En el texto “Duelo y melancolía”, Freud trabaja sobre la reacción ante la pérdida de un objeto significativo para un sujeto. Este estudio se apoya en el análisis del cuadro melancólico en comparación con el proceso de duelo normal. Evalúa semejanzas y diferencias en la presentación clínica de ambos cuadros, donde sostiene un factor común desencadenante: la reacción ante la pérdida de “una persona amada o una abstracción que haga sus veces (…), un ideal”[1] y plantea una metapsicología distinta en ambos procesos.
El autor sustenta la hipótesis de que un episodio melancólico, como proceso mórbido, puede aparecer allí donde se podría esperar un proceso de duelo normal ante una pérdida.
La cuestión de la pérdida de objeto en la constitución psíquica
En el origen de la estructuración psíquica hay una pérdida fundamental: la del objeto mítico de satisfacción, el Das Ding; pérdida de objeto inaugural que determina un duelo como precio a pagar por el ingreso a la humanización; falta fundante que crea las condiciones básicas de la constitución subjetiva y del mundo de los objetos. Por eso el duelo es el proceso que está en el fundamento de un mecanismo sostenido por el deseo como motor.
Aunque la diferencia del yo y el otro no están desde el comienzo, por el desvalimiento propio del niño al nacer se le impone construir un intercambio con quien le aporte amor, abrigo y alimento para su subsistencia. La intervención del baño del lenguaje, prescribirá y proscribirá los modos de satisfacción posibles para el ingreso a la cultura, determinando la pérdida del instinto, que cede su lugar a la pulsión y convierte al objeto en contingente, con la relevancia del deseo como motor psíquico. En este camino, el niño se encuentra con la falta de objeto en lo imposible de reeditar la vivencia de satisfacción[2] ante el apremio desiderativo, así como en el complejo del prójimo aprende con el otro a discernir entre lo propio y lo inasimilable del mundo (Das Ding), constituyendo, bajo el marco de la falta, las representaciones del mundo subjetivo y el mundo de los objetos.
Identificación primaria, represión primaria, afirmación y expulsión primordial son las formas de figurar a las míticas pérdidas fundantes, que implican un necesario trabajo de duelo en el proceso de subjetivación y constitución del mundo exterior.
Es interesante pesquisar en los textos freudianos cómo la experiencia de la falta de objeto constituye lo psíquico como tal.
Por ejemplo, cuando teoriza sobre el “examen de realidad”[3], plantea que la objetividad es asequible por la pérdida de los “objetos que procuraron una satisfacción real”, ubicando una paradoja de la constitución del objeto: sólo se lo puede subjetivar con su ausencia.
La alternancia presencia ausencia del objeto madre en la realidad externa es lo que permite que se configure como separada del niño; esta es la operación del juego del Fort Da[4], donde la ausencia de la madre se tramita a través de un proceso de representación lúdico, que da cuenta de un verdadero trabajo de duelo: se logra representar una ausencia para así poder desligarse de la necesidad de su presencia real.
Otro ejemplo es el “desasimiento de la autoridad parental”[5], una de las operaciones más resistidas por dolorosas, que implica aceptar la pérdida del influjo parental, operación necesaria para el desarrollo del sujeto y de la cultura. En esta línea, se halla el trabajo de duelo que exige el sepultamiento del Complejo de Edipo, articulado con el de castración, donde el sujeto se ve impelido a desasirse de los objetos libidinales primarios, con la pérdida del goce obtenido en la ficción edípica que organizó con sus figuras.
Como se puede observar el trabajo de duelo es fundamental para la constitución psíquica.
El texto de “Duelo y melancolía” aporta una lógica para entender la ardua tarea que significa la renuncia de aquello que se tomó como propio, no sólo ante la pérdida de un objeto amado o un ideal, sino que también se puede aplicar al trabajo de desasimiento libidinal que exige la constitución subjetiva y el desarrollo de la cultura.
Por eso propongo incluir el aporte de Duelo y melancolía a la dirección de la cura, ya que hay duelos que exige el trabajo de análisis para paliar el sufrimiento psíquico, en tanto el análisis apunta, vía la palabra, a tramitar lo pulsional con el objetivo de conmover y/o abandonar las fijaciones libidinales que originan padecimiento.
Si pensamos el proceso de análisis como un camino de trabajo de duelo, el tratamiento debe realizarse “pieza por pieza con un gran gasto de tiempo y energía”[6] para el desasimiento de la investidura promotora de sufrimiento. Entiendo que este arduo trabajo, que encuentra en las fijaciones libidinales, con el goce correspondiente, su mayor resistencia, es parte de lo que Freud denominó como trabajo de “reelaboración”[7] (durcharbeiten) por las resistencias de la libido a abandonar sus comarcas conquistadas.
Un breve ejemplo: un sujeto que consultó por cuadros depresivos de larga data, donde destacaba el lugar de “menosprecio” que representaba para los otros, luego de varios años de análisis trae una ficción sobre el momento de su nacimiento: había sido “abandonado a su suerte” en una sala contigua a la de su madre, mientras se ocupaban de ella por complicaciones graves del postparto. Refiere que “por casualidad” una tía lo escuchó llorar y lo pudo rescatar del abandono. Fue un giro en su vida, cuando en el análisis pudo sustituir el enunciado de la historia, ubicando: que él había podido hacerse escuchar por su tía participando activamente de su rescate. Para esto tuvo que hacer un duelo por la cuota de goce logrado desde el lugar del “niño abandonado y menospreciado”.
Cuando la sombra del objeto cae sobre el yo
¿Qué determina que la pérdida de un objeto de como resultado un cuadro melancólico en vez de un proceso de duelo normal?
Freud señala que la subjetividad melancólica se descubre luego de alguna situación de pérdida o conmoción en el lazo libidinal con un objeto. Lo novedoso es que esa investidura caracterizada por una fuerte fijación de amor resultó, paradójicamente, de escasa resistencia, por lo cual, fácilmente se cancela la ligadura, pero la libido libre, en vez de ir a algún objeto de la fantasía, encuentra en el yo un sustituto del objeto resignado.
Esta característica de relación con el objeto, que se devela a posteriori por su separación, da cuenta de la preexistencia de una elección de objeto de base narcisista, razón que lleva a que el sustituto del amor se plasme en una identificación narcisista.
¿Qué es lo que le da el carácter sombrío?
La identificación narcisista, particularidad metapsicológica de la melancolía que la diferencia del duelo, guarda en su estructura el modo de procesamiento que Freud describe para la identificación primaria en “Psicología de las masas y análisis del yo”: un lazo afectivo previo a la relación de objeto, con el padre de la prehistoria personal. Esta incorporación, que devora al objeto de amor, adquiere el carácter sombrío que aporta la ambivalencia de la fase oral de la libido que, en la medida que lo incorpora también lo destruye.
Mito del padre prehistórico que devora a sus hijos bajo la Ley caprichosa sin Ley.
Un destino de pulsión: “la vuelta hacia la propia persona”[8] plantea la satisfacción de tendencias sádicas en el automartirio melancólico, donde el yo subroga la hostilidad destinada a un objeto exterior: “Sus quejas (Klagën) son realmente querellas (anklagën)”.[9]
El delirio de insignificancia o de indignidad del melancólico le permitió a Freud ahondar en la división del yo por una instancia crítica que descarga su furia sobre sí mismo: “conciencia moral”[10] la llamó primero. En 1923, a esta instancia la nomina Superyó.
En la melancolía se expresa con sus aspectos más arcaicos, donde actúa como “el monumento recordatorio de la endeblez y dependencia del yo con sus primeros objetos”.[11] Tiempo de desvalimiento[12], donde la indefensión original transforma a la voz en una intimación absoluta, al cual el sujeto debe subordinarse pues está en juego la subsistencia. Este aspecto del Superyó, en su condición de “abogado del ello”, toma su poder de las mociones pulsionales prohibidas que, ya con la segunda teoría pulsional y por su capacidad destructiva, gana el mote de representar en el sujeto melancólico un “cultivo puro de la pulsión de muerte”,[13] por incitar a la peligrosa tendencia al suicidio.
Para concluir
Duelo y melancolía, en su escritura, hace aportes significativos para la construcción de la segunda tópica y la formalización del concepto de Superyó; además enriquece la complejidad del vínculo del sujeto con sus objetos al articular conceptos tan resbaladizos como identificación y narcisismo; asimismo, con el minucioso trabajo clínico y metapsicológico sobre la subjetividad melancólica, contribuye a teorizar la segunda teoría pulsional aportando material para el polémico concepto de pulsión de muerte; por último, la lógica de trabajo de duelo que propone es una herramienta fundamental para la clínica.
Por eso, a los 100 años de edad, festejemos, ya que “Duelo y melancolía” sigue siendo un texto nodal para recorrer los caminos de producción del psicoanálisis.
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