El arte, la religión, la filosofía, la ciencia son algunas de las creaciones culturales que parecen provenir de las mismas fuentes. Algunas de ellas producen alivio ante la premura que lo pulsional genera en los humanos en su devenir. Otras, ofrecen algunas explicaciones acerca de lo desconocido, aquello que viene del interior del sujeto y aquello que procede del mundo exterior. A pesar de estos calmantes, el desvalimiento aparece, cada tanto, sin paliativos.
Cuando Freud en su conferencia del año 1932 plantea que el psicoanálisis no se puede pensar como una cosmovisión, nos enfrenta con que las ilusiones son remedios provisorios ante esa desazón, aunque algunas intenten presentarse como verdades únicas y acabadas. También nos advierte que el hallazgo del psicoanálisis como manera de comprender lo humano tampoco nos ampara.
Al proponer la tercer herida narcisística que sufrió la humanidad, nos mostró que no somos dueños absolutos de nuestras acciones y que actuamos según determinaciones que no conocemos, eliminando así el poder absoluto de la razón y de la conciencia pensadas, hasta entonces, como las facultades que dirigían nuestra voluntad.
Si la religión propuso al hombre como centro del universo o a imagen y semejanza de un ser superior, el psicoanálisis dio por tierra dicha consideración. Nos permitió pensar que el humano se aferró a la religión con el intento de recrear aquel momento de su vida en el cual se sintió protegido por sus padres, trasladando esos supuestos poderes a los dioses. Sabemos que la misma intenta apaciguar la inermidad en relación con lo azaroso de la vida y lo inexplicable de la muerte.
En su escrito sobre el Malestar en la cultura, mostró al humano como aquel capaz de las acciones más nobles como las más detestables, a menudo repartidas en diferentes sujetos, a veces llamativamente en el mismo.
En los extremos: la ciencia al servicio de la creación de herramientas para la destrucción de los hombres por sus semejantes a través de guerras, hambrunas, exterminios; la misma ciencia que permite la creación de instrumentos para salvar vidas o, al menos, hacerlas más confortables. En otro lugar, el fenómeno artístico que permite exorcizar al artista de sus malos espíritus a partir de la ejecución de su obra, o del sentimiento placentero en aquel que se regocija con la apreciación de una buena música, cuadro, danza, texto literario, película…
¿Podremos pensar al acto creativo como la posibilidad en un sujeto de suavizar el sufrimiento psíquico individual? ¿Será que esa obra, al ser compartida y comprendida por otros, se convierte en arte haciendo extensivo aquello que produjo en el artista al crearla, en los espectadores al recrearla?
Intentamos a partir de este número de la revista pensar un punto de convergencia posible entre el arte y la religión a partir del psicoanalisis
Podemos relacionar el trabajo del psicoanalista con el trabajo del artista, en el sentido que propone la generalidad de lo humano en su teoría y descubre lo singular de cada sujeto en la aplicación de su método. Lo que fue pensado para muchos toma un carácter de hallazgo para uno.
El creador de la obra de arte funciona de manera inversa. Crea para sí y alcanza a través de su obra a los otros.
¿Que hay de nuevo en la religión?
Podríamos pensar la ciencia endiosada al servicio de la tecnología. Un intento de controlar la vida y de brindar instrumentos para lograr la satisfacción inmediata, antiguo y a la vez vigente anhelo de la criatura humana.
El psicóanálisis nos permite comprender ese deseo como un imposible. Tolerar lo imposible de la completud, en el mejor de los casos, podrá dar lugar a valorar lo posible de la vida.
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