NÚMERO 30 | Octubre 2024

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Lecturas psicoanalíticas del pánico y la ansiedad | Liliana Aguirre

Pánico y ansiedad no son conceptos que hayan sido formulados ni por Freud ni por Lacan. ¿Por qué? ¿No existían en tiempos de sus enseñanzas? Estas manifestaciones que parecen propias de nuestra época fueron así nombradas por el DSM 3, 4, 5; así se han popularizado estos términos y circulan como novedades. No pienso que sean  nuevas, solo se trata de fenómenos a los que se les ha puesto nombres nuevos, se presentan con nuevas vestiduras y se pretenden abordajes también nuevos, ajustados a la época.

Volveré sobre este punto. Estas llamadas nuevas patologías, por no haber sido trabajadas por los maestros del psicoanálisis, ¿impiden nuestra intervención como analistas? No lo creo, por el contrario, pienso que los psicoanalistas tenemos mucho que decir y hacer en estos casos. Describo de manera fenoménica estas manifestaciones para luego intentar teorizar acerca de ellas. La ansiedad es la expresión de inquietud, nerviosismo, aceleración, intranquilidad, un malestar que se presenta de un modo un poco vago, un poco impreciso. El pánico podemos pensarlo como una intensificación de la ansiedad con síntomas más definidos: sudoración, temblores, palpitaciones, opresión en el pecho, miedo arrasador a la muerte, etc..Todos síntomas que se manifiestan en el cuerpo.

Cuando los pacientes llegan a una guardia en ese estado, son atendidos como urgencias porque hay temor de que se trate de un infarto, ya que los síntomas se parecen mucho.

¿Podemos pensarlos como el concepto que Freud formuló como angustia automática? Una angustia arrasadora que no da señales, es decir, no es la angustia señal, el estado que opera como preparación y resulta muy ventajoso para evitar el desarrollo de la angustia automática: una angustia tan arrasadora, que pasa directamente al cuerpo sin mediación psíquica. Freud distingue la angustia neurótica de la angustia real, esta última es la provocada por estímulos provenientes del exterior que cuando alcanzan cierta intensidad, llegan a paralizar toda acción de defensa. Aludimos a la teoría traumática, una excesiva energía que irrumpe sin posibilidades de ser ligada a una representación justamente porque se trata de un exceso de cantidad que, al no poder ser tramitado psíquicamente, pasa al cuerpo. Así los síntomas pueden parecer de origen orgánico. Ya en el Proyecto, texto muy inicial de Freud del año 1894-5 plantea esta cuestión. Luego de haber leído  toda su obra, podemos ubicarlo como el primer trabajo metapsicológico freudiano. Allí se refiere a uno de los aspectos de la metapsicología, el económico, teoría que nunca abandonó. Freud se dirige a los neurólogos, porque aún se autopercibía neurólogo, aunque entiendo que ya no lo era. Intenta dar cuenta del funcionamiento psíquico a partir de las neuronas.

Plantea la existencia de catexis colaterales como un modo de derivar la excesiva cantidad a través de una red neuronal, con el objetivo de evitar la descarga inmediata, una complejización que las neuronas producen. ¿Por qué retomo un texto de 1895 para referirme a estas patologías actuales? Porque no creo que sean actuales. Los nombres son nuevos, se presentan con nuevas vestiduras y como decía, no es algo ingenuo. La propuesta es que  no podemos responder a patologías actuales con un tratamiento tan antiguo como el psicoanálisis. De allí, un solo paso para declarar el fin del psicoanálisis por obsoleto. Se propone el triunfo de los avances tecnológicos, la robótica, terapias alternativas, inteligencia artificial, ¿por qué podemos intervenir en estos casos?, y es necesario que lo hagamos? En psicoanálisis se trata de la cura por la palabra. La apuesta es a que el saber hable en transferencia. Lacan decía que tomar la palabra es un fenómeno embriagador. Nos ofrecemos a la escucha advertidos de que se trata de una “práctica de charlatanería” por la que lo que se hizo por la palabra habrá que deshacerlo por la palabra. Dar la palabra es apuntar a la producción de un sujeto. Hable, le proponemos al paciente porque sabemos que el inconsciente no es un caos ni las asociaciones se producen al azar. De eso se trata la cura por la palabra, porque en ese ir diciendo supuestas pavadas, algo de la verdad del sujeto se irá develando y así tramitando. Es un modo privilegiado para que esa “cantidad” no se descargue directamente, o sea, no pase al cuerpo sin mediación psíquica.

Podemos preguntarnos por qué para algunos pacientes no es posible tramitar psíquicamente algunos estímulos. ¿Por qué son excesivos para algunos y no para otros?

Eso tiene que ver con los recursos simbólicos con los que cada quien cuenta. Sabemos que hay un límite de lo simbólico. Lo real no es posible ser todo abarcado por lo simbólico, siempre algo resta, pero hay grados. ¿De qué depende que alguien no cuente con los recursos simbólicos para responder a estos estímulos? Sin duda de su historia personal, pero ¿habrá algún otro factor que intervenga, que irrumpa arrasando, dejando a los sujetos  perplejos, anonadados, impedidos de hacer frente con recursos adecuados? ¿Factores que produzcan tal arrasamiento subjetivo que devenga en ansiedad y pánico? Estados de  máxima indefensión. Dice Lacan que abandone quien no esté dispuesto a incluir en su horizonte la subjetividad de su época. Entonces si decimos que se trata de manifestaciones actuales tendremos que interrogar  la subjetividad de nuestra época. Toda época produce un determinado malestar. El malestar de la cultura victoriana caracterizada por una máxima represión produjo un privilegio de síntomas histéricos. A partir de ellos Freud inventa el psicoanálisis, al advertir que las manifestaciones somáticas que refieren sus pacientes no tenían correlato neurológico alguno. Si siempre hay malestar en la cultura, ¿cuál será el de nuestra época y cómo podemos los psicoanalistas intervenir como lo hizo Freud en la suya?

El capitalismo en su versión neoliberal ha producido, entre otras cosas, una devaluación de la palabra, de la historia y del tiempo. La sociedad de consumo empuja a acumular objetos brillosos innecesarios y descartables que deben caducar rápidamente para dar lugar a otros igualmente lustrosos e innecesarios. Crea la ilusión de que gracias al desarrollo científico y al mercado es posible proveer al sujeto de lo que le falta a su ser, transformando la falta en ser, propia de la estructura, en falta de tener. El tener es la cura  de la falta en ser. Así, se sostiene la sociedad de consumo, ofreciendo objetos que prometen “la felicidad”. En la oferta de objetos se reduce el deseo a la demanda que es imposible de satisfacer, porque “no es eso”, no es eso”. Sabemos que los objetos de consumo no son el objeto de deseo, que no hay ningún objeto que satisfaga el deseo. Se trata de la falta de objeto, un agujero que impulsa, lo que mueve a la búsqueda de satisfacción. Se promete una satisfacción que no sucede. Hay una promesa de un goce ilimitado: todo se puede alcanzar, todo se puede comprar, todo se puede tener. Y así se cura la falta en ser. Esta creencia engañosa del pretendido TODO  no da lugar a la falta ni a la pérdida. Se trata del rechazo a la castración. Se pretende un “mundo feliz” donde todo “marche”. No hay lugar al conflicto, a la angustia, y cuando algo de esto emerge, se recurre a la medicalización compulsiva que deja al sujeto tan adormecido como sus síntomas. En ocasiones se asimila tristeza con depresión y, en ocasiones, se medica con antidepresivos durante un duelo. Hacemos una diferencia entre la medicación a la que en ocasiones hay que recurrir cuando las palabras no alcanzan y hay un exceso de sufrimiento, y aquella que intenta tapar toda manifestación de malestar.

El empuje al “éxito” y a la realización individual propios de nuestra época hace estragos no sólo en el sujeto, también en el lazo social. El individualismo no favorece los lazos por lo que las personas quedan aisladas, acompañadas por los así llamados “amigos” en las redes sociales. El psicoanálisis se ubica en las antípodas de esta posición, ya que apunta a la dignidad del sujeto. Trabaja con la palabra lo que permite entramar, tejer, elaborar, ir poniendo nombre, lo que alivia la angustia. Trabajamos con la historia, con el tiempo que hace falta para que se produzcan movimientos profundos y duraderos. No todo es fast. Para el psicoanálisis hay una abertura irreductible, una brecha insalvable  entre lo deseado y lo alcanzado, brecha que causa el deseo, deseo como motor de toda realización propia. Esta inadecuación que Freud señala tempranamente es el fundamento de la ética; la ética del psicoanálisis es la ética del deseo. Con la invención del inconsciente, el psicoanálisis produce una novedad en el terreno de la ética, un giro fundamental desde la problemática de la felicidad a la dimensión del deseo. Los pacientes llegan en busca de la felicidad, no podemos hacernos garantes de la promesa de felicidad, eso sería una suerte de estafa, tal como lo plantea Lacan en el seminario “La Ética del psicoanálisis”.

La experiencia del análisis no puede pensarse en términos de éxito al modo del hombre que se hace a sí mismo, con esfuerzo y voluntad, sin miramientos respecto del prójimo, porque él no le debe nada a nadie, él forja su propio destino, sin pasado ni deuda alguna. Un ser autónomo e independiente que sabe lo que quiere y se dirige directamente a conseguirlo. Parece que se trata de que la cosa marche a cualquier precio. No se advierte el precio que se paga, o no importa porque se supone que lo pagan otros, otros que en muchos casos son considerados merecedores de pagar ese precio. Para el psicoanálisis se trata de la castración que no es una catástrofe, por el contrario, lo que alivia durante la cura es el pasaje de la impotencia a la imposibilidad, de ningún modo conformismo.

¿Podemos hacer algún aporte desde el psicoanálisis respecto del empuje al éxito sin miramientos propios de la subjetividad de nuestra época? ¿Del sálvese quien pueda y quien no puede que se haga responsable de su incapacidad? ¿Estamos advertidos de cómo  estos mandamientos superyoicos aplastan toda manifestación subjetiva, abruman, culpabilizan? ¿Dejan sumidos a los sujetos en un estado de indefensión y soledad porque desconoce la singularidad de su deseo y la importancia del lazo con otros? ¿No son suficientes motivos para que surjan ansiedad y pánico? Para Freud se trata de poder  “amar y trabajar”, para Lacan el análisis es “un recurso práctico para vivir mejor” Nada más y nada menos.

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Liliana Aguirre

Liliana Aguirre