NÚMERO 30 | Octubre 2024

VER SUMARIO

A partir de Freud íntimo¹ | Beatriz M. Rodríguez

Beatriz Rodríguez presenta “Freud íntimo”; una investigación minuciosa que, si bien no aporta nuevos datos a la crónica de vida de S. Freud, propone llevar a cabo, sin anacronismos, la relectura de algunos hechos acaecidos durante su niñez, sugiriendo razonables y verosímiles interpretaciones de los mismos. La novedad de este texto, reside en procurar una mirada contextualizada a aquellos acontecimientos que -según señalara el mismo Freud- marcaron su temprana infancia, destacando en la comprensión de tales sucesos, las conductas y costumbres que, por habituales, fueron invisibilizadas, tanto por sus protagonistas, como por quienes más tarde aportaron a la producción de una versión políticamente correcta de los mismos.

Nuestros recuerdos de la niñez nos muestran 

 nuestros primeros años no como fueron  

sino tal como se manifestaron en los períodos posteriores  

cuando los recuerdos fueron despertados.  

En esos períodos de despertar, los recuerdos de la infancia  

no “emergieron”, como suele decir la gente,  

se “formaron” en ese momento. 

Sigmund Freud 

 

Traicionar la «leyenda»  

        Sabemos mucho acerca de Freud, sobre él se han escrito tantas biografías que su vida nos parece casi del todo familiar. De hecho, aunque él mismo no tenía en gran estima a los biógrafos, con una clara intuición y el ferviente anhelo, previó la eventualidad de que se escribiera su biografía. Para ello dejó en sus escritos abundantes indicios, aunque –convenientemente- eliminó muchos otros, siempre que los consideró comprometedores para terceros. Es decir que a pesar de aparentes y muy razonables reticencias y de precauciones por lo demás sembrados de fallas, Freud lo hizo todo para que –salvo en lo que a su madre se refiere- llegara hasta nosotros la más extrema divulgación de sí mismo, de modo tal que una gran parte de los escritos freudianos lleva la huella de su propia vida y de su intimidad.  

        Como en un sueño recurrente, Freud escribió y reescribió su propia historia, procurando recuperar y corregir sus recuerdos, acercándolos en todo lo posible a una idealizada infancia.  

        Consecuentemente, la historia oficial no dio ni un paso más allá del punto en que el maestro detuvo los suyos, y así, gran parte de las biografías posteriores a la versión «analíticamente ortodoxa» escrita por Jones, son transcripciones; apenas un ejercicio prolijo de copia.  

  Mi estudio Freud íntimo -en cambio-, no es una biografía, ni un ejercicio de indiscreción, sino una minuciosa investigación que, aunque no aporta datos nuevos a la crónica de vida del maestro, supone llevar a cabo sin anacronismos la relectura de algunos hechos acaecidos durante su niñez, sugiriendo razonables y verosímiles interpretaciones de los mismos.  

        La novedad de este texto reside en procurar una mirada contextualizada a aquellos acontecimientos que marcaron –según señalara el mismo Freud- su temprana infancia, destacando en la comprensión de tales sucesos las conductas y costumbres que por habituales, fueron invisibilizadas tanto por sus protagonistas, como por quienes más tarde aportaron a la producción de una versión políticamente correcta de los mismos. Y aunque sigo alentando el respeto por la intimidad que animaba al propio Freud, propongo hoy un acercamiento desprejuiciado a sus textos, con la intención de develar aquellos acertijos vinculados a su infancia, que él mismo encerró en éstos.  

        Alguna vez, Simone De Beauvoir diría que la niñez no ocupa -en general-, más que un lugar secundario en las autobiografías masculinas; pues bien, no creo que éste sea el caso, pues fue el mismo Freud quien se encargó en numerosos de sus escritos y en su autoanálisis, de revelar gran cantidad de material personal y proporcionar una importante reconstrucción de su primera infancia. Mi intención es -entonces- hacer más conspicua esta relación, pues abrigo la certeza de que conocer este vínculo íntimo entre el texto y su contexto hace más apasionante la lectura de la obra freudiana, y a la vez revaloriza –para quienes se acercan a la misma- el lugar de la infancia como fuente genuina de las realizaciones, logros e impedimentos de su vida. Y entonces, lo que insisto en subrayar –pese a la aspiración de intemporalidad que Freud buscara para su teoría- es cuán deudora resulta la misma de su momento histórico, de su cultura y de su tiempo, pero sobre todo de su propia infancia; resultando entonces, gran parte de cuanto escribió, de carácter autorreferencial, en un intento por conocer, comprender, o remediar su «neurosis». Lo que finalmente plasmó en su autoanálisis² y, en gran medida, en su prosa, tanto de ensayo como epistolar.  

Vestigios 

        Por cierto, en el conocimiento de los demás, la comprensión de sí mismo fue el invariable punto de partida, tan necesario como suficiente: “Siempre me resulta extraño no entender a alguien en función de mí mismo”, le escribió a Martha su prometida, en octubre de 1882. Casi una década más tarde Fliess atacaría a Freud con el mismo argumento: “el lector del pensamiento lee en los otros solamente sus propios pensamientos”. 

        Ahora bien, tal vez se me pregunte: ¿qué podría agregar este texto al conocimiento de un autor cuando él mismo, pese a advertir lo indiscreto de sus escritos, permitió en gran medida que lo fueran? ¿No fue acaso el mismo Freud quien en nombre de la ciencia se avino a discutir abierta y generosamente numerosos detalles de sus propios sueños, de sus fantasías y pensamientos recónditos? ¿Y -acaso- hay algo más íntimo que los sueños? 

        Pues bien, dado que no fue sino él mismo quien en La interpretación de los sueños confesó haber puesto límite a su propia sinceridad al “…truncar muchas indiscreciones, omitiendo y suplantando algunas cosas…”, y perjudicando así el valor de los ejemplos ofrecidos; me pareció oportuno llevar a cabo el examen de aquellos sucesos de la infancia de Freud, que fueran enmascarados por él mismo, llegando hasta nosotros en su versión idealizada.  

        Recurrí en esta modesta empresa al mismo procedimiento que nos legara Freud, abordando en parte sus ensayos como si de sueños se tratara, y considerando al autor como su protagonista. Me remití a sus textos y a las diversas referencias que figuran en los mismos; a la sinceridad selectiva de sus cartas a Fliess, o bien a los propios dichos, relatos y asociaciones freudianos. Apelé asimismo a alusiones bíblicas, con las que el maestro estaba sin duda familiarizado, y a otras narraciones que posiblemente no desconociera, lo que me permitió aprovechar estos materiales vinculándolos como tal vez él mismo lo hubiera hecho; aunque me atreví a extender mis indagaciones allí donde, ejerciendo cierta censura, Freud interrumpió las propias.  

        El resultado no fue un “psicoanálisis” de Freud –tarea casi imposible que de todas maneras se halla por completo alejada de mis intenciones-, sino la suma de construcciones y conjeturas que supone la reorganización coherente de algunos datos ya conocidos, en un nuevo conjunto. Por cierto, mi lectura de estos fue algo distinta de la versión oficial, que funciona como dogma, y por lo tanto menos disciplinada. No me disculpo por ello, ya que evité en lo posible cualquier interpretación que no estuviera garantizada por las propias revelaciones del maestro. Después de todo no fue sino él quien insistió siempre en conocer «toda la verdad, por dolorosa que fuese». 

El contexto en el texto 

        Además de médico a su pesar, y científico, Freud fue un distinguido escritor; pero sobre todo, un ávido lector familiarizado con los clásicos y con la vasta literatura de su tiempo, lo cual le permitía aludir en profusión de citas e ilustraciones.  Tomando su estilo por modelo, en “El legado paterno” comienzo con el análisis de un cuento popular y de su comparación con atávicas prácticas patriarcales; exploro, más allá de la mitología familiar, las circunstancias que dieron lugar al traslado de la familia Freud, de Friburgo a Viena, en 1859; invito a cuestionar, además, los motivos de la –reiterada y conveniente- atribución de genialidad a Sigmund, desde su temprana infancia. Alentado en ello por una familia afecta a vaticinios y supersticiones, y obligado por la fe de una madre enfáticamente cariñosa, enérgica y dominadora, Freud creía o necesitaba creer en el Destino. A continuación, el segundo estudio revela el carácter autorreferencial de la envidia del pene: en “Ecos del silencio” abro el debate sobre el supuesto desinterés de Freud por la música, y repaso una de sus óperas favoritas, así como un pasaje bíblico, para finalmente aventurar la hipotética causa de su pretendida “sordera musical” o, en todo caso, de la relación “distante y estrafalaria” que mantenía con esta expresión cultural. Típico burgués de su tiempo, Freud, al igual que gran parte de los europeos educados, era políglota, y conjeturo que alguien tan dotado para las lenguas extranjeras no podía haber carecido de oído musical.  Freud, que reflexionó sobre la doble moral victoriana en relación a las transgresiones sexuales del varón, se mostró –empero- dominante y convencional en la vida privada, visiblemente satisfecho con el orden patriarcal que impregnara la vida familiar de su niñez y adolescencia, y se lo hizo saber con firmeza a Martha, en exaltadas cartas didáctico-amorosas. Luego, en sus escritos, caracterizó la ternura maternal por el hijo varón como “la más perfecta, probablemente la más libre de ambivalencia de todas las relaciones humanas”; pero este alegato más se parece a un deseo, que a una sobria deducción fundada en la observación clínica. Me permito entonces, en “Un amor incondicional”, discutir la proverbial preferencia materna de la que –según se afirma- fue objeto; o en todo caso explicar la índole de ésta. Por ello, y ya que fue él mismo quien transformó las expresiones oníricas en objetos aptos para la investigación, hago lo propio con un par de sus sueños, y las correspondientes asociaciones con que él los ilustrara. Pero como no fue sino el soñante quien evitó comunicar, tal como él la conociera, la interpretación completa de cada uno de estos sueños, intento alcanzar su “punto oscuro” y deshacer el nudo de pensamientos que encierran, valiéndome de la secuencia de ideas y evocaciones seguidas por el propio Freud en su análisis. Sorteando luego las omisiones deliberadas que oculta el eufemístico ombligo del sueño, para llegar a la comprensión plena del sueño paradigmático conocido como “La inyección de Irma”; mi texto arriesga nuevas interpretaciones, que no se limitan a la realización de los deseos preconscientes del soñante, y procurando evitar malentendidos o confusiones respecto de lo que realmente consta en sus escritos, me valgo de la secuencia de ideas y evocaciones seguidas por el propio Freud en este sueño; pero agrego gran cantidad del material proveniente de otros ensayos: comentarios explicativos, referencias clínicas, notas, comparaciones y otras alusiones que, como si se tratara de asociaciones, me condujeron al despliegue de los pensamientos oníricos latentes. Por cierto, el lector me podrá señalar que muchas de las citas y referencias no están ordenadas cronológicamente, a lo que debo responder que tampoco lo están los pensamientos e ideas en la mente. 

        Se me podría cuestionar también la aplicación del método clínico al estudio de este sueño destinado –en principio- solo a la ilustración de un trabajo teórico, toda vez que su autor omitió expresamente exponer aquello que consideró inconveniente publicar en su momento. Es cierto, además, que no cuento aquí con la suma de las asociaciones de Freud, y que tampoco puedo verificar mis inferencias, como lo haría en la práctica clínica; pero no se trata de una disculpa: mis hipótesis no pretenden ocupar el lugar de las conclusiones freudianas, ni sugiero que él mismo las hubiera desconocido. Sé, por el contrario, que las posibilidades que planteo no escaparon a la sagacidad de Freud, si bien -por las razones que conocerá el lector- las retrajo de cualquier posible divulgación. 

       Finalmente, en “La ilusión de un porvenir” propongo desentrañar, nuevamente a partir de sucesos de su infancia, las claves de la ambición que nunca abandonaría a Freud y analizar su vínculo con la cocaína. Quien desarrollara una severa disciplina de vida, y rígida abstinencia erótica no pudo sustraerse primero a la coca y luego a su sustituto: el tabaco. “Fumar es indispensable si uno no tiene a quien besar”, escribió para justificar –en ausencia de Martha- su adicción. El mismo Freud terminaría señalando, finalmente, que la proclividad a la adicción no es inducida por la droga, sino propia de quien la consume… 

        La leyenda biográfica insiste en detallar los apremios económicos de su juventud; sin embargo, mientras fue estudiante, aunque se privaba de casi todo, Sigmund no parecía excesivamente preocupado por su dependencia económica, de hecho, tendía a olvidarse de devolver los libros que tomaba prestados, de pagar sus cigarros y sus deudas de juego. En mi opinión, la ambición no fue producto de la pobreza, sino de los equívocos sentimientos de Freud hacia su padre. 

Final abierto 

        Vinculados estrechamente, los cuatro ensayos que reuní en Freud íntimo pueden ser leídos por separado y con independencia del orden en que los presento. Cada uno de ellos es un ejercicio lúdico y, a la vez, fragmento de una investigación mayor, que difícilmente tenga fin. Y aunque sin duda los incidentes mencionados no sucedieron exactamente del modo en que son narrados, así como a veces Freud cometió errores notables al recordar su pasado infantil, en tanto recuerdos distorsionados resultaron tanto o más reveladores que cualquier rememoración exacta.  

        Además “en el inconsciente no hay ninguna huella de la realidad”, por lo tanto, no hay forma de diferenciar la verdad de una ficción cargada de afecto.

Notas al pie

1. Rodríguez, B. M.; (2017). Freud íntimo. Buenos Aires: Lugar editorial.

2 . En 1979, Octave Mannoni reemplazó el término “autoanálisis” por “análisis original”, con el objeto de mostrar el lugar ocupado por Fliess, en tanto interlocutor imprescindible, en la tarea analítica.

Acerca del autor

Beatriz M. Rodríguez

Beatriz M. Rodríguez