Sociedad, sujeto y malestar
La historia humana es la historia de lo imposible de la vida en común: en el proceso de socialización el mundo pulsional del sujeto intenta ser sometido, ofreciéndole a cambio distinto tipo de destinos para su satisfacción… pero un montante importante de frustración libidinal y de pulsión de muerte quedarán libres, circulando entre los sujetos, impidiendo/obstaculizando la vida conjunta. Cada sociedad decide sobre los destinos de las pulsiones, sobre los modelos identificatorios, sobre el sentido en general de la vida, sobre la orientación tanto individual como colectiva. Así, hay una creación social de subjetividad: ese recubrimiento que el histórico social hace de la psique, produciendo las grandes orientaciones de ésta en un período histórico dado.
El psicoanálisis, desde el texto de Freud El malestar en la cultura, describió estados en los cuales los sujetos son sometidos a renuncias que exceden las necesarias para su socialización, lo que le hizo sostener que si las sociedades fueran menos exigentes con sus integrantes estos enfermarían menos. Luego de Freud, supimos de la existencia de sociedades que les plantean a los sujetos un ataque a la capacidad significante del yo (lo que Piera Aulagnier ha denominado como violencia secundaria), de la mano de la producción por parte del mundo instituido de un sentido que deviene obligado, que intenta ser impuesto a los sujetos mediante distintos mecanismos. Esto es lo ocurre tanto en los totalitarismos. Pero lo que quiero resaltar especialmente es que lo propio tiene lugar en una sociedad que de modo “democrático” se asienta sobre significaciones que toman la psique de sus integrantes por mecanismos sofisticados – los medios en general, el imperio tecnológico, la aceleración de la temporalidad, etc., que, como analizaré más adelante, conducen a la destrucción de sentido, de las significaciones que lo producen, acompañada al mismo tiempo de la imposición de un sentido obligado.
El Otro, hoy
Mediados de los ´70: las sociedades occidentales se alinean con un nuevo modo del capitalismo. Se trata de un Otro que vocifera un imperativo de goce en el consumo, que instala a la tecnología y a la ciencia en el núcleo de su “racionalidad”. Entre las numerosas consecuencias se produce una profundización de la devastación del medio ambiente, los lazos sociales van haciéndose más lábiles, la incertidumbre laboral se acrecienta, la idea de futuro se extingue. Este imperativo produce como efecto un sentimiento de estar en falta por el grado de insatisfacción que genera – en el sujeto, pero, sobre todo, porque es un Otro que está siempre insatisfecho, exige “siempre más”: objetos, juventud, salud, diversión, felicidad. El Otro de estos días (un Otro que nunca es homogéneo, aunque en cada período histórico hay una predominancia de una significación afín a los grupos dominantes de poder político): este Otro dicta de modo permanente, a través de los medios de comunicación y atravesando la psique, la orden de gozar en el consumo constante. Nada más lejos de la felicidad. Es más severo que antaño, porque deja sin salida a los sujetos. Exige a través de los medios de comunicación, pero no solo desde ellos, la adquisición de objetos, de juventud y salud (ofrece gimnasias, tratamientos, dietas, cirugías), de saber “garantizado” (posgrados, doctorados, maestrías, etc.), de tecnología a través de artefactos electrónicos cuya obsolescencia se produce a partir del momento en que se adquieren, también exige comunicación e información al instante, vivir on line (emails que deben consultarse varias veces al día, celulares, televisores en casi todos los comercios, en la calle …), de “cultura” (sinnúmero de films desechables la mayor parte de ellos, una masificación de los mismos y de programas deportivos, de noticias, etc. en la enorme e imposible grilla de canales televisivos, multitud de libros publicitados en todas las revistas culturales, etc.). Todo lo cual se propaga a través de los medios de comunicación, pero también se instala en los lazos, en el discurso que circula entre los sujetos. Y afecta el modo de lazo entre ellos: por carácter transitivo estos son también intercambiables, utilitarios, destinados a un zapping constante.
Entonces: el Otro que impera en esta fase del histórico-social empuja al goce mediante el “siempre más”, la estimulación continua, la negación de la mortalidad, la aceleración ininterrumpida. Y genera algo fundamental: una acentuación del estar-en-falta, que va de la mano de la promesa de poder colmarla: este es el secreto fundamental de este Otro. Y se expresa últimamente en una suerte de leit motiv: disfrutar sin límites. Lo más importante, es que se trata de un Otro que acentúa la falta. Que crea permanentemente nuevas ofertas que crean ese estado de falta, que será saturada por la adquisición y uso de esos objetos y actividades, en un círculo extenuante para el sujeto. Falta que tiene doble sentido: algo que le falta al sujeto, y un sujeto que está en falta si no adquiere todo lo que le es ofrecido.
La creación del sentimiento de estar-en-falta es una de las piedras angulares de este Otro y del modo de dominio que se ha instituido en las últimas décadas. Se anida en el superyó, incrementa el sentimiento inconsciente de culpabilidad y el masoquismo originario, pero no va tanto por el lado de la angustia de castración, sino de la angustia ligada al estado de desamparo.
Por otra parte, debemos entender que si encuentra tanto eco en el humano, es porque satisface el más profundo deseo de la psique humana, como es la completud absoluta, la realización de la omnipotencia de la psique.
Alimentada así su omnipotencia se desata un mecanismo de búsqueda de disfrutar sin límites: ilusión de que la castración podría ser eludida. Pero ocurre que un disfrute sin límites no es un disfrute, nos señala un deseo ilimitado, que carece de los atributos de un deseo alcanzado por la castración. Ligado a la descarga por la descarga misma, conduce a lo que está más allá del principio del placer: Este estado de goce a nivel de la psique se traduce en dificultad o imposibilidad de producir figuración psíquica: desde instituir a la pulsión como tal, hasta crear sus representantes representativos: la representación y el afecto.
De la represión al disfrute ilimitado
Vamos a decir entonces, que una cosa es una sociedad en la que predominan significaciones que conducen a los sujetos a la represión del mundo pulsional/deseante – y que los ubica en el malestar en la cultura – y es otra aquella en la que lo que está presente una significación que produce esta exigencia de disfrute sin límites: es entonces que hablamos de aquello que está más allá del malestar en la cultura (1).
Si la clínica de Freud tenía como desafío los destinos de Eros reprimido, hoy de lo que se trata es de los destinos de Tánatos liberado. Más complejo todavía: se trata de una clínica en la que Eros – sin haber desaparecido de la escena – tiende a compartir, y a veces a ver relegado su lugar, por la presencia de la pulsión de muerte.
El estado de lo histórico-social tal como lo hemos descrito, favorece/facilita la imposibilidad de ejercicio de creación tanto del mundo representacional como afectivo, arrincona a los sujetos en ese estado: dificulta la figurabilidad psíquica, propiedad de la imaginación radical (Castoriadis). Una suerte de padecimiento que puede estar agregado al neurótico o tomar el centro de la escena. Entendiendo a la figuración como ejercicio de la imaginación radical, se produce una limitación en su ejercicio de creación de figuras, representantes representativos de la pulsión.Hay así un estrechamiento de lo imaginario, que va de la mano con una importante presencia de sobreadaptación e hiperactividad. Cuestiones que nos resultan claramente visibles en el trabajo clínico. Asistimos cotidianamente a pacientes que no asocian, o no sueñan, o – en el caso de niños – no juegan. Este estrechamiento de lo imaginario contiene graves consecuencias tanto para la estructuración de la psique, como para la clínica. Podemos observar la relación inversa que se produce entre la presencia de lo imaginario y la enfermedad somática.
Recuerdo, repetición, elaboración y creaciónEs entonces que debemos resaltar la importancia de la creación en la cura. Ahora podemos además extenderla a lo siguiente: creación como capacidad de producción de un mundo afectivo y representacional. Y que esta creación solo es posible gracias a una posición del analista que contemple la metapsicología de la creación. Este es el desafío para el psicoanálisis, hoy: y lo hace ingresar en una zona de mucha mayor complejidad. Porque no se trata de desechar el dispositivo creado por Freud, sino de hacerlo convivir con otro que no se puede ocupar solamente del recuerdo, la repetición y la elaboración, sino que debe incluir la creación en el seno del mismo. Si Freud intentaba a través de su método dar expresión a aquello a lo que los sujetos eran llevados a reprimir debido a la cultura oficial (produciendo aquella nerviosidad moderna de la que nos hablara en 1908), hoy se trata de dar expresión a lo que carece de representantes para hacerlo.
Para ello es necesario contar con un dispositivo que ayude a los sujetos a hallar condiciones para que tenga lugar la figurabilidad psíquica. Que es lo mismo que decir que puedan crearse representantes representativos de la pulsión, cuya ausencia se observa cotidianamente en el empobrecimiento tanto del mundo afectivo como representacional de buena parte de los sujetos que consultan, y más allá de sus diagnósticos.
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