“Fácilmente se advierte dónde se sitúa la semejanza entre el ceremonial neurótico y las acciones sagradas del rito religioso: en la angustia de la conciencia moral a raíz de omisiones, en el pleno aislamiento respecto de todo otro obrar (prohibición de ser perturbado), así como en la escrupulosidad con que se ejecutan los detalles. Igualmente notables, empero, son las diferencias, tan flagrantes algunas que vuelven sacrílega la comparación misma: la mayor diversidad individual de las acciones ceremoniales [neuróticas] por oposición a la estereotipia del rito (rezo, prosternación, etc.), el carácter privado de aquellas por oposición al público y comunitario de las prácticas religiosas, pero, sobre todo, esta diferencia: los pequeños agregados del ceremonial religioso se entienden plenos de sentido y simbólicamente, mientras que los del neurótico aparecen necios y carentes de sentido”.
Freud, S. (1907): “Acciones obsesivas y prácticas religiosas”, A.E., IX, página 103.
“No se puede desconocer que en el ámbito religioso hay una parecida tendencia al desplazamiento del valor psíquico, y por cierto en el mismo sentido, de suerte que poco a poco las minucias del ceremonial se convierten en lo esencial de la práctica religiosa, en detrimento de su contenido de ideas. Por eso las religiones están expuestas a reformas restauradoras, que se empeñan en restablecer la originaria proporción entre los valores.
“El carácter de compromisos que presentan las acciones obsesivas en su calidad de síntomas neuróticos será el que menos nítidamente se discierna en el obrar religioso correspondiente. Y, sin embargo, también nos veremos remitidos a este rasgo de la neurosis si recordamos cuán a menudo todas las acciones que la religión prohíbe -exteriorizaciones de las pulsiones sofocadas por la religión- se llevan a cabo en nombre de ella y en su pretendido beneficio.
“De acuerdo con estas concordancias y analogías, uno podría atreverse a concebir la neurosis obsesiva como un correspondiente patológico de la formación de la religión, calificando a la neurosis como una religiosidad individual, y a la religión, como una neurosis obsesiva universal. La concordancia más esencial residiría en la renuncia, en ambas subyacente, al quehacer de unas pulsiones dadas constitucionalmente; la diferencia más decisiva, en la naturaleza de estas pulsiones, que en la neurosis son exclusivamente sexuales y en la religión son de origen egoísta.
“Una progresiva renuncia a pulsiones constitucionales, cuyo quehacer podría deparar un placer primario al yo, parece ser una de las bases del desarrollo de la cultura humana. (1) Una parte de esta represión de lo pulsional es operada por las religiones, que inducen al individuo a sacrificar a la divinidad su placer pulsional. «La venganza es potestad mía», dice el Señor. En el desarrollo de las religiones antiguas uno cree discernir que mucho de aquello a que el hombre había renunciado como «impiedad» fue cedido a Dios y aun se lo permitía en nombre de Él, de suerte que la cesión a la divinidad fue el camino por el cual el ser humano se liberó del imperio de pulsiones malignas, perjudiciales para la sociedad. Por eso en modo alguno se debe al azar que a los antiguos dioses se les atribuyeran todas las cualidades humanas -con los desaguisados que de ellas se siguen- en una medida ilimitada, ni es una contradicción que a pesar de ello no estuviera permitido justificar la propia impiedad por el ejemplo divino”.
Freud, S. (1907): “Acciones obsesivas y prácticas religiosas”, A.E., IX, páginas 108-109.
“La vida, como nos es impuesta, resulta gravosa: nos trae hartos dolores, desengaños, tareas insolubles. Para soportarla, no podemos prescindir de calmantes. («Eso no anda sin construcciones auxiliares», nos ha dicho Theodor Fontane. (2)) Los hay, quizá, de tres clases: poderosas distracciones, que nos hagan valuar en poco nuestra miseria; satisfacciones sustitutivas, que la reduzcan, y sustancias embriagadoras que nos vuelvan insensibles a ellas. Algo de este tipo es indispensable. (3) A las distracciones apunta Voltaire cuando, en su Cándido, deja resonando el consejo de cultivar cada cual su jardín; una tal distracción es también la actividad científica. Las satisfacciones sustitutivas, como las que ofrece el arte, son ilusiones respecto de la realidad, mas no por ello menos efectivas psíquicamente, merced al papel que la fantasía se ha conquistado en la vida anímica. Las sustancias embriagadoras influyen sobre nuestro cuerpo, alteran su quimismo. No es sencillo indicar el puesto de la religión dentro de esta serie.
Freud, S. (1930 [1929]): En malestar en la cultura, A. E., XXI, apartado II, p. 75.
“La religión perjudica este juego de elección y adaptación imponiendo a todos por igual su camino para conseguir dicha y protegerse del sufrimiento. Su técnica consiste en deprimir el valor de la vida y en desfigurar de manera delirante la imagen del mundo real, lo cual presupone el amedrentamiento de la inteligencia. A este precio, mediante la violenta fijación a un infantilismo psíquico y la inserción en un delirio de masas, la religión consigue ahorrar a muchos seres humanos la neurosis individual. Pero difícilmente obtenga algo más; según dijimos, son muchos los caminos que pueden llevar a la felicidad tal como es asequible al hombre, pero ninguno que lo guíe con seguridad hasta ella. Tampoco la religión puede mantener su promesa. Cuando a la postre el creyente se ve precisado a hablar de los «inescrutables designios» de Dios, no hace sino confesar que no le ha quedado otra posibilidad de consuelo ni fuente de placer en el padecimiento que la sumisión incondicional. Y toda vez que está dispuesto a ella, habría podido ahorrarse, verosímilmente, aquel rodeo”.
Freud, S. (1930 [1929]): En malestar en la cultura, A. E., XXI, apartado II, p. 84.
“De los tres poderes que pueden disputar a la ciencia su territorio, el único enemigo serio es la religión. El arte es casi siempre inofensivo y benéfico, no pretende ser otra cosa que una ilusión. Exceptuadas las pocas personas que, como suele decirse, están poseídas por el arte, no se atreve a inmiscuirse en el reino de la realidad. La filosofía no es opuesta a la ciencia, ella misma se comporta como una ciencia; en parte trabaja con iguales métodos, pero se distancia de ella en tanto se aferra a la ilusión de poder brindar una imagen del universo coherente y sin lagunas, imagen que, no obstante, por fuerza se resquebraja con cada nuevo progreso de nuestro saber. Desde el punto de vista del método, yerta sobrestimando el valor cognitivo de nuestras operaciones lógicas y, tal vez, admitiendo otras fuentes del saber, como la intuición. Hartas veces no nos parece injustificada la burla del poeta (H. Peine), cuando dice acerca del filósofo:
«Con sus gorros de dormir y jirones de su bata
tapona los agujeros del edificio universal». (4)
Freud, S. (1933 [1932]): “35ª conferencia. En tornos de una cosmovisión (Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis)”, A. E., XXII, página 148.
“Si uno quiere darse cabal cuenta de la grandiosa enjundia de la religión tiene que evocar todo cuanto ella se propone brindar a los hombres. Les da noticia sobre el origen y la génesis del universo, les asegura protección y dicha última en los veleidosos azares de la vida, y guía sus intenciones y acciones mediante unos preceptos que sustenta con toda su autoridad. Así cumple tres funciones. En la primera, satisface el humano apetito de saber, hace lo mismo que la ciencia ensaya con sus recursos y en este punto entra en rivalidad con ella. A su segunda función debe sin duda la mayor parte de su influjo. Toda vez que apacigua la angustia de los hombres frente a los peligros y los veleidosos azares de la vida, les asegura el buen término, derrama sobre ellos consuelo en la desdicha, la ciencia no puede competir con ella. Es verdad que la ciencia enseña el modo de evitar ciertos peligros y puede combatir con éxito muchos males; sería injusto negar que es una auxiliar poderosa de los hombres, pero en muchas situaciones se ve precisada a librarlos a su penar y sólo sabe aconsejarles resignación. Por su tercera función, la de promulgar preceptos, prohibiciones y limitaciones, es por la que más se distancia de la ciencia. En efecto, esta se conforma con indagar y comprobar. Es claro que de sus aplicaciones se siguen reglas y consejos para la conducta en la vida. A veces son los mismos que la religión prescribe, pero en tal caso con otro fundamento”.
Freud, S. (1933 [1932]): “35ª conferencia. En tornos de una cosmovisión” (Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis), A. E., XXII, página 149.
“La última contribución a la crítica de la cosmovisión religiosa fue efectuada por el psicoanálisis cuando señaló que el origen de la religión se situaba en el desvalimiento infantil y todos sus contenidos derivaban de los deseos y necesidades de la infancia persistentes en la madurez. Sí bien esto no implicaba refutar la religión, sí constituía un redondeo necesario de nuestro saber sobre ella y la contradecía al menos en un punto, puesto que ella pretende ser de origen divino. Y en verdad no anda descaminada en esto, si es que se acepta nuestra interpretación de Dios”.
Freud, S. (1933 [1932]): “35ª conferencia. En tornos de una cosmovisión” (Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis), A. E., XXII, página 155.
“La prohibición de pensar que la religión decreta al servicio de su auto conservación, por lo demás, tampoco es inocua, ni para el individuo ni para la comunidad humana. La experiencia analítica nos ha enseñado que semejante prohibición, aunque en su origen se limite a determinado campo, tiende a expandirse y luego pasa a ser causa de inhibiciones graves en el modo de vida de la persona”.
Freud, S. (1933 [1932]): “35ª conferencia. En tornos de una cosmovisión” (Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis), A. E., XXII, página 158.
“Como ustedes recuerdan, dijimos que el soñante diurno pone el mayor cuidado en ocultar sus fantasías de los demás porque registra motivos para avergonzarse de ellas. Ahora agrego que, aunque nos las comunicara, no podría depararnos placer alguno mediante esa revelación. Tales fantasías, si nos enteráramos de ellas, nos escandalizarían, o al menos nos dejarían fríos. En cambio, si el poeta juega sus juegos ante nosotros como su público, o nos refiere lo que nos inclinamos a declarar sus personales sueños diurnos, sentimos un elevado placer, que probablemente tenga tributarios de varias fuentes. Cómo lo consigue, he ahí su más genuino secreto; en la técnica para superar aquel escándalo, que sin duda tiene que ver con las barreras que se levantan entre cada yo singular y los otros, reside la auténtica ars poética. Podemos colegir en esa técnica dos clases de recursos: El poeta atempera el carácter del sueño diurno egoísta mediante variaciones y encubrimientos, y nos soborna por medio de una ganancia de placer puramente formal, es decir, estética, que él nos brinda en la figuración de sus fantasías. A esa ganancia de placer que se nos ofrece para posibilitar con ella el desprendimiento de un placer mayor, proveniente de fuentes psíquicas situadas a mayor profundidad, la llamamos prima de incentivación o placer previo. (5) Opino que todo placer estético que el poeta nos procura conlleva el carácter de ese placer previo, y que el goce genuino de la obra poética proviene de la liberación de tensiones en el interior de nuestra alma. Acaso contribuya en no menor medida a este resultado que el poeta nos habilite para gozar en lo sucesivo, sin remordimiento ni vergüenza algunos, de nuestras propias fantasías. Aquí estaríamos a las puertas de nuevas, interesantes y complejas indagaciones, pero, al menos por esta vez, hemos llegado al término de nuestra elucidación”.
Freud, S. (1908): “El creador literario y el fantaseo”, A. E., IX, páginas 134-135.
“Advertirán que nosotros, los hombres, con las elevadas exigencias de nuestra cultura y bajo la presión de nuestras represiones internas, hallamos universalmente insatisfactoria la realidad, y por eso mantenemos una vida de la fantasía en la que nos gusta compensar, mediante unas producciones de cumplimiento de deseos, las carencias de la realidad. En estas fantasías se contiene mucho de la genuina naturaleza constitucional de la personalidad, y también de sus mociones reprimidas {desalojadas) de la realidad efectiva. El hombre enérgico y exitoso es el que consigue trasponer mediante el trabajo sus fantasías de deseo en realidad. Toda vez que por las resistencias del mundo exterior y la endeblez del individuo ello no se logra, sobreviene el extrañamiento respecto de la realidad; el individuo se retira a su mundo de fantasía, que le procura satisfacción y cuyo contenido, en caso de enfermar, traspone en síntomas. Bajo ciertas condiciones favorables, le resta la posibilidad de hallar desde estas fantasías un camino diverso hasta la realidad, en vez de enajenarse de ella de manera permanente por regresión a lo infantil. Cuando la persona enemistada con la realidad posee el talento artístico, que todavía constituye para nosotros un enigma psicológico, puede trasponer sus fantasías en creaciones artísticas en lugar de hacerlo en síntomas; así escapa al destino de la neurosis y recupera por este rodeo el vínculo con la realidad”. (6)
Freud, S. (1910 [1909]): Cinco Conferencias sobre Psicoanálisis, A. E., XI, apartado V, página 46.
“Dijimos que un fragmento de la actividad espiritual humana se dirige al dominio del mundo exterior real. Pues bien; el psicoanálisis agrega que otro fragmento, particularmente apreciado, del crear humano sirve al cumplimiento de deseo, a la satisfacción sustitutiva de aquellos deseos reprimidos que desde los años de la niñez moran, insatisfechos, en el alma de cada quien. Entre estas creaciones, cuyo nexo con un inconciente inasible se conjeturó siempre, se cuentan el mito, la creación literaria y las artes plásticas, y efectivamente el trabajo de los psicoanalistas ha echado abundante luz en los ámbitos de la mitología, de la ciencia de la literatura y de la psicología del artista; sólo citaremos aquí como modelo los logros de Otto Rank. Se ha demostrado que los mitos y los cuentos tradicionales admiten una interpretación lo mismo que los sueños; se han perseguido los enredados caminos que llevan desde la impulsión del deseo inconciente hasta su realización en la obra de arte; se aprendió a comprender el efecto afectivo de la obra de arte sobre sus receptores y, respecto del artista mismo, su íntimo parentesco y su diversidad respecto del neurótico, señalándose los nexos entre su disposición {constitucional}, su vivenciar accidental y sus logros. No le incumbe por cierto, al psicoanálisis la apreciación estética de la obra de arte ni el esclarecimiento del genio artístico. No obstante, parece que él es capaz de pronunciar la palabra decisiva en todas las cuestiones que atañen a la vida de fantasía de los seres humanos”.
Freud, S. (1924 [1923]): “Breve informe sobre Psicoanálisis”, A. E., XIX, página 219.
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