“Lo que parece subjetivo e íntimo es también una manifestación del estado de una época”
Costanza Michelson
“Todo el mundo tiene tres vidas: la pública, la privada y la secreta”
Gabriel García Marquez¹
Los conceptos en este caso el de intimidad, si bien parecen a veces guardar autonomía, se encuentran determinados por la trama teórica que les provee de sentido como así también por los avatares epocales. Y en esos entramados discursivos epocales, los acontecimientos del orden de lo impensado los ponen a prueba.
La sorpresa gana nuestras mentalidades cuando un/a adolescente decide cambiar de sexo, cuando un/a joven se plantea vivir en otro país, o cuando quiere dejar la escuela secundaria desprovista del sentido que otrora tuviera en la población. La urdimbre de significaciones que nos constituyen se encuentra en crisis desde hace tiempo, y no dejan de precipitarse cambios.
Por diversos motivos la intimidad como concepto exige en estos tiempos ser revisada, ya que percibimos cambios significativos en los fenómenos subjetivos que la comprenden a consecuencia de las transformaciones contemporáneas a nivel social, económico y cultural.
Paula Sibilia ha llamado la atención al respecto empleando el término extimidad para caracterizar un fenómeno en donde las personas exponen públicamente aspectos que antes estaban reservados al secreto, el ocultamiento, la vida privada. Las redes sociales son el espacio preferido para dar a conocer aspectos íntimos: ideas, imágenes del cuerpo, emociones, que se expresan allí sin pudor. “El homo privatus -dice Sibilia- se disuelve al proyectar su intimidad en la visibilidad de las pantallas” (Sibilia,2008, p.127) ¿Por qué lo que fue necesario desde el punto de vista subjetivo ocultar resulta ahora un beneficio manifestar?
La pregunta considera que aquello desocultado es representativo de aspectos propios, auténticos del sujeto. Sin embargo, podríamos preguntarnos si en esas presentaciones hay veracidad, si realmente existe un compromiso genuino por parte del sujeto, o bien se trata de un exponente más de los simulacros que habitan nuestra cotidianeidad en las relaciones interpersonales. La misma Sibilia advierte que los sujetos muchas veces “mienten” al narrar sus vidas en la web, montando espectáculos de sí mismos, ficciones, para exhibir una “intimidad inventada”. (Sibilia, 2008, p.36.)
El carácter distintivo del término “simulacro” pertenece al filósofo francés Jean Baudrillard. Vázquez Roca quien va a destacar algunos trazos de su pensamiento donde se advierten las transformaciones de la época y cómo van calando en la subjetivo:
“Vivimos en un universo frío, la calidez seductora, la pasión de un mundo encantado es sustituida por el éxtasis de las imágenes, por la pornografía de la información, por la frialdad obscena de un mundo desencantado. Ya no por el drama de la alienación, sino por la hipertrofia de la comunicación que, paradojalmente, acaba con toda mirada o, como dirá Baudrillard, con toda imagen y, por cierto, con todo reconocimiento.” (Vázquez Roca,2007)
¿Podríamos plantear entonces si en esas imágenes, en esas representaciones está el sujeto? ¿Acaso hay un otro que desde su alteridad radical interpele? O forma parte de lo que Baudrillard llama el sistema de objetos instalado por la nueva era capitalista. ¿Hay en la exposición de la extimidad un deseo de encontrarse con otro o un goce perdido en lo imaginario?
Para Guy Debord, teórico de lo que denominó sociedad del espectáculo, «toda la vida de las sociedades donde reinan las condiciones modernas de producción se anuncia como una acumulación inmensa de espectáculos», y agrega que el espectáculo «en todas sus formas específicas, como información o propaganda, publicidad o consumo directo de entretenimiento» debe ser visto como «una relación social entre las personas mediada por imágenes». Como tal, la «sociedad del espectáculo» es «la realización absoluta» del «principio del fetichismo de la mercancía». Por su parte, y diferenciándose de Debord, Baudrillard va a decir que realidad e imagen, falso y verdadero, se confunden de manera endémica en el mundo hiperreal de la simulación. Enfatiza el autor francés que nos hallamos en medio de una lógica de la simulación que no tiene ya nada que ver con una lógica de los hechos.(Vazquez Roca,2007).
Las categorías dicotómicas empleadas comúnmente como superficial y profundo, mundo interior y mundo exterior, que sirven para definir entre otras cosas aquello que comprende lo íntimo, probablemente requieran una revisión deconstructiva. En términos derridianos implica invertir el valor del par dicotómico y encontrarnos con variaciones no incluidas. Es decir, la intimidad, más en estos tiempos, reclama diversos modos que se inscriben en la subjetividad por lo que no sería posible reservarla para un solo tipo de fenómenos.
En otros tiempos, lo que se resguardaba en la intimidad estaba también más al servicio de la hipocresía, de una falsedad, que de una verdad. La moral burguesa obligaba a esconder relatos familiares bajo el amparo del secreto. Nos dice Gérard Vincent que “la vida privada se refugiaba también en los secretos, secretos de familia, es decir, cosas que permanecían ocultas, incluso a los niños. Secretos personales: sueños, deseos, miedos, pesares, pensamientos fugitivos o tenaces, pero que generalmente no llegaban a exteriorizarse.” Luego agrega que “los lugares y los momentos de la vida privada se abren a los ruidos del mundo y entonces “el rumor del planeta llega hasta el secreto de la intimidad.” (Vincent, 1987,p.75 )
De hecho, el psicoanálisis nace en ese clima de época, saturado por una moral victoriana, que otorgaba semblante de normalidad a comportamientos que hoy caracterizaríamos de patológicos.
¿La extimidad o la destrucción de lo íntimo?
¿Estamos hoy ante la destrucción de lo íntimo? ¿Podríamos pensar si una de las alternativas de la anticultura actual no es la de desarmar las condiciones de posibilidad que lo permiten?
Quizás parezca demasiado osada la hipótesis a la que apunta la pregunta, pero lo cierto es que Yago Franco va más allá al afirmar que se estaría produciendo una verdadera destrucción del afecto:
“Primero el tiempo le fue arrebatado a Dios; luego, la aceleración ilimitada que del mismo hizo el hombre (para ser precisos: el antrophos capitalista) se lo ha arrebatado a sí mismo, con él su intimidad y, con esto, su propia subjetividad.” (Franco 2010, p.163 – 2010)
El autor alerta acerca de cómo la aceleración impuesta por el régimen capitalista actual provoca una vivencia de desamparo, de pérdida del registro de lo vivido y de la elaboración simbólica, lo que desemboca en lo que Castoriadis denominó “avatares de la insignificancia” o como prefiere Franco “destrucción de las significaciones” que conduce al Gran Accidente Afectivo.
Al respecto Cristina Oleaga en concordancia con esta afirmación, al referirse a la presión social que nos empuja a concluir nuestros cometidos sin dilación, señala que
“El recorrido que implica la pubertad y la adolescencia es uno de los rodeos, de dificultades para definir, de cambios que sorprenden al sujeto, de pérdida de sus seguridades previas, en fin, de experimentación de un empuje pulsional inédito que, en esta época -como ya vimos-, los encuentra especialmente carenciados de marcos apropiados y, sobre esta turbulencia, urgidos para precipitar conductas y definiciones.” (Oleaga 2022).
¿Acaso la función de los diques pulsionales, defensas primarias ante el empuje de la pulsión, se encuentra en crisis? Observamos cómo en estos tiempos se pierde el sentido de la vergüenza, el pudor, la compasión, el asco y a la vez impera de modo desembozada la crueldad. ¿No impacta esto en el espacio subjetivo de la intimidad? Evidentemente precisamos una reflexión más a fondo de qué puede estar ocurriendo al respecto. Desde Freud sabemos que pulsión y dique son complementarios y no habría empuje pulsional que no tuviese una oposición. Como plantea David Escars “no hay, estrictamente hablando, pulsión sin dique (ni dique sin pulsión). No se puede entonces —aquí es claro— descartar uno de los términos de la oposición: se trata de pensar el empuje en relación a su acotamiento, el avance de las aguas inseparable de lo que le pone un límite.” (Escars, 2001)
Podríamos pensar siguiendo lo planteado por Yago Franco, que aquello que queda interferido es el afecto en tanto resonancia del vínculo con el otro y consigo mismo, precisamente lo que se procura escuchar en la intimidad. Mientras esto ocurre, se profundiza el sentimiento de desamparo o indefensión y el dolor de existir (Laznik, 2003).
¿Es posible la intimidad?
Pareciera por lo que vamos viendo que la intimidad no es algo dado de por sí. No se trata de una esencialidad del sujeto oculta tras sus mascaradas, ni de una verdad que la superficie del Yo le veda a voluntad su acceso a los otros.
Si de una labor constructiva se trata, podemos recurrir, como ejemplo, a esa conocida práctica adolescente que es la escritura de un diario íntimo. En ella se puede reconocer el valor que tiene en la constitución subjetiva la construcción de la intimidad como recurso psíquico.
Su escritura nos enseña el respeto por la privacidad que requiere como así también la necesaria posición activa de quien escribe. Hay una fuerza sublimatoria y creativa en juego que conecta al/la adolescente con un afuera de sí, podríamos decir un exterior al Yo.
En ese sentido, hay un diario íntimo emblemático que es el de Ana Frank. En los comienzos ella da cuenta y define uno de los propósitos primordiales de su escritura cuando dice:
“Supongo que más adelante ni yo ni nadie tendrá·algún interés en los exabruptos emocionales de una chiquilla de trece años. Pero eso en realidad poco importa. Tengo deseos de escribir y, ante todo, quiero sacarme algún peso del corazón.”
Luego dirigiéndose a su diario expresa:
“Espero confiártelo todo como hasta ahora no he podido hacerlo con nadie, confío también que serás para mí un gran sostén” .
Y agrega:
“Necesitaba reflexionar sobre lo que era un diario. Es una sensación singular la de expresar mis pensamientos”.
Se trata pues del reconocimiento de aspectos propios y singulares que no pueden ser exteriorizados aún a nivel familiar pero al mismo tiempo la necesidad de “sacarlos”, darles representatividad mediante algún artificio como fue en este caso la escritura.
También Virginia Woolf al anotar en su diario íntimo expresaba: “es curioso el escaso sentimiento de vivir que tengo cuando mi diario no recoge el sedimento.” (Woolf 2008)
Un caso similar es “El diario de Zlata” que fue escrito por Zlata Filipović, una niña bosnia de 11 años, quien documenta su vida durante el sitio de Sarajevo en la Guerra de Bosnia (1992-1995). Relato que se convertiría en un testimonio de los horrores de la guerra. Narra la transformación de su vida cotidiana en Sarajevo, desde una infancia normal y feliz hasta la lucha por sobrevivir en medio del asedio, la escasez de alimentos, el peligro constante de los bombardeos, y la pérdida de amigos y seres queridos. Transmite tanto la angustia, el miedo, y la desesperación de vivir en una ciudad sitiada, como también momentos de esperanza y resistencia.
Tanto el diario de Ana Frank como el de Zlata Filipovic son ejemplos de cómo la creatividad permitió el despliegue de lo íntimo a pesar de una vida angustiosa y en riesgo. Además, algo del orden de lo íntimo trascendió para dar testimonio de acontecimientos colectivos. Quizás porque en todo trazo íntimo de cada sujeto la época inscriba su dramática, sus contradicciones, conflictos y expectativas. Como refiere Constanza Michelson en el epígrafe “lo que parece subjetivo e íntimo es también una manifestación del estado de una época” (Michelson 2021 p.22)
Otra escritura a la que podríamos darle casi el carácter de un diario íntimo son las cartas de Freud a Fliess donde en ese autoanálisis, además de compartir sus dudas y avances teóricos, muestra sus tensiones internas, inseguridades y miedos. Freud expuso asimismo su vida íntima cuando en varios de sus escritos reveló sueños, intervenciones y situaciones transferenciales.
Podemos aseverar que el diario íntimo es por lo tanto una instancia no solo de catarsis, sino también de elaboración. Una instancia que requiere de un interlocutor, aun cuando sea imaginario (“querido diario”), pero un otro pasivo, que sólo preste escucha, tal como evidentemente ocurre con la situación analítica. Justamente a eso se refiere Eduardo Muller en un interesante trabajo sobre la intimidad llamado “Querido diario” al señalar que las primeras pacientes de Freud “no querían sólo hablar con él sino hablar hacia él para hablar con ellas mismas […] Usaban a Freud como un diario íntimo…” Y luego agrega que “uno va a hacerse escuchar por un analista para hablar solo, como escribir un diario” y escucharse hablar, ya que “el diario íntimo se vuelve fructífero cuando el que escribe se lee escribiendo” porque la asociación libre es “el diario íntimo del inconsciente” (Muller 2010 págs.153 y 154)
Un paciente de 24 años que algunas veces escribía sus ideas y vivencias diarias en un cuaderno lee hoy esa secuencia realizada hace un año y se sorprende de sí mismo, de cómo se sentía en ese momento, de cómo su vida cambió.
Los analistas solemos fungir de diario íntimo cuando recordamos cómo el paciente experimentaba su vida en otro tiempo.
- -Me siento mal con mi vida, mal con los otros”- expresaba con pesar un adolescente.
- -Diferente a lo que te ocurría el año pasado -le digo-.
- -Por qué? Responde sorprendido.
- -Porque en ese entonces lo que te pasaba no lo vivías como un problema. Simplemente te encerrabas en vos y te aislabas. Ahora que te das cuenta de lo que te gustaría, sufrís por lo que no lográs y quizás quieras y puedas cambiar.
Otro adolescente de 16 años que había faltado la sesión anterior se mantiene callado. Le hago notar su silencio y me responde con cierta molestia que no quiere hablar. Después de un rato le pregunto si en algo lo puedo ayudar, si es que no quiere o no puede hablar, a lo que me responde que no sabe si lo que va a decirme tiene algún sentido. Le aclaro que no es necesario que lo que decimos en sesión tenga aparentemente sentido. Por ejemplo, le comento que los sueños tienen que ver con lo que nos pasa, lo que sentimos, nuestras emociones, pero no revelan claramente siempre un sentido en su relato. Y sin embargo si los pensamos y lo relacionamos con nuestra vida, dan cuenta de aspectos personales importantes que no considerábamos.
Entonces, ante mi sorpresa, comienza a contarme varios sueños uno de los cuales narra una situación en la que su madre lo obliga a permanecer en un restorán en el que no quiere estar. Le pregunto si se le ocurre algún lugar en el que él deba quedarse contra su voluntad. Se hace un silencio, me mira y dice en un tono de interrogación que casi es una afirmación: “Acá?” Eso da lugar a que pueda recuperar el motivo o la pregunta por el motivo personal por el que viene. Algo de su intimidad ha podido ser releída. Algo de lo escrito en sus sueños cobró sentido. Pero también el espacio de su análisis reafirmó la intimidad que necesita para que el sinsentido pueda escucharse de otra manera, para que ese otro (madre en este caso) no se apropie de su voluntad ni de su privacidad.
La adolescencia es una etapa en donde es imprescindible construir esos espacios de intimidad tanto como proveerles de las necesarias fronteras que los alojen en la privacidad del espacio terapéutico.
Pero esos resultados no se producen sino a partir de un paciente trabajo terapéutico, por cuanto el sujeto no es dueño absoluto de su decir y pensar. Como dice Constanza Michelson, “el deseo es contradictorio a pesar de ser lo más íntimo y personal; al mismo tiempo es una experiencia que sobrepasa, que no se controla: donde está el yo no está el deseo, donde está el deseo no está el yo”. Y lo que es propio de la intimidad del análisis es precisamente lo que ocurre en la transferencia. (Michelson 2021)
Según el psicoanalista Thomas Ogden la intimidad en el espacio analítico supone la co-creación entre analista y paciente de una “terceridad analítica”. En ese espacio en el que se profundiza una relación, tienen un papel fundamental los sueños y las fantasías del paciente.
En conclusión, podemos decir que la intimidad en análisis en estos tiempos -o contratiempos-, en un mundo que privilegia el aparecer sobre el ser, es un territorio a trabajar, a construir con el paciente, necesitado de una temporalidad adecuada a sus ritmos y una hospitalidad por parte del analista que habilite el sinsentido de lo dicho, de las fantasías y los sueños, de modo que, en el resguardo de esa intimidad, pueda emerger un sentido reparador.