1. Captura y sus destinos
La expresión “superyó psicoanalítico” tuvo su auge en los tiempos dorados. Como tantas otras expresiones, la consumimos sin un análisis conceptual profundo. Y como tantas ideas, especialmente aquellas que tienen la rigidez de una certeza y que tanto se aproximan a un delirio, condicionan la conducta de los sujetos. Como hemos dicho: “la elección de una teoría no es teórica: es política”. Y esa expresión es analizador del pasaje del psicoanálisis como “peste” a un psicoanálisis apestado. Freud inaugura uno de los discursos y prácticas libertarias. No han sido tantas en la historia de nuestra humanidad en riesgo. Fuertemente instalado en la cultura represora victoriana, pudo liberar(se) de las cadenas psíquicas. O sea: los síntomas conversivos. Dentro de cada histeria, comenzó a parirse una mujer. Pero el tiempo pasa. Y en los nidos de antaño no hay pájaros de hogaño. El análisis institucional nos enseña el denominado “efecto Mülhman”: la recuperación del instituyente por el instituido (burocratizado). El superyó psicoanalítico es el nombre de esa recuperación. El mayor riesgo de todos es tomar esa recuperación como el vero ícono del psicoanálisis. O sea, su verdadera imagen cuando apenas es su grotesca caricatura. El superyó psicoanalítico clona el encuadre en baluarte, según la precisión conceptual de José Bleger. La teoría, que es el agenciamiento conceptual de la praxis, en catequesis encriptada. Los dispositivos clonan en equipamientos, y el diván pasa de instrumento a fetiche. Estas cosas y otras muchas las analizó en forma implacable el sociólogo Roberto Castel.[1] Pero todo lo que no es permanente tiende, según la segunda ley de la termodinámica, a extinguirse. O sea, vinos viejos en odres nuevos. Pero hemos señalado que en el nivel fundante, y el inconsciente como sistema es nivel fundante, hay polaridad. Un psicoanálisis del madero y otro psicoanálisis que intenta seguir navegando en el mar. Nuestra Área propicia el pensamiento crítico sobre las formaciones del preconsciente y consciente que legitiman y legalizan nuevas formas de la cultura represora. Recordemos: la cultura represora nos atraviesa a todos y todas, pero no de la misma manera. Y el permanente análisis de nuestra propia implicación, siempre colectiva, siempre autogestiva será la única brújula que nos permitirá orientarnos en la complejidad de nuestras prácticas y en la complejidad de nuestros molinos teóricos. El pasaje del superyó psicoanalítico a la clínica del superyó es una herramienta para desatar los nudos gordianos de nuestra formación y de nuestras prácticas.
2. La mesa está servida
Para comenzar el debate de hoy vamos a presentar algunos ejes que pretendemos que funcionen como disparadores para el intercambio.
Recordamos que el Psicoanálisis Implicado es un analizador del fundante represor de la cultura. Y es una intervención teórica y política. Discrimina tres registros: deseo, mandato (yoicos) y deseo del mandato (superyoico). Pensamos al psicoanálisis como una teoría del Sujeto. Y discriminamos el sujeto del deseo (sujeto de la diversidad) sujeto del mandato (sujeto de la uniformidad) y sujeto del deseo del mandato (sujeto de lo único encubierto por la multiplicidad).
Llamamos “intervenciones culpógenas” a las intervenciones que vulneran la lógica superyoica del analista. Por lo tanto, se siente culpable por decir lo que no debería haber dicho. Mucho menos siente la responsabilidad por no haber dicho lo que debería haber dicho. Esta conflictiva muchas veces queda encubierta por el concepto de timing. El analista inhibe/reprime una intervención por considerarla contraria a algún mandato psicoanalítico. Su atención deja de ser flotante y pasa a estar rigurosamente vigilada.
Ejemplos de intervenciones “prohibidas”:
- Recibir regalos de pacientes
- Responder preguntas, sobre todo, aquellas referidas a la vida personal del analista. Confundiendo lo personal con lo íntimo.
- Compartir con el paciente espacios por fuera del encuadre de tratamiento.
- Formular indicaciones, sugerencias, incluso opiniones profesionales.
- Atender a la solicitud de una entrevista por parte de un familiar del paciente.
También hacen al superyó psicoanalítico la pretendida “neutralidad psicoanalítica” a la que definimos como la negación maníaca de la implicación. La diferenciamos de la abstinencia. Esta siempre es operativa y depende de cada situación en particular.
La alianza terapéutica es un vínculo. Fundante. Y como todo vínculo es el excedente identificatorio de un encuentro. Por eso, en las primeras entrevistas se organiza el modo yoico o superyoico de la psicoterapia.
Diferenciamos silencio tanático de silencio erótico. El tanático tiene como fundamento el terror a decir algo. Incluso, y muy especialmente, a asociar libremente. El erótico es el anclaje con el deseo de pensar(se).
El superyó psicoanalítico ha consagrado como su más pura esencia la terapia individual. Es decir, la lógica individual en la psicoterapia. No tiene que ver con cuántos son, sino en cómo los vamos pensando. Por eso, no es lo mismo la psicoterapia grupal que el “grupalismo” ni la familiar que el “familiarismo”. En el marco de psicoterapias individuales, nosotros propiciamos entrevistas vinculares. La enfermedad artificial denomina “neurosis de transferencia” sólo es posible en encuadres que en la actualidad de nuestra cultura represora no son mayoritarios. Y mucho menos hegemónicos. Lo vincular abre una nueva dimensión. Algo así como “3D”. Lo que el individuo repliega, la entrevista vincular despliega.
El vínculo analítico es asimétrico, pero ya no jerárquico. La jerarquía en la formación tiene que ver con la idealización del didacta y del control. La asimetría propone un acto de “co-pensar”, según las palabras de Hernán Keselmann. Entre el control y la “co-visión”, entre lo didáctico y la co-construcción de una psicoterapia, hay un salto de paradigma. Y permite salir de la falacia del “supuesto saber” que termina siendo un “único saber supuesto”. Desde el Psicoanálisis Implicado pensamos a la función del analista como la permanente discriminación entre lo yoico y lo superyoico. Entre el deseo y su captura. No es lo mismo, incluso es lo opuesto, desear el deseo que desear el mandato. Este mecanismo de “desear el deseo” lo denominamos proceso de subjetivación. Y es la receta para la eterna juventud. Si el inconsciente es atemporal, los deseos son inmortales. Y de esa inmortalidad tendremos que hacernos cargo.
3. La soga en la casa del ahorcado
Aunque nuestras propias teorías nos ahorquen, nos cuesta demasiado cortar la soga. Los psicoanalistas tienen muchas reminiscencias, pero no sufren por ellas. Incluso las disfrutan. Es el psicoanálisis del “como si”: como si fueran cuatro sesiones por semana, como si los pacientes hicieran diván, como si la demanda de análisis fuera la única demanda legítima, como si el oro puro siguiera cotizando en alza. La parte sustantiva del material clínico oculta. En el mejor de los casos, que de todos modos es el peor, se refugia en el confesionario de un pasillo, un bar, una cocina donde compartimos un café. O sea, le otorgamos de nuestra no tan libre, pero al menos espontánea voluntad. El estatuto de a-cientificidad. Lo mejor de nuestra vida profesional cursa en la clandestinidad. Creemos que en las últimas décadas se ha construido un “seudo self psicoanalítico” del cual no pocos humoristas han hecho leña. Aunque el árbol todavía no esté caído. Para apuntalarlo y, por ende, propiciar su crecimiento, nos parece necesario que las intervenciones culpógenas pasen a la superficie. Para abandonar una clínica real que no se teoriza y una teoría que no tiene verificación empírica. Por eso compartimos desde las entrañas del Área seis analizadores construidos que, a nuestro entender, dan cuenta de lo expresado.
- En una supervisión en un servicio de salud mental de un hospital público, la supervisora evalúa como conducta suicida al juego de un niño que se trepaba a los árboles. Ignoraba totalmente que en ese barrio, humilde, de clase trabajadora, todos los niños y muchas niñas se trepaban a los árboles ya que no disponían de plazas con juegos infantiles. No se interesó por el concreto social histórico de esa conducta.
- Un supervisor reta a una psicóloga porque aceptó el regalo de un paciente. El reto castigo obtura entender el sentido, la dimensión simbólica de ese regalo.
- Cartel en un Servicio de Psicopatología Infanto Juvenil de un hospital público: “Disculpen señores padres. Preferimos atender pocos pacientes, pero bien, que muchos, pero mal”. Cartel discriminatorio que supone que la calidad se encuentra en la escasez. El desafío de pensar y actualizar nuevos dispositivos de asistencia en salud mental que contemple lo real de la demanda, es completamente obviado.
- Un paciente le dice al psicoterapeuta: “¿Por qué me voy a calentar si no tengo pareja?”. Atravesando el manto de neblina superyoico, el profesional se anima a decir, aunque luego clandestiniza su intervención: “Si no te calentás ¿para que vas a tener pareja?”. Intervención que des-culpabiliza a las conductas autoeróticas. No pocos profesionales, incluso consagrados, a finales de los 60, hablaban de lo “perjudicial” que era para los adolescentes la masturbación.
- Un paciente quiere hacer un viaje largo conduciendo su automóvil después de trabajar todo el día. El psicólogo le pregunta: “¿Usted se quiere matar?”. El paciente decide no viajar. Al día siguiente, se entera que en un accidente fatal, los que sí viajaron fallecieron en la ruta. Al atravesar la culpa por advertir los riesgos al paciente, permitió que este salvara su vida.
- Paciente que se muda y tarda en poner un protector en la ventana de un piso alto. El psicólogo piensa: ¿Y si se le cae el hijo? No habiendo elaborado la pertinencia de su intervención anterior con otro paciente, resuelve no señalar el riesgo. A los 15 días, el hijo se cae y fallece. Es decir, culpa por decir y culpa por callar. Así paga el diablo que es otro de los nombres del modo superyoico de producción de subjetividad.
Las intervenciones culpógenas del psicoterapeuta son analizadores construidos que dan cuenta del fundante represor de nuestra formación. Creemos que curamos por la letra, pero en realidad curamos por la música. Esto es, el cómo decimos lo que decimos es muchas veces más determinante que lo que decimos. Una verdad mal dicha es más iatrogénica que una mentira bien dicha. O al menos, igualmente iatrogénica. Lo no verbal, lo paraverbal dan cuenta de la implicación del profesional. Y ese “darse cuenta” compartido es una victoria importante contra el santuario de la inmaculada neutralidad. Hasta de un espejo esperamos una imagen comprometida. Pero el superyó psicoanalítico no conoce de sutilezas. Por eso condena el acto, porque solo puede pensar en términos de acting. Verlo todo en terapia, verlo antes en terapia, seguir viéndolo en terapia luego de haberlo visto en terapia, es una estrategia para cobardes. Y Dios, y agregaría Freud, vomitan a los tibios. La verdad es lo único que nos hace libres. Y las verdades que llegan demasiado tarde son aún peores que las mentiras. Aunque no peores que las falsedades. Y el superyó psicoanalítico construye una teoría de la técnica que es falsa. Por lo tanto, genera confusión, parálisis y agresión. Nuestra arma más poderosa en la palabra. Y no pocos colegas hacen baluarte del silencio. No entienden que el silencio nunca es salud. Ni siquiera para los psicoanalistas.
4. Hacia una clínica del superyó
Freud nos había advertido sobre algo que nunca hubiéramos sospechado: un inconsciente represor. Luego lo bautizó como “superyó”. Su nombre más comercial es moral. Y se puede agregar: buenas costumbres. Es el imperativo categórico. El aprendizaje totémico y la asistencia tabú.[2] Caldo de cultivo de la pulsión de muerte organizada en la clínica. A menos que… la clínica, que no es soberana, pero al menos lucha por cierta soberanía, nos brinde claves para que el superyó psicoanalítico opte por la retirada. Por eso, deseamos compartir el concepto de trípode. Es decir, los tres puntos de apoyo del superyó psicoanalítico y los tres puntos de apoyo de una clínica del superyó.
TRIPODE TANÁTICO: mistificación, rígida endeblez, incredulidad.
La mistificación es el encubrimiento. Te dicen que es liebre, pero en realidad es gato. Por ejemplo: consigna de asociar libremente en un dispositivo frente a frente.
La rigidez es una defensa patológica contra lo endeble. Ante la pregunta: “¿Y eso por qué es? ¡Porque si!” Ante la falta de ascendiente, se exagera la autoridad.
Todo ese andamiaje deviene no creíble. El paciente acepta, pero no incorpora nada. Muchas deserciones tienen que ver con esta situación. “Muy lindo lo que me dice, pero no me sirve”.
TRIPODE ERÓTICO: coherencia, consistencia, credibilidad.
La coherencia es la no contradicción entre el decir, el hacer y el sentir. Haz lo que yo digo, más no lo que yo hago. Cinismo que expresa la máxima incoherencia de no pocos mentores, tutores y encargados.
La consistencia es la coherencia sostenida en el tiempo. No hay coherencia de corto plazo. La coherencia entre diagnóstico y pronóstico sostiene la alianza terapéutica.
La credibilidad es el efecto subjetivo de la consistencia. Podríamos decir, confianza básica. Y no tan básica porque debe ser construida. Pero una vez conseguida, no se anula más.
5. El Ideal del Superyó[3]
El superyó, incluso el psicoanalítico, construye sus propios Ideales. El yo del Ideal del Superyó es el “Yo Único”. Proponemos que este concepto de Yo se agrega al listado que Freud propone en “Pulsiones y destinos de Pulsión”. Un único dios verdadero. Un solo psicoanálisis verdadero. La condición necesaria y a veces suficiente es que los ideales del superyó sean abstractos. No solamente atemporales, sino a-históricos. Caballeros templarios custodiarán el santo grial del diván. Si el ideal es el mandato, la culpa, la amenaza y el castigo: ¿cómo intentar ser suficientemente feliz, suficientemente conforme, suficientemente inteligente, suficientemente eficiente, cuando nuestras intervenciones invocan el nombre de Freud, pero no el de ninguna asociación transnacional? Y mucho menos el de una corporación del inconsciente. Somos náufragos. Pero no llegaremos a tierra firme invocando y convocando a los que nos arrojaron al océano. “La cultura se especializa en mandar a los jóvenes al Polo Norte con ropas de verano”. Freud, tan vienés y tan sabio. Nosotros, psicoanalistas jóvenes, y no tanto, en formación y en deformación, somos también náufragos. Toda idealización mata al ideal. O lo corrompe. O lo degrada. La clínica del superyó pone en la superficie el fundamento represor. Y entonces es posible subvertirlo. No sé que tan probable es. Pero nos va la vida en ello, como canta Silvio Rodríguez. Al menos, sepamos que sólo dependemos de nuestras convicciones más profundas. Otra salud mental es posible, y otros psicoanálisis también son posibles. Los únicos aspectos protectores del superyó protegen al superyó. Que en la terapia individual se camufla en el Yo. “¿Quién, YO?”. No, claro que no. Siempre contesta el superyó y seguimos hablando por boca de ganso superyoico. Y para mal de males, advertimos: no sonrían, el superyó los ama. Pero son los amores que matan. Develar la clínica del superyó es una forma de propiciar seguir vivos. Y pensando.
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