“Los prejuicios se ubican como condición necesaria para la mente dado que nacemos en un mundo de lenguaje, de costumbres, de tradiciones, de valores, pero además operan como instrumentos discriminatorios en la vida política, social, familiar, científica etc. Y en la medida en que discriminar significa tanto organizar, fragmentar, crear categorías, como alejar, expulsar, desvalorizar es posible que la acción de discriminar pueda depender de una decisión racional y crítica o tan solo de un automatismo proveniente de la fuerza de un prejuicio”. Janine Puget .
El trabajo terapéutico vincular convoca a una ardua tarea, una de ellas es reflexionar sobre los vínculos, entre y con ellos, es decir sobre sus condiciones de producción, su devenir histórico, y los distintos modos en que se configuran. Nos vemos interpeladas a dar respuestas a diversas situaciones, por lo que estamos convencidas que es necesario cambiar los paradigmas desde donde pensamos lo ya pensado, lo ya sabido.
Desde la perspectiva de la complejidad, se evidencian las variaciones del dispositivo terapéutico que rechina de manera incesante, especialmente al abordar los vínculos de pareja en conflicto, los que se ven fragilizados por los modelos y exigencias de época. Suelen posicionarse en lugares de peleas constantes, padecimientos de vacío y de desamparo aun estando con otro/s. Nos referimos a la cualidad de los intercambios entre ellos y el mundo que los atraviesa, a lo que cada subjetividad produce en ese vínculo.
En la actualidad estamos siendo afectadas en especial, por aquellos vínculos de parejas que, tras mucho tiempo de recorrido terapéutico, en un intento de sostener los lazos que los unen, se siguen aferrando, apuntalando, en los escombros de un mundo que ya no es y a una historia que les es lejana. Amuran su apuesta a la idea de pareja romántica, la que deviene del imaginario heredado, en donde los conflictos se superan con un beso o un acto de entrega. Una imagen de antaño que brinda una especie de ilusión y faro, frente al no saber de qué otra forma se hace pareja o…se deshace. Una idea que frente a la fragilidad vincular brinda refugio y sigue ofreciendo una esperanza en las frases que rezan “no todo está perdido”, “el amor todo lo puede”.
A: “Siento que he dado toda mi vida por ella, ya no sé qué más puedo darle…la he ayudado a criar a los chicos, intenté que en casa nunca faltara nada… traté de mantenerme, ir al gym, sin embargo, yo no sé qué más puedo darle… si sigo siendo el mismo ¿por qué no es cómo antes?”
¿Qué hacemos los terapeutas de pareja, en el aquí y ahora, en la inmanencia del encuentro “entre” los cuerpos? ‘¿cómo seguimos “tratando” y dando sostén a las parejas en este momento de coyuntura social y epocal donde confluyen y operan diferentes modelos y configuraciones de pareja que denuncian a ese AMOR ROMÁNTICO? ¿Apuntalamos, de modo “pastoral”1 un espacio, sin discriminación, donde se esgrimen frases de un amor para toda vida, que denota una dinámica donde se cristalizan los miedos y la posibilidad de cambio? Pensamos que de esa intervención cosecharemos una enfatización de la creencia de una inmutabilidad identitaria, una fijeza vincular y una desmentida de la ajenidad radical.
“Será que entenderse es pensar lo mismo? Pero esto tiene algo que ver con entenderse o precisamente se trata de evitar el problema y que desaparezca lo que es vital o sea el poder escuchar a otro que propone ideas no pensadas por el sujeto previamente? (Puget,2005, s/p)
Desde una ética de la diversidad, “debemos” interpelarnos profundamente, animarnos a recuperar la libertad en el sentido que plantea Fromm, a la hora de pensarnos.
Sabernos terapeutas-sujetos de esta cultura y que estamos atravesados por los mismos imaginarios que la construyen, por lo que se torna un deber preguntarnos si no estamos contribuyendo al sostener largos tratamientos y a que los padecimientos se profundicen tomando la conflictiva múltiples formas.
Atrevernos quizás a soltar los mandatos de la modernidad, a trabajar con lo que excede al deseo de mantener una vida juntos, pero ya no en común. Romper lo cristalizado en un ideal que deviene de una codificación2 de una época con modelos identificatorios, ideales que ya no se sostienen como modo de producción vincular.
Un cambio de paradigma social y cultural se está visibilizando desde hace bastante tiempo, donde se observa el agrietamiento de las narrativas que apuntaban a una manera de pensarnos, que sacuden el conjunto de las creencias que sostuvieron las prácticas, modificando las significaciones imaginarias sociales ofrecidas para el pensar que “hace a una pareja”. Estos tiempos que se vuelven vertiginosos e inciertos, ¿estarán propiciando un habitar dentro de la consulta una función escéptica frente al amor romántico/eterno? Nada más problematizable que esta función.
Sostener el escepticismo se ofrece de pronto como fuga. Esa que inscribe la posibilidad de poder hacer otras narrativas del hacer juntos como así también de separarse, es decir poder armar otros imaginarios de los roles que ocupamos y habitamos. Cómo dice Najmanovich (2019), “la novedad solo nace de un encuentro con otro…”
Comienza un proceso de diferenciación y elucidamiento de ese AMOR ROMÁNTICO, que nada tiene que ver con la amorosidad, sensualidad, ternura y trabajos psíquicos con una dinámica saludable, a poder pensar en otras configuraciones posibles, donde no sea necesario encajar en los moldes de un modelo aspiracional y pasado.
Nos implicamos en la consideración de que las teorías no son atemporales, acompañamos a no saber cómo armar vínculos amorosos, a transitar un camino de creación en dónde no se sabe lo que adviene. Y cuando ya no se puede construir un nosotros, apostamos a una separación o desvinculación como operaciones diferentes que pueden o no complementarse, evitando que el divorcio sea en términos de batalla. Poder acompañar a crear líneas de fuga, que eviten que la discontinuidad vincular se convierta en una instancia donde la separación pase a ser una contienda, un litigio.
Hablamos de poder alojar la discontinuidad, esa ruptura con la linealidad de una vida imaginada y proyectada. Todo un imaginario que desde el momento de la consumación de la alianza “se consideraba como una vida ya dada”, “…y vivieron felices y comieron perdices”, nada podría perturbar esa linealidad e inmutabilidad de una vida feliz en común. Tras la ruptura con ese imaginario, hay una propensión a buscar la reparación, hacia un estado idealizado de completitud y estabilidad perdidos. “Si ya no voy a ser feliz contigo, debo volver a esa felicidad que tenía antes de conocerte. A esa promesa de una vida feliz sin ti”. El ideal narcisista se despliega, ahora en falta, herido.
S: “Vengo por recomendación de mi abogada, que me dice que no me “achique”, que me acuerde de que yo estudiaba, que iba a ser arquitecta, que tenía todo para tener un futuro brillante y lo tiré, se lo di a un ingrato que no me quiere reconocer que le crie los chicos, que, si se va a ir, al menos me indemnice”.
Como terapeutas, nos lleva a hipotetizar que en las parejas de alta conflictividad se pone en juego una especie de reparación litigiosa, esa que se produce desde una lógica identitaria, con fantasías de restitución de ese ser prematrimonial idealizado, aludiendo a “ese que era, antes del vínculo”. Donde se insinúa una extraña predictibilidad vincular que supone continuidades a partir de quienes hubiéramos sido, lo que merecíamos, a lo que podíamos aspirar, según el lugar que ocupábamos antes del encuentro.
La decisión de cesar el vínculo conyugal trae aparejada frustraciones, duelos y necesidad de configurarnos un nosotros distinto. Cuando los recursos creativos que permiten la circulación de los afectos en los vínculos quedan coagulados, surgen funcionamientos que revelan que algo del trabajo psíquico vincular no pudo ser procesado.
El Sistema Judicial, cuando interviene sobre la pareja, genera como propone Cantarelli en la “Crisis del patriarcado”, una serie de mecanismos para organizar la familia y dar lugar a la tramitación de los conflictos familiares, aunque otras veces no, favoreciendo esa coagulación. Frente al desmantelamiento psíquico que implica el divorcio para algunos sujetos la figura del Juez aparece como la persona encargada de restablecer el orden, hacer justicia y que ejerce la violencia a través del aparato judicial que ellos mismos no pueden ejercer. Lo que alienta al ánimo litigioso/jurídico como un medio de reparación.
Lo que observamos en nuestras prácticas es cómo se activan mecanismos de no organización, más bien de hosti-pitalidad, haciendo contraposición al término hospitalidad, que en la lógica vincular, se refiere a un alojarse mutuo, donde no hay roles establecidos previos al vínculo, sino que surgen de él (Kleiman, s/f). Es decir, aquellas instituciones que deberían hospedar para pensar los conflictos y encontrar salidas autoorganizativas, ejercen la hostilidad, tanto al proponer bandos como desmantelar los psiquismos fragilizados que llegan a esas instancias.
Así la hosti-pitalidad, es una expresión donde, por el contrario, se refuerzan las lógicas identitarias, que fijan y sujetan al individuo en su mismidad y da rigidez al vínculo. Expulsa al sujeto del espacio vincular, priorizando lo Uno como manera de resolver los conflictos, en un clima de belicosidad donde prepondera el enfrentar y no el afrontar, el con-vencer o vencer al otro en vez de con-versar.
“Las leyes no son más que instrumentos, pobres e inadecuados casi siempre para tratar de dominar a los hombres cuando arrastrados por sus intereses y sus pasiones, en vez de abrazarse como hermanos, tratan de despellejarse como lobos” Francesco Carnelutti (Como se hace un proceso)
Por esto reivindicamos la idea de Puget en el concepto de “separarse” como una invitación a construir el Dos, en un ir siendo dos, ahora separados. Construir el dos implica pensar en términos de tramas abiertas y múltiples, inciertamente entramadas, lo que nos autoriza a pensar en condiciones de producción novedosas sin caer en riesgos de volver a los centros, a explicaciones universales con cualidad de verdad.
La noción de des-vincularse.
Pensamos al proceso de divorcio como aquel donde el litigio tiene lugar en una batalla legal. Lo uno, lo identitario, es fundante y significante de todas las operaciones que rigen. Establece culpas y regímenes. Da orden y configura una vida que no es la que los involucrados posiblemente quieren o desean. Es el lugar donde más allá de los conflictos entre las subjetividades, la lucha de poder entre los agentes intervinientes, convierten a la familia en rehenes. Inscribe “acuerdos” que nos resultan im-(no) posibles, ya que, en una contienda legal, hay un ganador, hay un culpable, hay autos caratulados de “X contra Y”, un sujeto sujetado que debe ser el depositario de la culpa y la ley debe procurar que todo su peso caiga sobre él.
Este aspecto judicializador, que ha invadido todos los espacios donde confluye la convivencia social (múltiples ejemplos se observan en establecimientos educativos en términos litigiosos en los últimos tiempos) pone sobre la mesa las diferentes facetas para pensar las lógicas en las que se plantean los conflictos vinculares y se abren interrogantes acerca de los vínculos y sus configuraciones, de la violencia institucional, la seducción del poder y las paradojas del amor.
Durante el proceso de divorcio se escenifican de manera descarnada las alianzas inconscientes que funcionaron otrora como soporte efectivo de las condiciones de producción que mantenían a este “entre”, velando aspectos de la ajenidad radical como nos proponía Berenstein y posteriormente Waisbrot, de uno y otro miembro de la alianza y que retornan en la trama que habitan todos los miembros del vínculo.
En ese lugar no importa quien diga las frases que arman el discurso vincular, ya que el sistema cultural en el que nos hallamos inmersos, el hegemonismo de las claves familiaristas, monogámicas y heterosexuales, van anudando el juego intersubjetivo y organizan lo posible o imposible de pensar/sentir/ percibir en ese contexto.
El separarse es un proceso que evidencia, que no existe la inmutabilidad de la vida, ya que las crisis vitales, los devenires sociales muestran que los acuerdos caducan, pidiendo nuevos, pues ya no alcanzan para sostener al vínculo y sobre todo anudar de manera saludable los aspectos que conforman un vínculo en sus vertientes de semejanza, diferencia y ajenidad, en una trama que permita el efecto de ser una unidad generadora de producciones novedosas.
Nos parece vitalizador en cualquier proceso de pareja, aun cuando derive en la desvinculación como pareja amorosa, seguir apostando a la capacidad de comunicación y circulación de deseos. Es decir, que ahora, frente al problema que lleva el proceso de separación, podría ofrecerse como un camino posible, instalar la idea del dos. La constitución de un vínculo que se de en un espacio entre-dos, de tensión, de alteridades donde se juega la diferencia y la ajenidad radical como dinámica para habitar un vínculo. Ese espacio como un otro lugar donde puedan desplegar en escena aquellos acuerdos inconscientes y pactos conscientes, para tramitar la posibilidad de novedad.
Cuando logramos incluirnos en lo múltiple y diverso, se habilita la posibilidad una migración, una transformación dialéctica y de lugares, se produce un pasaje de ser víctimas/victimarios a los protagonistas de conflictos vinculares.
El sistema judicial se ha convertido en un campo prolífico, en el cual el conflicto se transforma en litigio. Quizá esto se da, porque no se ha podido realizar un trabajo vincular con las posturas firmemente identitarias que se refugian en el ideal narcisista, la elaboración del encuentro con la alteridad, es decir, un trabajo psíquico para metabolizar las diferencias,
para realizar nuevos acuerdos, elaborar otras soluciones más dinámicas a las que utilizaban ante los conflictos (desmentidas, manipulaciones, sometimiento u otros). Esto lleva a la delegación de las decisiones, pensamientos y hostilidades en otros actores, que toman posesión de la vida de la pareja y familia. Nos referimos al sistema judicial de y sus distintos actores.
Las subjetividades fluctúan de manera diferente en este delegar aspectos de odio, resentimiento o heridas narcisistas, que pueden terminar generando sus representantes legales a una contienda o ser arrastrados por ellos en una banalización de la justicia donde se esgrimen falsas denuncias, se burocratiza la existencia como un mecanismo de desgaste y exterminio de recursos psíquicos y económicos.
Poder visibilizar estos trabajos psíquicos en los procesos judiciales, impulsa a posteriores reflexiones donde lo importante en una pareja es que tenga la suficiente capacidad de escucha y tolerancia. Aun transitando un malestar innombrable, para llegar a acuerdos, aun aceptando que en algunos aspectos “no se acuerda”.
Pero a pesar de ello, pudiendo proyectar un después más alentador, con capacidad de autoorganización en climas más sustentables, antes que llegar al mundo del enfrentamiento, que representan los letrados y los juicios, y los daños que puede llegar a causar esto en todos los miembros involucrados, aun también aquellos que no son específicamente los que componen el vínculo familiar directo de padres e hijos.
Frente a la desazón, impotencia y burocratización de las instituciones, apostamos al trabajo molecular (micropolíticas no ingenuas), generar fuerzas que se vitalizan en el campo/entre terapéutico y vital para quebrar lo molar.
Así en el caso de trabajo con parejas, donde en los momentos de separación y alejamiento, prevalecen operaciones de crueldad, violencias, intento de destitución, la desmentida de la ajenidad, se ofrece como otro efecto posible, la oportunidad de un encuentro sin la propuesta de un devenir conjunto, sino como un espacio que permita armar otra configuración.
Es allí donde la terapia se hace un instrumento de intervención y acompañamiento. Se abren de estas tensiones el movimiento que nos permite poder pensar cómo habilitamos nuevos modos del devenir pareja vinculada y desvinculada. Son otros modos que se proponen como herramientas para resistir la destructividad del devenir de la vida.
No olvidamos que lo molecular no es sin la construcción de lo común. Se propone un cambio que impulsa. El otro no es el enemigo sino alguien para hacer/deshacer junto con, en una trama potenciadora que podemos propiciar hacia una separación que pueda ser vitalizadora.
Así como las erosiones que hace el viento, el agua y el tiempo en nuestra tierra dejando marcas visibles, los vínculos no son ajenos al desgaste y habitarlos cotidianamente con una actitud comprometida no nos salva del desamor, pero nos protege de la destrucción y el aniquilamiento. Permite la construcción imaginaria de un dos, ahora separados, pero siempre un otro que ha habitado con y en nosotros.