En una carta escrita por Freud a un colega, el doctor Van Eeden, el 28-12-1914, escribe: “…el psicoanálisis ha llegado a la conclusión, partiendo del estudio de los sueños y de los errores que se observan en personas normales, así como de los síntomas de los neuróticos, que los impulsos primitivos, salvajes y malignos de la humanidad no han desaparecido en ningún individuo sino que siguen existiendo, si bien en una forma reprimida —en el inconciente, como lo denominamos en nuestro lenguaje— y solo esperan oportunidades propicias para desarrollar su actividad.
”Nos ha enseñado también que nuestra inteligencia es una cosa débil y sojuzgada, juguete e instrumento de nuestros impulsos y emociones; que todos nos vemos forzados a actuar en forma inteligente o tonta, pero siempre de acuerdo a lo que nos ordenan nuestras actitudes y nuestras resistencias internas.
”Ahora bien, repare usted en lo que está ocurriendo en esta época de guerra, vea usted las crueldades e injusticias de que se hacen responsables las naciones más civilizadas, de qué modo aplican un criterio para juzgar sus propias mentiras e inequidades y otro, bien distinto, cuando se trata de las que realizan sus enemigos, repare usted hasta qué punto se ha perdido toda clara visión de las cosas y tendrá que confesar que el psicoanálisis ha tenido razón en ambas afirmaciones.
”Es posible que en ello no le quepa mucha originalidad. Son muchos los pensadores y los estudiosos de lo humano que han expresado pensamientos semejantes a éstos pero en nuestra ciencia la que los ha elaborado detalladamente, empleándolas a la vez para descifrar numerosos enigmas de la psicología…”. (Jones, 1981, p. 387)
Hacía un año que Trotsky había expresado algo similar: “…el concepto abstracto, humanitario, moralista de la historia es enteramente anodino… lo sé muy bien. Pero esta masa caótica de progresos materiales, de hábitos, costumbres y prejuicios que llamamos civilización, nos ha hipnotizado a todos dándonos la falsa impresión de que ya hemos alcanzado aquello que más nos importaba. Pero he aquí que viene la guerra y nos demuestra que aún nos estamos arrastrando torpemente sobre nuestros vientres, sin haber abandonado el período de la barbarie primitiva…” (Jones, 1981, p. 387)
Para Freud, la guerra despojaba a los hombres de las adquisiciones más recientes de la civilización y pone al descubierto al hombre primitivo que hay en cada uno de los seres humanos.
La cultura se edifica sobre la base de una renuncia pulsional: la prohibición del incesto y el parricidio.
En los pueblos primitivos había una mayor capacidad para alimentar sentimientos ambivalentes si se les compara con los pueblos civilizados ya que éstos han progresado más hacia la conciliación de sentimientos opuestos. Freud sostenía que los impulsos reprimidos en las neurosis son de índole sexual mientras que en los tabúes primitivos se referían a impulsos antisociales predominantemente de agresión y muerte. Dirá en 1930: “…no es fácil para los seres humanos renunciar a satisfacer su inclinación agresiva ya que no se sienten bien en esa renuncia…”.
Luego dirá: “…En las neurosis se observan, por un lado, parecidos impresionantes y muy significativos con las grandes producciones sociales del arte, la religión y la filosofía, pero por otro lado dan la impresión de ser una caricatura de las mismas. Me aventuraría a afirmar que la histeria es la caricatura de una creación artística, la neurosis obsesiva la caricatura de una religión individual y los delirios paranoicos la caricatura de un sistema filosófico…”. (G.W.,IX.91.S.E.XIII)
Para Freud, religión, moral y sentimiento social fueron originalmente la misma cosa.
En sus cartas a Pfister, escribe: “…En sí mismo, el psicoanálisis no es ni religioso ni opuesto a la religión, sino un instrumento imparcial que puede servir tanto al clero como a los laicos, cuando sólo es usado para liberar a la gente que sufre…”.
Oskar Pfister fue pastor de Predigerkirche de Zürich (1902-1939).
Durante los primeros años del psicoanálisis (1908-1914), Pfister trabajó en estrecha colaboración con el liderazgo psicoanalítico (Eugen Bleuler, Carl Jung) y sus más importantes partidarios tempranos. En enero de 1909, Pfister, posiblemente motivado por Jung, envió uno de sus primeros trabajos psicoanalíticos a Freud y comenzó su notable correspondencia de treinta años. Devoró las obras de Freud y se puso inmediatamente a trabajar aplicando perspectivas analíticas a los problemas de la orientación y la enseñanza pastoral. Pfister fue autor de la primera exposición popular de las ideas de Freud y fue pionero en las interpretaciones psicoanalíticas de la historia, la religión, la pedagogía, la ciencia política, el arte, y la biografía.
Freud, en un prólogo para un libro de Reik sobre la psicología de las religiones (1919), expuso una conclusión que sostenía: “Dios Padre caminó una vez sobre la Tierra, en forma corporal, y ejerció su autoridad como jefe de la primitiva horda humana, hasta que sus hijos se unieron para matarlo. Más tarde resultó que este crimen liberador y las reacciones al mismo tuvieron como consecuencia los primeros lazos sociales, las restricciones morales básicas y la más antigua forma de religión: el totemismo”.
En “Psicología de las masas” (1921), nos muestra su idea de una identificación general de todos los miembros de un grupo que comparten un ideal común bajo la forma de un líder. En el caso de la Iglesia Católica, todo cristiano ama a Cristo como su ideal y se siente unido a todos los demás cristianos por el lazo de la religión. Pero la Iglesia exige algo más, a saber: hay que identificarse con Cristo y amar a los demás cristianos como Cristo los amó. Este factor probablemente es en donde basa la cristiandad su pretensión de haber alcanzado un más alto nivel moral (G.W.XIII, 150-I, S.E, XVIII, 134-5, Obr. Cpl. T. IX, p. 80).
Lo que para la religión es un alto nivel moral, para el psicoanálisis es la conciencia moral y va a estar relacionada con el superyó, heredero del Complejo de Edipo. Lo explica de esta forma: hacia alrededor de los 5 años se consuma una alteración importante ya que se resigna como objeto, un fragmento del mundo exterior y, a cambio por identificación, es acogido en el interior del yo (se transforma en un ingrediente del mundo interior). Esta nueva instancia a la que llamaremos Superyó, prosigue las funciones que habían ejercido las personas (objetos abandonados) del mundo exterior. Esta instancia que hace las veces de nuestra conciencia moral, sojuzga al yo, le da órdenes, lo observa, y lo amenaza con castigos (como los progenitores). Su hiper severidad va a estar en estrecha relación a la intensidad de la defensa gastada contra la tentación del Complejo de Edipo. El martirio de los reproches de la conciencia moral responde a la angustia del niño por la pérdida de amor, angustia que fue sustituida por la conciencia moral. En la institución del Superyó uno vivencia un ejemplo del modo en el que el presente es traspuesto en pasado.
Ese mismo año publicó su estudio: “Una neurosis demoníaca del siglo XVII”, donde se puede observar un interés netamente clínico y donde señalaba con cuanta facilidad, en siglos anteriores, los impulsos reprimidos podían ser proyectados sobre demonios imaginarios, mientras que en la actualidad eran internalizados como sufrimiento corporal. El análisis de este caso particular, le confirmó la idea sobre la importancia de las emociones conflictuales referentes al padre en la génesis de las ideas religiosas o —como en este caso— de delirios.
Otros interrogantes que plantea es en torno al marxismo, señalando una identidad visible entre este sistema y la religión, ya que formulan metas ideales a fin de obtener la aceptación de las personas. Es así como se fomenta una “ilusión” como así también la prohibición de pensar. En el establecimiento de cualquier relación económica no se pueden omitir los factores psicológicos ya que siempre están en juego las pulsiones que hacen a la naturaleza humana y que son indestructibles, a saber: la pulsión de autoconservación, su placer de agredir, la necesidad de amor, una ganancia de placer y una evitación del displacer.
En 1927, llegó el muy discutido artículo: “El porvenir de una ilusión” en el que se ocupó de la naturaleza y el futuro de la religión más que de su origen. Por este artículo fue acusado de haber sostenido que las creencias religiosas no son verdaderas, sino ilusorias, en el sentido de no existentes. Sin embargo, él se ocupó de explicitar el sentido en el que tomaba la palabra “ilusión”: “…una ilusión no es lo mismo que un error, y por cierto no tiene que ser forzosamente un error…”. Llamamos “ilusión” a una creencia cuando la “realización de deseos” es un factor importante en su motivación. (G.W.,XIV, 353-4, S.E.,XXI, Obr. Cpl., XIV, p. 32)
Al tomar en cuenta las necesidades que llevan a la gente a edificar sus creencias religiosas (fundamentalmente las complicadas emociones referentes a las relaciones del hijo con su padre) también agregó otros factores: el desvalimiento humano frente a los numerosos peligros que tiene que afrontar: del mundo externo, de su propio interior, y de las relaciones de los hombres entre sí.
Él admitía que quizá él también, en ese momento, estaba entregándose a una ilusión, aventurándose a expresar su opinión y también la esperanza, de que en algún instante futuro le sería posible a la humanidad enfrentar la vida sin la ayuda de la religión.
Años atrás había expresado su adhesión a la evolución de la humanidad en donde para lograrla todo niño tenía que llegar a aprender gradualmente a distinguir entre las ideas y deseos de su fantasía y los hechos del mundo externo y arreglárselas sin la protección de los padres. Dirá: “…A la larga nada puede resistir a la razón y la experiencia y la contradicción entre la religión y estas dos cosas es demasiado palpable…”. “…la Ciencia no es una ilusión. Pero sería una ilusión, en cambio, suponer que podamos hallar en otra parte lo que ella no nos puede dar…” (G.W., XIV, 380, S.E.,XXI, Obr.Cpl. t. XIV, p. 54)
El último aporte de Freud al tema de la religión está contenido en el último de sus libros, “Moisés y el monoteísmo” (1939); lo escribió cuando ya tenía más de 80 años y fue su último esfuerzo creador. Nos muestra los orígenes de la religión judía y, hasta cierto punto, también el de la cristiana, y le sigue una consideración de la religión en general.
En “Análisis terminable e interminable” manifestará que un terapeuta no se propondrá como meta limitar todas las peculiaridades humanas en favor de una normalidad esquemática, ni demandará que los analizados a fondo no registren pasiones ni puedan desarrollar conflictos internos de ninguna índole. El análisis deberá crear las condiciones psicológicas más favorables para las funciones del yo y con ello quedaría tramitada su tarea.
Hasta aquí un breve recorrido de los conceptos psicoanalíticos que dan cuenta de los procesos psíquicos de los seres humanos, la incidencia de la cultura en la sociedad y como esto da cuenta de la psicopatología.
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