sino que abren permanentemente a nuevos caminos de investigación y activismo.
Mabel y Emmanuel han tenido la audacia de dejarse guiar por un fecundo interrogante acerca de: ¿Cómo fue posible? ¿Cómo apareció? ¿Cómo y por qué Isabel y John repararon en el alcance del trabajo doméstico como trabajo invisible? ¿Cuáles fueron las condiciones subjetivas —la implicación personal antes que el compromiso— que los condujo a esa cantera teórica inagotable que les dio, después, la fuerza suficiente para seguir produciendo contra viento y marea?
Desde la Cuba Revolucionaria… profundiza, también, en el impacto de ese ensayo pionero y las consecuencias que para el resto de la comunidad científica tuvieron los trabajos de Isabel Larguía y John Dumoulin: el devenir de esos textos, las venturas y las desventuras de una formulación que interpela tanto al marxismo como al feminismo. “Contexto de justificación” lo llaman quienes se dedican a la filosofía de la ciencia.
Muy tempranamente a Isabel y John los asistió la genialidad y la suerte de encontrar la buena pregunta, la que abre a un camino inexplorado. Interrogarse acerca del trabajo doméstico en el universo de la teoría marxista fue como hallar un nuevo continente que esperaba ser habitado. De modo tal que el “trabajo invisible” se convirtió, así, en fuente ilimitada de inspiración.
Yo tuve la suerte de conocer a esta pareja de intelectuales en enero de 1972 y, curiosamente, llegué a ellos por el psicoanálisis. Sabiendo que iba a viajar a Cuba… Lo mío era excepcional porque en aquellas épocas el Partido Comunista Argentino monopolizaba la cuestión y decidía quienes podían ir y quiénes no. Por supuesto que Marie Langer, José Bleger y yo estábamos proscriptos por nuestra condición de psicoanalistas, claro está; además… yo nunca había simpatizado con el Partido… La cuestión es que sabiendo que iba a viajar a isla, Marie me habló de un ensayo que circulaba en forma manuscrita titulado «Por un feminismo científico», de 1969, que acabada de leer y me sugirió que me acercara a sus autores, Isabel y John. En verdad, nunca supe cómo llegó a sus manos. No obstante, «La mujer: sus limitaciones y potencialidades» —tal el título del escrito que Mimí publicó en el Cuestionamos de 1972— lleva un exergo de Fidel Castro y uno de Isabel Larguía. El de Fidel dice así: «Si las mujeres creen que su situación dentro de la sociedad es una situación óptima, si las mujeres creen que la función revolucionaria dentro de la sociedad se ha cumplido, estarían cometiendo un grave error. A nosotros nos parece que las mujeres tienen que esforzarse mucho para alcanzar el lugar que realmente deben ocupar dentro de la sociedad». Mientras que el de Larguía dice así: «La mujer es el producto más deformado de la sociedad de clases».
Antes dije que tuve la suerte de conocer a la dupla en enero de 1972. Ese año no fue el mejor momento de La Habana. La zafra de los 10 millones prevista para 1970 había fracasado, la economía era un desastre y la ideología soviética que ellos llamaban «filosofía marxista-leninista» lo invadía todo. Pocos meses antes, habían clausurado la revista Pensamiento Crítico. Sin embargo, el pensamiento crítico de Isabel y de John me deslumbró. Y, también, hacia 1971, la revista Casa de las Américas, presidida por Roberto Fernández Retamar, compuso un dossier denominado «La Mujer» vertebrado alrededor del ensayo «Hacia una ciencia de la liberación de la mujer» (como pasó a llamarse poco después) junto con cinco artículos más.
Yo tengo una gratitud enorme con Mabel Bellucci y con Emmanuel Theumer por su libro, y una enorme gratitud con Isabel y con John. El impacto que para mí tuvo la lectura de sus textos se puso en evidencia en mi vida privada. Con ambos compartí, a partir de 1976, mi exilio cubano y fueron quienes me iniciaron en la teoría feminista.
Llegamos a Cuba con Silvia, con nuestros dos hijos muy pequeños y con todos los vicios de un profesional de clase media acomodada. Mis hijos no tenían abuelos y nosotros no teníamos empleada para el servicio doméstico. Esto último era lo más significativo. Pues bien, para algo nos tenía que servir el ensayo de Isabel y John: con Silvia decidimos compartir las tareas domésticas y las tareas de crianza. Ambos trabajábamos en hospitales diferentes, pero en el hogar… tareas compartidas. Ocurrió entonces que vinieron los viajes: congresos en el exterior y esas cosas. Y con ellos el problema de ¿con quién dejar a los niños? Entonces nos pareció que lo más lógico era repartirnos alternativamente de modo tal que una vez fuera uno y, la otra vez, fuera el otro. Y así fue. Cuando yo me quedaba con nuestros hijos, las madres de sus compañeritos se ofrecían para llevarlos y traerlos de la escuela, las abuelas del barrio me hacían la comida, se ocupaban de las compras —lo que quiere decir: de hacer las colas— y, con comentarios piadosos al estilo de «pobre doctor que tiene que trabajar y que además tiene que atender a los niños», se encargaban de hacerme la vida más cómoda que nunca. Comodidad de la que, ni por lejos, disfrutaba Silvia cuando era ella la que se quedaba haciendo «lo que le corresponde a toda madre».
Como psicoanalista, esta anécdota banal vino a confirmar que el contacto con la realidad —ciertas modificaciones en los rituales cotidianos— deja una profunda huella en el yo, pero a las costumbres impuestas por el superyó, apenas las rozan en el curso de una generación. Gran parte del debate respecto a los cambios en las costumbres circulan justamente ahí: en derredor del sometimiento o de la rebeldía a los mandatos superyoicos que regulan al aparato psíquico a partir de un dispositivo anacrónico, una instancia que atrasa.
¡Ojalá!, el psicoanálisis tuviera respuestas luminosas para explicar no solo ¿por qué las mujeres no se rebelan contra este sistema explotador y opresivo?, sino también ¿por qué a cargo de la crianza y la educación de las niñas y de los niños asumen el mandato y cumplen muy bien con la misión de reproducir los peores valores del patriarcado?
Entonces, si comencé afirmando que Desde la Cuba Revolucionaria… era un libro de homenaje a Isabel y a John como así también a la Cuba Revolucionaria, que tanta trascendencia tuvo para la América Nuestra, terminaré dándole la bienvenida y agregando que este es, además, un libro necesario, un libro que nos hacía falta. Si comencé diciendo que esta era una fiesta, terminaré invitándolos a que se lo lleven como souvenir.
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