Introducción
Me propongo revisar algunos temas inherentes al trabajo psicoanalítico, y los cambios que han sido realizados tanto por los progresos dentro de la teoría y la inclusión de los aportes hechos por psicoanalistas que sucedieron a Freud, como por la modificación de paradigmas culturales y sociales; muchos de los cuales deben su aparición al psicoanálisis.
Me lleva a ello las modificaciones drásticas del medio en el cual desarrollamos nuestra tarea, con las concomitantes transformaciones que hemos realizado en nuestras consultas. Un claro ejemplo es la extensión de la práctica terapéutica en ámbitos diferentes a los utilizados por el fundador del psicoanálisis, su aplicación en nuevos territorios, y finalmente el cambio que significó el pasaje a la virtualidad durante la pandemia que aún estamos transitando.
El legado freudiano es múltiple, nos dejó una teoría sobre el funcionamiento de la mente, aún no superada por ningún otro aporte, un método terapéutico y una cosmovisión que produjo perdurables cambios socioculturales.
A lo largo de muchos años de trabajar psicoanalíticamente, he observado cambios en la manera de pensar e instrumentar el tratamiento psicoanalítico y de manejar los elementos del encuadre de trabajo que tenga como base implícita las teorías psicoanalíticas generando un dispositivo terapéutico que está en constante cambio y en adecuación a múltiples demandas.
Los cambios producidos pueden estar en parte motivados por la ampliación del campo de aplicación del psicoanálisis a patologías que en los comienzos del desarrollo de la terapéutica quedaban por fuera y otros referidos a factores epocales que tienen discursos predominantes, que orientan tanto sus producciones, como la relación de las personas entre sí, y los vinculados con lo significativo en cada momento de la historia, historia de cada sujeto e historia de la cultura en general.
Estos cambios están sustentados algunas veces por factores relacionados con la patología del paciente. No es igual el abordaje de un paciente psiconeurótico que el de un paciente con una patología narcisista y estos abordajes se apuntalan sobre los desarrollos metapsicológicos. La extensión a los tratamientos con niños, familias, grupos heterogéneos, hospitales y otros ámbitos diversos, expresan su extensión a territorios diferentes a los que fue pensado en un inicio muestran su fecundidad y pregnancia.
Los aportes de las diferentes teorías psicoanalíticas post freudianas han abierto campos terapéuticos no incursionados por el psicoanálisis clásico. Otras veces los cambios se han establecido sobre factores externos al análisis, como ser los introducidos por factores institucionales como puede ser el ámbito hospitalario o aquellos que imponen los seguros médicos.
Un psicoanalista en el contexto histórico actual y dentro del ámbito de una institución pluralista. Institución en la que conviven distintos marcos teóricos a los que se adhiere por cuestiones de elección conceptual además de cuestiones subjetivas.
El psicoanálisis no puede repudiar la subjetividad del analista para la comprensión de su territorio de trabajo, y la “objetividad” o selección -percepción- consciente y sopesada de partes del discurso que se da en cada territorio.
La percepción de un hecho depende de las redes conceptuales del observador del territorio de ejecución de su tarea. Si estas redes no son puestas en juego, lo que aparece es el caos, la perplejidad o si no pueden contrastarse nos encontramos ante la saturación del campo por las preconcepciones teóricas del científico.
Las premisas guían hacia ciertos datos y excluyen otros, por lo tanto, tampoco existe la base empírica pura. No hay campo analítico sin teorías del analista y éstas satisfacen aspectos tanto racionales como emocionales del mismo. El analista no puede nunca ser neutral ya que es un observador que, en forma activa, aunque no necesariamente consciente, selecciona los observables del territorio que ha seleccionado para realizar su tarea.
El psicoanalista que puede dirigir su mirada desde diferentes perspectivas teóricas, contextuales y de la especificidad de la aplicación de sus conocimientos puede enfrentar los escotomas; que, si estuviera sumergido en una única teoría, o desde las modalidades del campo bipersonal clásico, no percibiría. Cada teoría influye, selecciona y privilegia datos para evaluar lo que examinará.
El dato analítico no fluye solamente de las asociaciones del paciente, se encuentra en la escucha del analista que lo busca y esta escucha se encuentra condicionada por sus presupuestos teóricos y de su grupo. Para que este trabajo pueda llevarse a un buen fin es necesaria la creación de ciertas condiciones aseguradas por el enfoque basado en las particularidades de la aplicación de los conceptos pertinentes a cada territorio.
No hay un modelo universal de lo que es el trabajo basado en el psicoanálisis, este está teñido tanto por las ideologías, como por las teorías explícitas e implícitas de cada terapeuta y por aquellas preponderantes en cada época, así como el terreno de su aplicación. Estos elementos se sostienen tanto sobre factores institucionales y de poder – afirmados y sustentados por ciertas ideas predominantes, que son las que adquieren vigencia en la práctica del psicoanálisis en un determinado momento – como sobre factores emocionales e irracionales de cada psicoanalista. Son factores que imponen y justifican determinados encuadres de trabajo, ya que desde ellos se explica y justifica la implementación práctica.
Cambios en la teoría y el devenir de la práctica del psicoanalista
A partir de los inicios de la segunda década de siglo pasado y de las ideas desarrolladas por Sigmund Freud en “Puntualizaciones psicoanalíticas sobre un caso de paranoia descrito autobiográficamente” (caso Schreber) (1911[1910]), “Duelo y melancolía” (1917[1915]) y sobre todo en “Introducción del Narcisismo” (1914); artículos que dan comienzo a la teoría estructural, se pone más el énfasis en el estudio del conflicto entre instancias; cambia la teoría de la angustia, que pasa de ser libido no tramitada adecuadamente, a la concepción de una angustia real, la señal de angustia como protectora del sujeto frente al riesgo ya sea que provenga de su interior o del exterior y además adquiere protagonismo el objeto.
Los conceptos de identificación, narcisismo e ideal del yo/yo-ideal y de fenómenos restitutivos y la nueva teoría sobre la angustia implican una nueva visión de la psicopatología. Su aparición aporta un enriquecimiento a la metapsicología; que trae cambios muy importantes en la noción de sujeto y su relación con el objeto. Los conflictos del sujeto cambian de enfoque.
El sujeto ya no es más quien busca un ocultamiento de las demandas de sus pulsiones psico-sexuales, por otro lado, la revolución freudiana hace que gane el espacio público, y se pone la mira en su sujeción a instancias e ideales que lo esclavizan.
¿Podemos considerar la vivencia subjetiva de la temporalidad y la práctica del uso del tiempo? ¿No podemos considerar que fue equivalente a fines del siglo XIX, momento fundacional del psicoanálisis, respecto de lo que lo es en la actualidad? El tiempo disponible para incursionar y comprometerse en un tratamiento es diferente en ambos momentos y probablemente ha influido en algunos cambios del dispositivo terapéutico.
A esto deberíamos agregar la velocidad de modificaciones del entorno y de los sujetos que lo habitan en función de los cambios en la tecnología. Cambios que también influyeron en los vínculos por efecto de la inmersión en las nuevas tecnologías y la de la ilusión de compañía con otros mientras se vive en aislamiento y soledad sumergidos en la virtualidad. El uso del Internet conecta a un sinnúmero de solitarios que en aislamiento tienen la ilusión de pertenecer a grupos humanos. (Byung Chul Han, 2014[2013])
En la actualidad se imponen además los tratamientos realizados con el auxilio de la tecnología, por medios virtuales. Podríamos cuestionar o no los tratamientos por teléfono o por el uso de medios audiovisuales que aporta el Internet, pero forman parte de una actualidad ineludible.
Es por ello por lo que se nos plantean algunos interrogantes ¿Podemos equiparar los pacientes descriptos por S. Freud con las personas que acuden hoy a nuestra consulta? ¿Ha cambiado la comprensión y materialidad del conflicto? ¿Sigue siendo en la actualidad el paciente una persona que intenta esconder su sexualidad y la manifestación de sus pulsiones o es en cambio alguien que lucha con la imposición de sus ideales y su cumplimiento? ¿Sigue siendo la sexualidad un motivo de conflicto que lleva a la represión o nos encontramos, por otro lado, al conflicto ligado al sometimiento del sujeto aplastado por sus propios ideales, muchas veces imposibles de realizar, que llevan en forma constante a desmentir el sufrimiento por sensaciones de incumplimiento y de falta de auto estima? ¿Qué defensas predominan en el campo terapéutico, la represión o la escisión y la desmentida? ¿Nos circunscribimos al conflicto intrapsíquico o incluimos otras fuentes para el sufrimiento humano?
Desde la concepción freudiana podemos describir al sufrimiento humano que impone la demanda de una intervención terapéutica genera diversos terrenos de aplicación psicoanalítica, como la confluencia de tres neurosis: la que aqueja al sujeto en la actualidad, la creada en la transferencia y las anteriores como evocación repetitiva de la tercera, la neurosis infantil. Para que esta confluencia se desarrolle es necesario que se den condiciones particulares. Las condiciones –generadas en un campo artificial, el campo psicoanalítico– que permiten dicho despliegue, son sostenidas y contenidas por el encuadre adecuado en cada contexto. Estos encuadres específicos son terrenos nuevos, nuevas creaciones de aplicación a las demandas al psicoanálisis.
No solo no abjuramos como psicoanalistas de la psico-sexualidad, sino que podemos hacer lecturas diferentes y otorgamos funciones patógenas a otros elementos. El sentido de los elementos que entran en pugna en el conflicto se debe a que la lectura de los fenómenos y la atribución de sentido cambian en las distintas épocas. En una cultura positivista en la que predomina el lema: “sí se puede” donde casi todo se evalúa por los “likes” y que además cambia la noción y vivencia de temporalidad, no se tolera el tiempo del análisis para hacer transformaciones. Aparece como consecuencia la necesidad de lo inmediato sin lugar para lo necesario e inherente al psicoanálisis; es decir, el espacio para el silencio y la reflexión. En cambio, surge la necesidad absoluta del resultado rápido, eficiente e inmediato.
Los sentidos y significados de las producciones de los humanos varían en el transcurrir del tiempo y modelan tanto la subjetividad, como así también los conflictos que se les presentan al estar inmersos en el contexto de su momento vital. Dentro de estas producciones incluiríamos al psicoanálisis que constantemente sufre revisiones y resignificaciones en sus ejes teóricos, clínicos y técnicos. Asimismo, la concepción del sujeto, los motivos de conflicto, y el entorno sociocultural varían y mutan en forma constante, lo que ha llevado a modificaciones en la aplicación del conocimiento psicoanalítico freudiano. Esto mismo lleva a que el aporte de Freud pueda ser una de las bases para la conquista y la aplicación en terrenos más allá del psicoanálisis clásico.
Podemos aseverar que vivimos en un constante y rápido cambio, cambia el terreno de aplicación, cambia el contexto, el sentido de los fenómenos, pero no cambia la conformación del aparato mental y su funcionamiento.
Infinidad de preguntas pueden realizarse para entender por qué el dispositivo analítico ha cambiado, cambia, y seguirá cambiando como cambia y seguirá cambiando la sociedad y el sujeto que intenta encontrar ayuda en un tratamiento de orientación psicoanalítica. Pero si de tratamiento psicoanalítico se trata lo que es incambiable son los conceptos inherentes al funcionamiento de la mente.
Los cambios son un artificio privativo de cada terapeuta, como ya lo advirtiera Freud en sus escritos técnicos, y tiene como finalidad propender a la posibilidad del desarrollo del campo del análisis como lugar del proceso terapéutico, generando nuevos terrenos de aplicación. Lo consideramos como nuevos constructos en el que intervienen factores inherentes a lo específico del método y a las posibilidades de implementación en cada contexto, además de los elementos propios del analista y del terreno de aplicación.
Existen factores intrínsecos a los criterios clínicos de la indicación terapéutica, como pueden ser la patología del demandante y las teorías de la cura, y factores extrínsecos, extra-clínicos, como lo son las dificultades económicas, dificultades temporales o espaciales que también modifican el encuadre de aplicación.
No es lo mismo el análisis de una persona que vive en la misma ciudad, del que se pacta con un analizante que viaja para tal fin; ni el que se realiza en una institución del que ocurre en un ámbito privado. Si existen o no condiciones para lo presencial o se requiere el uso de la tecnología y la virtualidad. Estos factores se combinan, aunque advertimos que hay también motivos y explicaciones que tratan de justificar la imposibilidad de sostener el encuadre –encubriendo tanto por fobias y resistencias al análisis aportado inconscientemente por el terapeuta a partir de justificarlo en postulados sociales, espaciales o económicos.
Es necesario entender que el constructo flexible tiene un objetivo funcional. Su constitución varía de acuerdo con los factores aportados por los integrantes del terreno terapéutico, incluyendo además de los factores sociales y/o teórico-institucionales.
La constitución de un nuevo terreno del psicoanálisis es un pacto entre los integrantes de la demanda psicoanalítica, dentro del cual es factible cumplir el objetivo del tratamiento. Se crea así un espacio donde se intentará desplegar lo que para ese analista es analizar e incluirlo en cada contexto en el que se desarrollará un tratamiento.
Podríamos indagar si podemos sostener de la misma manera una operatoria psicoanalítica que trabaja puntualmente sobre una formación del inconsciente, que un proceso de análisis basado en la neurosis de transferencia, en la cual se enfatizan los conceptos de regresión y repetición, con la posibilidad de reorganizar vínculos objetales a partir de la transferencia. Es decir, examinar si los cambios en el encuadre llevan a mantener el concepto de proceso, dentro del cual se pueden operar transformaciones, o remiten a la idea de intervenciones puntuales sobre las manifestaciones de lo inconsciente.
El trabajo psicoanalítico tiene dos aspectos: los formales y los funcionales. Concibo por aspectos formales a aquéllos vinculados a la posibilidad de desarrollo del proceso psicoanalítico; son los que proporcionan las condiciones para el desarrollo de la regresión y la repetición. Por aspectos funcionales, nucleares del enmarcamiento del trabajo, entiendo a aquellos basados sobre las consignas otorgadas por el terapeuta. Éstas sostienen al objetivo básico que es el acceso a lo inconsciente a través de la palabra. La modalidad de incluir la transferencia y la posición que adopta el psicoanalista en relación con la inclusión o no de su persona en la explicitación del fenómeno transferencial. Si se considera que la transferencia debe interpretarse en forma temprana y en todo momento del proceso terapéutico o si se la explicita solamente cuando aparece como un obstáculo en la prosecución del tratamiento.
Este encuadre interno para que pueda hablarse de la implementación de un psicoanálisis es una invariable pues estaría basado en los postulados freudianos; por ejemplo, el inconsciente y sus formaciones, la defensa/resistencia, la transferencia, la compulsión repetitiva, la neutralidad y la abstinencia, etc.
Resumiendo, sostengo que los nuevos terrenos son un constructo en el que intervienen factores consensuales y elementos propios del analista y del paciente. Es un artificio constante y flexible, privativo de cada terapeuta que tiene como finalidad propender a la posibilidad del desarrollo del campo del análisis como lugar del proceso terapéutico. Propongo reconocer tres niveles de acción terapéutica. El primero sería el consensuado o universal del campo del análisis, a partir de la propuesta freudiana. El segundo está particularizado por las elecciones teóricas. Y el tercer nivel, el individualizado, que depende de aspectos de la personalidad del analista frente a la patología y contexto individual y social de cada demandante.