(*) “El desarrollo cultural impuesto a la humanidad es el factor que vuelve necesarias las restricciones y represiones de la pulsión sexual, demandando sacrificios mayores o menores de acuerdo con la constitución individual”. (Freud,1911)
¿Por qué, para el psicoanálisis, son cruciales los malestares propios de la cultura de un tiempo y lugar particulares?
Es que los síntomas de las patologías psíquicas toman las formas propias de las sociedades que habitan los sujetos. Así las histéricas eran brujas en el Medioevo, tuberculosas en la época victoriana, anoréxicas y adictas al alcohol y las drogas en los siglos que corren.
Se trata de la constitución del sujeto a expensas siempre de otro primordial transmisor y hacedor de cultura. Otro del que dependerá la unificación narcisista del sujeto, tanto como el nacimiento de su cuerpo, como erógeno marcado por la palabra.
La musicalidad de las palabras que articulamos, en cada región diferente del planeta, aunque se trate del mismo idioma, es una muestra. Musicalidad con la que ha quedado marcado nuestro aparato fonador.
Reconocemos a nuestros seres más cercanos por su manera de caminar o su timbre de voz, de la misma manera identificamos la nacionalidad o la pertenencia socio-cultural de una persona al escucharla hablar, reconocemos las marcas más profundas de la cultura que la habita.
Ese otro del que depende un humano para constituirse como tal, ha sufrido las mismas vicisitudes para nacer subjetivamente , constituyéndose en uno más de una cadena, tal vez como diría Freud, inmortal.
No se trata solamente de una cuestión relativa a la comunicación de las personas, se trata de lo que las constituye como tales, la palabra del Otro primordial (así con mayúscula) para dar cuenta con esta expresión del tesoro significante de una cultura.
La pulsión sexual, pensada en la concepción ampliada que nos propone el psicoanálisis, se desplaza en el discurso de un sujeto. Hay una producción de satisfacción en el movimiento de la cadena significante, más allá de la significación que ella permite. El concepto de “lalengua” de Jaques Lacan, apunta en esta dirección.
Si pensamos cada momento de la cultura como una producción del ser humano que al mismo tiempo lo afecta de manera ineludible generándose un circuito dinámico, es una cuestión ética para el psicoanalista preguntarse acerca de las particularidades del discurso de su época y cómo éste afecta al sujeto.
Para vivir en comunidad será siempre inevitable la restricción de la vida pulsional de cada individuo o su transformación en modalidades viables, pero, ¿cuáles son los destinos pulsionales predominantes en nuestro tiempo?
Si en la época victoriana el destino predominante de la pulsión era la represión, ¿podemos hoy sostener lo mismo? ¿Encontramos en nuestra práctica el padecimiento que acarrea el síntoma neurótico, como transacción entre la satisfacción pulsional y la defensa inconscientes?
Las presentaciones clínicas que llegan a nuestros consultorios, y en particular si atendemos niños o adolescentes, se caracterizan por la predisposición a la descarga inmediata. Cuestión que en muchos casos lleva a diagnósticos que justifican la indicación de medicación específica, minimizando o descartando la eficacia de la psicoterapia psicoanalítica.
Desde la perspectiva de la organización económica, en nuestra época y región, podemos sostener que “la economía de mercado” es rectora. Podríamos caracterizarla brevemente por el libre juego de oferta y demanda de bienes, propia del capitalismo, que se diferencia de épocas anteriores por la comercialización y la estimulación del consumo a nivel globalizado, lo que se ha dado en llamar “capitalismo tardío”. Se propicia el consumo, en especial de productos de la ciencia y la tecnología, entre otros.
El sistema propone permanentemente productos nuevos como una manera de mover el mercado. Son productos que parecen cautivantes, generando falsamente deseo. Si podemos hablar de una cultura de mercado, ésta anuncia que sabe muy bien qué queremos, ninguna otra cosa que sus productos.
Freud plantea: “…la religión impone (una resolución de la vida sexual) a todos por igual para proteger del sufrimiento…” ¿es la propuesta del mercado una nueva religión, en la medida de su desconocimiento, de la singularidad de las marcas pulsionales del sujeto?
Si el ser humano no sabe lo que quiere ya que no hay ningún instinto que lo determine por no haber ninguna determinación biológica del deseo. El mercado alivia nuestra incertidumbre asegurándonos que lo que deseamos es aquello que se ofrece a la venta, con la ventaja de saber que cuando la posesión aburre siempre aparece otro objeto disponible para su adquisición.
Pretender que el deseo puede ser colmado aun provisoriamente, tiene sin duda un efecto en el sujeto. El deseo es por definición lo que nos mantiene siempre en una búsqueda. Se busca aquello que faltando, se siente que “hace falta”. Falta estructural ya que ha sido generada por la palabra en el viviente humano. La palabra orada un vacío en el cuerpo biológico.
Que lo imposible no sea tal, ilusiona, pero el precio que paga el sujeto puede ser alto.
La medicina ofertando sus avances como nuevos productos del mercado, promete eterna juventud a través de procedimientos que a veces conducen a la muerte o a deformaciones extremas. Que el dolor, la incertidumbre y la tristeza pueden obviarse es una promesa de las drogas alucinógenas y las bebidas energizantes que consumen en especial los jóvenes frente a la desazón que les plantea el futuro y la falta de proyectos propios.
El consumo adormece la angustia frente a lo que no se sabe, al futuro, a la vida misma.
También las prácticas sexuales aparecen descontextualizadas de lo amoroso, como una forma más de evitar las incertidumbres que puede plantear el otro, avatares como el de su pérdida.
Se trata de la Verleugnung, de la desmentida de lo que puede faltar, perderse o considerarse imposible. Mecanismo que Freud describió a propósito de la perversión. La desmentida de la castración como concepto más amplio que el de la fantasía de emasculación.
La clínica actual nos sorprende por la ausencia de angustia. La angustia de castración retorna desde lo real, no como alucinación, como en la psicosis, sino como una acción riesgosa para la conservación del individuo.
Si la angustia es ese sentimiento en el yo que puede ser insoportable y enigmático para el sujeto, las formas clínicas actuales se presentan exentas de angustia y sin enigmas, parece ausente lo reprimido a desentrañar.
Sartre vincula la angustia con la responsabilidad que siente el hombre al darse cuenta que no es sólo el que elige ser, sino un legislador que elige al mismo tiempo para la humanidad entera. Angustia de preguntarse: “Qué sucedería si todo el mundo hiciera lo mismo”.
Cómo no entender la ausencia de la angustia que señala el filósofo si la desterritorialización de las organizaciones de producción, empresas de nacionalidad virtual que operan a nivel planetario, se desembarazan de la responsabilidad concerniente a las consecuencias que hayan despertado su accionar, trasladándose a regiones más convenientes para evitar ser cuestionados o sancionados por sus acciones.
El desconocimiento de lo imposible, así como el empuje a lo inmediato de la satisfacción, son dos formas de lo mismo: la desmentida de la castración.
Una conocida marca de zapatillas asegura “Impossible is nothing”, la publicidad del producto se fundamenta en asegurar que su consumo nos hace invulnerables a las imposibilidades de la vida. Éste es sin duda el discurso de la época. No es indiferente que sea en inglés, aún para las regiones de habla hispana. Se trata de una cultura globalizada a pesar de las particularidades regionales y la idealización consecuente de los países económicamente más poderosos por parte de los más pobres.
El empuje a lo inmediato violenta el principio del placer en el sujeto, asegurando que los rodeos para la resolución pulsional son innecesarios, que la satisfacción completa e inmediata es posible empujándolo a lo peor. La muerte está a la vuelta de la esquina.
Freud dice en “El malestar en la cultura”: “Muchas veces uno cree discernir que no es sólo la presión de la cultura, sino algo que está en la esencia de la función (sexual) misma lo que nos deniega la satisfacción plena y nos fuerza por otros caminos” Alude al Principio de Nirvana, la descarga pulsional completa acerca al individuo a la muerte. Tenemos presente la premisa freudiana que sostiene que dicho principio ha sido modificado en el transcurso de la filogénesis por el Principio del Placer que está al servicio de la Realidad, en función de la preservación de la vida individual.
La cultura de nuestros días nos empuja a un hedonismo que quebranta la imposibilidad misma de dicha descarga completa y sin mediaciones, con la promesa de un placer pleno e intenso, promesa de alcanzar la felicidad sin dilaciones, acercando la muerte biológica y subjetiva.
Un chico de 17 años le relata así a un analista, su salida de sábado por la noche: “Cuando voy a bailar me gusta arrimarme a alguno que está en la barra y hacerme el ofendido diciendo que me empujó o me dijo algo molesto. Lo enfrento, le pregunto si quiere pelea y ahí nomas lo bajo de una trompada y cuando está en el piso le engancho una patada entre las costillas y lo dejo medio muerto. Si veo que se acercan los amigos, me rajo”.
El joven monta una escena siempre igual. Podríamos llamarlo: “El muchacho que pelea en lugar de bailar”, nombre para lo que se produce más allá del principio del placer, homologando los nombres de los historiales freudianos.
En su decir no aparece ningún padecimiento, tampoco angustia que lo lleve a preguntarse sobre su causa. No asume ninguna responsabilidad acerca de las consecuencias de su acción.
Tampoco el miedo aparece como un protector saludable de su integridad física. ¿Es posible un tratamiento psicoanalítico? ¿Por qué un analista se arrogaría la responsabilidad de llevar a cabo el tratamiento de quien no lo pide?
¿Qué diagnóstico y qué pronóstico serían posibles?
Sin angustia como indicador emocional del retorno de lo reprimido, sin síntoma neurótico como producto transaccional entre la pulsión y la defensa ¿podemos operar como Freud señalara haciendo consciente lo reprimido sexual infantil?
Parece necesario un movimiento preliminar a un psicoanálisis. Donde el “no pienso” reina debe advenir otra cosa, parafraseando el aserto freudiano.
Tal como lo planteara Jaques Lacan en su discusión de la premisa cartesiana: “pienso, luego soy”. Esta cultura se caracteriza por dar consistencia de unidad al “yo soy”, imagen que devuelve el espejo, desmintiendo la existencia del inconsciente que hace tambalear dicha unidad ya que supone un sujeto dividido porque no sabe la causa de su síntoma neurótico.
En este contexto clínico, las entrevistas preliminares a un abordaje analítico que ya Freud enunciara como “tratamiento de prueba”, se plantea como espacio ineludible.
Por ejemplo, el analista pregunta si los sábados son siempre así, si tiene miedo. El joven reconoce cierta inquietud en relación a lo que nombra como “ser molido a palos”, relata haber sido golpeado por el padre quien lo amenaza con esa expresión.
Más adelante, el analista pregunta en relación al sentimiento de soledad del muchacho, él comienza a hablar de su familia.
El recorrido no será sencillo pero tal vez sea posible un proceso psicoanalítico, siempre que aparezca algún síntoma neurótico que le resulte enigmático al propio sujeto y demande a un analista para su esclarecimiento, o tal vez que la aparición de angustia o inhibiciones se presenten tan enigmáticos como los síntomas mismos inaugurando el comienzo del análisis.
Siendo que el significante no se otorga a sí mismo significado, sino que retroactivamente éste surge por efecto de una cadena de significantes, la resolución neurótica de la sexualidad a través de la inhibición, el síntoma o la angustia, aparecen como un significante aislado planteando una pregunta sobre su significación que sólo podrá responderse a partir de la asociación libre en transferencia. ¿Por qué no puedo estudiar? ¿por qué esta banalidad me obsesiona? ¿por qué siento angustia y no aparece una razón para ello?
El relato del joven queda afectado por la interrogación del analista, interrogación que aparece donde el joven actúa sin mediación del pensamiento, introduciendo la perspectiva de una causa para esa escena.
No interrogarse acerca de su “raid” de los sábados por la noche, tiene su justificación epocal: “Todos lo hacen”, es un “para todos igual” que borra lo singular del sujeto. La descarga pulsional es anónima, la pulsión aparece acéfala de sujeto, efecto desubjetivante de la cultura.
Si el joven hace suya la interrogación, se ha producido un movimiento subjetivante.
El título del Foro Internacional IFPS: “Trabajando con el conflicto y la alienación”, nos lleva a preguntarnos si en nuestros tiempos, el conflicto es de algunos frente a la alienación de la mayoría, alienación en una propuesta que desde la cultura, desconoce la singularidad del sujeto.
Phillip Roth, premio Príncipe de Asturias en literatura, fue interrogado en una entrevista periodística:
Periodista: En “Sale el espectro” usted hace sin embargo una concesión a la nostalgia, cuando Amy Ballette, la musa envejecida, recuerda: “Hubo un tiempo en que la gente usaba la literatura para pensar”…
Roth: Es cierto. Y ese tiempo no volverá. La literatura tiene cada vez menos impacto. Pienso que en 20 o 30 años las novelas serán como lo que hoy es la poesía: un objeto de culto.
P: ¿Vaticina usted la muerte de la novela?
R: No, siempre habrá novelas y novelistas…Lo que vaticino es algo muy distinto: la muerte del lector. Desde que arrancó la cultura visual con el cine y la televisión, las pantallas se van multiplicando. Y hay que reconocerlo: la pantalla es más estimulante que el libro. El libro exige concentración, paciencia, tiempo, concentración mental. Los libros requieren lectores devotos, pero la audiencia está cada vez más distraída”.
El compromiso de los psicoanalistas será el de tratar de no formar parte de la audiencia distraída para poder seguir pensando con la literatura, con lo que no cesa de escribirse de su analizante y de la cultura de su tiempo.
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