Para acercarnos al concepto de intimidad, recurro a Winnicott, autor de las paradojas, a través de otra de sus paradojas: la capacidad de estar a solas en presencia de otro. Al principio, en la infancia y la niñez, en presencia de la madre. Luego, a medida que el psiquismo se complejiza y si las cosas van marchando, gracias a un quehacer previo de una madre suficientemente buena, el establecimiento de un ambiente interno bueno, “madre introyectada”.
Por otra parte, en la medida en que el proceso menopáusico resulta para muchas mujeres una puesta a prueba de sus estructuras psíquicas y sus posicionamientos subjetivos, también lo es de la experiencia de intimidad, con turbulencias en ese encuentro, en esa unión con otros, incluido “eso otro” en el propio sujeto femenino.
Por otra parte, si más de la mitad de la población vive o va a vivir esta experiencia del proceso menopáusico, resulta significativo ese extraño silencio en una gran parte de la comunidad científica psicoanalítica, relegando el tema casi con exclusividad a la ciencia médica.
En un intento de tomar distancia de este aparente tabú, se acompañará este escrito de breves frases de colegas que han vivido la menopausia y que generosamente han compartido, a propósito de este trabajo, su experiencia. Quizás, pienso ahora, en un interés personal, cercano al lugar del testigo, en palabras de Davoine y Gaudilliere (2011), ese lugar tercero que se deja afectar por lo visto y oído e intenta encontrar palabras para la inscripción.
Entendiendo que la sexualidad no es desenraizable de su carácter somático en términos de excitación, el proceso menopáusico encontrará en el sujeto femenino el terreno ocupado por lo pulsional y sus transformaciones. Sexualidad que, si bien se encuentra en contigüidad con la biología, no se reduce a ella, ligada más al fantasma que al objeto.
“Si bien se informa que la Adolescencia es muchas veces sentida como desconocimiento del cuerpo, de los impulsos de la mente… creo que transcurre de manera más silente, más en el inconsciente….pero el proceso menopáusico marcó un hito, mi cuerpo no era mi cuerpo… a momentos no me obedecía, no tenía energía …”
Freud relacionaba a la menopausia, en tanto irrupción de lo real del cuerpo, con la pubertad, y tal como ocurre en esa etapa, la irrupción pulsional operaría entonces a modo de una conmoción al psiquismo. La considera una neurosis de angustia. Para Freud, la tesis sería que la angustia de dicha neurosis correspondería a una tensión sexual somática desviada de lo psíquico, que de lo contrario habría cobrado vigencia como líbido.
Si en el ser humano el orden vital está siempre recubierto por lo sexual, se requiere entonces para el logro de la intimidad una suficiente retranscripción y metabolizaciones simbólicas frente a esta irrupción pulsional. Se necesita así también de cierta estabilización de las identificaciones, donde pueda emplazarse el yo y las instancias ideales. Lo que no se logra ligar, resultará a modo de un ataque que sufrirá el yo por parte del inconsciente, que se vivenciará como angustia, angustia que muestra el accionar de la pulsión de muerte como sexualidad desligada, desintegrante.
“De pronto mi cuerpo se presentifica, me toma por asalto un calor, una ola de calor, y me veo impelida a hacer algo al respecto, buscar el frío, acercarme a una ventana, salir de la cama, una brisa para acabar con este calor súbito y sentir el aire que refresca. Diría que lo súbito y lo intenso hacen cuerpo”.
El yo para sostenerse vivo, psíquica y físicamente tiene que investir, por una parte, a su cuerpo en los avatares de su transcurrir hasta la muerte; por otra, al otro en su alteridad que determina no contar con la seguridad de su amor y además, a la realidad social que implica el sometimiento a ciertas prohibiciones (Aulagnier,1994).
Este yo que está “condenado” a investir a lo largo de los procesos históricos vivenciales del sujeto, espera a cambio algo de la sociedad: la posibilidad de sentido. Se hace necesario también, luego del proceso menopáusico, que las instituciones sociales provean a la psique y al yo identificante, nuevas fuentes de sentido para que luego del cese permanente de la menstruación y final de la vida reproductiva, junto al inicio del proceso de envejecimiento en el cuerpo y con esto, el distanciamiento de los ideales sociales epocales de belleza y de los signos de potencia fálica depositados en la imagen del cuerpo femenino, enarbolados por los discursos hegemónicos, abran lugar a nuevos posicionamientos identificatorios.
“Los bochornos me resultaron difíciles, me identifiqué con mi abuela que se quejaba de eso. El cambio de piel, verme cambiar la cara, el cuerpo, tengo que mirarme mucho para reconocerme…me horrorizaba mirarme en ese espejo de zoom, o peor aún de videollamada.. “
Así, en el proceso menopáusico, se podría poner en riesgo la estabilidad del tejido representacional en el cual se ha instalado el yo, pudiendo el sujeto tener una vivencia de peligrosidad o amenaza de su mundo interno, sin duda un peligro para el logro de la intimidad.
“Lo inesperado de la menopausia fue no controlar mis emociones, siempre fui una persona paciente y de buen genio hasta que ESTO ocurrió…no entendía por qué no lograba calmarme, era otra yo y me desconocía…pienso que nunca volví a ser lo que era”
Será entonces, la institución de la sociedad la que puede donar a todo sujeto, a través de la inserción en la vida colectiva que ella implica, el acceso a esa fuente de sentido, (Castoriadis, 2001) para que las microhistorias singulares, pero también las historias colectivas, puedan ser escuchadas.
“El sentir de la menopausia fue mucho menos masivo (en relación a la menarquia) y acompañado por la no pertenencia a grupos de mujeres como en el Colegio. Una vivencia más solitaria y muy sorprendente por la sensación de cambio, porque tenía momentos de autodesconocimiento que no sabía a qué obedecían…ya no era propietaria de mi cuerpo o más bien de la energía disponible, estaba o me sentía enferma”.
Una reelaboración narcisista es necesaria en la mujer que atraviesa la menopausia, para el logro de esa tranquilidad psíquica y así la recuperación de la vivencia de intimidad en cada sujeto femenino, que le permita no quedar atrapadas a significaciones identificantes devaluantes ofertadas por la sociedad, dada la caída de los signos de potencia según las propuestas epocales. En esta reorganización del material psíquico se podría favorecer la liberación de la pulsión libidinal en sus diferentes posibilidades sublimatorias.
“de pronto el espejo se vuelve indeseable, cuesta reconocerse, y a la vez parece una predicción de lo que seguirá ocurriendo, me entrego, la piel se seca, huesos y articulaciones empiezan a mostrar debilidad, dejo la tintura para mostrar mis canas…dejar la regla(sangramiento) atrás fue un alivio, los hijos criados me permiten tranquilidad…”