No se trata solamente de la vertiginosidad de los acontecimientos que nos atraviesa, que sin duda producen confusiones y muchas veces angustias por no poder darse tiempo para procesarlos o porque carecemos de modelos culturales que nos permitan una mínima comprensión; se ha producido un desfasaje entre éstos y las múltiples vivencias contemporáneas.
No se trata de buscar culpables o responsables, sino de transitar una época turbulenta que se salió de sus goznes, la modernidad colonial capitalista, supuso un mundo que progresaría indefectiblemente hacia un orden definitivo, creyó que era posible conjurar el caos, y de esa manera, inventando un imaginario fijista produjo, lo que en su precisa síntesis, Paul B. Preciado denomina Disphoria Mundi.
Me parece fundamental dar cuenta que la gran dificultad para atravesar estas épocas es justamente la caída de una ilusión que en realidad nunca existió, pero que logró imponer una imagen de progreso indefinido y de un paraíso por venir, y paradójicamente logró algo de felicidad momentánea para unos pocos y desdicha y desaliento para muchos.
Por otro lado entre los siglos XIX y XX, se han producido e inventado gran cantidad de conceptos y teorías con miras a lograr un conocimiento cada vez más acabado del universo y de sus habitantes, bajo la suposición de que era posible llegar al conocimiento absoluto, a las certezas que nos librarían definitivamente de las apariencias.
Como era de suponer nada de esto ocurrió, pero sí nos permitieron dar cuenta de otras cuestiones que justamente nos posibilitan corrernos de esas ilusiones infantilizantes y de las totalizaciones que capturan la experiencia, el sentir y el pensar.
La primer dificultad que encontramos es que durante el siglo XIX, se consolidaron las teorías coloniales que dieron lugar al racismo, al sexismo y a las políticas extractivistas que erosionan el planeta, mientras que simultáneamente se produce una gran segmentación y estratificación de todas las “disciplinas”, que no casualmente se denominan así, produciendo una matriz de conocimiento y pensamiento que dificulta, y en algunos casos impide la articulación de las ideas. Mientras tanto en sus últimos años y en los comienzos del siglo XX, se produjeron grandes transformaciones en el campo del conocimiento y también muchas resistencias frente a la necesidad de cuestionar certezas que sirvieron de fundamento teológico-metafísico.
Es dificultoso enumerar sucesivamente las transformaciones que se fueron dando, porque en todos los casos emergen en simultaneidad y no respetan ningún imaginario disciplinamiento. Lo primero que ponen en cuestión es la rígida división entre ciencias, naturales, exacta y sociales porque esta división responde a una bipartición Naturaleza/Cultura que atraviesa a todas por igual, así como también al viejo prejuicio judeo-cristiano, reformulado por el humanismo, de la supuesta superioridad de lo humano por sobre todo lo existente.
Por esta razón el orden en que se presentan las transformaciones no implica una jerarquización de las mismas, sino por el contrario un entramado complejo que nos obliga a realizar un recorrido cartográfico a fin de proponer algunos entrecruzamientos que puedan llegar a producir interrogantes sobre las teorías y sus prácticas.
Comenzaremos entonces a plantear la revolución que implicó, en el campo de la física, la teoría de la relatividad de Einstein, al establecer que la potencia de la energía es mayor que la masa que la contiene; este postulado que por un lado permitió el desarrollo de la energía atómica, con sus múltiples consecuencias, también abrió el camino a la física cuántica, cuyo principal postulado radica en el principio de incertidumbre, que trastoca la visión teleológica de la historia y en general la ilusión de que conociendo el pasado se puede predecir el presente, o dicho de otro modo que el presente condiciona el futuro.
El principio de incertidumbre introduce una cuña en el planteo de las certezas basadas en el determinismo e inaugura esta nueva dicotomía que tiene resabios teológicos, porque vuelve a presentificar la concepción del destino y el libre albedrío. Es interesante destacar que Einstein no aceptó nunca este principio porque sostenía que Dios no “juega a los dados”, lo que evidencia el peso de las creencias y los prejuicios aún en aquellos creadores que rompen o permiten romper con supuestos conocimientos consolidados.
La física cuántica amplia el horizonte de lo existente, ya que éste no se limita a lo que percibimos en el mundo macrofísico, sino que existe a la vez una multiplicidad micromolecular, ajena a nuestra percepción que lo hace posible, y que está en constante movimiento y transformación.
Por estas dos postulaciones, al decir de Bachelard (2004) en 1931, es que la microfísica necesita de una nueva metafísica que propone llamar micrometafísica, porque lo nouménico puede ser conocido, aunque no demostrado por los métodos de la física clásica, así como tampoco responde al método cartesiano ya que no pueden analizarse sus partes separadamente y así conocer el todo, porque los átomos y las micropartículas que los compones son inasibles y no podrían volver a reunirse sin sufrir transformaciones.
De esta manera se derrumba la hegemonía de la física clásica y también los postulados del racionalismo que siguieron sus principios. En este horizonte de pensamiento se inscriben el perspectivismo de Nieztsche, que lo antecede, la concepción del movimiento y la duración de Bergson y el probabilismo de Popper.
Ninguna teoría puede quedar por fuera de este gran cambio paradigmático, sin embargo se esfuerzan por sostener los antiguos fundamentos de un mundo fijista, donde todo acontecimiento está sobredeterminado, lo que equivale a decir que no puede haber nada nuevo, o que éste caerá necesariamente en lo ya dado, vivido o pensado, el pasado condiciona el presente y éste al futuro, lo que producirá repetición sin diferencia bloqueando así cualquier devenir intempestivo.
Es así como se cuestiona la idea de Ley divina, que se transforma en el horizonte laico del racionalismo, en leyes invariantes de la Naturaleza, es evidente que co-funciona con el horizonte de fijismo, ajeno a la ideas de mutación y transformación, o se acepta que éstas se pueden dar en el marco de lo predeterminado, el último eslabón de esta creencia es el estructuralismo, en el que las transformaciones se pueden dar sólo en el contexto de la estructura.
A la vez cuestiona el planteo aristotélico, de que sólo hay ciencia de lo general, porque no puede generalizarse ni predecir el comportamiento microatómico, de esta manera se plantearán las dudas sobre la universalidad de todos los conceptos, o la sospecha de que su universalización responde a otro tipo de fuerzas ajenas a las categorías. De esta manera se abren interrogantes acerca de todos los conceptos de las “disciplinas”, fundamentalmente las que surgen en el siglo XIX, ya que atravesadas por la fe en la razón y en los métodos que garantiza la ciencia, no se cuestiona su legitimidad.
Así sucede con la sociología, la antropología, la psicología y también el psicoanálisis, que entrecruzan sus invenciones, pero no realizan la genealogía de las categorías que utilizan, ni tampoco el horizonte evolucionista y positivista que las atraviesan, y mucho menos por la justificación colonialista que las originó. Tal es el caso especialmente del concepto de sujeto, de individuo, de sociedad o los de pueblo, soberanía y el enigmático concepto de relaciones de poder. En ningún caso se plantean que estas nociones, como cualquier otra, tienen su emergencia en un contexto histórico-político, es decir en una época y en un territorio determinados y que por consiguiente no pueden ser universales ni generales.
Si bien Nietzsche había establecido que todo objeto está atravesado por fuerzas (2020), es Foucault, a mediados del siglo XX, que ofrecerá una concepción clara en relación a que no puede sostenerse un saber si no lo atraviesan las relaciones de poder, y que éstas no constituyen estratos, y que por lo tanto pueden permanecer imperceptibles en tanto nuestro conocimiento está basado en extensiones o en relaciones perceptibles, lo cual supone una política del conocimiento que justamente oculta las relaciones que la sostienen. Curiosa perspectiva porque vuelve poco confiable todo aquello que no se presenta como demostrable.
Esto se ha convertido en un obstáculo epistemológico por lo que nos resulta muy difícil cuestionarlo o modificarlo, justamente porque el saber, atravesado por las relaciones de poder forman parte de nuestros procesos de subjetivación, lo que supone que dudar de ellos nos implica subjetivamente, lo que nos lleva a afirmar que todo concepto es performativo, es decir que se traduce en actos, aún los más abstractos. De ahí que no sea posible la separación teoría-práctica.
Desde el comienzo del siglo XX, como plantea Foucault (1978) se produce un apogeo de las ciencias que tienen al hombre como objeto, economía, lingüística, etnología, psicoanálisis, pero en sus albores estos saberes no se cuestionan ni el porqué de su emergencia, ni los supuestos que las sostienen, de ahí su pretensión universalista. La economía se basa en la hegemonía del mercado, denegando todas las otras formas de intercambio que permitieron la vida en el planeta; la lingüística, supone que nuestros signos son los únicos de la naturaleza, y si bien se basa en una lógica relacional, se limita a plantear, como ya dijimos, que las transformaciones sólo se dan en el seno de su estructura; la etnología reafirma los prejuicios colonialistas, reforzando la hipótesis evolucionista y deslegitimando toda la inmensa producción de los campos sociales no europeos, lo que no hace más que justificar la dominación de una supuesta civilización superior blanca y masculina.
Capítulo especial merece el psicoanálisis, ya que su inventor escapa en principio a los cánones de la ciencia moderna, inventa el concepto de inconsciente cuya emergencia es impredecible, y su funcionamiento no responde a la lógica formal, sólo se los puede deducir de sus efectos, al igual que los electrones, pero a Freud le sucede lo mismo que a Einstein, necesitó postular un principio universal de su invención y cree encontrarlo en este caso, ya no en una creencia sino en un relato literario, supuestamente tomado de versiones míticas tebanas. Es curioso, Freud inventa un concepto que lo aparta totalmente de la hegemonía de la razón, pero necesito encuadrarlo en la lógica determinista de la modernidad, sin poder escapar de los principios familiaristas que rigieron y aún rigen la etiología de los trastornos mentales.
Por otro lado, se había establecido una relación que resultaba incuestionable para la psiquiatría entre sexualidad y locura (Foucault, 1992) y que servía de justificación para postular a la familia nuclear-aislada como responsable de las patologías por no transmitir correctamente el “verdadero modo de familia, monogámica y heterosexual”, que en ese entonces garantizaba la reproducción de productores y su sostén. La mujer aparece como responsable de esta acción a la vez que se inferioriza su condición, de ahí que se postule su castración como fundamento de este carácter histórico, denegando a la vez la aparición de los grandes movimientos de mujeres anarquistas, sufragistas, obreras que luchaban y siguen luchando por condiciones de igualdad, que surgieron desde finales del siglo XVIII y se intensifican en el XIX.
Si nos centramos en transformaciones que atraviesan nuestra contemporaneidad, no se puede dejar de lado los cambios en el campo político-económico, a partir de la globalización del capital que ha modificado el papel político de los Estados nacionales, cuyas fronteras ya no coinciden con los intereses de sus burguesías, lo que siempre incide de formas muy complejas en el funcionamiento de las instituciones, y como consecuencia en las conformaciones subjetivas.
Sin lugar a dudas la institución más afectada ha sido la familia, como efecto en parte que el “capitalismo mundial integrado” (Guattari, 1992) ya no necesita de la familia como núcleo fundante, y de modo muy especial por la revolución que habiendo comenzado por los movimientos feministas, se extiende a todos los grupos que fueron excluidos de su supuesta conformación normal y que hoy adquieren visibilidad, y que de esta forma han ido modificando y cuestionando la institución familiar, dando lugar a la emergencia de múltiples formas de familia, así como también intentan modificar la clasificaciones que han patologizado toda diferencia que se aparte de un patrón de normalidad impuesto por condiciones sociohistóricas, que a su vez encubren relaciones de poder.
La pregunta es: ¿se pueden seguir sosteniendo los conceptos concebidos en otro contexto y desde otros paradigmas que regían la construcción de conocimiento, bajo la ilusión de la fe en la razón y la objetividad? No dudamos de que estas transformaciones que referimos se han dado en tiempos vertiginosos, que el avance de las tecnologías digitales contribuye a esa aceleración y trastoca nuestra percepción del tiempo, pero no dudamos tampoco de que la teoría psicoanalítica, que surgió en el convulsionado final del siglo XIX, tiene elementos que pueden contribuir a afrontar estos confusos momentos, siempre y cuando acepte que hay que revisar algunos de su presupuestos a fin de no caer en la tentación de dogmatizarlos.